Robian caminaba con la cabeza agachada y algo oculta con la
capucha de su capa. Hacía sólo unas horas que había llegado del bosque a
recoger leña, notaba un cansancio intenso. Estaba triste y deprimido. Su
familia era pobre aunque tenía lo imprescindible para vivir, sin embargo todos
debían aportar su granito de arena o en más de una ocasión algo más que el
granito de arena. Hoy como siempre, intentaría acostarse temprano. Mañana era
un día especial. Era el cumpleaños de su hermano pequeño, Micha, y también el
suyo, en las familias pobres los hijos cumplían casualmente años el mismo día.
Micha, era un joven inquieto. Se
pasaba horas jugando a formarse como caballero. Tenía una espada de madera con
la que simulaba matar ogros y Trolls para después ser felicitado y aclamado por
alguna bella hada o princesa. Era increíble la imaginación que podía llegar a
tener Micha a su corta edad. Aquel día cumplía 8 años, justo la mitad de los
que cumplía Robian.
Al día siguiente Robian salió al amanecer.
Como cada mañana lo primero que hizo al levantarse fue echar un vistazo a su
hermano que dormía plácidamente. Quería hacerle un regalo a aquel granujilla.
No tenía dinero para comprar nada pero no se le daba mal la madera. Por ello
decidió salir a recoger la leña que necesitaban como hacía cada mañana y al
mismo tiempo recoger algún tronco que le sirviese para poder tallarlo y hacerle
a su hermano alguna bonita figura. Últimamente hablaba mucho de no se qué
duende que les visitaba por las noches. No quería por tanto potenciar su
imaginación aún más tallando algún tipo de ser mítico e inexistente. Por ello
haría algo más profesional o en todo caso más práctico. Ya tenía una espada de
madera, le haría algún tipo de cuchillo para el cinto o algo así que le
ilusionase en sus batallas imaginarias.
En esos pensamientos estaba cuando
al acercarse al río para lavarse la cara le pareció ver un suave destello en el
agua. Se inclinó un poco para ver de qué se trataba pero no vio nada.
Probablemente algún tipo de pez con su brillante piel había lanzado aquella
suave luz. Al introducir las manos en el agua vio de nuevo el destello… sí, era
un pez, pero ¡era enorme!... De pronto algo emergió del agua, o mejor dicho
alguien. Ante Robian se encontraba la joven más hermosa que él nunca hubiese
imaginado. Era prácticamente una niña, rubia y ojos color miel. Su cuerpo
estaba cubierto por una especie de tela que más bien parecían escamas de un
intenso color anaranjado. Era realmente hermosa y su voz sonaba cantarina.
-Hola dulce
Robian.
-¿Quién eres
tú?- Robian estaba sorprendido y a la vez algo atemorizado.
-Soy Rayana.
Ninfa del agua. Habito en este río desde… hace mucho tiempo.
-No creo en
cuentos ni leyendas
-Lo sé pequeño
Robian. Llevo mucho tiempo aquí y sin embargo jamás me has visto… hasta ahora
-¿Por qué
ahora?
-Porque tengo
un mensaje para ti. Ya tienes dieciséis años. Eres adulto en nuestra tierra y
tendrás un legado muy importante que cumplir. Vas a conocer a un hombre
importante y sabio. Él te tomará bajo su
protección y te hará entrega de un hermoso regalo que tendrás que cuidar.
-¿Por qué yo?
-Porque en
otro tiempo, otro lugar y otra época fuiste uno de los nuestros. Pero ésa,
joven Robian, es otra historia.
Dicho esto la
bella joven desapareció bajo el agua tal y como había surgido dejando a Robian
temblando al borde la orilla.
Como si nada
hubiese pasado, el joven tomó su hacha y su saco, colocó ambos a su espalda y
se internó en el bosque para no perder demasiado tiempo. Pronto el sol
calentaría mucho y sería pesada su labor. Apresuró el paso preguntándose a si
mismo si lo que le había parecido ver era real o había tomado mucho sol el día
anterior. ¡Qué locura! ¡Una ninfa! Él no creía en hadas, duendes o magia
alguna. Eso era para pequeños como Micha que no tenían otra cosa en qué pensar
y gustaban en perder el tiempo.
Observó que el
bosque parecía hoy ligeramente distinto. No podía creerlo pero… se había
perdido. Parecía mucho más espeso, más profundo e incluso más ¿intenso? Como si
los verdes y marrones del bosque se hubiesen intensificado. Absorto en ello no
se percató de que había un ser observándolo hasta que prácticamente se topó con
él. Era un hombre de unos veinte años envuelto en una capa marrón oscura que
había vivido mejores épocas. Su mirada era profunda, gris y cautivadora. Tenía
la nariz aguileña y era fuerte y robusto.
-Buenos días joven.
- ¿Quién eres tú?
- Y… ¿dónde están tus modales? En primer lugar amigo mío, has de
dar los buenos días. A continuación y con amabilidad, me presentaré a ti. Me
llamo Lucius.
- Perdón. Hoy llevo un extraño día. He de proseguir mi camino.
- Ya veo. Has de recoger leña, hacerle un regalo a tu hermano…
tienes muchas tareas por hacer.
-¿Cómo sabes todo eso?
- Yo lo sé todo joven Robian. Conozco todo lo relacionado contigo.
- ¿Te conozco? Tu rostro me es familiar…
El extraño soltó una sonora carcajada.
-Todo a su
debido tiempo amigo mío. Ven, te enseñaré un lugar donde hay hermosa leña y
después te ayudaré a volver a casa.
Robian sabía que
no podía fiarse de desconocidos, pero a la vez aquel hombre le daba confianza.
Qué extraño. Él jamás confiaba en nadie. Pero bueno… ciertamente se había
perdido. Aquel día estaba resultando de lo más raro.
Llevaban pocos
metros andados y a Robian le pareció escuchar un ruido enorme. Una especie de
crujido ensordecedor. Como árboles cayendo…
-¡Al suelo!- le gritó Lucius a la vez que arremetía contra él y lo
tiraba cubriéndolo con su propio cuerpo.
Anonadado Robian
se escondió tras unas piedras junto a Lucius, temblaba y estaba pálido porque
lo que tenía ante sus ojos no podía ser real. A unos diez metros de ellos dos
se encontraba un ser descomunal. Su piel era ¿verdosa?.. O quizás, ¿violácea?
Era horrible. Medía más de tres metros de altura, de eso estaba bien seguro.
Era parecido a un humano, pero sus rasgos eran salvajes y realmente era
aterrador. Estaba doblando árboles como si fuesen mondadientes. Lucius, le hizo
una seña de que esperase e hizo algo realmente tonto, salió de detrás de la
piedra que los cubría y le habló a aquel ser.
-¡Terme! ¿Qué
haces?
La voz que sonó era grave y profunda.
-¿Lucius? ¿Eres tú?
- ¡Pues claro gigante idiota! ¡Quién si no! ¿Qué haces?
- Necesito algo de madera para mi pequeña. Ya mide casi dos metros
y los pies se le salen de la cama.
- Claro. Y por eso tienes que romperlo todo. Como Yerena te vea te
va a encoger.
Increíblemente eso es lo que pareció
que pasaba nada más oír el gigante aquella palabra. ¿Qué sería Yerena? Debía
ser algo realmente aterrador porque el gigante se había apaciguado de momento
al oír su voz.
-Chsss. Calla
por favor, Lucius. Sólo quería algo de madera. Lo siento de veras.
- ¿Lo sientes?
– en este caso se escuchó una joven voz femenina.
De donde provenía esa voz. Era cantarina y angelical pero no veía
a nadie. Aunque la voz sonaba… tras de él.
Despacio se giró y vio a una joven que podría ser incluso aún más
bella si es que era posible que la joven del agua. Su pelo era de color rojo,
sus ojos eran de un marrón chocolate… su piel blanca casi traslúcida. Iba
totalmente vestida de verde… iba cubierta de hojas de árboles y caminaba muy
despacio. Pasó junto a Robian y le hizo una señal de que se quedase quieto.
-¿Qué le haces
a mis árboles?
- Necesito
madera Yerena. Lo siento… ¿no oléis eso? ¡Huele a humano! Mi pequeña quiere uno
para jugar con él pero no encuentro ninguno.
Yerena se acercó despacio a él,
abrió la palma de su mano y sopló suavemente. Sus ojos hipnóticos se cerraron
un poco y ligeramente al soplar una ligera brisa hizo que una especie de polvo
verde se elevase hasta la cara del enorme hombre que inmediatamente quedó
tranquilo.
-Discúlpame
Yerena. La próxima vez te pediré permiso como protectora del bosque.
Dicho esto se giró y se marchó.
Robian salió y se quedó mirando embobado primero a Yerena, y luego a Lucius. ¿Qué le había
pasado? Parecía tener cincuenta años. Su pelo había encanecido, había algunas
arrugas en sus ojos. Su cuerpo parecía algo más pequeño, hasta su capa parecía
más vieja, aunque su sonrisa… era más abierta y maravillosa.
-Robian- le
llamo- Ésta es Yerena. Guardiana y protectora de los bosques.
- Hola Robian.
Ya puedes cerrar la boca. Vivo con mi pueblo a poco de aquí, otro día te
llevará a mi aldea. Hoy no tienes tiempo pequeño. Lucius quiere llevarte a un
lugar lejano para ti.
-Eres…
-Sí querido-
la joven le sonrió-. Soy un hada. Hermana de la ninfa que viste esta mañana en
tu río. Ella cuida del agua, yo cuido del bosque.
-Yo no creo…
-Lo sé- le
dijo Yerena-. Ya se que no crees en hadas, magia… pero dime joven mío… ¿cómo
explicas lo que acabas de ver?
Y dicho esto, desapareció tras el tronco de un árbol dejando un
dulce aroma a hojas recién cortadas.
-Vamos
muchacho. Tenemos mucho que caminar aún- le instó Lucius. Su caminar era más
lento que hacía un rato.
-¿Qué te
ocurre Lucius? Pareces cansado. Pareces mayor.
-Soy mayor
querido Robian. No paramos de crecer en nuestra vida. El tiempo pasa
rápidamente, es sólo que no todos lo ven.
-No entiendo
nada. Debo estar soñando.
-Ahora estás
despierto querido Robian. Antes soñabas cuando creías vivir el día a día.
Vivías una ilusión.
-No entiendo
nada.
-Lo
entenderás.
Caminaron largo
trecho hasta que llegaron a un claro en el bosque. En ese claro se veía una
cabaña vieja y desvencijada. A Robian le parecía familiar… ¡Era su cabaña! ¡Estaba
prácticamente destruida!
-¿Qué ha
ocurrido? ¡Papa! ¡Mamá! ¡Micha!
Robian corrió
despavorido hacia la cabaña, pero al atravesar la puerta todo cambió de pronto.
La cabaña rejuveneció de nuevo. En la estancia había un pequeño jugando con
unos tacos de madera. Reía y reía con su juego. A su lado una hermosa joven le
sonreía. Parecía… ¡su madre! Pero… aquél niño…
-Robian.- le habló Lucius.- Debes observar, puedes ver, pero ellos
no te ven a ti ni tampoco te escuchan. Fíjate bien en ese niño pequeño, te es familiar
¿verdad? Eres tú.
En ese instante
Robian observó como una pequeña figura de aproximadamente setenta y cinco
centímetros salía corriendo desde detrás de un tonel. Su piel era verde. Iba
riendo y en su mano llevaba algo…
-Venga Yefrel-
habló la joven que al parecer era su madre.- Devuélveme el cucharón o no podré
terminar el guisado. Eres un duende travieso, pero eres un buen canguro para mi
pequeño Robian.
Robian no daba crédito a sus ojos.
-¿Es un gnomo?- le preguntó a Lucius.
- Escucha bien Robian. Es un duende doméstico. Los gnomos
prefieren vivir bajo tierra.
De pronto se
escucharon voces y gritos. Asombrado Robian comprobó que había anochecido. Unos
seres salvajes de grandes orejas y gran nariz entraron en la cabaña. El grito
asustado de su madre se escuchó por todo el bosque. Estos seres no dijeron
nada, simplemente cogieron a Robian y se lo llevaron raudos de allí. El llanto
de la madre de Robian se escuchaba por todo el bosque.
Robian miró a
Lucius interrogante y quedó petrificado. Lucius era ahora un anciano de unos
noventa años. Su cuerpo estaba totalmente arqueado y se sostenía en un bastón.
-Ven, joven
Robian. Casi no me queda tiempo…
Ambos salieron
fuera y Robian vio como su madre corría por el bosque frenética hasta donde su
padre cortaba leña un poco más adelante. Juntos se dirigieron al río y gritaron
pidiendo ayuda. Pero nadie pareció ayudarles. Luego ambos se dirigieron
corriendo al corazón del bosque. Robian los seguía con dificultad. Lucius se
quedó algo atrás pero le instó a continuar. Cuando Robian los alcanzó vio cómo
entraban en una pequeña cabaña… En su interior había una especie de caldero y
una mujer de nariz aguileña y ojos profundos, grises… algo desgarbada.
-Fíjate bien
Robian- le dijo Lucius al oído. Es Neren, mi madre. Es una bruja. Pero al
contrario de lo que todos creen no todas las brujas son malas, pequeño. Las hay
muy, muy buenas.
-Ayúdanos
Neren- le suplicaron aquellos desesperados padres.
-Sentaos- les
ordenó Neren. He de contaros algo queridos. Puedo regresaros a vuestro pequeño,
pero… hay condiciones.
-Lo que sea
Neren, por favor- le suplicó su madre.
-Los Trolls se
han llevado a vuestro hijo para quedárselo y daros a cambio otro chico
distinto. Les gusta cambiar niños. Lo han llevado a su guarida. Yo puedo
traerlo pero para ello he de hechizarlo. Olvidará todo lo que ha ocurrido. Lo
olvidará él y vosotros. No recordaréis nada de la existencia de nuestro mundo.
Viviréis sin magia. Seréis humanos normales. No recordaréis nada de la magia
hasta que Robian cumpla los dieciséis años. A esa edad, él estará preparado
para recordar. Volverá a creer y volverá a ver. Y cumplirá su destino.
En esos momentos
Lucius cayó al suelo… ¿muerto? Robian no podía creerlo, ¡Lucius había muerto!
Se abrazó a él desconsolado. Nadie lo veía ni lo escuchaba. Cubrió a Lucius con
su propia capa y sobre él lloró desconsolado como un niño. Entonces notó una
mano sobre él. Era una mano suave. Era Neren.
-Hola pequeño.
-¿Me ves?
-Mucho más que
eso Robian. Levanta la capa por favor.
Al hacerlo, Robian vio incrédulo como Lucius era ¡un bebe!
-¡Qué clase de
brujería es ésta!
Neren soltó una enorme carcajada. A pesar de su aspecto áspero y
feo era dulce en su mirada y cariñosa en sus gestos.
-Es brujería
buena. Yo te rescaté de los Trolls con un hechizo. A cambio tuve que hacer un
trato con la madre naturaleza y te convertí en mi hijo en un mundo paralelo. El
mundo de los sueños. En la tierra eres Robian. La tierra es un sueño. Nuestra
realidad es ésta aunque los humanos crean que es al revés. Aquí eres Lucius. Mi
hijo adoptivo. Creciste con tus padres, pero en agradecimiento a mí te pusiste
a mi servicio y te enseñé todo lo que sabes. Te convertí en el Mago del Tiempo.
Por eso naces, creces, envejeces y no mueres, sólo duermes, te recuperas y
vuelves a nacer. Tu trabajo es el más bello de todos. Regalas tiempo a los
humanos. Ellos son algo torpes y no siempre saben cómo utilizarlos. Pero tú te
encargas de que sean capaces de hacer millones de cosas al día y a la vez si
ellos quieren, si lo desean de verdad, pueden descansar, pasear, leer, reír,
compartir con su familia y sus amigos, dedicar tiempo al amor… Tú les regalas
el tiempo, querido Robian Lucius.
En ese instante
una mariposa de hermosos colores violetas y rosas se posó sobre Robian.
Depositó polvo de hadas sobre él y a continuación se alejó un poco
transformándose en una bella joven alada. Robian la reconoció de momento. Era
su amor, Serena. Su sílfide o hada protectora del aire que en su momento le
ayudó a volar al mundo sin magia y ahora… recordaba. Siempre había estado junto
a él cuando no creía en la magia.
Siempre había mariposas cuando cortaba leña. Siempre había una mariposa en su almohada junto a él al despertarse.
Siempre había estado con él. Y de pronto recordó. Recordó todo su mundo
anterior y se sintió grande y dichoso.
Le regalaría a
Micha y a todos los demás humanos algo más que un trozo de madera. Les
regalaría tiempo. Se sentía fuerte y con poder. Tenía dieciséis años. El
hechizo se había roto. Ya no envejecería en un solo día. Tenía toda una vida
por delante. Tenía todo el tiempo del mundo.
Violeta.