El Asesino de los Números

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       La noche caía rápidamente e Isabel no daba crédito a sus ojos. No sabía que hacer, no recordaba cómo había llegado allí, solo podía observar aterrada el cuerpo que yacía sin vida al fondo del acantilado y la mancha de sangre que se veía extenderse más y más bajo él.

     Pero tal vez debamos retroceder un poco en el tiempo. Concretamente dos semanas antes, cuando la inspectora de homicidios, Isabel, fue llamada al despacho de su jefe, el Comisario Martínez.

- Isabel, tengo un nuevo caso para ti. Ha aparecido un cuerpo en el parque. Se trata de una mujer blanca, de cincuenta y cinco años. Aún no la hemos identificado. Aparentemente no muestra signos de violencia, no sabremos nada más hasta terminar la autopsia. Sus brazos estaban sujetos a la espalda y sostenían en ellos un trozo de cartulina de color azul con el número 4 escrito en él.
- Comisario, el hombre que encontramos en la biblioteca hace dos días tenía en sus manos un trozo de cartulina de color verde con el número 5.
- Así es. Por ello pienso que pueda tratarse del mismo asesino. Hasta no obtener la autopsia de este nuevo cuerpo y los resultados finales de la autopsia del caso de la biblioteca no podremos estar seguros de ello, pero pueden estar relacionados. Isabel, puede tratarse de un asesino en serie, y el tema de los números me preocupa.
- Si. Evidentemente, el número 5, luego el 4 ¿está contando hacia atrás? ¿Nos llevaran las pistas hasta donde quiere llegar? Me pondré ahora mismo a investigar.

     Isabel salió de Comisaría con su compañero, Luis. Luis era un hombre que estaba a punto de cumplir los sesenta años y que pensaba seriamente en la jubilación o en el paso a trabajos de segunda actividad. Le gustaba seguir pateando las calles, como siempre, pero su mujer, Flora, no dejaba de darle la coña una y otra vez. Ciertamente se estaba poniendo muy pesada. Sinceramente, Isabel agradecía el haber podido contar con la ayuda de Luis. Ella era joven y no la tomaban en serio al principio. Ya sí, había conseguido ganarse el respeto de sus compañeros al resolver tres casos de asesinato en los últimos dos meses.

     En breves momentos Isabel puso a Luis al tanto de la situación y llegaron al parque donde las fuerzas policiales habían llevado a cabo un aislamiento de la zona que habían de investigar. Los curiosos se arremolinaban en torno al cerco policial. Luis e Isabel traspasaron el mismo y llegaron hasta donde se encontraba el cuerpo.

     Isabel observó y miró detenidamente el cuerpo. Había algo raro en la postura de su cuello. Unos días antes habían descubierto un cadáver en la biblioteca. Se trataba de un joven de treinta y pocos años. Estaba tendido en el suelo, sin mostrar indicios claros de violencia.  Tenía las manos amarradas a la espalda con la cartulina y el número 5. La cartulina era de color verde. Encontraron restos de algo que podía ser “abono” en su estómago, así como una solución química en su sangre. Aún no tenían sospechosos.

     En este nuevo caso la cartulina era de color azul. Isabel notó como los labios del cadáver estaban azulados y efectivamente el forense le confirmó que parecía haber muerto ahogada. Tendrían que practicar la autopsia.
El teléfono sonó en ese mismo instante. Al parecer habían encontrado otro cuerpo. Ésta vez el cuerpo había sido encontrado en la parte trasera de una floristería. La propietaria del establecimiento había cerrado unos días por vacaciones y al volver lo descubrió. Estaba nerviosa y aterrorizada, al parecer no paraba de llorar. El cadáver era una mujer de cuarenta y pocos años. Tenía las manos amarradas a la espalda y en ellas sostenía una cartulina roja con el número 3 en ella.

     Cuando ambos compañeros llegaron a la escena del nuevo crimen comenzaron a examinar el cadáver. El forense llegó en ese mismo instante. En este caso realmente no se apreciaba nada extraño. Se podía decir incluso que el cadáver tenía buen aspecto, como si la hubiese maquillado para tal efecto.

     Estuvieron hasta tarde en el último escenario y por fin decidieron regresar a sus casas. Isabel dejó a Luis en casa y se marchó a la suya con toda la información que pudo requerir de todos los casos. Antes de marcharse había hecho varias llamadas y presionado en varias secciones de Comisaría. Necesitaba los resultados urgentes de las autopsias, la identificación de las victimas, necesitaba saber si había algún tipo de conexión entre ellos…

     Vivía sola. Al llegar a casa se desnudó y tomó un baño caliente. Se permitió el lujo de relajarse a conciencia. Se preparó una copa de vino que se tomó en la bañera y prácticamente se había quedado dormida cuando su mente traicionó su descanso y empezó a elucubrar. La primera victima tenía una cartulina verde y en la autopsia habían encontrado abono de plantas. La segunda victima tenía una cartulina azul y algo le decía que iban a encontrar agua en sus pulmones. Y la tercera tenía una cartulina roja y se encontraba en una floristería y maquillada. Parecía que el asesino quería jugar con ellos. Las cartulinas eran una especie de pista de cómo los mató, pero, ¿y los números? ¿Tenía el asesino pensado matar a cinco personas y por ello los números iban en orden decreciente? o tal vez, podría haber matado a más personas en otro lugar y ellos lo desconocían. Probablemente esa noche no dormiría mucho.

     A la mañana siguiente se levantó temprano y se dirigió a Comisaría. Efectivamente sus compañeros del laboratorio habían hecho muy bien su trabajo. En su despacho había un gran panel donde había colocado numerosas fotografías de todos los cuerpos, cartulinas, lugares donde fueron hallados, etc. Había que investigar a fondo para intentar encontrar un “modus operandos” y adelantarse al asesino.

     La victima número 3 había muerto envenenada por una especie rarísima de planta venenosa. La habían maquillado. Estaba “bella”. Sus labios de un rojo intenso tenían el mismo tono de la planta que había terminado con su vida.

     Ciertamente no sabían muy bien por donde continuar. Este asesino actuaba muy rápido, prácticamente no les dejaba margen. Según confirmaban las autopsias iba matando con un margen de muy pocas horas. Entre la primera victima y la segunda habían pasado cinco horas. Entre la segunda y la tercera habían pasado cuatro horas. Supuestamente en tres horas asesinaría a su siguiente victima que aparecería en algún lugar con las manos atadas a la espalda y una cartulina con el número 2.

     Y ni una sola pista más que a este personaje parecía gustarle o disgustarle, a saber, la naturaleza.
- ¡Juan! ¡Busca rápido los expedientes de detenidos relacionados con Medioambiente!
- ¿Estás segura Isabel? No vamos a encontrar más que personas que se han amarrado a árboles con cadenas o cosas así.
- No des nada por hecho. Busca. ¡Andrés! Busca todo lo relacionado con posibles asesinatos fuera de la región o del país con aparición de números, cartulinas de colores o cualquier otro símil con nuestros casos. ¡Rápido! Tenemos muy poco tiempo.

     Toda la oficina era un bullidero. De pronto Isabel recordó algo. Vagos recuerdos acudieron a su mente. Tímidos al principio, con energía posteriormente. Comenzó a recordar como de niña iba con su madre a la biblioteca y se pasaban horas en ella. Su madre eligiendo libros. Ella buscando novelas de misterio y asesinatos cuando su madre se despistaba. Recordó los largos paseos con sus padres por el parque, por el mismo parque donde había aparecido el cuerpo. Por último un vago recuerdo de un cumpleaños muy especial. Cuando cumplió la mayoría de edad un antiguo novio  le regaló dieciocho ramos de flores rojas. Todas rojas. Más que por un romántico Isabel lo tomó por un maniaco. Al poco tiempo rompieron la relación, pero ahí estaba el recuerdo. El asesino la conocía y muy bien. Era alguien cercano a su entorno y le estaba dando un mensaje directamente a ella.

     Siguió estrujándose el cerebro pensando en qué lugares habían podido tener importancia para ella. Había tantos. El Instituto, la Universidad, el mar, la cabaña del bosque, su antigua vivienda en el otro extremo de la ciudad…

     Prácticamente impulsada por un resorte recordó las horas de soledad mirando al mar. Su amiga Sonia tenía una casa en la playa y cuando podía se escapaba con ella algún fin de semana. La relación que tenía con Sonia era genial y cuando necesitaba pensar le pedía las llaves de su casita y se tomaba un descanso de todo lo que veía a diario en su trabajo. Ahora era el momento justo de hacer un paréntesis y pensar. Llamaría a Sonia y se dirigiría de inmediato a la casa del acantilado.

     Sin embargo una desagradable sorpresa la esperaba allí. Al llegar vio una furgoneta de abonos muy cerca del borde del acantilado. Que raro. Nadie se acercaba con vehículo por aquella zona, de todos era conocido que era peligroso acercar un vehículo pesado a la grieta del acantilado. Sin embargo, allí estaba. Su instinto policial le hizo acercarse con precaución pero evidentemente la llegada de su vehículo había alertado al invasor. Escuchó ruidos y corrió rauda hacia donde provenían. Sólo acertó a ver como un hombre caía al vacío. Durante una fracción de segundo su cuerpo se detuvo, pero su mente voló hacia desde donde se suponía que había caído el cuerpo… y entonces lo vio.

     Allí en la parte alta del acantilado había una figura. Parecía un hombre, grande, fornido que se alejaba corriendo del lugar para subirse a la furgoneta y emprender la huida. Rápidamente Isabel lanzó varios disparos al aire y cogiendo su móvil empezó a marcar para llamar a una ambulancia aunque desde donde había caído el cuerpo poco había que hacer. ¡Maldita cobertura! Conforme fue subiendo comprobó con alivio que empezaba a tener cobertura, pero a la vez, observó con fastidio como el intruso huía. Sin embargo pudo ver muy bien la furgoneta.

     En cuestión de menos de media hora el cordón policial se extendía e Isabel sentada al borde del acantilado comprobaba como el forense y los demás intentaban llegar hasta el cuerpo que estaba empezando a ser azotado por el mar. Pocas pistas iban a conseguir de aquí. Esta vez no había cartulina en el cuerpo. El asesino había sido sorprendido y no había podido terminar bien su trabajo. Probablemente su idea era dejar el cuerpo arriba del acantilado, no en el fondo del mismo. Si hubiese llegado unos momentos antes…
-¿Isabel?- Carmen llegó corriendo-. ¿Estás bien?
-No sé. Creo que va por mí Carmen. Todos los lugares de los asesinatos son lugares que he frecuentado en momentos importantes de mi vida. Si hubiese llegado antes lo habría pillado.
-O él te habría matado. ¡Venga! Investiguemos los datos de la furgoneta. ¿Cuánto tiempo tenemos?
-Muy poco. Por cierto… ¿Y Luis?
-Se ha tomado la mañana libre. Al parecer quería hacer varias cosas en casa.
-¿En pleno asesinato? Conozco a Luis, eso es muy raro.

Pocos minutos después Isabel recibía la llamada de Comisaría. La furgoneta había sido robada unos días antes de una empresa de Abonos. No habían denunciado su desaparición porque el propietario había cogido unas vacaciones y no se había percatado de que faltaba del almacén.

Mientras, el último cuerpo revelaba plaguicida en la sangre y por supuesto el mismo componente extraño. El laboratorio no era capaz de identificar totalmente el extraño elemento químico que aparecía en todos los cuerpos. Y de pronto recordó a Germán. Germán era amigo de su novio. Estaban casi siempre muy unidos, o al menos hasta que empezó a salir con Isabel. Era un genio con la química y adoraba las plantas. Tal vez él pudiera ayudarla con aquel caso. Le buscaría de inmediato.

Poniéndose manos a la obra empezó a buscar a Germán y descubrió asombrada que había llegado a trabajar como investigador bioquímico en una importantísima empresa del país. Decidió que era hora de acudir rápidamente en su búsqueda. Tenía muy poco tiempo. Por el camino a la empresa llamó de nuevo a Luis. No había contestación. Que raro. Luis no descolgaba el teléfono aunque estuviese descansando. No tenía sentido.

Pronto llegó a la sede Central de la Empresa que tenía su ubicación muy cerca de la comisaría. Con su identificación consiguió hablar con el Presidente de la misma.
-Siento molestarle, pero es de vital importancia que hable con Germán Suárez.
-¿Germán Suárez? Disculpe inspectora, el Sr. Suárez ya no trabaja con nosotros.
-¿Disculpe? Mis fuentes me han revelado que tenía un importante puesto en su empresa.
-Y así era, hasta que descubrimos que utilizaba los medios de la empresa en su propio beneficio y hacía experimentos e investigaciones dudosas.
-¿A qué se refiere?
-No podemos concretar con exactitud, pero he de informarla que el Sr. Suárez estaba trabajando en la elaboración de un compuesto químico muy potente que era capaz de multiplicar varias veces la fortaleza de las plantas, aumentar su crecimiento y la producción de las cosechas, etc.
-Y… disculpe mi torpeza. ¿Qué tiene eso de malo?
-El componente era tóxico para los humanos. Como usted comprobará no podíamos permitir que se comercializase. Varias pruebas realizadas dieron como positivo la alta toxicidad del componente. No ocurría nada en caso de ingerir un alimento abonado con este componente, pero si se consumía uno a diario, o varios dos o tres veces a la semana, a la larga producía envenenamiento.
-Dígame, si se diese a un ser humano este componente en altas dosis o directamente en sangre…
-Lo mataría instantáneamente.

Isabel no podía dar crédito a lo que oía. Germán acababa de convertirse en su sospechoso número uno. Pero, si era así, ¿por qué? Germán y ella siempre se llevaron bien. Lo recordaba como alguien muy centrado, tímido, introvertido, amable…

     No había tiempo que perder. Debía seguir la pista. Todo el departamento se puso a la caza y captura. Mientras Isabel siguió recordando… otro lugar… la cabaña del bosque parecía más apropiada que ningún otro. Tanto el instituto, la universidad, como su antigua vivienda estaban demasiado cerca de muchísimos edificios, había mucha gente alrededor y el asesino ya debía intuir que ella se acercaba. Lo había puesto nervioso al casi descubrirlo en el acantilado, no podía correr riesgos. Debía acudir a la cabaña, y debía hacerlo sola.

     Se puso en camino. Tenía muy poco tiempo, y solo una intuición. Cuando llegó a la cabaña vio huellas de neumáticos. Lo mismo había acertado teniendo en cuenta que aquel lugar estaba prácticamente desierto todo el año. Tenía que intentar acercarse sin ser vista. Se bajó despacio del coche y comenzó a caminar cuando de pronto notó algo extraño en sus pies, como si algo se enredase y de pronto notó un fuerte tirón y se vio elevada por los aires quedando cabeza abajo. Entonces lo vio, acercándose a ella despacio y sonriente se encontraba Daniel, su antiguo novio. Poco a poco comenzó a verlo todo negro y se desmayó.

     Cuando despertó estaba atada a una silla. A su lado, amordazado y amarrado se encontraba Luis. Su cabeza estaba gacha como si estuviese desmayado.
-Hola querida. Veo que ya estás de vuelta
-Dios mío Daniel, ¡qué significa todo esto!
-Tú eres la inspectora. ¿No te dice nada?
-¡No puedo creerlo! ¡Qué le has hecho a Luis!
-Bueno, mi víctima número uno tenías que ser tú, pero como lo veía improbable dado los acontecimientos y el poco tiempo que me dejaste tras verme en el acantilado tuve que acudir al plan B y pensé en Luis. No eras tú, pero sí alguien que te importa mucho, y al fin y al cabo, se trata de causarte daño. Podía ir por ti más adelante, cuando ya nadie sospechase nada.
-¡Estás loco! ¡No entiendo nada!
-Querida, tú me infravalorabas. Me tomabas por un loco en ocasiones ¿recuerdas? Igual que Germán, él y sus investigaciones. El pobre consiguió llegar lejos, tuvo una beca después de mucho esfuerzo y llegó a ser muy importante en una empresa, pero claro, sus investigaciones tenían que mejorar, sus esfuerzos tenían fallos y el muy imbécil decidió tirar la toalla con su trabajo cuando vio que era tóxico. ¡Con el dinero que se podía conseguir!
-¿Dónde está Germán?
-¿Y tú me lo preguntas querida? Lo viste esta mañana ¿recuerdas? Era el bultito que caía al mar.

Señor, con tantas prisas no había esperado que subieran el cuerpo y no había reconocido a Germán. No había pedido la identificación del cadáver.
-Suelta a Luís. Es un buen hombre que está a punto de jubilarse. Él no tiene nada que ver con todo esto.
-Ahora sí. Me ha visto la cara, es un sabueso viejo. Me buscará y la investigación no acabará con tu muerte. Estuve obsesionado contigo durante años Isabel. Tu recuerdo me perseguía, y tu mirada el día que me dijiste que no podías seguir conmigo. Jamás lo entendí. Y aunque suena tópico, si no estás conmigo, no estás con nadie.
-Muy bien Daniel. Acaba conmigo si quieres, pero por favor, deja a Luís libre.
-No querida.- la sonrisa de Daniel era pérfida-. Acabaré con ambos. Moriréis juntitos, que hermoso ¿verdad? Ya le he dado su primera dosis a Luís, se salvaría con una rápida intervención médica pero ambos sabemos que no va a ser así, además voy a inyectarle su segunda dosis, esta vez no lo dormirá, lo matará inexorablemente. A él le pondré el número 1.  A ti te pondré el 0 y te daré una hermosa cartulina con los siete colores del arco iris. ¿Verdad que soy romántico?

Daniel ya se acercaba a Luís con la jeringa en la mano pero no pudo llegar a inyectarla. A través de las ventanas y de la puerta de la cabaña entraron varios policías armados a la vez apuntando directamente a Daniel mientras otros corrían a liberar a Luís e Isabel.
-Creí que me conocías Daniel- susurró Isabel.- ¿De veras pensabas que iba a venir aquí sola? Y no sólo aquí. Un grupo de policías está apostado en la universidad, en el instituto, en mi antigua vivienda y a las puertas de tu casa. Pensé que me conocías mejor después del tiempo que estuvimos juntos. Nuevamente he comprobado que tenía razón al dejarte.
-Tú ganas esta vez querida. Pero tal vez la próxima vez sea diferente.
-Tal vez.

Tres días después se celebraba la fiesta de jubilación anticipada de Luís. No quería más sustos y temía más a Flora que a ningún psicópata.
-Lo has hecho bien compañera.
-Gracias amigo, te echaré de menos.
-Anda ya, ahora te pondrán a un compañero joven y guapo y ni te acordarás de mi.

Ambos rieron y se abrazaron. Sinceramente le daba igual que compañero tuviese a partir del día siguiente. Daba gracias por el compañero que había tenido hasta ese día. Le había enseñado mucho.

Mientras Luís y Flora se sentaban juntos en el sofá de casa.
-¿Lo conseguimos cariño?- preguntó Flora.
-Lo conseguimos mi amor. Nadie ha sospechado nada. Ni siquiera el tonto de Daniel se dio cuenta de que le habíamos robado la fórmula. Mañana saldremos del país, para empezar una nueva vida en la que vamos a ser muy, muy ricos…


Violeta

Objetivos de la Semana 15

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Seguimos mejorando nuestros hábitos alimenticios y por ello los objetivos de la semana son:
  • Comer dos piezas de fruta al día.
  • Comer verduras en las dos comidas principales.
  • Comer pescado tres veces a la semana.
  • Comer embutidos una o dos veces a la semana.
  • Comer un dulce al día como máximo (o chuchería o helado o bebida refrescante).
  • Beber 2 litros de agua al día.
  • Correr (trotar) o marchar a paso muy rápido 4 días de la semana durante 45 minutos.
  • Realizar otro tipo de deporte 2 días a la semana.
  • Hacer 3 series de 30 abdominales normales antes de dormir (o después de realizar el deporte).
  • Hacer 3 series de 20 abdominales oblicuos antes de dormir (o después de realizar el deporte).
  • Hacer 3 series de 20 abdominales bajos antes de dormir (o después de realizar el deporte).
  • Aplicar crema reafirmante después de la ducha (para evitar estrías y descolgamientos).
  • Dormir al menos 8 horas al día.
Esta semana nos limitaremos a controlar la cantidad de embutidos que digerimos puesto que, aunque no nos demos cuenta, éstos tienen una gran cantidad de grasa y sales que no son nada beneficiosos para la salud. Con esto no digo que no se puedan comer, sino que hay que moderar su consumo.

Siempre hay que recordar que hay que comer de TODO, ya que todas las comidas aportan un tipo u otro de nutrientes en cantidades menores o mayores, lo único que hay que tener en cuenta son los que hay que comer muchas veces a la semana y los que hay que moderar.

Con esto dicho, ¡¡ÁNIMO Y ADELANTE!!

Objetivos de la semana 14

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Como ya llevamos bastante bien la parte de practicar deporte, nos centraremos un poco más en la parte de la alimentación, pero realizando siempre cambios pequeños para que no nos cueste trabajo llevarlos a cabo.

Por ello los objetivos de la semana son:
  • Comer dos piezas de fruta al día.
  • Comer verduras en las dos comidas principales.
  • Comer pescado tres veces a la semana.
  • Comer un dulce al día como máximo (o chuchería o helado o bebida refrescante).
  • Beber 2 litros de agua al día.
  • Correr (trotar) o marchar a paso muy rápido 4 días de la semana durante 45 minutos.
  • Realizar otro tipo de deporte 2 días a la semana.
  • Hacer 3 series de 30 abdominales normales antes de dormir (o después de realizar el deporte).
  • Hacer 3 series de 20 abdominales oblicuos antes de dormir (o después de realizar el deporte).
  • Hacer 3 series de 20 abdominales bajos antes de dormir (o después de realizar el deporte).
  • Aplicar crema reafirmante después de la ducha (para evitar estrías y descolgamientos).
  • Dormir al menos 8 horas al día.
Empezaremos por el pescado que es lo que más cuesta (je, je) y luego iremos metiendo los demás hábitos de comida saludable. 

¡Ánimo y adelante!

Un Globo, Dos Globos, Tres Globos

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     Para aquellos que tenéis más de cuarenta años no sé si recordaréis un programa infantil que se llamaba como este microrrelato. Para los que tenéis menos edad o simplemente no lo veíais os recuerdo que era una cancioncilla pegadiza que decía algo así como “Un globo, dos globos, tres globos… la luna es un globo que se me escapó. Un globo, dos globos, tres globos… la tierra es el globo donde vivo yo”.

     Si os soy sincera, yo ya no recuerdo de qué iba exactamente el programa, sólo que lo veía a veces cuando era muy pequeña y ya he superado los cuarenta. ¿Empezaré a tener lagunas de memoria? Lo cierto y verdad es que esta historia no está relacionada para nada con aquel programa. Pero bueno, que me enrollo, os cuento…

     Cuando Ana era pequeña intentaba ayudar en lo posible a su madre. Eran familia numerosa, tenía algo así como nueve hermanos. Ciertamente en esa familia se veía poco la televisión, ya me entendéis, y como la economía era limitada para pagar un gimnasio, pues ala, a hacer deporte sano y divertido aunque no económico, porque imaginad el gasto que puede suponer criar y educar a diez hijos (y eso antes de la subida del IVA, ahora ni te cuento). Lo cierto y verdad es que la joven Ana veía como su madre terminaba agotada cada día  e intentaba ayudar en lo posible.

     Al ser la más pequeña se sentía dichosa y cabreada a la vez. Dichosa porque no tenía las obligaciones de sus hermanos mayores y a la vez todos le sonreían durante todo el tiempo. Tanto era así que la pobre llegó a pensar en más de una ocasión que su cara debía ser “rara” porque cuando sus hermanos o sus padres la miraban, automáticamente le sonreían, como si de un tic nervioso se tratase. Lo mismo tenía una cara de risa, vete tú a saber.

     Aunque os parezco tercermundista, no hace muchos años, la leche ya se envasaba y podía adquirirse en tiendas o supermercados, pero también existían, sobre todo en los pueblecitos pequeños como el de Ana, las llamadas lecherías. No es que fuese una leche ir a ese sitio, para nada. Simplemente algunas familias se ganaban la vida cuidando vacas, tenían las llamadas vaquerizas, donde prácticamente todos los miembros de la unidad familiar con más de tres años cuidaban, alimentaban y posteriormente exprimían a las vacas para que éstas le diesen su maravillosa leche. Esta leche recién ordeñada se vendía a la gente del resto del pueblo. Se llenaban las llamadas “lecheras” que tenían por lo general uno o dos litros de capacidad ya que la leche se hervía en casa y había que proceder a gastarla en veinticuatro horas, más o menos.

     Ana cogía su lechera e iba a casa de su vecina, tres calles más lejos de la suya. Por el camino iba cantando y haciendo una especie de movimiento esquelético, algo así como si le hubiese dado un ataque de algo mientras tarareaba lo último musical que había escuchado, no sin mucho éxito por cierto. Al llegar a casa de su vecina esperaba pacientemente tras una cola de mamás y algunas hijas ya mayores. A Ana le sorprendía mucho que casi nunca hubiese hombres, tal vez ellos no bebían leche, su padre desde luego prefería la cerveza, sin duda.

     Mientras esperaba escuchaba comentarios de todo tipo. Desde consejos de cocina, colada… hasta lo bueno que estaba el nuevo que había llegado de no sé que sitio que era muy grande y que estaba para comérselo. No entendía cómo aquellas jóvenes que tenían aspecto tan normal podían ser caníbales. Cuando llegaba su turno era la misma cantinela cada día…

-Hola Anita querida. -qué manía tenía aquella señora, no era tan pequeña para que la llamara Anita, y desde luego no creía que su vecina le tuviese tanto aprecio como para llamarla continuamente querida. Pero su madre la había enseñado a ser educada.
-Buenos días señora Hortensia. -Otra cosa que no entendía, como una señora tan fea podía tener el nombre de una flor tan bonita.
-¿Dos litros como siempre? Sinceramente no entiendo como siendo tantos como sois no os lleváis más leche.
-No lo sé señora Hortensia. Yo me llevo lo que me dice mi mamá. Y tenemos bastante, mi mamá y mi papá no toman leche, y todos mis hermanos toman sólo un vasito pequeño por la mañana, menos mi hermana Laura que siempre está intentando quitarle la leche a todos porque dice que si bebe mucha leche le crecerán mucho las tetas y Carlos Rodríguez querrá meterle la mano, o algo así.

Por supuesto las risas de todos los allí presentes estaban aseguradas y el cotilleo pertinente también. A pesar de que Ana era reprendida casi cada día por aquellas afirmaciones, ciertas todas ellas, no podía evitar seguir haciéndolas ya que no estaba bien mentir, o al menos eso le decía muchas veces su padre. Curioso, ya que ella le pillaba por lo menos dos o tres mentirijillas cada día. Pero en fin, ¿quién entiende a los mayores?

Y así iba pasando el tiempo. Ana iba creciendo y le llegó el momento de ir al colegio. ¡Qué aventura! ¡Qué ilusión! Su madre le arregló los vestidos más bonitos de sus hermanas, no todos le servían porque Ana era un poco más gordita que ellas, pero sin duda su madre hacía milagros con la aguja y el hilo. Por fin iba a ir al Cole, aprendería muchas cosas y sería maestra de mayor. Era su gran sueño. Tendría muchos amigos y cuando fuese a la lechería no se reirían más de ella.

Pero me temo que nuestra querida Ana tenía la sutileza de un elefante en una tienda de porcelana fina. No es que fuese torpe, es que tenía movimientos tan ágiles que no se sabía a ciencia cierta si caminaba, saltaba, corría o simplemente sin saber muy bien cómo ni por qué se estampaba contra algo. Es más, su madre siempre le decía que de mayor sería gimnasta y llegaría a las Olimpiadas, porque esos movimientos eran olímpicos.

Su primer día de clase tropezó al entrar ya que no vio el pequeño escaloncito que había. Para su desgracia se topó de bruces con el suelo mientras los otros niños se reían a mandíbula batiente. Repitió la operación en el recreo de clase manchándose el vestido con el único charco que probablemente hubiese en todo el centro escolar. La noche antes había llovido algo y la tierra del patio estaba algo húmeda aún, con lo cual el efecto fue deslumbrante. La pobre Ana con su vestido nuevo parecía una especie de mancha marrón andante. Su madre le había cogido dos coletas tan tirantes que parecía que los ojos iban a darle la vuelta completa a la cabeza y sonreía como una tonta todo el rato porque no podía cerrar la boca. Pobre Ana. Vaya día.

Sin embargo no todo fue malo ese primer día. Le encantó el Cole. Disfrutó con todo lo que hicieron. Admiraba a su señorita como todos la llamaban. Era alta, delgada, tan guapa… hablaba muy bien y sus movimientos eran como de mariposa o de hada. Algún día ella también sería así y ya no se caería más ni se volverían a reír con ella. Entonces haría muchos amigos como su hermano Juan  y tendría muchos novios como su hermana Laura. Sí señor. Se iban a enterar todos.

Con esta decisión tomada llegó a casa y ni corta ni perezosa se dirigió a su habitación, compartida eso sí con tres hermanas más, pero bueno, eso es otra historia. Quería aprenderlo todo y quería aprenderlo ya. No escuchó las reprimendas de su madre por el desastre del vestido ni le importó que al día siguiente curiosamente su madre le pusiese un chándal heredado de su hermano Enrique en lugar de un bonito vestido. Eso sí, volvió a repetir lo de las coletas aunque consintió aflojarlas un poco poniéndole horquillitas de colores. Ciertamente Ana era una niña muy linda con grandes ojos curiosos y con un intenso color sonrosado en las mejillas.

Nuestra pequeña fue creciendo. No tenía tantos amigos como su hermano y no había conseguido tener un solo novio quitando un beso en la mejilla que le dio un día su compañero Pablo, así sin más, a traición. Todos se rieron en la clase menos ella que pasó mucha vergüenza. Por lo visto querían comprobar si al besarla se transformaba en rana porque decían que más que andar, saltaba. (A veces los niños pueden ser un poquitín crueles).

Ana terminó el colegio y pasó al Instituto. Momento decisivo aunque pocas cosas cambian, viene a ser más o menos lo mismo, sólo que los niños ya son algo mayores y sus picardías llevan una mijita de más mala leche incorporada. Su madre repitió costumbre de prepararle un bonito vestido para su primer día. Ella fiel a si misma repitió la operación no cayéndose a la entrada pero sí derramándose el batido que llevaba para media mañana. Esta vez al menos no estaba con totales desconocidos, ya que la mayoría de sus compañeros de colegio estaban allí con ella, unos en su clase y otros en otras colindantes del mismo curso, pero al fin y al cabo, todos juntos en aquel patio de “recreo”.

Ana había engordado un poco desde su niñez. Su cara seguía siendo aniñada. Sus ojos ahora se manifestaban hermosos, verdes, con forma almendrada. Tenía muchas pecas sobre su blanca piel y su pelo tenía un extraño color anaranjado. Sus compañeros de instituto que eran tan encantadores como sus compañeros de colegio le pusieron el bonito nombre de zanahoria saltarina. Lo de zanahoria era por el pelo. Lo de saltarina era una bromita porque se caía mucho pero en deporte era algo negada y no saltaba nada. Un día el profesor de deporte llegó a preguntarle si quería que pusiese un charco delante del potro, tal vez así consiguiese saltar el potro para caer al charco.

Pero Ana perdonaba todas esas cosillas a cambio de lo que disfrutaba con las clases. Sus notas eran inmejorables. Leía cada libro que caía en sus manos. Disfrutaba de cada documental, tenía un afán inmenso de aprender y además quería enseñar. Qué maravilloso es el saber.

Había ganado unos kilos más en el Instituto. Eso sí, ya no tropezaba tanto, ahora sólo tropezaba un par de veces a la semana, más o menos. La cosa mejoraba. Los deportes seguían dándosele igual de mal, pero el resto de las asignaturas eran pan comido. Aún no tenía claro lo que quería estudiar de cara a la Universidad, pero tenía todas las posibilidades que quería. Con los chicos era otra cosa. Era simpática y desenvuelta, pero los chicos la veían como una chica con el pelo zanahoria y algo torpe. O al menos casi todos. Gustavo, uno de sus compañeros de Instituto siempre decía a los demás que se equivocaban con ella, que esa chica tenía talento natural y que era mucho más bella que muchas de sus compañeras de clase. A Gustavo le gustaba la fotografía, siempre llevaba una cámara de fotos y fotografiaba desde el amanecer hasta una mancha que se encontrase y pudiese tener alguna forma extraña. Veía el mundo a través de su cámara y la cámara adoraba a Ana. La había fotografiado en pleno vuelo cayendo en alguno de sus tropiezos, cuando meditaba y sin pensarlo se metía en la boca la punta del lápiz, cuando se colocaba el pelo detrás de la oreja… Tenía infinidad de fotografías de Ana.

Finalmente Ana decidió que no quería hacer magisterio. Siempre le gustó lo de llegar a ser profesora, pero los chicos habían sido algo crueles con ella y sinceramente su curiosidad por todo era enorme, quería investigar, con lo cual decidió hacer algo relacionado con la bioquímica y a ser posible, investigar sobre ello. Ahí dejó de ver a Gustavo. La verdad es que este chico le caía bien porque siempre había sido amable con ella, pero él había decidido convertirse en  fotógrafo profesional. Por supuesto había prohibido a Ana el paso a su estudio. Tenía miedo de que tropezase con tanto cable y le destrozase el negocio.

Ana  empezó a estudiar bioquímica. Una parte de ella estaba feliz, otra parte de ella se lamentaba de sí misma y no entendía el porque de su físico. Sus hermanos eran altos, esbeltos, hermosos. Sus hermanas podían perfectamente pasar por modelos si se lo proponían. Pero ella en cambio tenía aquel color de pelo, era alta, medía casi un metro setenta, pero tenía sobrepeso y las horas sentadas para estudiar no ayudaban mucho. Tenía amigas en el gimnasio, pero ella no podía permitirse pagar uno y además no pensaba quitar horas a su estudio. Sin embargo, a veces la vida es juguetona y el destino nos da a elegir opciones.

Ana ya estaba preparando su proyecto de fin de carrera. Realizaba su último curso en la Universidad y tenía incluso ofertas de algunas empresas que habían quedado deslumbradas con su trayectoria. Mantenía el contacto con compañeros del Instituto y tenía amigos en la Universidad. Por fin nadie se burlaba de ella, simplemente la aceptaban tal cual.  Una tarde al salir de las clases entró a tomarse un café con un grupo de compañeras en un cibercafé cercano. Se sentaron en la mesa y por supuesto todas pidieron su infusión o su café, excepto Ana, que pidió su helado de tres bolas con nata, sirope y caramelo. Adoraba los helados de ése lugar. Cuando empezaba a saborearlo notó que para variar se había manchado la blusa. Puso su típica expresión rara, prácticamente bizca  y empezó a oír las risas de sus amigas prácticamente a la vez que notaba el flash de una máquina de fotos. Al girarse vio asombrada a Gustavo ante ella sonriéndole.

-¡Gustavo!

Corrió rauda a abalanzarse sobre él, le alegraba enormemente verlo, eso sí, en su ímpetu terminó arrojándose con demasiada fuerza y el pobre Gustavo casi cae al suelo. Suerte que Ana era previsible y le dio tiempo a soltar la cámara en una mesa antes del impacto.

-¡Ana, por Dios! -parecía enfadado, pero nada más lejos de la realidad. Sus ojos y su sonrisa evidenciaban que estaba encantado de que aquella jovencita siguiese siendo exactamente igual que en el Instituto a pesar de estar a punto de graduarse como bioquímica.
-¡Que alegría verte Gustavo! ¿Cómo estás? No se nada de ti. ¡No me has enseñado tu estudio! ¿Has hecho alguna exposición?
-¡Para ya torbellino Ana! Veamos, yo también me alegro de verte, estoy bien, siento no haber tenido mucho tiempo libre pero he trabajado mucho, tengo que hacerte una proposición  y si la aceptas verás mi estudio y estoy preparando mi primera exposición. ¿Alguna pregunta más sabihondilla? Por cierto, me alegraría horrores que me dejases respirar.
-OH, lo siento. -Ana se dio cuenta de que aún no lo había soltado mientras digería todo lo que él le había dicho- ¿Qué proposición es ésa? Por favor, ven y siéntate con nosotras.
-Ana cariño -habló una de sus amigas-, nosotras hemos de irnos ya. Tenemos exámenes que preparar y creo que te dejamos en muy buenas manos -y dicho esto guiñó un ojo a Gustavo-. No nos habías dicho que tenías un amigo tan guapo. Veo que tenéis mucho de que hablar y necesitas desconectar un poco. Luego nos vemos. Hasta otro día Gustavo.

De esta forma ambos se sentaron en la cafetería y hablaron durante horas. Ana le contó lo bien que le iba y los proyectos que tenía. Gustavo le habló de que había trabajado mucho y por fin había comenzado a hacerse un nombre. Y ahí estaba el motivo de la proposición.

-Quiero que me dejes fotografiarte  para mi exposición.
-Supongo que bromeas ¿verdad? -De pronto Ana se puso seria-. Creí que el tiempo de las bromas se había terminado. ¿Me has mirado bien? Sigo teniendo el pelo zanahoria ¿recuerdas? Y lo mismo te desmonto el chiringuito.
-Ana, en serio. Tengo fotografías tuyas en mi estudio. Sé que debí pedirte permiso para ello, pero… Me gustaría hacerte fotos más profesionales. No te quitaré mucho tiempo, es más, puedo esperar que termines tus exámenes. Necesito ayuda para la exposición y tú nunca me has fallado.
-Bien… mientras no quieras fotografiarme desnuda. No creo que la sociedad humana esté preparada para ver mi maravilloso físico al descubierto.
-¡No seas así! ¡No te pega Ana! ¿Qué te ha pasado desde que no te veo? ¿Te has mirado en el espejo? ¡Eres una belleza!
-Una belleza gorda.
-Una belleza sin más. Por favor, acepta mi proposición.
-De acuerdo, pero asegura antes el estudio.

Tres meses después Ana se colocaba un bonito vestido rojo que se pegaba a su cuerpo. Había adelgazado un poco durante el verano. Había decidido poner en práctica lo que sus estudios le habían enseñado y a la vez llevar una vida un poco más sana. Salía a caminar varios días a la semana. Cuando la gente la veía la miraba extrañada porque llevaba coderas y rodilleras para ir a caminar. No se ponía casco porque iba a ser excesivo. Sinceramente, nunca se sabe cuando se puede tropezar y era conveniente tomar precauciones. La diferencia ahora era que ella había aprendido a “pasar de la gente”.

Un mes antes había hecho las fotografías con Gustavo, pero él no le había dejado verlas. Ahora se preparaba para asistir a la exposición. Se moría de vergüenza pero sabía que no podía fallarle a su amigo. Así que ese día hizo una excepción, se colocó tacones (aunque no muy altos) y se permitió el lujo de comprarse un hermoso vestido rojo que le sentaba divinamente. Aún tenía sobrepeso, pero realmente ése vestido la hacía verse guapa. Se maquilló ligeramente y se recogió el cabello en un moño que le daba un aire sofisticado. Se veía bien. Muy bien por cierto. ¿Quién iba a decir que el rojo y el naranja del pelo no iban a desentonar?

Fue acompañada por sus compañeras de Universidad y por su hermana Laura. Nada más llegar quedó total y absolutamente impresionada. Su amigo le había hablado de que iba a introducir varios temas en la exposición. Pero no le dijo que ésta iba a ser monotemática en cuánto a la parte humana. Había un gran cartel anunciador de la exposición  con el título de la misma. La exposición constaba de tres salas. El título de la exposición era “Un globo, dos globos, tres globos”.

  En la primera sala titulada “Un globo” Gustavo trataba el tema del Planeta Tierra. Fotografías hermosas e increíbles de varios lugares del Planeta a diversas horas del día. Él ya le había comentado que había viajado mucho y había fotografiado todo, y no la había engañado. La segunda sala, “Dos globos”. Trataba sobre la Luna. Estaba repleta de fotografías del firmamento, puestas de sol, fotografías de la luna, cambio de luces, las estrellas… La tercera sala, “Tres globos”. Nada más entrar en la exposición había un mensaje del autor.

“Mi inspiración son tres puntos. El Planeta donde resido, su satélite que me inspira y mi querida y adorada amiga Ana. Ella siempre dice que parece un globo porque está obsesionada con su peso. Espero haber conseguido plasmar en las fotografías que van a ver a continuación como la veo yo.
Aprovecho para darles a todos las gracias por su asistencia y por favor, Ana, no dejes de hablarme después de terminar de verla. “
Saludos. El autor.
Gustavo Méndez.

Nada más entrar en la sala Ana comprobó como ordenadas cronológicamente había una serie de fotografías de ella. Había fotografías del Instituto, en unas se la veía cayéndose, o con manchas, en otras se la veía pensativa con una hermosa luz al fondo. En todas ellas se la veía hermosa y natural. Hasta en las que estaba en un apuro se la veía en su elemento. En la sección central de la sala se veía a la misma persona más sofisticada,  posando en una sesión de fotografía, maquillada y peinada. Deslumbrante. En la última sección se la veía vestida de calle, paseando tranquilamente, sentada en un parque o mirando a la luna desde una terraza.

Ana se sintió desfallecer. Jamás nadie la había visto así, al menos que ella supiese. Ni siquiera ella misma. La mujer de aquellas fotografías era realmente hermosa, y era ella, pues quitando la sección central donde estaba maquillada, peinada y con ropa adecuada para la ocasión, en las otras secciones era ella tal cual, en su día a día y sin embargo allí estaba, una mujer que disfrutaba de la vida.

Por primera vez en su vida se aceptó a sí misma tal y como era y se gustó realmente. Sus amigas y su hermana no daban crédito a lo que veían. Parecía una modelo de alta costura en cada fotografía. Irradiaba fuerza y vitalidad.

-Ana, espero que no te hayas enfadado conmigo -susurró Gustavo a sus espaldas.
-Eres tonto… -le susurró ya que notaba con horror cómo se había emocionado y había empezado a llorar. Sin pensarlo se abrazó a él dándole igual tirarlo al suelo, pero él ya estaba preparado.
-Gracias Gustavo.
-No. Gracias a ti.

En el futuro Ana no dejaría de recibir ofertas para trabajar de modelo. Todos querían que representase sus cosméticos o  su ropa. Pero Ana se dedicó a lo que le gustaba, la bioquímica. Quería hacer mucho, investigar muchos campos, y a la vez quería ayudar a las chicas que como ella tuviesen problemas con el peso y no tuviesen la inmensa suerte que había tenido ella de contar con su amigo Gustavo. A su vez, Gustavo se hizo famoso. Sus fotografías eran muy apreciadas y consiguió un gran éxito. Aseguró su estudio porque Ana lo visitaba muy a menudo. Nunca se enfadó con él por haberla llamado “globo”, ni tampoco se  enfadó con él por enmoquetar el suelo y colocar protectores en las esquinas.


Violeta 

Las Medidas

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Ancho de espalda: desde el extremo de un hombro hasta el del otro.


Largo de talle: desde el hombro junto al cuello hasta el centro de la cintura.


Altura de hombro: desde el extremo del hombro hasta la cintura.


Contorno de cintura: rodeando la cintura.


Largo de talle delantero: desde el hombro junto al cuello hasta la cintura pasando por la parte más saliente del pecho.


Contorno del cuello: rodeando el cuello por la parte más baja.


Contorno del pecho: rodeando el pecho y añadiendo 4 centímetros.


Contorno de sisa: rodeando el hombro.


Largo total de la manga: desde el hombro hasta la muñeca pasando por el codo y teniendo éste doblado.



Contorno del brazo: rodeando el brazo por la parte alta del bíceps.


Contorno del codo: rodeando el codo manteniéndolo doblado.

                                      

Contorno de la muñeca: rodeando la muñeca.


Altura de la cadera: desde la cintura hasta la parte más saliente de la cadera.


Contorno de cadera: rodeando la cadera.


Largo de falda: desde la cintura hasta el largo que se quiera.


Largo total: desde el hombro junto al cuello hasta el largo que se quiera.


Objetivos de la Semana 13

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Comenzamos nuestro cuarto mes del proyecto salud y lo hacemos con muchas más ganas que con las que empezamos, ya que hemos mejorado ¡¡muchísimo!!

Por ello los objetivos de la semana son:
  • Comer dos piezas de fruta al día.
  • Comer verduras en las dos comidas principales.
  • Comer un dulce al día como máximo (o chuchería o helado o bebida refrescante).
  • Beber 2 litros de agua al día.
  • Correr (trotar) o marchar a paso muy rápido 4 días de la semana durante 45 minutos.
  • Realizar otro tipo de deporte 2 días a la semana.
  • Hacer 3 series de 30 abdominales normales antes de dormir (o después de realizar el deporte).
  • Hacer 3 series de 20 abdominales oblicuos antes de dormir (o después de realizar el deporte).
  • Hacer 3 series de 20 abdominales bajos antes de dormir (o después de realizar el deporte).
  • Aplicar crema reafirmante después de la ducha (para evitar estrías y descolgamientos).
  • Dormir al menos 8 horas al día.
Los cambios son que ahora correremos un día más de la semana y en los dos días que realizaremos otro tipo de deporte puede entrar la hora de andar que llevábamos haciendo hasta ahora.

¡¡Ánimo y adelante!!

El Origen del Perdón

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Ésta que les escribe no es en realidad escritora como ya habrán supuesto los que de ustedes hayan leído mis relatos. Desde niña me gustó escribir, inventar historias, y me temo que en el propio colegio, desde niña me animaban a hacerlo. Recuerdo como cursando mi octavo curso de primaria, lo que antes era octavo de EGB pasábamos la última hora de clase de los viernes leyendo redacciones y al final de toda la clase, yo leía un pequeño cuento o hacía una redacción sobre algo que compartía con mis compañeros.

     Admiro a las personas que son capaces de mostrar con palabras un mundo completo y pueden incluso hacernos sentir un olor, color o sentimiento.

     Hace unos días  leí en este blog un artículo que escribió su autora relacionado con el perdón hacia nosotros mismos. Esta muchacha a pesar de ser joven tiene en su haber una experiencia y una sabiduría muy importantes para su edad. Es una persona que ha pasado por muchos baches y vicisitudes. Curiosamente ella se considera un ser débil, pero curiosamente a la vez ha demostrado más de una  y dos veces ser mucho más fuerte de lo que ella misma cree.

     En este artículo que ha escrito manifiesta muy bien algo que no todos somos capaces de hacer, perdonarnos a nosotros mismos, ya que es el primer paso para poder a su vez perdonar a los demás. Sólo de esa forma se puede llegar a conseguir liberar el alma.  Por ello queridos amigos, permitidme que le dedique esta historia a nuestra joven amiga.

***

     En el año 584 d.C…

     El joven aldeano se encontraba en un estado de semiinconsciencia,  allí tumbado sobre lo que debía haber sido su cena, más bien un pequeño y leve aperitivo. Llevaba tantas horas tumbado en aquella asquerosa ciénaga  que ya le dolían todos sus jóvenes huesos, pero sinceramente no podía quejarse. Era el final del S VI,  unos años después del fin de la época clásica. El Imperio Romano había caído en el año  476 d.C y comenzaba la etapa medieval.

     Las cosas no eran fáciles y Laureano sobrevivía día a día como podía cuidando los caballos de los señores del castillo. Estamos en la “Hispania visigoda”, un conflicto surgido entre el rey Leovigildo y su hijo Hermenegildo había comenzado en el 581 y se prolongó hasta este año. Hermenegildo había perdido el control sobre Sevilla y se trasladó a Córdoba, donde fue traicionado por sus colaboradores y apresado por Leovigildo que dio fin a la rebelión. El ambiente era tenso y Laureano se alegraba de ser un simple cuidador de caballos.

     Cada día madrugaba y comenzaba su trabajo con afán. Sabía que si no cumplía su vida corría peligro pues podía ser azotado sin misericordia. Tanto él como su familia.  Aquel día en particular se encontraba tan cansado que pensó que tal vez si dormitaba un poco nadie se iba a enterar y desde luego los caballos no iban a delatarlo. De esta forma se recostó y se dejó llevar por los brazos de Morfeo. Cuando ya prácticamente se encontraba sumido en un sueño más profundo, un ruido extraño le sobresaltó. Era como si todos los animales relincharan a la vez. Sobresaltado se incorporó y observó a su alrededor asustado, tal vez había algún animal o alguna persona que se encontrase escondida tras los hechos acontecidos con la rebelión que se había dado en la zona.

     Sin embargo, no observó nada, no vio nada extraño, hasta que miró al cielo. No daba crédito a lo que veía. Una gran luz cegadora iba cayendo poco a poco como si alguien la hubiese lanzado con fuerza contra la tierra, amenazando con quemar y destruir todo aquello que tocase.

     Laureano se tapó los ojos con las manos ya que le costaba trabajo ver con tanta intensidad de luz y cayó al suelo sobrecogido y asustado por lo que estaba ocurriendo. Los caballos asustados levantaban sus patas e intentaban soltarse de sus amarres sin que el joven pudiese detenerlos.  

     De pronto ocurrió. Allí, a unos metros de donde Laureano se encontraba cayó una estrella. Sí, no me he equivocado ni os estoy contando una barbaridad, aquello era sin lugar a dudas una estrella. Pero claro, todos sabemos que las estrellas son inmensas, solo su lejanía nos hace verlas tan diminutas en el firmamento.

     Sin embargo, ante los pies de Laureano se encontraba una estrella estelar del tamaño de una estrella de mar, brillante y hermosa, con su luz casi cegadora, si bien poco a poco al contactar con la tierra iba perdiendo fogosidad.

     Asustado y curioso a la vez, Laureano esperó a que ese brillo intenso se apagase y prácticamente acarició de tan suave que intentó tocar la misma, no fuese que se pudiera quemar, observando agradecido y alentado a la vez que no ocurría nada, que no se quemaba. Al tomarla en sus manos la pequeña y diminuta estrella empezó de nuevo a brillar como si tuviese vida propia y de ella surgió una especie de abertura que se abría poco a poco mostrando en su interior un pequeño círculo, como una especie de guisante diminuto de color blanquecino que brillaba con luz propia.

     Laureano lo tomó en sus manos y vio que desprendía un intenso fulgor y una suave calidez. De pronto se sintió tan reconfortado que prácticamente olvidó dónde se encontraba. La estrella que había servido de “vestido” de este pequeño guisante se apagó al instante y cayó al suelo inerte. Sin embargo el guisante era hermoso y grácil. Todo un tesoro.

     El joven pastor lo guardó en su zurrón y continuó con su tarea hasta por fin poder  por ese día descansar.

     Al llegar, observó  como de nuevo su padre y su madre discutían, una vez más. Los problemas, el hambre, la miseria… todo ello ayudaba a crear un conflicto intenso en la pareja que no podía alimentar a toda su prole. Curiosamente al entrar sus padres dejaron de discutir como por arte de magia.

-¿Tomás? ¿Por qué discutimos?
-No lo sé Elvira. Yo te quiero, no sé por qué nos gritamos.
-Oh, Tomás…
-Olvídalo Elvira.

     Laureano observó con gran incertidumbre como sus padres intentaban solucionar aquel conflicto tal vez por primera vez desde que él tenía uso de razón. Tomó su caldo aguado y se dirigió a su catre que se encontraba hecho con paja tumbándose junto a sus hermanos. Esperó pacientemente hasta que todos durmieron y no pudiendo resistirse por más tiempo sacó el pequeño círculo con tamaño de guisante del zurrón. Cual fue su sorpresa al comprobar que había crecido. Ahora tenía el tamaño de un garbanzo.  ¡Que extraño!

     Volvió a guardarlo y se durmió. Al día siguiente habría de madrugar y tenía que descansar a pesar de que los acontecimientos de ese día le habían desvelado.

     Durante sus sueños se vio a sí mismo vestido como un caballero, con armadura y caballo. ¡Que ilusión! Por fin sus padres y hermanos tendrían todo aquello de lo que escaseaban gracias a su nuevo trabajo. Tan entusiasmado estaba que por primera vez en su vida se quedó dormido. Su madre le zarandeó violentamente al comprobar que dormía.

-¡Laureano! ¡No puedo creerlo! ¡Hijo, levanta!
-¿Qué? Oh, lo siento madre. No sé que me ha pasado.
-Corre antes de que se den cuenta de tu demora. Ya sabes como se las gastan  en el castillo. No quiero que te castiguen sin necesidad.

     No hubo de repetirlo dos veces, Laureano corrió como alma que lleva el diablo hacia donde se encontraban los caballos. Con tanto alboroto olvidó el pequeño círculo que se encontraba oculto en su zurrón. Cuando por fin llegó al lugar observó de pronto que los animales estaban tranquilos y curiosamente nadie lo amonestó. Cuando hubo alimentado a los animales recordó su descubrimiento del día anterior y con mucho cuidado lo sacó de su zurrón observando que tenía el tamaño de una aceituna.

     Aquel día no fue como los demás. Estaba acostumbrado a que lo golpeasen y lo insultasen a diario. Por muy bien que intentara hacer su trabajo, cada día algún soldado encontraba una excusa para mofarse de él y golpearlo. Curiosamente, aquel día pasó sin incidentes  y Laureano llegó a la noche sin recibir ni un solo golpe. Al llegar  tampoco escuchó los típicos gritos y lamentos de cada día y quedó totalmente alucinado.

     Al acostarse volvió a contemplar su tesoro. Tenía el tamaño de un albaricoque. ¡Que extraño!

     Aquella noche tuvo un extraño y mágico sueño. Un anciano con capa y el rostro cubierto y manchado de un polvo azulado le hablaba en sueños…

-¿Joven? ¡Despierta de tu mundo y ven al mío! ¡Te lo ordeno!
-¿Qué deseáis mi señor? -preguntó humildemente el muchacho.
-Has sido elegido. La estrella ha caído ante ti y debes protegerla.
-¿Qué es señor?
-Nuestro mundo ha pasado por muchas guerras y conflictos. Tanto antes como después de nuestro Señor Jesús, los seres humanos se comportan de una forma irracional y violenta. Ha habido guerras y enfrentamientos desde el principio de los tiempos. Por ello, los principales dones de la vida fueron puestos a salvo en las estrellas del firmamento.
-¿Qué tengo que ver yo con ello Señor?
-Tú eres valiente Laureano. Hasta ahora has conseguido algo que no todos consiguen. Llevas tu día a día con valor y serenidad. Eres capaz de poner buena cara cuando llegas cada noche a pesar de que durante el día te han golpeado, no has comido prácticamente nada y sabes que vas a dormir tus pocas horas conseguidas oyendo los gritos de tus padres. Pero nunca pones mala cara. Por ello pensamos regalarte la estrella de la “Perseverancia”. Sin embargo, curiosamente, se lanzó sobre ti la estrella del “Perdón”. ¿Sabes por qué puede ser?
-No lo sé. Señor, solo soy un pobre chico sin más. No entiendo nada. Cada día me levanto enfadado conmigo mismo por no tener otro trabajo que me guste más. Me siento enfadado conmigo mismo por dejar que me golpeen y me enfado aun más cuando llego por la noche y oigo voces sin saber qué decir a mis padres. Siempre estoy enfadado conmigo y con todo lo que me rodea. Me gustaría ser caballero pero he nacido hijo de siervos. ¡Tengo muy mala suerte!
-Sí joven. Tienes tan mala suerte que a pesar de tu mísera vida has sobrevivido a una guerra entre un padre y su hijo. Has sobrevivido al hambre, la miseria y la peste que asoló y se llevó tantas vidas.
-Tiene razón señor. Tal vez no sea tan desgraciado  después de todo.
-Tienes una familia aunque tenga problemas. Tienes algo que llevarte a la boca aunque sea escaso. Tienes juventud, salud y… esperanza.
-Tiene razón. No tengo la culpa de todo lo malo que ocurre a mi alrededor. Al contrario, puedo superarlo.
-Felicidades joven. Acabas de perdonarte a ti mismo. Acabas de identificarte con tu estrella. Recuerda este sueño mientras vivas querido Laureano, y recuerda que en la vida hay que perdonarse y entenderse para apreciar lo que tenemos.

En ese momento Laureano se despertó sobresaltado comprobando feliz como sus hermanos dormían amontonados a su alrededor. Tenía ocho hermanos, ninguno de ellos había muerto por el hambre, la peste o la guerra. Él mismo estaba vivo. Cogió su círculo tamaño albaricoque, y comprobó que tenía el tamaño de una naranja.

De pronto se preocupó. Si seguía creciendo así no podría ocultarlo por mucho tiempo. Desolado estuvo todo el día pensando en qué forma podía guardar aquel tesoro que había devuelto la paz a su alma y que parecía calmar los ánimos de todos los que le rodeaban.

  Aquella noche, el misterioso anciano volvió a visitarle…

-¿Qué hago señor? Me van a descubrir y me van a quitar mi “perdón”.
-Por desgracia el hombre es envidioso. Quiere lo que no tiene y a veces no valora ni quiere lo que ya tiene. En realidad es peligroso llevar el perdón escondido en un zurrón.  Pero no te preocupes zagal. Ya ha ocurrido antes y volverá a ocurrir. Antes de la estrella del “Perdón” cayeron otras estrellas. Las de la humildad, paciencia, sabiduría, comprensión y la mayor de todas y más difícil de guardar, la del Amor.  Todas ellas fueron escondidas en el mismo lugar. En este mismo lugar guardaremos la del Perdón.
-¿Dónde señor?
-En el interior de los seres humanos. Sólo aquél que tenga valor buscará dentro de sí mismo y encontrará su recompensa. Los demás, aquellos que sólo ven los defectos ajenos no podrán ver sus propios fallos ni tampoco encontrar sus propios tesoros.  De esta forma, cada hombre será libre de encontrar su propio destino.
-Me parece maravilloso Señor, pero… ¿puedo pedir algo? Me gustaría que la semilla del Perdón tuviera dos caras. La del perdón a los demás, y la de perdonarnos a nosotros mismos y aceptarnos tal y como somos.
-Que así sea joven.
-Sólo una pregunta Señor. ¿Por qué me eligió a mí?
-Porque eres humilde, paciente, comprensivo y te convertirás en un gran sabio. Tú ya has entendido a tu joven edad lo que realmente cuenta en la vida.

Y así fue como “El perdón” fue introducido en nuestros corazones al igual que tantas y tantas virtudes con sus correspondientes defectos. Se nos entregaron con la opción de elegir aunque no todos lo sepamos. Nos afanamos en buscar bienestar, felicidad… A veces la vida se complica y nos la hace pagar caro, nos castiga sin motivo y nos golpea sin piedad, pero tenemos que intentar recordar siempre que para muchos de nuestros problemas la solución está dentro de nosotros mismos.


Violeta
(Dedicado con mucho amor a una sabia joven  de 22 años que aprende a pasos agigantados de la vida. Sigue así cariño, lo tienes todo dentro de ti)