La Noche de San Juan

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Queridos lectores, este relato era para la noche de San Juan, ¡¡¡pero con los exámenes se me pasó!!! Pido disculpas y os dejo con este maravilloso relato de nuestra querida Violeta:



    El viejo José intentaba subir aquella cuesta vertiginosa, pero la cuesta crecía y crecía, se empinaba más y más conforme el calor aumentaba. A sus ochenta y cinco años era según sus propias palabras el hombre más feliz del pueblo. Bueno, tal vez ésa fuese una afirmación algo presuntuosa, pero lo que sí era cierto, era que cuando nuestro querido amigo llegaba con sus cántaros de agua a lo alto de la cima de aquella cuesta, su sonrisa era infinita.

     A pesar del calor asfixiante y de la edad de nuestro querido amigo, cada día él seguía llevando los cántaros de agua al molino como si en ello le fuese la vida. Más de una vez y de dos, algún que otro vecino había intentado convencerle para que instalase de una vez un sistema de riego apropiado, pero él siempre contestaba que cuando su cuerpo no estuviese por allí, que hicieran lo que tuviesen que hacer.

     Cada noche, después de cenar, el viejo José, como él  mismo se denominaba, acudía a la plaza del pequeño pueblecito donde residía y se sentaba en un banco rodeado de todos aquellos niños que querían escuchar sus historias. Noche tras noche les regalaba trocitos de vida y experiencias vividas que aquellos chicos absorbían como esponjas.

     “Bendito verano” pensaba el viejo José. Cuando el invierno llegaba le dolían todos los huesos sin excepción. Ahora en verano, había uno o dos que se quedaban como dormiditos con el calor y le permitían un descanso. Aquellos chicos no tenían colegio y podían acompañarle mientras él les relataba sus historias, la mayoría reales, algunas tal vez adornadas para crear expectación.

     Aquella noche era especial. Era la Noche de San Juan. En el ambiente ya se podía comprobar la euforia de la noche. Se preparaban las típicas fogatas que darían fuerza al sol durante el largo verano purificando a la vez a aquellos que las observaran.
    
     El viejo José sonreía con cierto carisma misterioso mientras dejaba descansar su agotado cuerpo en el banco que ocupaba cada noche de verano en la plaza. Los chiquillos del lugar que iban correteando de aquí para allá, al verle, se acercaron sin dudar. ¡Cuántas historias les había contado ya el anciano!

     El pequeño Arsenio, nieto de José, era uno de sus espectadores favoritos. Presumía ante todos de ser el nieto del “viejo José”. Adoraba ver como sus amigos se acercaban a escuchar a su abuelo y luego incluso comentaban algunas de sus anécdotas y sucesos.

     Aquella noche, mientras los adultos empezaban a preparar el tema de las fogatas, los niños se acercaron a nuestro amigo.

-          Abuelo- comenzó Arsenio- ¿por qué sonríes hoy así de raro?
-          Buena pregunta zagal. Ven, acércate. Esta historia es muy especial para ti, porque gracias a ella, hoy estás aquí.- le respondió el abuelo.
-          Vaya…

El niño se sentó junto a su abuelo y él empezó a relatar su historia.

-          Hoy es Noche de San Juan. Es una noche mágica, creedme. Hace muchísimo tiempo, cuando yo era un niño como vosotros, mi padre me contaba que en la Noche de San Juan la magia flotaba en el aire. Me hablaba de historias de adoración al sol, de pureza de almas, y sobre todo, mi favorita, sobre la leyenda de la Dama Encantada.
-          ¿La Dama Encantada abuelo?- preguntó un interesado Arsenio.
-          Así es pequeño. Se relataba la historia de una bella joven que en las noches de San Juan salía a peinar sus largos cabellos junto al arroyuelo que pasa entre las grutas. La leyenda decía que era una joven de una belleza inusual. Al parecer, su melena rubia retaba al propio sol. Hay quien decía que era una joven princesa, otros que era un aldeana… todos coincidian en que había vivido dolores de amor.
-          Seguro que todos estábais enamorados de ella – suspiró Claudia, otra chica del grupo.
-          Bueno, ninguno la habíamos visto en verdad. Sólo escuchamos hablar de ella. Aunque os aseguro que había amigos mios que intentaron verla, pero que yo sepa, ninguno lo consiguió… hasta aquella noche mágica…

El anciano se detuvo un momento para tomar aire y beber un poquito de agua. Sonrió al ver la cara de expectación de los chicos y se asombró un poco cuando se dio cuenta de que había dos o tres adultos que se habían unido al grupo y escuchaban igual de atentos que los pequeños. Decidió continuar con su historia, sabía que tenía poco tiempo, así que abreviaría un poco.

-          Bien, como os iba contando, era la noche de San Juan del año 1948. Yo tenía en aquella mágica noche veinte añitos en mi cuerpo y quizás algunos menos en mi cabeza -Sonrió recordando el momento-. Como otras noches de San Juan, mis amigos y yo hicimos una fogata enorme y nos divertimos durante toda la noche hasta que llegó la hora de recogernos, como solíamos decir. Pero mi padre era el encargado del Molino que hay sobre la cuesta. Había que subir agua porque la rueca del molino se había atrancado y el agua no giraba en la piedra. Así que después de dejar a mis amigos, cogí los cántaros y me dispuse a subir el agua para que a la mañana siguiente mi padre no me despertase a las cuatro de la madrugada.
-          ¿A las cuatro?- se extrañó otro chiquillo.
-          Para que os quejéis cuando os llamamos a las 8 para ir al colegio- le amonestó un padre.

De nuevo el viejo José comprobó que la audiencia iba aumentando y ahora había más personas adultas en el grupo. Él decidió continuar con sus recuerdos.

-          Cuando llegué con el agua al molino eran ya casi las dos de la mañana. La noche era calurosa y de pronto sentí una necesidad inmensa de ir al arroyuelo de las grutas. Mi idea era darme un baño y refrescarme un poco… pero entonces la vi. Sentada en una gran piedra a la entrada de la gruta estaba la mujer más hermosa que había visto jamás. Su cabello era largo, pero del color de la noche. Su piel sin embargo, competía con la claridad de la luna. Sentí algo dentro de mí que me empujaba a ella a pesar de que en aquella época yo era muy tímido. Al principio temí que se tratase de un espejismo. Luego recordé la leyenda de la dama encantada, pero en la leyenda se hablaba de una joven que peinaba sus rubios cabellos, y ella se trenzaba su pelo negro. Jamás he visto un espectáculo igual.

El anciano detuvo su relato y observó divertido como todos esperaban impacientes que lo continuase.

Torpemente me acerqué a ella y le dije un tímido “hola”. Ella no me contestó, me miró con sus grandes ojos e hizo un gesto de retirarse de la piedra.

-          “No por favor, no te vayas. ¿Quién eres? ¿Eres la dama encantada?

Su risa era igual de hermosa que ella.
-          Vengo desde lejos. Voy a un molino que hay por aquí cerca y me ha sorprendido la noche y el calor. No tengo dinero para hospedarme y me he quedado en estas grutas. Pero no vengo sola, mi padre duerme en el interior de la gruta.
-          ¿Vienes al molino?
-          Sí. Allí se fabrica la mejor harina de todo el condado y mi madre es panadera. Tuvimos un percance y nos ha cogido la noche. Mi padre quiere llevar mañana la harina a mi madre temprano. Nos han dicho que el molinero empieza a moler al alba.
-          Así es. Soy hijo del molinero.
-          De veras…

De nuevo, José volvió al momento, a la realidad, y a su público.

-          Tal vez no fuese lo más correcto, pero estuvimos un buen rato hablando. Hablamos de tantas cosas que no puedo repetirlas todas, pero en mi mente solo había una obsesión. Ese ser tan maravilloso sólo podía ser un espejismo o la auténtica dama encantada. Eso significaba que desaparecía con el alba y no volvería a verla jamás. Así que intenté que me regalase un beso. El único beso de amor que jamás recibiría pues mi corazón había quedado prendado en ella. Pero ella se negó. ¿Cómo osaba pedirle sus labios si acabábamos de conocernos?

El anciano volvió a sonreír con nostalgia.

-          Creí que mi vida se apagaba allí, presa de aquel amor que no podría continuar al día siguiente. Intenté acercarme a ella para convencerla, pero ella al verme se levantó del lugar donde estaba sentada. Con el agua del arroyuelo sus ropas se habían mojado y al levantarse, su vestido marcaba más de lo que esperaba. Con tal sorpresa y comportándome como un bobo, la miré a ella y no por donde pisaba. Me caí. Perdí el equilibrio en una piedra y me caí con tan mala fortuna que me golpeé en la frente y perdí el conocimiento.

El viejo José detuvo su relato durante un momento y todos contuvieron la respiración.

-          La mañana del 25 de junio amanecí tumbado en el molino. Nada más abrir los ojos tuve claro que todo había sido un sueño. Lo siguiente que noté fue una gran angustia porque me había dormido y mi padre se iba a cabrear mucho conmigo. Me senté en el catre y noté que me dolía la cabeza. Al llevarme la mano a la frente noté una especie de trapo. Justo en ese momento entró mi padre.


-          Hijo, por Dios, no te levantes. Anoche te diste un buen golpe en la frente. Has salvado la vida de milagro.
-          ¿Anoche? Oh, padre, anoche tuve el sueño más hermoso de toda mi vida. Soñé con la dama encantada.
-          ¡Pues sí que te diste fuerte zagal! Menos mal que mi amigo Carlos estaba cerca. Viene de vez en cuando con su esposa a recoger harina para su panadería.

(Oh, no. ¡Su esposa! ¡No había sido un sueño, pero ella mencionó a su padre, no a su marido! ¡Estaba casada! Me sentí morir.)
-          Mira- continuó mi padre – éste es mi amigo Carlos. Esta vez no ha podido acompañarlo su esposa y viene con su hija.

Todo el mundo contuvo el aliento.

-          Aún recuerdo ese momento. El aire volvió a entrar en mis pulmones cuando la vi entrar. Tan hermosa como la noche anterior, ¡no! ¡más hermosa aún! Sus grandes ojos que resultaron ser verdes a la luz del sol eran… cálidos e incitadores a la vez. Estaba enamorado. No había duda. Me había enamorado de una joven que yo pensé que era la dama encantada, pero el encantado era yo.

De nuevo el anciano hizo una pausa. Su nieto le miraba expectante.

-          ¡Sigue abuelo! ¿Qué pasó después?

-          Que me casé con él, por supuesto. Jamás había visto a un chico tan guapo y tan torpe- contestó su abuela que había ido a buscar a su marido.

Todos rieron de aquella ocurrencia. La anciana se acercó y besó al viejo José en los labios. Después, como si todos esperasen una explicación, se giró y terminó ella la historia.

-          Me cortejó y nos casamos. Curioso, ya llevamos sesenta y cinco años juntos. Todos sabéis que hemos tenido cuatro hermosos hijos y diecisiete nietos – añadió acariciando la cabellera de Arsenio.
-          Ahora – continuó él- como cada noche de San Juan, nos iremos un rato al arroyuelo, justo por detrás del molino. Molino al que por cierto sigo llevando los cántaros de agua. Gracias a ello la conocí.
-          Así es, viejo cabeza dura- añadió la abuela.

-          Y por siempre, mi querida Clara encantada. 


Violeta

Una Parada en el Camino

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     El viento arreciaba con fuerza y la lluvia golpeaba con furia el cristal delantero. Marisa casi no veía la carretera, el limpiaparabrisas no podía ir más rápido y la noche estaba cercana. Miró por el espejo retrovisor y se dio cuenta de que la pequeña Carolina se había dormido.

     Era absurdo continuar su camino en esas condiciones. Resultaba peligroso y además estaba algo perdida. Era imposible con aquél tiempo poder fijarse bien en las señales o en las bifurcaciones del camino. Podía ver los destellos del letrero luminoso de un hostal y notó un alivio inmenso. No le gustaba alojarse en lugares desconocidos, pero la tormenta aumentaba por momentos y era imprudente continuar en esa situación.

     Marisa detuvo el coche lo más cerca posible del porche que había en la entrada del pequeño hostal. Calculó que no debía tener más de cuatro habitaciones. Daba más la sensación de una gran casa que de un hotel aunque fuese pequeño. No quería dejar sola a Carolina en el coche. Sólo tenía dos años, era demasiado pequeña. Podía despertar y asustarse. Por ello, la cogió en brazos con sumo cuidado para intentar no despertarla a pesar del frío y del ruido exterior. La envolvió en una manta de viaje que llevaba en el vehículo y procedió a entrar en el hostal.

     Nada más cruzar la puerta sintió escalofríos. El lugar era bastante humilde y oscuro. Parecía un edificio bastante antiguo, o tal vez descuidado. Por la noche todos los gatos son pardos y estaba bastante oscurecido ya.

     Con precaución se acercó a un pequeño mostrador que se veía en la entrada y tocó una pequeña campanita. Que pintoresco. Acto seguido se escuchó un “¡Ya voy!” y lo que parecía el arrastre de unas babuchas por el suelo de terrazo. La poseedora de esas babuchas apareció a su vez. Una anciana cabizbaja se acercó a ellas y tras mirar primero a la pequeña y luego a la adulta, se colocó tras el mostrador.

-          ¿En qué puedo ayudarles? – les preguntó con su voz cansada pero dulce.
-          Necesito una habitación para pasar la noche. Nos sorprendió la tormenta y es imposible continuar con este tiempo. Me bastará con una cama grande. Mi hija y yo podemos dormir juntas.

La anciana asintió y abrió un cuaderno que tenía apoyado sobre el mostrador.

-          No hay ningún problema. Sólo tenemos otro huesped y ustedes. Si quiere, puede cenar con nosotros dentro de… digamos una media hora. Hay sopa.
-          Gracias, muy amable. Nos vendrá bien si consigo despertar a mi pequeña.

De nuevo, la anciana volvió a asentir y un hombre de unos sesenta años salió de la misma puerta de donde antes había salido la propietaria.

-          Este es mi hijo. Le indicará cuál es su habitación.
-          Gracias de nuevo. Cuando baje a cenar abonaré la habitación. Mañana queremos partir temprano.

Un nuevo asentimiento de la anciana dio por concluída la conversación por el momento.

Marisa comenzó a subir la escalera que daba a la planta superior. Sostenía con fuerza a su pequeña. El lugar era en verdad siniestro y temía que como si de una pelicula de terror se tratase, alguna mano negra emergiese de las sombras y le arrebatase a la pequeña Carolina.

Ya por fin a salvo en la que iba a ser su habitación, madre e hija pasaron al interior. El señor que les había subido la única maleta que portaba consigo no era muy hablador. Es más, cuando llegó a la habitación dijo un escuálido “Aquí es”. Acto seguido entregó la llave a Marisa y se marchó.

     Era una habitación pequeña pero parecía cómoda. Alguna mancha de humedad unida al olor característico de la misma, le confería un aire algo macabro unido al sonido de la tormenta del exterior. Pero al fin y al cabo era un refugio. Cogió el móvil para llamar a Raúl, su marido. No había señal. ¡Que mala suerte! Tenía que avisarle o él se preocuparía al ver que no llegaban.

     En eso que la pequeña se despertó y acaparó toda su atención. Se lavaría las manos y bajarían a tomar algo de esa sopa. Luego sería cuestión de dormir unas horas y marcharse lo más temprano posible. El lugar no le inspiraba demasiada confianza.

-          Carolina, quédate aquí sobre la cama. Ahora mismo regreso cariño. Mamá va a lavarse las manos y bajaremos a cenar algo.
-          Ena, hambe…

Tras el sólido argumento de la niña, Marisa entró en el baño. ¡Señor! Un alivio inmenso entró en su cuerpo cuando comprobó que a pesar de ser antiguo estaba realmente limpio. Menos mal. Las toallas no estaban recien colocadas, era obvio, pero se veían limpias. Con suerte, llevarían poco tiempo puestas. Sin pararse demasiado a pensar se lavó las manos y procedió a secarlas.

-          Bueno tesorito, vamos a cen… ¿Carolina? ¡Carolina!

La cama estaba vacía. No había rastro de la pequeña por ningún lado de la habitación y Marisa corrió despavorida al pasillo. Tal vez no había cerrado bien la puerta y su hija había salido al exterior. Los niños son inquietos por naturaleza. Nada. No había nadie.

Como si la vida le fuese en ello comenzó a gritar como una posesa pidiendo ayuda. Rápidamente, la puerta de al lado se abrió y salió un señor de unos cincuenta años. Su rostro mostraba el desconcierto al escuchar los gritos de la joven madre. El hijo de la dueña también subió de momento. Casi no se entendía lo que la joven decía, no paraba de repetir “¡Mi niña! ¡Mi niña!”, una y otra vez.

-          Señora, por favor, tranquilicese. Soy médico – le dijo el desconocido - ¿qué le ocurre a su niña?
-          Ha desaparecido. La dejé sobre la cama y no está. ¡He mirado por todos lados!
-          ¡Niña! ¡Qué niña!- gritó el hijo de la propietaria con su voz ronca.- ¡La he visto llegar este mediodía y venía sola!
-          ¿Qué? ¡Qué dice!- gritó Marisa desesperada - ¡Usted acaba de subir conmigo y con mi pequeña!
-          ¿Yo? – el hombre soltó una risotada desagradable- ¿Usted cree que esto es el Plaza? ¡Por Dios señora, aquí cada uno sube solito a su habitación! ¡Y usted sólo traía una pequeña maleta en las manos!

Marisa miró desesperada al extraño que había salido de la habitación de al lado.

-          Por favor, créame. Acabo de llegar hace un momento con la tormenta. He subido con mi hija, Carolina. Sólo tiene dos años. Hemos subido a lavarnos las manos y dejar la maleta. Él nos ha acompañado. Ahora íbamos a bajar a cenar.
-          Tranqulicese señora. Bajemos si quiere. Al llegar me registré, con usted habrán hecho igual. Aparecerá la hora y si alguien la acompañó.-

Bajaron de forma inmediata la escalera. La anciana estaba al pie de la misma. Sus piernas no le habían permitido subir al escuchar el alboroto pero sentía curiosidad por saber a qué venían tantos gritos.

-          ¡Mi niña no aparece! – le gritó Marisa a la anciana a bocajarro.
-          ¿Su niña? Perdone pero usted llegó sola este mediodía. A no ser que la metiese en esa maleta tan pequeña que traía para pagar menos.- argumento la señora de mala gana.
-          ¡Pero qué dice! ¡Acabo de llegar!
-          Usted disculpe señora. Soy mayor pero no amnésica. Usted llegó este mediodía. Tomamos sopa ¿recuerda? Incluso subió a asearse, luego bajó y me pagó el hospedaje. Me dijo que se iba mañana temprano. Y definitivamente, venía sola.
-          No puede ser, no puede ser.

El otro inquilino se acercó a ella y colocó una mano sobre sus hombros.

-          Por favor, siéntese un momento. Dígame, ¿se encuentra bien?
-          Vine con mi pequeña- lloraba la joven desconsolada.
-          Permítame la pregunta. ¿Le ha ocurrido esto anteriormente? ¿Ha ocurrido en su vida algún suceso desagradable hace poco?

Marisa le miró sin enfocar bien la vista.

-          ¿Qué tiene eso que ver?- preguntó enfadada.
-          Por favor, conteste mi pregunta. Soy médico, sé de lo que le hablo.
-          La hermana de Carolina… murió al nacer. Eran gemelas. ¡Gemelas! ¡Tengo fotografías!
-          Que Carolina exista en la realidad no quiere decir que la haya acompañado. Por favor, tranquilicese.
-          ¡Claro que me acompañaba! ¡Ibamos a casa de mis padres a pasar el fin de semana! ¡Juntas!
-          ¿Tiene alguna fotografía?

Marisa subió apresuradamente la escalera y cogió su bolso. Bajó al instante y ante todos sacó la billetera que desdobló a fin de enseñar una fotografía de ella junto a un señor de aproximadamente su misma edad.

-          ¿Ve…? ¡Oh, no! ¡Esta foto no es!

De forma nerviosa empezó a buscar, pero no había ninguna fotografía de la niña.

Abatida se sentó en uno de los escalones y se tapó la cara con las manos llorando de forma intensa.

-          Si le va a servir de algo le puedo mostrar el vídeo de su llegada. Tenemos cámaras de seguridad- aclaró de pronto la propietaria.

Una esperanza llenó a Marisa que saltó del escalón.

En unos instantes, la anciana rebobinó la cámara y en ella se veía a Marisa entrando en el vestíbulo con una maleta en las manos. Nada ni nadie más la acompañaba. En la esquina inferior derecha de la grabación aparecía el día y la hora. Día de la fecha, a las 14,30 horas.

Marisa creyó que el mundo se derrumbaba sobre ella. ¡Llevaban razón! ¡Había acudido sola! ¿Cómo era posible? De nuevo recordó a su marido. El móvil estaba en su bolsillo de cuando intentó contactar con él. Lo cogió y esta vez si dio el tono.

-          ¿Raúl?
-          ¡Marisa! ¿Qué te ocurre? ¡Llevo horas esperándote!
-          Estoy en el hostal “El cruce”.
-          ¿Qué? ¡Eso está a kilómetros de aquí!
-          Raúl, nuestra pequeña ha desaparecido.
-          Ya lo sé cariño. Tranquila.
-          ¿Lo sabes?
-          Claro mi vida. Ahora mismo voy y te ayudo a encontrarla. ¿Hay alguien contigo?
-          Sí, un doctor.
-          Pásame con él, por favor.

-          ¿Diga?- preguntó el médico al interlocutor.
-          Hola doctor. Por favor, disimule. Mi esposa y yo perdimos una hija hace un par de años y ella sigue pensando que la acompaña. Hace dos años tuvo un accidente de coche y nuestra pequeña Carolina murió. Desde entonces ya ha viajado varias veces a pequeños hostales y luego allí asegura haberla perdido. Está pendiente de ser ingresada en una clínica.
-          Comprendo. No se preocupe, yo la cuidaré hasta que usted llegué.

El doctor con toda la amabilidad del mundo pidió una infusión a la propietaria y se sentó junto a Marisa.

-          Tranquila, querida. Su marido está en camino. Todo se va a aclarar dentro de muy poco.
-          ¡No estoy mintiendo! ¡No miento!
-          ¿Se ha visto a sí misma en la cámara de seguridad?
-          ¡Sí! Sí…- añadió de nuevo abrumada y rota de dolor y angustia.

Una hora más tarde llegó Raúl, el marido. Un señor realmente amable y encantador. Con él traía una serie de documentos. Al parecer, para el ingreso de Marisa se necesitaba confirmar su comportamiento, presentar testigos. Este médico junto con las personas del hostal completarían las declaraciones recogidas hasta el momento. Una llorosa y conmocionada Marisa le esperaba. Tras una conversación entre el marido y el doctor, este último procedió a firmar los documentos.

Acto seguido, Marisa se recuperó de forma total. Sus lágrimas cesaron y aunque su rostro mostraba un gran dolor, la serenidad que de pronto sentía era palpable.

A continuación, el doctor sacó una placa del bolsillo de su chaqueta.

-          D. Raúl Gómez Martínez, queda usted detenido por el secuestro de su hija Carolina y por el intento de internamiento en una clínica psiquiátrica de su esposa, Dª Marisa León Fernández.
-          ¿Cómo? ¡No sé de qué habla!
-          Ya lo creo que sí. Tenemos infinidad de pruebas. Entre ellas, el documento que acabo de firmar. Puede usted guardar silencio o todo lo que diga podrá ser utilizado en su contra …

Marisa se acercó a él y le propinó una fuerte bofetada que resonó en toda la estancia.

-          ¿Cómo has podido?- le preguntó con la voz temblorosa.
-          ¿Desde cuándo lo sabes?- le contestó él sabiendo que había sido pillado en delito.
-          Empecé a sospechar de ti la tercera vez que me hiciste pasar por esta tortura. Además, la pequeña Carolina balbuceó el nombre de mi hermana y empecé a atar cabos. ¿Desde cuándo estáis juntos?
-          Desde antes de nacer las niñas. Lo siento Marisa, no quería que las cosas se complicasen tanto, pero estaba lleno de deudas y…
-          ¡Vete al infierno Raúl! Sólo espero que puedas vivir con lo que has intentado hacer.

La propietaria del hotel y el hijo de ella estaban infiltrados. Todo había sido un montaje. Marisa sospechaba de su marido desde hacía meses. Efectivamente hacía un par de años tuvo un accidente donde murió una de sus hijas, la gemela de su pequeña Carolina. Ella también tenía su propia gemela, su hermana Lourdes, que supuestamente presa de un ataque de dolor tras el accidente, se había marchado al extranjero.

Pero la realidad era bien distinta. Raúl y Lourdes mantenían una relación desde hacía casi tres años. Raúl iba a separarse de Marisa cuando descubrió que estaba embarazada. Pero con el tiempo, la combinación entre su situación económica y sus bajos instintos, le llevaron a planear algo horrible. En varios hostales de carretera, Lourdes llegaba primero, sola. Tras sobornar a los propietarios con una cuantiosa suma, esperaba a Marisa escondida en la habitación. Cuando ella llegaba, cogía en el primer momento posible a la pequeña y la escondía durante un rato. En el momento adecuado la devolvía a su madre, haciendo que su hermana pareciese una loca desquiciada que estaba trastornada por la pérdida de su otra hija.

La idea era declararla incapaz e internarla. A continuación, Raúl manejaría el dinero de la empresa que su esposa había montado y luego tal vez solicitaría la anulación matrimonial, o simplemente, conviviría con Lourdes y Carolina, sin más.

Pero Marisa había sospechado de tantos descuidos y había movido los hilos necesarios. Había contratado a un detective y habían descubierto el engaño. Este último alojamiento era un estudiado escenario en el que todo se había llevado a cabo con normalidad, ya que sabían que Raúl había instalado micrófonos y alguna cámara oculta. Él no debía sospechar nada.


Ahora, por fin, todo había acabado. De verdad.


Violeta

Resolución del Sorteo

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¡¡Buenas noches a todos!! Por fin ha terminado de subirse el vídeo de la resolución a Youtube, je, je. El sorteo lo hemos realizado mi hermano y yo y han entrado todos los participantes que dejaron su comentario antes de las 0:00 de la noche de ayer, 13 de junio. 

Bueno, no lo alargo más. El ganador ha sido Kmaxito del bosque. ¡¡Enhorabuena!!

Aquí os dejo el vídeo con el sorteo.

¡¡¡Muchas gracias a todos por participar y buena suerte para los próximos!!!



Entrada de un Niño de 9 Años

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¡¡Hola a todos!! Ya mismo obtendremos los resultados del sorteo. ¡¡Qué nervios!! Pero hasta entonces (tengo que llegar a casa porque voy a realizar el sorteo con ayuda de mi hermano), os dejo este bonito mensaje que me ha dejado mi querido hermanito de 9 años en mi correo electrónico:

Esperemos que todo vaya bien, hermanita, esperemos que salgamos bien en tu
vídeo. Ya que soy un niño de 9 años y no puedo tener cuenta de google, te lo
he tenido que mandar en el correo electrónico y no me he podido suscribir en
tu blog, te lo he mandado desde mi correo. Te quiero un
motooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooonnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnn.
Hasta pronto Encarni espero que nuestros grandes y amables blogueros sigan
blogueando de blog en blog.

Me ha dejado sin palabras. Simplemente asombroso. ¡¡Te quiero guapísimo!!

Cumpleaños Feliz, Blog!!

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¡¡Mi blog ha cumplido un añito!! Y para celebrarlo he realizado un sorteo para repartir unas cositas con vosotros. En el siguiente vídeo podéis ver los regalos que se llevará el ganador o ganadora. Por cierto, se me ha olvidado comentar en él que el premio es sólo a nivel de España y que hay de plazo para participar hasta el jueves de la semana que viene, día 13 de junio.

Espero que os guste y que disfrutéis de los regalitos.

¡¡Ánimo y adelante!!