La Bicicleta

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Este fin de semana arreglé una bicicleta que tenía guardada de hacía bastante tiempo con la idea de hacer un recorrido que organizan todos los años por las calles del pueblo, sin embargo, cuando salí a la calle para probar si estaba bien arreglada, también comprobé mi poca forma física en cuanto a este deporte. Y es que es muy curioso cómo el cuerpo se adapta a un tipo de deporte y te crees que estás estupenda y luego resulta que en los demás eres pésima.

Esto me dio una idea (bueno, seguro que a casi todo el mundo se lo han dicho alguna vez, pero que, como casi nadie le ha hecho caso): realizar distintos tipos de deporte a la semana y así tu cuerpo no se acostumbra a ninguno de ellos a no ser que de verdad se esté poniendo en forma. De esta forma nuestro cuerpo no podrá engañarnos.

Pues bien, como ya dije que me aburro bastante corriendo, empecé a bailar con los juegos de la wii y me he apuntado a clases de salsa, pero eso es un único tipo de deporte, por lo que he decidido coger la bicicleta durante los días que no llueva. Sí, ya sé que cuesta mucho más trabajo que los otros deportes y que además el sillín es bastante incómodo, pero cuando veáis los beneficios seguro que lo veis con otros ojos.

El ciclismo, ya sea de montaña, de ciudad, o estático, es una excelente actividad cardiovascular y de las más completas. Sólo con 10 minutos de ejercicio ya mejora la musculatura, la circulación y las articulaciones, y a partir de 30 minutos ya se obtienen mejoras en el corazón (llegando a disminuir en un 50% el riesgo de infarto) y los pulmones. El ritmo cardíaco aumenta y la presión arterial disminuye. El colesterol malo (LDL) baja y sube el bueno (HDL). Mejora la tensión entre las vértebras al ejercitar los músculos de la espalda y hacer que estos actúen como muelles en lugar de ellas, previniendo la aparición de hernias discales. Las articulaciones no soportan grandes impactos y consiguen que obtener los nutrientes con mucha más facilidad,    previniendo la artritis.

Por si todo esto fuera poco, lo que de verdad os va a convencer es lo siguiente: el ciclismo aumenta la funcionalidad de nuestro sistema inmune activando las células encargadas de acabar con las bacterias y células cancerosas, los fagocitos, entre otras cosas, por lo que a las personas con cáncer o SIDA se les recomienda que practiquen este deporte.

Por último, es un buen antidepresivo, ya que el cerebro se oxigena más y permite pensar con más claridad. Además se segregan endorfinas, las hormonas de la felicidad. 

La siguiente tabla la he sacado de la página web:

Plan para montar en bici:
DURACIÓN DEL EJERCICIO                           EFECTOCONSEGUIDO
10 minutos                                                            Mejora articular
20 minutos                                                            Refuerzo del sistema inmunitario
30 minutos                                                            Mejoras a nivel cardiovascular
40 minutos                                                            Aumento de la capacidad respiratoria
50 minutos                                                            Aceleración del metabolismo
60 minutos                                                            Control de peso, antiestrés y bienestar general.

Así que ya sabéis, como siempre ¡¡ÁNIMO Y ADELANTE!!

Mora

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Almudena se había levantado temprano. Hoy tenía mucho que hacer, tenía visitas guiadas desde temprano. Bueno, le encantaba su trabajo, así que tampoco había mucho problema.
Se vistió deprisa y cogió su pequeño coche azul. Sonreía pensando que adoraba que fuese pequeño porque así podía aparcarlo donde quisiera. Carlos, su novio, siempre le decía que parecía una especie de huevo, pero a ella le daba igual. Le encantaba su pequeño Smart Cabrio.
Llegó a tiempo a la puerta de la Mezquita. Por más veces que la había visitado ya y que la había enseñado, seguía disfrutando de cada una de las visitas que hacía. Adoraba aquel lugar y además, y sin saber muy bien por qué, le transmitía paz.
Hoy había en el grupo alguien que llamó su atención. Era un hombre de piel morena y ojos grandes y oscuros. La miraba imperturbable, como si la conociese. Su mirada fija no se despegó de ella durante todo el recorrido.
 Ciertamente estaba comenzando a sentirse un poco incómoda. Aún así continuó con las explicaciones y volvió a repetir la cantinela relativa a la construcción de la Mezquita al lado del alcázar o palacio del califa y dentro de la medina o ciudad islámica.
De nuevo señaló su “qibla” o muro orientado hacia la Meca. Se reza en esa dirección. En medio de ese muro se sitúa el “mihrab” que es una pequeña capilla o nicho muy decorado porque es el lugar más sagrado, donde se coloca el “imam” que dirige la oración y recuerda el lugar de la casa de Mahoma desde el que el profeta dirigía la plegaria. Al lado del “mihrab” se coloca una especie de púlpito llamado “minbar”. La rica decoración del mihrab se prolonga en el espacio que hay delante y se aísla del resto de la sala de oración para reservarlo al califa y las grandes autoridades. Este espacio se llama “maqsura”.
Como cada día Almudena siguió explicando a los allí presente las maravillas de la Mezquita y sus características. Las caras que cada día veía eran de admiración y sorpresa. Hoy, sin embargo, estaba algo desconcentrada, pues este señor no dejaba de mirarla.
Cuando terminó su turno aquel día se disponía a marcharse a casa. Entonces lo vio. Había un objeto al lado de una de las columnas que no debía estar allí. Tenía forma de tetera o algo así, por favor, se río para sí misma, ni que fuera la lámpara de Aladino.
Señor, qué cosas. Se dirigió hacia ella y observo a su alrededor. Nadie la miraba. De pronto tuvo la necesidad imperiosa de tocarla, de pasar suavemente las manos por su exterior liso, cromado… Cuando se quiso dar cuenta la tenía en sus manos, y lo que es peor, ¡la estaba frotando!
Una especie de humo azulado salió de aquella especie de tetera y Almudena creía que iba a sufrir un infarto porque notaba su corazón a mil por hora.
-Hola querida Ama. -Soltó de pronto una especie de señor que se formó de aquel humo azul.
-¡Señor! ¡Qué broma es ésta!
-¿Broma? No, el concepto que yo tengo registrado de broma es diferente al concepto que en estos instantes se establece entre nosotros, ama.
-¿Eres un genio? Por favor, dime que no, dime que he tomado algo o que he trabajado muchas horas y que necesito descansar.
-Bueno, no soy exactamente un genio, pero se me puede denominar algo parecido. ¿No me reconoces?
-No… Espera un momento, ¡yo te he visto antes! ¡Hoy! ¡Has estado todo el día tras de mi en la visita guiada!
-Pues… sí, así es. Veo que después de todo te fijaste en mí, querida ama.
-¿Ama? ¡Me has dicho que no eres un genio!
-Y no lo soy, o al menos, no soy un genio de los de Aladino que concede tres deseos. Yo soy diferente. Mi misión es enseñarte algo importante que debes saber.
-No entiendo.
-Soy un antepasado tuyo que me he acercado a ti de una forma un poco original. Pero no te preocupes, cuando te muestre lo que quiero enseñarte desapareceré y pensaras que has tenido un extraño sueño, nada más.
-¿Cómo? No entiendo nada.
-Lo sé, Almudena. Lo sé.
Dicho esto se acercó a ella y le tomó la mano. De pronto Almudena se sintió ligera como una pluma, como si ella también fuese de humo. Sintió cómo su cuerpo dejaba de pesarle y poco a poco se iba transformando en humo rosado y se mezclaba con aquel humo azul entrando juntos en aquella especie de tetera.
Pensó, “me he vuelto loca”, “totalmente loca” “Carlos no va a creer esto”…
-No pienses más Ama.
De pronto sintió de nuevo que tenía cuerpo, pero aún así, se sentía flotar. Esperaba estar dentro de alguna estancia bellamente decorada con cojines de colores y bellos elementos, pero en lugar de eso se encontró volando por un desierto y… de pronto volvió a ver su Córdoba querida, pero desde el aire.
Y entonces ocurrió. Sintió su cuerpo caer ¡de golpe! Y entonces notó que estaba vestida con ropajes antiguos árabes. Su cara estaba cubierta por un velo. No era un velo pesado, no llevaba puesto un burka o algo así, llevaba ropa ligera pero con el velo. Y allí estaba el hombre misterioso vestido con ropa también de antaño y sonriéndome.
-Este es tu pasado Almudena. ¿Me recuerdas ya?
De pronto todo encajó en su sitio. Almudena empezó a ver imágenes en su cerebro. Imágenes de ella viviendo con aquel hombre, riendo juntos, pero con respeto, imágenes de ella en un mundo que le era muy conocido a través de los textos pero que jamás había visitado. Se encontraba en el Islam, estaba segura. No, estaba en Córdoba, pero en época islámica. La ropa, la gente, todo a su alrededor. La Mezquita no era la misma. Era más pequeña. El muro de la qibla estaba orientado hacia el sur, y había once naves en la sala de oración con doce tramos.
¡Un momento! ¡Claro!
-¡Estamos en la época del califa Abd-al-Rahman I!
-Efectivamente Almudena. Yo soy descendiente del califa y mi misión era traerte a su época. Tu época. Tú viviste aquí. Ahora, al cabo de los años, de los siglos, mi misión era localizarte en el tiempo y hacerte revivir. Hacerte recordar. Por eso pones tanto interés en tu trabajo. Por eso amas tanto todo lo relacionado con lo musulmán.
-Pero… yo nací en Granada ¡hace treinta años!
-Sí. Lo sé. Pero también viviste aquí, y eres de aquí. De Córdoba. Pero de la Córdoba musulmana.
Almudena notó una especie de vértigo y de nuevo volvió a ver imágenes de tiempo atrás y entonces no dudó. Tuvo claro que efectivamente había vivido allí hacía siglos.
Notó cómo la Mezquita crecía con Abd-Al-Rahman II que derribó el muro de la qibla y amplió las naves en ocho tramos.
Al-Hakem II hizo la ampliación más bella con un nuevo muro de oración y un nuevo mihrab. Con cuatro cúpulas, una en la nave central, en el eje del mihrab y situada en el lugar en que se comenzó la tercera ampliación y otras tres en la maqsura.
Almanzor añadió ocho nuevas naves hacia el este…
-¡Ya recuerdo!
-¿De veras ama?
-Ya recuerdo Abdul. Siempre me serviste bien. Siempre fuiste fiel a mí.

Abdul se arrodilló ante ella y ella notó como su ropa cambiaba y se volvía casi traslúcida y bella. Su pelo crecía hasta la cintura y sus ojos… brillaban emocionados.
-Me fuiste fiel en cada ampliación, en cada cambio. Cuando era la Basílica Cristiana de San Vicente, cuando me volví yo misma…
Lo recordó todo.
-Gracias Abdul por traerme de nuevo. Acabo de sentir quién soy. Acabo de darme cuenta. Soy LA MEZQUITA CORDOBESA.
-Sí señora. El espíritu de la Mezquita antigua en el cuerpo de una mujer. Una bella mujer de grandes ojos negros.
-¿No recordaré nada de esto?
-Me temo que no todo, señora. Sólo recordará su amor a Córdoba.
-Sea así, pues, querido Abdul. ¿Te volveré a ver?
-Sí señora. Dentro de unos siglos más volveré y volveré a recordarle quien es. Siempre mantendré vivo y despierto su espíritu.

***
Aquel día Almudena no regresó a casa y su novio Carlos se preocupó. Se puso a buscarla y a llamarla pero al no contestarle decidió pasar por la Mezquita. Ésta permanecía cerrada, pero convenció a un guardia para que le dejase entrar pues sospechaba que su novia podía estar dentro. Tal vez le había pasado algo.
Nada más entrar vieron a Almudena tendida en el suelo. En su bello rostro había una hermosa sonrisa. Su pulso era débil. Parecía que había sufrido algún tipo de conmoción.
-¡Dios mío! ¿Almudena? ¿Estás bien?
-Sí. Un poco mareada. No sé qué me ha pasado. No recuerdo mucho. Creo que he tenido un extraño sueño. ¿Trabajo mucho Carlos?
-Sí, eso creo. Vamos. No te dejaré volver a la Mezquita en mucho tiempo.
-¡No! ¡No! Adoro este lugar. No sé por qué. Pero adoro este lugar. ¿Verdad que es bella, Carlos?
-No tanto como tú, mi vida.
-Bueno Carlos… yo diría que somos “igual de bellas”.
Almudena siguió guiando a todos en sus visitas a la Mezquita. Pero sus visitas se hicieron famosas en el mundo entero. Todos querían que fuese ella quien se la mostrase porque lo hacía con alma. Como si ella hubiese vivido junto a ella el paso del tiempo.
Como si Almudena y la Mezquita, fuesen una sola.

Violeta

De Ilusiones Se Vive

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Durante toda nuestra vida hemos escuchado cómo personas ajenas a nosotros (o, por desgracia, más cercanos) nos decían las famosas frases: "¡Qué ilusa!", "¡Qué tonta!", "¿Lo estás diciendo en serio?", etc. Pues bien, es verdad que algunas de nuestras ideas pueden ser algo descabelladas, pero seguro que la inmensa mayoría no lo son.

La ilusión es ganas de vivir, alegría por poder realizar cosas de las que no sabemos si somos capaces pero creemos con vehemencia que sí, olvidarnos de todos los límites impuestos por la sociedad, por nuestras personas queridas y, lo más importante, por nosotros mismos, pues, después de todo, somos los únicos que de verdad tenemos el poder de decidir lo que somos que capaces de conseguir.

Hasta hace poco este blog era sólo una idea. Una idea que lleva formándose en mi mente durante un año y medio. No me atrevía a hacerlo por el qué dirán y eso me paraliza. Sin embargo, siempre hay que saber qué es lo más importante en esta vida: disfrutar de ella, y no darle importancia más que a lo que de verdad la tiene. Por ello, nunca hay que frenarse ante algo que de verdad nos ilusiona y de simplemente pensarlo nos ilumina el día. Ahora mismo tengo más de 1000 visitas y en lo único que pienso no es "¿Qué pensarán de lo que escribo?", sino "¿Por qué no lo habré empezado antes?".

Hay muchas cosas en la vida que nos va a parecer estúpido hacer, son las típicas cosas que, en cuanto alguien dice que es una tontería, nos avergonzamos de nosotros mismos por haberlo siquiera pensado, pero por un momento pensad: ¿Cómo nos hemos sentido al imaginarnos haciéndolo?¿Libres?¿Realizados?¿Felices? Si la respuesta es sí debéis mantener siempre una voz muy fuerte en vuestra mente que calle a todas las demás que puedan venir de cualquier otro lado que diga: "¡¡ADELANTE!!¡¡POR SUPUESTO QUE VOY A HACERLO!!". Después de todo si no vivimos gracias a nuestras ilusiones, ¿gracias a qué vamos a hacerlo?

La Pequeña de Ojos Rasgados

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Sofía estaba cansada. Muy cansada. Llevaba muchas horas de viaje y le parecía increíble estar dirigiéndose a China. Se dirigía nada más y nada menos que al este del Continente asiático, al cuarto país más grande del mundo.

     Para colmo, ni siquiera se dirigía a Pekín, sino a Shangai, su ciudad más poblada. Le parecía increíble haber llegado hasta ahí. Tenía miedo, estaba asustada pero a la vez decidida. Robert y ella habían intentado tener hijos propios desde hacía años. Ya no era una jovencita. Tenía cuarenta años y un embarazo no era precisamente lo más apropiado según los médicos le habían comentado.

     Se sentía muy mal, como si estuviese comerciando con una vida humana, pero no podía evitar sentir a la vez ese estremecimiento en su interior. Esa felicidad oculta que la impulsaba a continuar.

     La primera vez que pensó estar embarazada ya llevaba casi siete años de matrimonio y aún recordaba la cara de Robert. Era la felicidad suprema sin ni siquiera confirmación. Sofía era española pero se enamoró de un joven estadounidense que hacía turismo en España.

     Mantuvieron el contacto a través de Internet, por correspondencia, por teléfono, de todas las formas  posibles y al alcance de ambos jóvenes. Hasta que Robert terminó sus estudios de abogacía y terminó encontrando trabajo en un importantísimo despacho de Nueva York.

     No lo pensó dos veces. Con sus primeros ahorros voló a España y buscó a Sofía pues nada le hacía más ilusión. Tras unos días en España terminó convenciéndola para que le acompañase a Nueva York. Sofía tenía arte en el tema de diseño. Se le daba bien y Robert tenía unos amigos que podían ayudarla a abrirse camino en ese mundo diseñando ropa que se basara en la cultura española.

     Fue un éxito. Robert y Sofía se casaron y se mudaron a una gran casa de estilo victoriano. Enorme, con muchas habitaciones para poder albergar a sus futuros retoños. Pero mucho me temo que éstos se hicieron de rogar.

     Al principio Sofía no quedaba embarazada. Después la cosa se complicó porque hubo dos embarazos pero ninguno pasó del primer trimestre. Al parecer Sofía tenía una especie de problema congénito que le dificultaba para la concepción. Pensaron en métodos alternativos, pero realmente el cuerpo de Sofía se negaba a gestar mientras su mente se empezaba a obsesionar cada vez más y todo ello hacía que la relación entre ambos fuese más complicada por momentos.

     Por todo esto decidieron acudir a una madre de alquiler. Al principio Robert no era muy partidario, pero amaba a Sofía y la veía sufrir cada vez más. Su angustia era notable y notada por todos incluso en sus diseños, donde había comenzado a elaborar cada vez más colecciones infantiles y premamá.

     Aquel año, Sofía y Robert habían decidido pasar las Navidades en España, concretamente en Galicia, donde vivían los padres y abuelos de Sofía. El abuelo de Sofía, Tomás, estaba delicado de salud. Evidentemente a sus 97 años el hombre comenzaba a mostrar algún que otro achaque y su abuela, Lola, había pedido a su nieta que los acompañasen esa Navidad. Quién sabía si sería la última que pudieran pasar todos juntos.

     Nada más llegar a Monte de Gozo, lugar mágico por ser paso de peregrinos que se dirigían hacia Santiago de Compostela a venerar a su Santo Patrón, los abuelos vieron el semblante triste de Sofía.

-Oh querida. -Le dijo su abuelo-. ¿Dónde está la alegría de esos ojos que adoro?
-Pues aquí abuelo. Es increíble las cosas que dices.
-Claro -intervino la abuela-, seguro que comes muchas hamburguesas y coca cola y no te alimentas correctamente, por eso aún no me has dado biznietos.
-Que tontería abuela. Como divinamente. El pulpo a la gallega es venerado por todos mis amigos. Ya sabes, plato típico conforme a tu receta. Luego les doy Tarta de Santiago de postre y los tengo a todos contentos y en el bolsillo.

A pesar de las bromas de su nieta, Lola era consciente de que Sofía tenía ojeras y estaba más delgada de lo habitual. Evidentemente a su nieta le ocurría algo.

     Aquella noche, Sofía durmió mal e intranquila. Tuvo sueños extraños con una gran muralla, con dragones que arrojaban fuego y la quemaban hasta que una pequeña y dulce niña se acercaba a ella y le ofrecía una fresca bebida. Parecía té. Helado.

     En su sueño, la pequeña se acercaba despacio a Sofía y le ofrecía un pequeño cuenco con el té helado. Lo sujetaba con ambas manitas y lo ofrecía tal que así mientras bajaba la mirada. Su carita estaba sucia y había llorado. Sofía fue a coger el cuenco pero la pequeña le hizo un gesto negativo con la cara y le indicó que debía coger el cuenco con ambas manos conforme a la tradición china.

     En agradecimiento, Sofía le dio una flor a la pequeña que tras dudar unos momentos la aceptó aunque con bastante timidez. Sofía se sintió totalmente reconfortada por primera vez en mucho tiempo… hasta que despertó de su sueño.

     Al día siguiente Robert y ella fueron a recoger a los padres de Sofía que habían estado unos días fuera. A continuación y después de multitud de besos, abrazos e inspecciones oculares se pusieron a preparar la cena de Nochebuena con la televisión puesta de fondo, tal y como le gustaba al abuelo de Sofía.

     De pronto un cuenco de cristal enorme se estrelló contra el suelo. Sofía lo había dejado caer y se encontraba en estado perplejo mirando a la televisión como si estuviese viendo un fantasma. En la pantalla aparecía la niña de sus sueños. Estaba sucia, la ropa rota. Tendría un par de años, si acaso. Salía en un programa de televisión que hablaba sobre la situación y la ruina que significaba para una familia china tener una niña.

     Al parecer, se habían limitado el número de hijos a uno por familia, preferentemente varón. Si era niña, la dote que ésta supondría podía costar a la familia la ruina económica, por lo tanto, la situación era compleja. El programa hablaba del trato ruin y discriminatorio que se ofrecía a las pequeñas. Muchas de ellas morían. Otras estaban en centros esperando ser adoptadas por familias extranjeras tras el pago de una cantidad.
-Dios mío Sofía. ¿Qué ocurre? -preguntó Robert claramente alarmado.
-Es ella Robert. Es la niña de mis sueños.
-¿Cómo? Sofía, por favor, tu familia está aquí. No los asustes.
-Es ella Robert, te lo prometo. ¡Es ella! -Lágrimas corrían descontroladas por el rostro de Sofía, parecía que no iban a parar nunca, hasta que habló su abuela.
-Bueno, ya se sabe lo que se dice de nosotras las gallegas,  querida. Lo de las meigas y eso. Haberlas hay las… dicen. Y tú eres de aquí. Tal vez tu sueño fue un aviso, una premonición o una petición desde muchos kilómetros de distancia. Al fin y al cabo, tenéis dinero ¿verdad?

Tanto Robert como Sofía se miraron consternados. ¿Era aquella la solución? No podían creerlo. Llevaban tanto tiempo queriendo ser padres que no se habían parado a pensar en la adopción y una vez que casi de pasada lo pensaron y vieron las dificultades que entrañaba, decidieron esperar algo más. Pero… aquellas pobres niñas estaban en una situación realmente delicada. Es más, ¿cómo habría sobrevivido aquella pequeña? No podían ni pensarlo.

  Sin apenas creerlo comenzaron el trámite de papeles necesario. Bastantes por cierto y prepararon todo lo que les dijeron. Descubrieron, no sabían si con alivio o con horror, la cantidad de padres que estaban en su misma situación. Algunos ya habían adoptado a una niña y volvían a China a por una hermana. Era increíble. Todo un tráfico de niñas para su opinión. Pero aquellos ojos perseguían a Sofía con una fuerza increíble.

     Luego estaba la otra cuestión. Es decir, al parecer les iban a mandar la foto de una niña para que supieran cuál era la elegida y debían ir a conocerla a un conocido hotel de la ciudad. Pero Sofía tenía claro que quería a la niña concreta de sus sueños, a la que había visto en televisión. No lo pensó. Consiguió que le imprimiesen una fotografía a partir del programa televisivo e intentó llevar a cabo las gestiones.

     Tardaron en tener noticias. No veían posible que pudiese suceder y además ya le habían mandado la fotografía de otra niña distinta. No podía ser. Pero así era. Se encontraban desesperados y a la vez empezaban a esperanzarse. Por la mente de Sofía comenzó a fraguarse una especie de plan. Tenían que intentarlo.

  De esta forma se encontraban ya en China. Habían leído algo sobre las costumbres del país. Iban acompañados por muchos otros futuros padres y los nervios crecían por segundos. Al llegar al punto de encuentro eran una bomba de relojería. Pero Sofía no dudó ni un instante. Al conocer a la pequeña que se iban a llevar ella ofreció un regalo a la persona de contacto. Sabía que los chinos no abren un regalo en presencia de quien se los entrega, pero también sabía que si le entregaba una tarjeta la leerían al instante porque así lo requería su protocolo.

     En la tarjeta escribió una cantidad de dinero que duplicaba el entregado a cambio de llevarse dos niñas. La establecida y la de la fotografía. Tendría que ser la de la fotografía. Los nervios iban en aumento mientras aquel funcionario chino los miraba a ambos con ojos escrutadores. “No lo sé” Fueron sus palabras. También sabían que los chinos no querían mostrar sus sentimientos y decir “no” abiertamente. Decían “no lo sé”. Pero no se achicaron y siguieron al funcionario en cuestión a otra habitación independiente.

  Tras una larga espera les atendió otro señor distinto que les preguntó en perfecto inglés por qué querían llevarse a ambas niñas. Sofía le explicó que querían adoptar a la primera, pero no les importaba adoptar también a la segunda. Le contó que la habían visto en televisión y que ella que era una gran seguidora de tradiciones chinas había visto a la niña en sueños ofreciéndole té en la muralla con un gran dragón alado al fondo.

  Rápidamente la cara del señor cambió y les dijo que esperasen. Casi dos horas más tarde, volvió a aparecer. Lo acompañaban ambas niñas. Sofía y Robert no podían creerlo. Podían llevarlas a casa porque así lo habían establecido los antepasados.
***

  Al año siguiente por Navidad, Sofía, Robert, Tomás, Lola y los padres de Sofía comieron el mejor pavo con té y sushi  acompañados por las mejores nietas y biznietas del mundo. Una de ellas, la mayor, tenía unos hermosos ojos rasgados y ofrecía a su joven madre té en un pequeño cuenco, con ambas manos. Sofía lo recogía con ambas manos y ambas tenían una gran sonrisa en su rostro.


Violeta 

Seguimiento del Proyecto Salud

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Antes de todo quisiera disculparme por no avisar la semana pasada de que no voy a poner más objetivos de la semana. La razón es que ya hemos llegado a la cima del proyecto salud. A partir de ahora debemos cumplir los últimos objetivos de la semana todos los días. Esto no significa que ya no vaya a escribir nada sobre el proyecto salud.

A partir de ahora somos libres de personalizar el proyecto salud. Yo soy una persona que se aburre con facilidad y correr o andar a paso muy ligero es muy aburrido, por eso ahora he comenzado clases de baile. Voy dos veces en semana y los demás días ando durante tres cuartos de hora. También me he aficionado a un juego de zumba para la wii (que, por cierto, muy pronto saldrá el tercer juego de zumba). Por este motivo de ahora en adelante daré alternativas al tipo de deporte que podemos realizar y también incluiré ideas sobre comida sana y sabrosa.

NO DEBEMOS ABANDONAR EL PROYECTO SALUD y más habiéndolo conseguido hasta ahora. No sé cuánto habréis conseguido vosotros pero yo ya llevo 5 kilos y medio menos. 

Nuestro cuerpo es nuestra vida y debemos cuidarlo más que nada. No es que nos volvamos unos obsesos del consumo saludable y del deporte, sino dejar de ser unos obsesos del sedentarismo y la comida basura.

Por todo esto debemos seguir siempre con muchas ganas. ¡¡ÁNIMO Y ADELANTE!!

1000 VISITAS

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Muchísimas gracias a todos vosotros, mis queridos blogueros, por hacer este sueño posible. Hoy hemos llegado a las 1000 visitas. ¡¡Casi no me lo creo!! Estoy dando saltos de alegría ja, ja. Muchísimos besos para todos vosotros y espero seguir a la altura de vuestros deseos.


Salvajes

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     Algunos pensarán que voy a contaros la historia de ése gran héroe llamado Tarzán. Pues no, ciertamente, el muchacho con sus músculos y su taparrabos era muy mono, de liana en liana, y todo eso. Pero no, no voy a contaros su historia aunque el comienzo se le parezca.

     Veréis, Ernesto era un muchacho de lo más normal. Tenía más o menos la misma cantidad de músculos que cualquier humano, eso sí, su desarrollo era cortito. Vamos, que no había practicado deporte en su vida. La subida de escaleras o el ir a caminar algún que otro día era lo más parecido a hacer deporte que Ernesto conocía.

     Sus padres, Leo y Clotilde, eran un matrimonio muy peculiar. A Clotilde le encantaban los viajes de placer, algún crucero, tirarse en cálidas y blancas arenas, el olor de las cremas solares… Leo prefería la acción y el deporte. Intentaba practicar todo tipo de deportes mientras su esposa se tendía al sol. Hombre fuerte y éste sí, musculoso, no dejaba de decirle a su hijo que parecía más bien un apéndice de ser humano que un ser humano propiamente dicho, comentario que por cierto a Ernesto le sentaba bastante mal, no sé porqué la verdad.

     Un verano más, vacaciones familiares. Esta vez a África. Sí, tal como os suena, y es que aunque no lo creáis aún hay gente que puede viajar y además donde quieran, ¡guau! ¿A que no sabíais que esa especie existía? Pues sí, aún hay gente que puede permitirse viajar. Evidentemente, la familia Rodríguez era una de esas familias afortunadas.

     África. Hermoso continente, con tantas posibilidades según el pensamiento de cada cual. Por ejemplo, nuestros protagonistas de esta historia tenían diversos puntos de vista. Leo pensaba en lo divertido que sería hacer safaris, practicar todo tipo de deportes de riesgo, incluso alguna excursión de caza, o de submarinismo, o vete tú a saber. ¡Lo que iba a disfrutar de África! Clotilde, a la que por cierto todos llaman “Clo”, sólo piensa en sus playas, en un par de hermosos indígenas que la abaniquen mientras su blanca piel toma un hermoso color bronceado y en beber todas las bebidas exóticas que pueda, si son afrodisíacas mejor, así las puede compartir con su querido Leo. Su león particular. Y luego está Ernesto. Para Ernesto África es la selva y la selva es calor, mosquitos, molestias, caníbales, e incluso quién sabe si la malaria. Probablemente en la maleta de Ernesto no haya más que antihistamínicos, antibióticos, y anti-todo lo que se pueda sospechar.

     Ahí van nuestros aventureros. Al mismo centro de África, a vivir a tope sus vacaciones cuando tienen la inmensa suerte de que les falle el motor de la avioneta y terminen comiendo tierra y verde follaje de lleno y sin precalentar primero.

     Por suerte, todos vivos, ningún difunto. Eso sí, imagínense ustedes que trauma. Según confesiones del piloto pueden tardar días en encontrarlos porque han caído en una zona muy alejada. ¡Qué tragedia para Clo y Ernesto! ¡Qué inmensa alegría para Leo! Por fin va a poder demostrar que tanto deporte y tanto dote de mando son efectivos. Será una especie de Robinson Crusoe perfecto, y además en guapo.

     Ni corto ni perezoso comienza a dar órdenes a diestro y siniestro para construir una pequeña ciudad jardín en mitad de la selva. O algo parecido. Busca en su maleta y claro, no hay objetos afilados, prohibidos en todo vuelo. Pero algo se le ocurrirá buscando en las herramientas del avión, para algo vio todos y cada uno de los capítulos de McGuiver.

     Ernesto por su parte está anonadado. Ahora qué. No sabe si tomarse todos las píldoras que echó en su maleta o suicidarse directamente, porque al fin y al cabo, mejor morir rápido y pronto que en algún caldero a fuego lento. Además, no tiene muchas carnes que cocinar y va a ser una pérdida de tiempo. ¿No creen ustedes?

     Aquí mi amigo Leo y el piloto, con la ayuda de Clo y de Ernesto, han improvisado una especie de “campamento” con  tiendas de campaña que llevaban en el equipaje. Han encendido un fuego y gratamente Leo ha conseguido “pescar”. Nadie ha querido preguntarle cómo, prefieren no saberlo, ciertamente.

     Aquí nuestra familia está preparada para ir a dormir. Mañana será otro día y todo se verá diferente. Deciden dormir todos en la supertienda de campaña que Leo había adquirido para vivir la aventura a tope. Por supuesto, Ernesto les deja a todos que se unten como sándwiches con el antimosquitos y antiparásitos que llevaba en su maleta. Con suerte, ningún caimán, oso, leopardo o auténtico león les atacará, pues para ellos Ernesto no lleva nada en la maleta, salvo antiácido, quizás.

     El sueño les abate. Ha sido un día difícil y complicado y caen rendidos en brazos de Morfeo. Curiosamente deciden que el amanecer tiene que ser algo increíble y Clo pone la alarma de su móvil. No tiene cobertura, pero si la alarma suena tal vez vean el amanecer. Hay que modernizarse aunque se esté perdido en mitad de la jungla, como diría nuestra amiga María Isabel, “antes muerta que sencilla”. Por ello, y aunque la alarma no ha sonado, Clo se despierta la primera y eso sí, se coloca su mascarilla facial de pepino, que tal vez esté en la selva, pero la piel es la piel, y el cuidado es lo primero.

     De esta guisa sale de la tienda de campaña para tomar un hermoso y relajante baño en las aguas del río. No cree que ningún cocodrilo se anime con ella teniendo en cuenta que lleva la cara verde. Probablemente los cocodrilos piensen que está en mal estado y la dejarán en paz. Sin embargo no eran cocodrilos quienes la aguardaban en el exterior, sino una pequeña comitiva de cinco señores altos, delgados, musculosos, con taparrabos y hermosos colores en la cara que casualmente se acercaban para comprobar el interior de la tienda cuando la ven salir. Evidentemente el susto estaba asegurado, imagínense a una señora de taitantos recién levantada con el pelo revuelto, sin maquillaje y con una mascarilla facial de pepino. Verde intenso, por cierto.

     Gritos, algarabía, sustos, descontrol… Leo sale de la tienda de campaña justo a tiempo de ver la cara de pánico de… los indígenas porque Clo los amenaza con la crema solar, y créanme, daba miedo su mirada decidida bajo tanto verde y ese tubo amenazador. El piloto sale rápidamente mientras Ernesto se asoma con cuidado temiendo que alguna especie de plaga de insectos rodee la tienda o vete tú a saber qué.

     Primer susto, donde Leo apunta a los salvajes con una de las herramientas puntiagudas de la avioneta.

-¡Aléjense salvajes! ¡No hagan daño a mi esposa! ¡Soy cinturón negro de karate, os puedo matar a todos de casi un golpe! ¡Ernesto, hijo, trae el rifle!

¿Qué rifle? Jo, definitivamente van a ser devorados y encima se van a cachondear antes con ellos. Por no tener, no tienen más que una pequeña navaja multiusos, tal vez puedan pinchar en el pompis de alguno con la parte del sacacorchos que parece muy amenazadora, pero poco más.

     Mientras Clo grita medio histérica y sigue blandiendo el bote de crema como si en ello le fuese la vida diciendo no se qué cosa de que se defenderá hasta la muerte antes de que alguien intente poseerla contra su voluntad.

-Hola, soy Matu. Jefe de la tribu Angabua. Pasábamos por aquí como cada mañana para darnos un baño refrescante y vimos los restos de su avioneta. Pensamos que tal vez necesitaran ayuda y hemos venido a prestarles nuestra colaboración.

Cara de estupefacción total en los presentes en este momento. Aquel salvaje no solo había hablado en perfecto idioma inteligible, sino que además parecía educado, es más, sólo le faltaba la corbata.

-¿Disculpa? ¿Vosotros entender nuestro idioma?- pregunta Leo, algo, no mucho, pero algo, más calmado.
-Sí, evidentemente si no lo entendiéramos, no estaríamos hablando con fluidez, ¿no cree señor?
-Pero… ¡esto es mitad de ninguna parte!
-Disculpe, esto es el centro de la selva donde mi familia lleva viviendo durante generaciones. Si quieren pueden acompañarnos y les ayudaremos a reparar su avioneta. Sinceramente, nuestros médicos pueden atender a su esposa, creo que tiene una especie de infección en la piel que le provoca delirios.
-¿Y juran no comernos? – pregunta desde el interior de la tienda de campaña el joven Ernesto.
-Sinceramente, prefiero comer la fruta fresca y los alimentos cocinados que preparamos en nuestra aldea antes que comer carne humana. ¡Qué asco! Confieso que hay quien dice que nuestros antepasados eran caníbales, pero créanme, la carne de serpiente es exquisita y los huevos de avestruz están deliciosos.

Anonadados deciden acompañar a aquella peculiar tribu a su “lugar de estacionamiento”. Al llegar ven un poblado de chavolas con cubiertas de paja, junto a un arroyo. Niños jugando y una vida más o menos normal hasta que ellos llegan, momento en el que todos se arremolinan alrededor de ellos para curiosear sobre los nuevos visitantes, aunque más bien a la que no pueden dejar de mirar es a Clo. Extraño color de piel. Ésa mujer debe estar muriéndose porque la piel le chorrea y es de color verde. Además, tiene un extraño rictus en la cara, como si no pudiese moverla con facilidad.

-Maldita mascarilla- murmura para sí Clo- se ha puesto rígida y como no me lave pronto la cara me va a dar algo,- con lo cual acto seguido se lanza como una posesa al arroyo para lavarse la cara y de paso traumatizar a la mitad de la población infantil de la aldea.

Eso sí, ahora muestra a la concurrencia una maravillosa piel tersa y suave, resplandeciente, que arranca un auténtico ¡Oh! De admiración, sorpresa y alivio, la verdad.

-Desde aquí pueden arreglar su problema del motor o avisar para que vengan a recogerles. Eso sí, no le den las coordenadas de nuestro poblado, queremos seguir viviendo tranquilos. Una vez que vengan por ustedes, de hecho, nos mudaremos para que no nos localicen, nos gusta nuestra intimidad.
-Y ¿cómo van a localizar ayuda?- pregunta tímidamente Ernesto.
-Muy fácil joven. Aquí tenemos algo mucho mejor que vuestro Internet. Los tambores. Desde aquí avisamos en cadena a varias tribus situadas en el centro de la Selva, hasta el primer poblado que tiene esa tecnología que se llama Internet. También lo hacemos para negociar y abastecernos de provisiones. La caza y la pesca está bien, pero nuestras mujeres prefieren la venta por catálogo mejor que las pieles de animales que se almorzaron. Cosa de mujeres.

Mientras un grupo de esas mujeres han rodeado a Clo que entusiasmada se deja acariciar el rostro. Divertida les abre su maleta a las señoras indígenas y les muestra todo tipo de cosméticos de belleza. Se siente la reina del Mambo y en su propia salsa.

     Leo por su parte no cabe en sí de gozo. Estos salvajes viven de lujo, sí señor. Además, no hay más que mirarlos para ver lo sanos que están y los músculos que tienen. Para sobrevivir tienen que cazar y pescar, sólo lo que necesitan le explica el jefe de la tribu. ¡Justo lo que él hace cuando está de vacaciones!

     Por su parte Ernesto que ha sido rodeado por un grupo de jóvenes indígenas que le sonríen e intentan tocar su piel, les llama la atención porque es muy blanquita y además parece muy endeblita. Y en su cara tiene… unas manchitas muy graciosas que quieren tocar.

     En ese instante en que casi lo consiguen Ernesto empieza a sentir un picor general. Suele pasarle cuando se pone nervioso, pero evidentemente aquí la culpa debe tenerla algún tipo de parásito o rara enfermedad. Por ello comienza a rascarse frenéticamente hasta formarse surcos en la piel. Las chicas retroceden asustadas y se le acerca un tío de dos metros de alto con una especie de corona de plumas y un taparrabos de color negro como su piel. En el pecho tiene una especie de tatuaje raro y en el labio inferior una especie de enganche que algo le dice a Ernesto que no es para un carro. Asustado retrocede, pero el extraño se le acerca y se identifica.

-Soy Kins, mago hechicero y curandero de la tribu. ¡Acompáñame!
-¡Jamás! Me vas a dar de beber algún líquido asqueroso hecho con ojos de insectos y piel de vete tú a saber qué animal.
-Bueno, yo tenía pensado darte más bien aceite de ricino para que expulses de tu cuerpo de una forma natural todas las porquerías que te has debido meter para tener ese sarpullido, consecuencia creo de una sobre dosis de antihistamínicos. Si lo prefieres, puedo ofrecerte penicilina, antibióticos en general, antihistamínicos de última generación, o simplemente ponerte un… ¿Cómo lo llamáis vosotros los civilizados? ¡Ah, sí! ¡Un Urbazón! Nos gusta sanar a nuestra cena antes de zampárnosla.

Evidentemente, el bueno de Kins bromeaba, pero me temo que el pobre de Ernesto casi se lo cree, aunque en ése momento sólo podía pensar cómo era posible que tuviesen tantos medicamentos. Aquello era un paraíso de la salud. Y las chicas lo miraban con auténtica adoración.

     En fin, y sin querer marearos mucho, os confirmo que la familia pasó todo el verano con la tribu. Es más, decidieron quedarse a vivir con ellos. Leo no paraba de hacer deporte, Clo era la “reina de la moda y la belleza” y Ernesto se sentía más seguro de lo que había estado nunca y se hizo aprendiz del gran curandero y se decidió por primera vez en su vida a hacerle ojitos a las jóvenes.

     El piloto decidió regresar. Aquella loca gente estaba realmente como una regadera. Por ello, a él lo regresaron a “la civilización” para continuar con el trabajo de 6 a 22 horas del día, a comer rápido y de mala manera, al estrés, y a la hermosa vida civilizada. Mientras la familia eligió a los salvajes, sin horarios, comida sana, sin más preocupación que disfrutar del día a día.

     En la ciudad se corrió la voz de que aquella pobre familia había muerto en el accidente. Y es que tanto viajar no podía ser bueno. Hay incluso quien tenía pruebas casi fehacientes de que habían sido devorados por indígenas caníbales de África. ¡Pobres!

     Concluyendo amigos, a veces las peores vacaciones pueden ser las mejores, a veces, las apariencias engañan y sobre todo, y no a veces, sino siempre, debemos tener claro lo que queremos y luchar por ello, tarde o temprano llegará.

     Nota: El próximo verano tengo pensado ir de vacaciones a África. ¿Alguien se apunta?


Violeta

Luz Tenue

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Por fin Felipe metió en su nueva vivienda la última caja de cartón que quedaba. Estaba exhausto. Tenía treinta y dos años y al fin había conseguido encontrar un trabajo que podía ser estable, o al menos, prometía serlo. Llevaba años presentando curriculums. Había trabajado en varias empresas como informático. Realmente él era ingeniero informático pero lo contrataban como programador o para solucionar los problemas que pudiesen acontecer, percibiendo por ello un sueldo que no era ni mucho menos una gran cosa, no desde luego el sueldo que debía percibir un ingeniero.

     En la última empresa en la que trabajó cayó el sistema sin saber por qué y Felipe solucionó el problema de forma rápida y eficaz dejando impresionado no sólo al propietario de la pequeña empresa familiar, sino a su mayor cliente, que tenía una gran empresa en una ciudad vecina, a unos cincuenta kilómetros de allí.

     Efectivamente, Tomás, el propietario de “Odisea”, una empresa dedicada al diseño y construcción de edificios, le propuso trabajar para él de prueba unos meses. Tras el primer mes de trabajo, Tomás contrató a Felipe de forma definitiva con un contrato durante un periodo anual prorrogable. Había quedado impresionado con su trabajo.

     Todo esto estaba muy bien, pero Felipe era una persona que se empleaba a fondo en su trabajo. A veces si así se requería, se llevaba el trabajo a casa. Le entusiasmaba su trabajo. Quizás por eso aún no tenía pareja, tenía amigos, pero ciertamente era una persona más bien solitaria y sobre todo, anclado a lo práctico. Nada más práctico que buscar una vivienda en la ciudad donde trabajar evitando los desplazamientos diarios, las entradas a hora punta…

     Estuvo buscando durante varias semanas hasta que por fin, una tarde se sentó en un café. Curiosamente ese pequeño café le llamó la atención de inmediato. Volvía de su trabajo, como de costumbre, más bien tarde y sintió la repentina necesidad de sentarse y frenar un poco. Hasta ahora no se había fijado en aquel café tan peculiar. Era pequeño, pero encantador, con sus velas y ramilletes de flores frescas en las mesas. Tal vez para otra persona no dejaría de ser un café normal y corriente, incluso más bien algo cutre, pero para Felipe que adoraba los detalles, parecía un negocio familiar tratado con cariño.
- Buenas tardes señor. ¿Qué desea tomar?
- Ah, hola. Pues… un café con leche, cortito de café, por favor.
- ¿No quiere probar nuestras tartas caseras? ¡Están deliciosas!- acto seguido el camarero se inclina suavemente sobre Felipe y le susurra algo más bajo- las ha hecho mi esposa, es una cocinera excelente.
- La verdad es que soy bastante goloso… ¿Cuál me recomienda?
- Todas. Pero puede probar con la de queso, es deliciosa.
- De acuerdo.

     No sabía exactamente por qué, pero realmente estaba a gusto en aquel café. Sacó su maletín y se dispuso como cada día a buscar en el periódico los anuncios de alquiler. Una ráfaga de viento sopló en aquel momento y voló el periódico. Felipe salió tras él, ¡qué barbaridad! ¡Vaya viento se había levantado! Por fin lo atrapó. Al recogerlo del suelo y levantarse se topó prácticamente en la cara con un cartel de “Se alquila”. El edificio no tenía mala pinta para nada. Se veía antiguo pero bien cuidado. Estaba justo enfrente del café y prácticamente en la calle paralela al trabajo. ¡Menuda suerte! Anotaría el número de teléfono y preguntaría el costo.

     Al acercarse de nuevo al café vio a Tomás que le esperaba sonriente.

-Pensé que había cambiado de opinión y se iba sin probar nuestra tarta de queso.
- Por nada del mundo se me ocurriría hacer eso. No, perdí el periódico. Busco una vivienda para alquilar por aquí cerca y he visto un anuncio en el edificio de enfrente, voy a telefonear, lo mismo vamos a ser vecinos.
- ¿Un cartel azul y blanco?
- Sí, así es. ¿Conoce el edificio?
- Algo así.- le contestó Tomás riendo- Es nuestro.
- ¡No me lo puedo creer! ¡Menuda casualidad! Y… ¿cuánto querrían de alquiler?
- Todavía no lo ha visto. Si quiere, le acompaño cuando termine su porción de tarta y lo vemos. Ahora no hay muchos clientes. Pase y le presentaré a mi esposa. Luego si quiere podemos ir a verlo.

     Felipe no podía creer en su buena suerte. Pasó un rato muy agradable junto a aquella familia. Conoció a Aurora, la esposa de Tomás. Una mujer encantadora aunque se la veía muy triste. Tomás le explicó de camino al piso que Aurora no estaba del todo convencida en alquilar el piso. Al parecer le tenía un cariño personal. Perdieron una hija hacía dos años y a ella le encantaba aquel lugar. Siempre bromeaba diciéndoles a sus padres que algún día se independizaría y se iría a vivir a aquél piso. Evidentemente, aquello no iba a ocurrir jamás. La necesidad obliga, el café les permitía seguir adelante, pero necesitaban el alquiler. Felipe iba a ser el afortunado, ya que el precio le pareció bastante justo y el piso en verdad era maravilloso. Grandes ventanales, mucha luz, estaba incluso amueblado, color blanco en las paredes, muebles de color miel, alegres cuadros en las paredes, bonitas cortinas de flores… casi apreciaba la mano de Aurora en aquello.

     Y ya era una realidad. Acababa de meter en la casa su última caja. ¡Comenzaba su independencia! Comenzaría por buscar en aquél caos algo de ropa para el día siguiente. Entró en el dormitorio y observó el vaivén de la cortina con el viento. Cerró la ventana y comenzó a buscar sus pantalones marrones en la maleta cuando notó una ligera brisa en su cuello. Se giró como sobresaltado y vio que no había cerrado la ventana. Vaya, pues sí que estaba cansado, pues juraría que acababa de cerrarla hacía un momento. En fin, la volvería a cerrar y después se acostaría. Había sido un día largo y agotador.

     Aquella noche no durmió bien. En sus sueños veía a una chica bellísima de largo cabello negro. La chica le sonreía, luego de pronto lloraba… extendía su brazo hasta él y le suplicaba ayuda… ahí se despertó sobresaltado y cubierto de sudor, respirando agitadamente, como si lo que hubiese visto fuese real.

     Al día siguiente al volver de trabajar se tomó una nueva porción de tarta y un café en el local de sus nuevos amigos. Adoraba las tartas de Aurora. ¡Estaban exquisitas! Pero le partía el alma la mirada triste de aquella señora, su sonrisa era eterna, pero no llegaba a sus ojos.

     Iba pensando en ello cuando llegó al piso. Estaba tan absorto que no se dio cuenta de que había flores en varios jarrones. Evidentemente la señora que había contratado para hacer la limpieza se lo había tomado en serio. Todo estaba reluciente y las flores le daban un toque “hogareño”.

     Notó algo de frío y decidió cerrar un poco las ventanas. La de su dormitorio se atascaba un poco. Parecía que no quería cerrarse. Ya había comprobado que a veces aunque parecía estar cerrada, luego se la encontraba abierta. Todo el piso olía… a jazmín. Mmm, era un olor suave, pero ahí estaba. ¡Qué agradable! Decidió tomar un baño y descansar. Vería algo en la tele. Tomó una buena ducha y al salir se dispuso a descongelar su pizza de esa noche. Abrió una botella de vino y se sirvió una copa, dispuesto a tomar algo rápido y descansar. Al entrar en la cocina se quedó helado, literalmente. La pizza estaba fuera del congelador, no recordaba haberla sacado antes de ir al baño. Sobre la mesa estaba el vino y dos copas. Ya no sólo no recordaba lo que hacía, sino que encima lo hacía doble.

     Se tomó la copa de vino sin cenar y se acostó. Necesitaba dormir. Aquél día había sido completo. Sin embargo la noche también lo fue. Volvió a tener el mismo sueño. Aquella joven, sus ojos… se parecían mucho a alguien pero no podía determinar con claridad a quién… esta noche el sueño fue a más. La joven le suplicaba… ¡Ayúdanos!, por favor, ¡Ayúdanos! ¡no nos dejes ir…! Volvió a despertarse nervioso, alterado y sudoroso. En mitad de la noche, tras la pesadilla sus ojos le jugaron una mala pasada, porque sentada en el alféizar de la ventana estaba la joven de sus sueños… bella, mirando al vacío… vestida con un hermoso vestido de gasa blanco… ¡señor, seguía soñando! En ello la joven se giró hacia él y pudo comprobar que una lágrima rodaba por su mejilla al mismo tiempo que extendía su mano hacia él y repetía su cantinela… ¡ayúdanos!

     Felipe se sentó de golpe en la cama. Su cuerpo entero estaba bañado de sudor, pero de un sudor frío. Tenía el pelo erizado. En la ventana no había nada. Sólo de nuevo la cortina meciéndose al viento y una pequeña luz, muy suave, muy tenue… ¿Qué le estaba pasando? ¡Se estaba volviendo loco! ¿Quién era aquella chica? ¿Era real? Él no creía en fantasmas ni fantasías. Necesitaba respuestas y creía saber dónde buscarlas.

     Al día siguiente al hacer su entrada habitual en el café le preguntó directamente a Tomás.
- Por favor Tomás, necesito saber si hubo una inquilina en el piso que yo ocupo, es importante.
- No. Es la primera vez que lo alquilamos después de…
A Felipe no le pasó desapercibido el cambio en la actitud de Tomás.
- ¿Después de qué? Por favor, es importante.
No había muchos clientes, así que Tomás se sentó junto a Felipe.
- Después de que muriese nuestra pequeña Adelina. Nuestra hija.
- ¡Dios mío! ¡Cuánto lo siento! No pretendía… ¿Cuándo fue eso?
- Hace un año, once meses y dieciséis días, si quieres saberlo con exactitud.
- Lo siento de veras.
- A Adelina le encantaba ese piso. Decía que cuando se independizase se marcharía allí a vivir. Lo mantenía en perfecto estado, le gustaba irse allí con sus amigos. Siempre con flores frescas en las mesas, su perfume a jazmín se olía por toda la casa…

Felipe notó cómo se le erizaban los vellos del cuerpo, pero tenía que saber más.

-¿Qué ocurrió?
- Adelina adoraba sentarse en el alféizar de la ventana del dormitorio. Le gustaba mirar desde allí porque decía que todo se veía distinto y que olía las tartas que hacía Aurora aquí en el café. Debía ser cierto porque siempre acertaba cuál era la especialidad de ese día. Lo que no sabíamos era que estaba enferma. Tenía una especie de anemia muy rara. A veces se mareaba o incluso se desmayaba. Le prohibimos sentarse en el alféizar de la ventana, pero ella como siempre nos ignoró. Al parecer según la autopsia se desmayó y cayó por la ventana. Supuestamente no sufrió, no sintió nada pues estaba totalmente inconsciente cuando cayó. Pero lo cierto y verdad es que ocurrió y no conseguimos avanzar. Quien peor lo lleva es Ana, su hermana. Estaba allí con ella cuando ocurrió. No se lo perdona. No sale de casa más que para ir a trabajar y está bajo tratamiento médico, temo que hemos perdido dos hijas en lugar de una.

     Felipe no daba crédito a lo que oía. Ahora entendía la tristeza de Aurora y sin embargo, aquella fortaleza. Intentaban continuar con el día a día, incluso habían alquilado aquel apartamento. Ahora entendía también el porque le era familiar la joven. Era idéntica a Aurora, sólo que más joven, aunque le parecía que había algo más. Se sentía conectado a ella pero no sabía el por qué.

     Aquella noche volvió a soñar con Adelina. Al incorporarse en la cama volvió a verla sentada en el alféizar y supo que seguía dormido... Esta noche ella no le habló, solo le sonrió y le susurró de nuevo… ¡ayúdanos!
- ¡A quién! -gritó Felipe-, ¡eres una! ¿A quién tengo que ayudar?

Adelina se desvaneció. Felipe no consiguió volver a dormir. Hacía calor, la ventana estaba abierta, olía a jazmín. Empezaba a pensar que había perdido la razón. Concretamente esa noche antes de acostarse la señora López, su asistenta, lo había llamado para disculparse por no haber podido acudir esa primera semana, había contraído gripe y estaba en cama. Pero la casa estaba inmaculada, con flores naturales en los jarrones, ese dulce olor a jazmín y esa suave luz tenue en la ventana… Sí, definitivamente, se estaba volviendo loco.

     ¡Por fin sábado! Felipe sólo quería terminar ese día su jornada laboral y marcharse a visitar a sus padres. Tal vez ese fin de semana consiguiese dormir. Necesitaba alejarse de todo e indudablemente se cambiaría de piso. No podía seguir así. Comenzó a trabajar y de pronto su pulso dejó de latir. Sentada en una de las mesas estaba Adelina. ¡Era ella! ¡Sus ojos! ¡Su pelo! ¡Su palidez! Creyó que iba a desmayarse, ahora también lo iba a acosar en el trabajo y todos se darían cuenta de que se estaba volviendo loco…

- Hola -Adelina le sonrió-. Tú debes ser Felipe, encantada de conocerte. Hasta ahora no he podido saludarte, me encontré contigo en tu primer día en el ascensor pero no he vuelto a verte. Creo que tú vas a ser quien nos modernice los programas ¿verdad? Soy la secretaria del Sr. Olivier. Me llamo Ana.

Felipe pensó desmayarse allí mismo. ¡Ana! ¡Y era real! La gente la veía, estaba claro. Por eso le sonaba la cara de Adelina, ¡Dios mío! ¡Ana debía ser la gemela de Adelina! ¡No podía ser! En su mente repiqueteaba la voz de sus sueños… “ayúdanos”, en plural.

     De pronto sintió mucho frío y ese olor a jazmines… “acompáñala hoy”… escuchó en su cabeza. ¿Era la voz de Adelina? No lo sabía, pero necesitaba respuestas.

- ¿Te encuentras bien? Me miras raro y estás pálido.
- Eh… no, disculpa por favor. Esto… te va a sonar raro, pero cuando salgo de aquí voy todos los días a tomar tarta casera y café a un lugar muy bonito de la calle Segura, ¿quieres venir y hablamos de lo que tenemos que preparar la próxima semana? Eso me ayudaría a enfocar el trabajo durante el fin de semana. Te prometo que no soy ningún loco ni nada de eso.- ¡Madre mía! ¿En qué estaba pensando? ¡Pues claro que sonaba como un loco!
- Sí, claro. No te lo vas a creer pero… ese café es de mis padres. Llevo al menos dos semanas sin visitarles, estaría bien ir a verles. ¿Nos vamos?

Felipe no podía creer que aquello fuese real. Ana caminaba a su lado como si tal cosa por la calle. Y de pronto todo ocurrió en un abrir y cerrar de ojos. Un vehículo perdió el control y se dirigió directamente hacia donde ellos caminaban. Ana estaba absorta mirando hacia el frente, hacia el café que ya se veía, y su vista se alejaba inconscientemente hacia el piso y aquella ventana… pero Felipe estaba alerta porque dentro de él una hermosa voz le gritó… ¡empújala! Y no lo pensó dos veces. Se tiró sobre Ana y la empujó contra el suelo justo a tiempo para evitar que el vehículo les atropellase a ambos.

     Ana estaba confusa en el suelo, se había golpeado la cabeza al caer y eso debía ser lo que le provocase aquella visión… Felipe estaba a su lado preguntando si estaba bien… pero ella no veía a Felipe. Ella miraba directamente a Adelina que la miraba con preocupación y le sonreía. Se había sentado junto a ella y le tomaba la mano…

- No pueden perdernos a las dos
- ¿De veras eres tú?
- Sí hermanita. Tú no tuviste la culpa de lo que pasó. Fui una inconsciente, nunca mejor dicho, ya que perdí la consciencia y ello me mató. Nuestros padres te necesitan, y yo necesito saber que estás bien para irme tranquila y descansar al fin.
- ¿Sabías lo de hoy?
- Sí. Sabía que ibas a caminar por aquí, sabía que con todo lo que estás tomando no estás alerta, sabía que ibas a mirar a la ventana y no ibas a ver nada más, y sabía que ése coche venía para ti. Al principio me quedé por papá y mamá, y desde luego por ti. Luego cuando supe lo que iba a pasar decidí que tenía que intentar salvarte. Te quiero hermana, pero no tengo prisa por reunirme otra vez contigo. Cuídate y cuídalos.
- Te quiero Adelina, te echo de menos.

Ambas hermanas se abrazaron llorando, nadie entendía qué le pasaba a aquella chica salvo Felipe que lo vio todo. Poco a poco Adelina comenzó a desvanecerse. Se la veía feliz, sonriéndole envió un beso a ambos y susurró un “gracias” a Felipe. El olor del jazmín se desvaneció en el aire. Felipe no sabía que pensar, Ana sin lugar a dudas tenía ganas de vivir por primera vez en dos años mientras veía volar suavemente hacia el cielo aquella pequeña luz tenue.


Violeta