¡¡Feliz Año Nuevo!!

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Otro año se acaba y deja paso a uno nuevo. Este año se ha llevado muchas cosas buenas y también no tan buenas, pero es que hay que dejar sitio para las nuevas experiencias. Espero que este año sea mucho mejor que todos los demás y traiga muchísimas alegrías, después de todo ¡¡hemos sobrevivido al fin del mundo!!

¡¡FELIZ AÑO NUEVO!!

Trozos de Cartón

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     Para José no era fácil vivir la situación actual. Todo se había ido complicando últimamente hasta un punto angustioso. Había perdido su trabajo unos meses antes, si bien cobraba el desempleo, no era suficiente para mantener a su familia, por no mencionar que eso también terminaría.
     No dejaba de escuchar por todos lados los problemas existentes en cuanto a la crisis, desempleo, desahucios. Estaba aterrorizado, pagaba hipoteca, tenía tres hijos y su esposa metía algo de dinero en casa pero insuficiente.
     Andrea trabajaba limpiando casas por horas para poder tener un extra cuando su marido José trabajaba, pero ahora su mísero sueldo se había convertido en el sueldo familiar.
     Para colmo de males era Navidad. Ésa bella época del año llena de glamour, ilusión y sueños para una parte del mundo y llena de dolor para otra parte. La Navidad es una época hermosa si la vives junto a los niños y sobre todo si económicamente puedes permitirte determinados caprichos. Sin embargo, cuando eres padre y la situación te bombardea hasta el punto de no poder permitirte absolutamente ningún extra, todo se vuelve tremendamente complicado.
     Adela, Benito y Juan, los tres pequeños de 12, 9 y 5 años del matrimonio eran niños normales. Es decir, niños que ven televisión y no dejan de escuchar que si tal o cual juguete es una maravilla, que si este robot, o este videojuego, una play, un ordenador.
     José es consciente de todo ello, pero es imposible satisfacer necesidades, imaginad este tipo de juguetes. Por ello, esta cálida mañana de invierno, a pesar de estar a dos de enero, se levanta temprano y vuelve a patear calles, tiene pensado volver a la oficina de empleo, visitar conocidos que puedan indicarle algún posible empleo, lo que haga falta.
     Al pasar por las cercanías de su antigua empresa siente un pellizco en el estómago. Quedan pocos empleados en ella. El Sr Gutiérrez es buena persona, pero la situación llegó a un límite extremo y no tuvo más remedio que ir recortando personal.
     A pocos metros de la empresa, ve algo que le encoge el corazón. Un bulto humano descansa bajo una pila de cartones. No puede evitar pensar si tal vez su familia se vea en esta situación en un futuro no tan lejano.
     Nota como una especie de opresión en el pecho y se da cuenta de que está a punto de sufrir una nueva crisis de ansiedad. Un sudor frío comienza a cubrirle y nota algo diferente a la última vez, algo como una especie de ardor en el brazo que se le va extendiendo, con lo cual no puede dejar de pensar que tal vez la cosa se agrave más.
     En este momento, el bulto que descansaba bajo el montón de cartones empieza a moverse y sale de debajo de los mismos para mirar directamente a la cara de José, que en este mismo instante piensa que efectivamente le ha dado un ataque cardiaco y ve visiones. Ello se debe a que ante él se encuentra su viva imagen.
     Atónito observa como su “yo” se acerca a él y le coloca una mano sobre el hombro.
-   Hola amigo. – le dice como si tal cosa.
-   ¿Quién eres? ¿Estoy sufriendo una apoplejía o algo así?
-   No. Estás viviendo una experiencia que muy pocos han conseguido vivir. Estás viéndote reflejado en un vagabundo de la calle porque temes llegar a esa situación, y no es tan improbable que eso pase.
-   ¿Esto es real?
-   Como la vida misma. Quiero mostrarte algo.
José observa como el vagabundo se agacha y coge unos papeles. Al acercarse de nuevo a él observa que parecen cartas infantiles. ¡Son las cartas de sus hijos! Reconoce la letra y le mira alucinado. Le pidió a sus hijos que le entregasen las cartas pero ellos fueron implacables. Ni siquiera su esposa quiso enseñárselas.
     Su yo vagabundo extendió el brazo y le entregó las cartas. Con manos temblorosas las tomó y comenzó a leer. Con cada línea que leía se emocionaba más y sus ojos comenzaron a humedecerse. Sus hijos, desde la mayor hasta  el pequeño habían pedido lo mismo. Sin embargo, su hija mayor, Adela, había sido bastante explícita.
-   Señores Reyes Magos, por favor, este año no queremos juguetes. Hay muchos niños que no los tienen, los hemos visto en la tele, son niños desnutridos y algunos de ellos no tienen ni familia. Nosotros tenemos de todo eso. Ahora las galletas son normales en lugar de cubiertas con chocolate, y mamá prepara muchos macarrones. Pero estamos muy bien. Menos mi papá. Estamos preocupados porque ya no juega con nosotros, no nos cuenta chistes como antes y le oímos llorar por las noches. Por eso queridos Reyes Magos os pedimos que curéis a papá. Queremos que vuelva nuestro papá de siempre. Os pedimos que le busquéis un trabajo, el que sea, y que vuelva a sonreír de nuevo.
Ahora ya José lloraba abiertamente ante él mismo. Él preocupado por dar a sus hijos juguetes el día de Reyes y sus hijos sólo querían que él volviese a ser el mismo de siempre. No tenía ánimos para ello pero realmente era importante y sus hijos lo merecían. Sin pensarlo dos veces y sin preguntarse nada más agradeció esa revelación y abrazó a su mitad desaliñada.
-   ¿Eres mi yo del futuro?
-   No. Digamos que soy… un enviado.
-   Gracias. De corazón.
Aunque nada había cambiado José decidió no preguntarse nada y volver a casa. Ese día iba a dedicarlo a sus hijos. Y el siguiente y el siguiente. No podría comprar nada a sus hijos, pero sabía que los abuelos habrían comprado algo, cosa que muchos chicos no disfrutarían. Por su parte, jugaría con ellos e intentaría estar lo más natural posible. Cuando pasaran las vacaciones escolares y volvieran a clase, él volvería a retomar el tema de buscar trabajo.
     Y así lo hizo. Sus hijos estuvieron encantados con él todo el día y hasta su esposa pareció olvidar un poco ese día los problemas. Ella era imaginativa, incluso había preparado “cosas” para entregar a los niños el día de Reyes. Todo iba a salir bien después de todo.
Llegó el gran día. Como cada año, fueron juntos a ver la cabalgata y al regresar tuvieron una copiosa cena a base de tostadas con aceite y leche. Se pusieron como el quico y se fueron a dormir pronto.
     A la siguiente mañana, como tradicionalmente, los chicos fueron rápidamente al árbol de Navidad y allí había cinco paquetes. Para Adela, un vestido que su madre le había arreglado de su tía Ana. Precioso, la joven estaba encantada. Para Benito, un antiguo juego de ajedrez que perteneció a su abuelo Luis, que por cierto, le enseñó a jugar con ese mismo tablero. Estaba entusiasmado. Para Juan, un coche deportivo rojo que había pertenecido a su padre y que éste había guardado celosamente para que “los niños no lo tocaran”. Este año tocaba “regalarlo” a alguno de los niños. El pequeño no cabía en sí de gozo.
-   ¡Son los mejores regalos que podíamos tener!
Por su parte, Andrea abrió su regalo y encontró una hermosa fotografía de cuando ella y José comenzaron a salir. Miró a José encantada, ¡qué buena idea había tenido!
José abrió el suyo. También había una fotografía, era de él un año que decidió disfrazarse en el Instituto y terminó vestido de animadora. Todos rieron con ella, aunque Benito preguntó muy preocupado quién era aquella señora tan fea y con tanto pelo en las piernas.
Al día siguiente volvería la normalidad, y José volvería a intentar encontrar trabajo. Hoy era un día para ellos. Ni siquiera se había planteado el extraño suceso ocurrido cuatro días antes. Había pasado por allí y ya no estaban los cartones. Tal vez sufrió algún tipo de alucinación ocasionado por la angustia. Qué más daba ya. Cuando estás desesperado, ya todo te da igual.
     En ese momento sonó el teléfono.
-   ¿José? – preguntó la voz al otro lado de la línea.
-   ¿Sr Gutiérrez?
-   Hola José, felices fiestas aunque te lo diga con retraso. Quería decirte que hemos recibido un pedido importante y estamos muy contentos porque necesitamos que vuelvas al trabajo. Hemos podido volver a contratar a los tres trabajadores que tuvimos que despedir. No puedo garantizar durante cuánto tiempo será, pero si puedes venir mañana a trabajar, serás bien recibido.
-   ¿Está de broma? ¡Estaré ahí sin falta! ¡Gracias Sr Gutiérrez!
En ese instante tuvo una especie de deseo. Vio lágrimas de alegría en la cara de su esposa. Evidentemente lo había escuchado todo.
-   Andrea, he de ir a un lugar. Ahora mismo regreso, y por favor, apóyame en esto igual que has hecho con todo lo demás.
-   Claro. Aquí estaremos.
José voló en dirección al lugar donde días antes había vivido aquella experiencia singular. Al llegar, comprobó encantado que la montaña de trozos de cartón estaba allí. Se acercó y observó como el bulto humano comenzaba a moverse y apareció de pronto de debajo. Pero esta vez, no era él mismo. Era un total extraño que le miraba con cara sorprendida.
-   Por favor, no me denuncie. No tengo donde ir.
En ese momento lo vio claro. La situación era tan difícil para todos, que cualquiera podía estar en esa terrorífica situación.
-   ¿Denunciarle? No amigo, hace cuatro días era yo quien dormía bajo cartones, créame. Por favor, acompáñame a casa. No puedo ofrecerle mucho, pero podrá tomar un baño y degustar unos maravillosos macarrones. Tiene mi misma talla, le dejaré algo de ropa. Al menos, hoy también tendrá su regalo de Reyes.
Tal y como prometió, Andrea no hizo preguntas. Ese extraño señor que olía tan mal y que tenía cara de sorpresa total, tomó una ducha, se vistió con ropa de José, comió con ellos y luego se marchó. Les prometió venir al día siguiente y ayudarles de forma gratuita a arreglar algunos pequeños problemillas que la familia tenía con el fregadero y una cisterna. Por lo visto, era un manitas.
José regresó a su trabajo y descubrió que incluso había un puesto para su nuevo amigo. Era un trabajo parcial y no demasiado bien remunerado, pero era algo al fin y al cabo y le permitiría dejar de dormir bajo trozos de cartón.
Por primera vez en su vida, y tenía cuarenta y ocho años, creía seriamente en los milagros, en los Reyes Magos, y sobre todo, en valorar lo que se tiene por poco que sea.

Violeta

¡¡Feliz navidad!!

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Espero que todos vosotros estéis pasando unas muy buenas vacaciones de navidad con la familia. Por aquí hicimos una gran cena familiar con chistes incluidos, y después vino Papá Noel jeje, que empezó a pasarse por mi casa hace unos cuatro años y siempre nos deja un detallito.

¡¡¡FELIZ NAVIDAD A TODOS!!!

Manuel

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     Poco a poco Antonio comenzó a abrir los ojos. Estaba cansado, aún tenía sueño, si es que podía denominarse así, pues prácticamente no dormía. Carmen, su esposa, ya empezaba también a moverse dentro del jubón. A los pies de ambos se encontraba el motivo del insomnio, el escaso bulto que ocupaba su hijo, Manuel.

     El pequeño tan solo tenía cinco años, sin embargo, cada día acompañaba a su padre a los pastos a pesar de la temprana hora que éste comenzaba su jornada. Como tantos otros días, Antonio se levantó y zamarreó suavemente al pequeño para despertarle. Su intención era dejarle dormir, pues el día anterior lo había notado congestionado y no le vendría mal descansar. A pesar de ello, también sabía que el pequeño enfurecería si no le llamaba.

     Lentamente el chico comenzó a moverse. Antonio notó que estaba algo más templado de lo normal. Tal vez podía tener fiebre. Una mano invisible le estrujaba la garganta. Su hijo lo era todo para él, quería que lo tuviese todo, pero la situación era complicada. Tenían lo justo para subsistir, y no se quejaba de ello. Era muy consciente de que a la vez lo tenía todo. Amaba a su esposa y Manuel supuso para ellos una alegría inmensa, tal vez no en el momento apropiado, o tal vez sí, ¿quién sabe?

-   Buenos días hijo, ¿cómo estás hoy? – le preguntó al pequeño.

Manuel le respondió con una gran sonrisa. Típico de él. Tenía las mejillas enrojecidas y los ojos vidriosos, esos hermosos y enormes ojos verdosos en esa graciosa carita llena de pecas.

-   Estoy bien papi.
-   Mamá tiene hoy mucho trabajo que hacer aquí, ¿por qué no te quedas con ella? Me siento mal dejándola sola todo el día.

Por un instante, pareció ver la duda en los ojos de Manuel, pero aún así no estaba la batalla ganada.

-   Mañana me quedo con mami. Hoy tengo que ir contigo papi. Es muy importante.
-   ¿Y eso?
-   He tenido un sueño muy bonito. Una señora muy guapa nos visitaba, tenía el pelo dorado y me sonreía. Sus manos eran frescas y estaba muy contenta. Ella me dijo que te acompañase hoy.

Evidentemente no iba a conseguir disuadirlo, así que se rindió a lo evidente y le ayudó a vestirse.

Por su parte, Carmen ya tenía preparado el zurrón con las viandas de ese día. Algo de agua y un poco de pan hecho por ella con la poca harina de la que disponía. Ellos no lo sabían, pero muchos días ella no comía. Gracias que vivían cerca del bosque y en él había frutos comestibles. La situación era muy precaria.

De esta forma y abrigados dentro de sus posibilidades, Antonio y Manuel dieron un beso a Carmen y se marcharon al monte. Aquel día pasarían por las afueras del pueblo antes de ascender. Antonio recordó que su amigo Tomás tenía un burro. Era un animal viejo, pero podía servir a sus propósitos. No le gustaba pedir favores, pero Manuel tenía mal aspecto y si su amigo le ayudaba, al menos no caminaría tanto.

Pronto llegaron a casa de Tomás. Ya había movimiento, en aquella aldea de Belén todos madrugaban mucho, su subsistencia dependía de ello.

-   ¡Buenos días Tomás! – le saludó Antonio.
-   ¡Ah! Buenos días Antonio! ¡Hola Manuel!

Antonio se acercó a Tomás rogándole a Manuel que se quedase pendiente del rebaño.

-   Tomás, he de pedirte un favor.
-   Tú dirás amigo.
-   Manuel no se encuentra hoy bien, ¿podrías dejarme el burro?
-   Vaya Antonio. Que pena me da decirte esto. No lo vas a creer pero acabo de dejárselo a una pareja que ha llegado hace unos momentos. Me han dado mucha pena, ella está embarazada y casi no podía caminar. Han venido a pagar sus impuestos. Pobrecita, tendrías que haberla visto, no se de dónde saca fuerzas.
-   Qué se le va a hacer. No te preocupes. Pesa poco, lo convenceré para llevarlo yo en alto.

Al darse la vuelta ninguno de los dos hombres vieron a Manuel. Antonio se preocupó, su hijo nunca le desobedecía. Angustiado, empezó a mirar en derredor suyo y así fue como los vio. Casi al lado del rebaño estaba Manuel con una pareja que parecía joven. Debían ser la pareja de la que le había hablado Tomás, pues ella estaba en avanzado estado de gestación.

Al acercarse a ellos no pudo evitar fijarse en la señora. Era la dama más hermosa que había visto jamás. Su cara irradiaba una belleza singular. Eran pobres, podía apreciarse a simple vista debido a la humildad de sus ropas. Llevaba el cabello cubierto con un manto, pero ello no ocultaba su brillo dorado. Con cariño se masajeaba el vientre. A pesar de la dificultad de la situación se la veía tranquila, irradiaba serenidad.

En esos momentos, ella acariciaba con suavidad la mejilla enrojecida por la fiebre de Manuel que la miraba extasiado.

-   He venido señora, tal y como me pidió en mi sueño.
-   ¿En tu sueño? – preguntó ella.

Al hacerlo, Antonio quedó sobrecogido por la paz que su voz transmitía en sí. Miró a Tomás que también observaba la escena.

-   Gracias de nuevo por dejarnos el burro – comentó José,  el marido que hasta ahora no había hablado.
-   No hay de qué José.- contestó Tomás.
-   Debemos continuar el camino José – le comentó su esposa.-  Se acerca el momento.
-   Continuemos pues – le contestó amorosamente José.

Al retirar la mano de la mejilla de Manuel, ésta ya no estaba enrojecida. Manuel se encontraba mucho mejor. Estaba tranquilo y sentía felicidad. Pero había algo que le atormentaba.

-   Señora – preguntó el pequeño - ¿Podría saber cuál es vuestro nombre?
-   María – le contestó ella con una sonrisa.
-   María… - repitió Manuel – Mi mamá se llama Carmen y también es muy guapa y muy buena.
-   Me alegro mucho de eso pequeño. Ve ahora con tu padre, José y yo hemos de continuar nuestro camino. Regresa hoy pronto con tu madre y bésala cuando llegues.
-   Siempre lo hago señora.

En esto que el pequeño puso su mano sobre el vientre de María y le susurró al bebé que había en su interior.

-   Tienes suerte bebé. Tu mamá también es muy buena.

Había llegado el momento de continuar, si bien antes de la marcha, José preguntó a Tomás y Antonio si conocían algún lugar donde podían pasar la noche en caso de que no les diese tiempo a volver. El parto estaba cerca.

Le indicaron que había una especie de posada algo más adelante. Por su parte, Antonio y Manuel continuaron su camino. Antonio iba en silencio, pensativo. Manuel iba a su lado, contento, eufórico. Su rostro ahora estaba enrojecido por el frío, no por la fiebre. De pronto se encontraba bien, era increíble el poder de recuperación de los niños.

Por su parte, Manuel sabía que aquella señora era especial. La había visto en sueños la noche anterior y cuando posó la mano sobre su vientre, notó como su malestar se iba. Tenía muchas ganas de que el día acabase, deseaba volver a su cabaña, junto a su madre. Estaba deseando llegar y que ella viese que ya estaba bien.

Para Antonio y Manuel el día fue transcurriendo con normalidad. Para José y María, el día se fue complicando. La noche se acercaba, María sabía que el momento llegaba y no tenían donde pasar la noche. Cuando llegaron a la posada que les habían indicado Tomás y Antonio, el lugar estaba lleno debido a las gentes que habían ido como ellos a pagar sus impuestos.

El señor de la posada se apiadó del estado de María y les dijo que podían dormir si querían en el establo, junto a los animales. Al menos, ellos le darían algo de calor.

Y así fue como el hijo de Dios nació en un establo, en un pesebre. Con el amor de sus padres y el calor de un buey y una mula.

En el cielo una gran estrella brillaba con fuerza. Antonio y Manuel la vieron desde el monte. Ya pensaban regresar cuando un maravilloso ser les salió al encuentro.

-   El hijo de Dios ha nacido – les dijo – Podéis ir a adorarlo. Se encuentra en Belén, en la posada que le indicasteis esta mañana.

Dicho esto, desapareció.

Padre e hijo comenzaron rápidamente el descenso. Por el camino fueron encontrando otros pastores que bajaban del monte. El ángel los había visitado y todos sabían que había nacido el hijo de Dios. Allí mismo, en Belén.

-   Lo sabía padre. Sabía que era un niño especial- le dijo emocionado Manuel a Antonio.
-   Debemos ir a verle Manuel. Pasaremos a por tu madre e iremos todos juntos en familia. No tenemos mucho, pero le llevaremos la harina que tengamos y una oveja del rebaño. Comprenderán que no podamos llevarle más.
-   Te equivocas padre, le vamos a llevar mucho más. Le llevaremos nuestro amor.

Al llegar a la cabaña se quedaron sin habla. Carmen estaba sentada en la mesa esperándoles. A ella ya había llegado la noticia del nacimiento de Jesús. Alrededor de ella había sacos de harina, agua, aceite y vino.

     Manuel la besó, tal y como le prometió a María. Antonio la interrogó con la mirada.

-   Me fui al bosque Antonio. No tenía que comer y fui a por algún fruto. Se me hizo tarde, no encontraba nada. Al regresar un ser hermoso me dijo que había nacido el niño de Dios y que en casa encontraría un regalo para Manuel y su familia. Y fíjate – dijo señalando a su alrededor – aquí hay sustento para meses.

Manuel veía a su madre llorar, pero sabía que no lloraba de pena, sino de alegría. Se dirigió a su jubón, en medio de aquella tela raída estaba su bien más preciado. Nunca lo llevaba al monte porque tenía miedo a perderlo. Era un pequeñito pez de madera que su padre le talló. Lo cogió y miró a su padre pidiéndose su aprobación con la mirada. Su padre lo entendió a la primera y asintió sonriendo.

     Cuando el día comenzó, pensó Antonio, su hijo enfermaba cada vez más, no tenían alimentos, estaba abatido y destrozado y sin ilusión por nada. Al finalizar el día, su hijo estaba sano, su familia tenía sustento para meses, volvía a tener esperanza en el futuro y en ese niño que tal vez los salvaría a todos.

     Claro que no le importaba que su hijo le regalase al pequeño el pez de madera. Iba a llevarle a aquél niño su bien más preciado, su único juguete. Pero a su vez, aquel niño iba a darles a ellos fe y esperanza.

     Los tres partieron a adorar a Jesús. Por el camino iban encontrándose con aldeanos por doquier. La estrella brillaba con intensidad sobre la posada. Se respiraba paz. Había nacido el niño de Dios en un portal.

* * *

Felices fiestas para todos, feliz Noche Buena y feliz Navidad. Tanto si podéis pasar las fiestas junto a vuestras familias, como si habéis perdido a alguien y notáis ese hueco en vuestro corazón, os deseo que paséis estos días con amor y tranquilidad. Que el verdadero espíritu navideño os guíe y os recompense.

Os deseo mucha felicidad para todos y ojala el nuevo año sea más benévolo y nos dé un respiro a todos. ¡Felices fiestas!


Violeta

Elecciones

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La vida está llena de elecciones: "¿Qué me pongo falda o pantalón?", "Puedo quedarme 5 minutos más en la cama", "¿Desayuno tostadas o cereales?". Éstas son las más típicas y nos cuesta decidirnos (con algunas sólo porque los 5 minutitos en la cama son muy fáciles de decidir jeje), pero ¿qué pasa con las más complicadas, como la carrera que vas a elegir, el tener un bebé, o la persona con la que quieres pasar el resto de tu vida?

Muchos piensan que no son dueños de su vida y que ésta está dictada por las imposiciones de la sociedad, pero en realidad no es así. Eres tú mismo el que toma decisiones, hay que hacer una elección en una determinada etapa de tu vida y aceptar que esa elección lleva consigo unas consecuencias. Por ello cuando estés sentado en el sillón del trabajo o en la silla de la clase y pienses que tu vida no te pertenece porque estás atado a un trabajo o a una clase que no te gusta y que no te da libertad para vivir, piensa que en realidad nadie te ha impuesto nada y nadie te quita nada. Simplemente decidiste trabajar o estudiar y ya sabías lo que conllevaba esa decisión.

Por eso no debemos excusarnos en que las demás personas son muy malas y quieren hacernos la vida imposible y que cuando acabe esta etapa llegará otra en la que seremos dueños de nuestras vidas, porque no llegará mientras no seamos conscientes de que SÍ que somos dueños de nuestras vidas, ya que nosotros somos los que hemos decidido estar ahí y no en otro sitio (ya sea por gusto o por necesidad, una decisión siempre es tomada por uno mismo).

Así que ¡vive!, ¡decide! y hazlo con valentía y concienciación en la decisión que has tomado, porque no hay excusas que valgan, y el dueño de tu vida eres tú y sólo tú.

Blanco y en Botella

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    La pequeña Laura se dirige hacia el colegio aquella fría mañana de invierno. Vive en un pequeño pueblo, más bien una aldea, en la que todo es muy sencillo. Con sólo doscientos habitantes los edificios más importantes eran la iglesia, el colegio y la casa del doctor.
     Ese día en particular, nuestra amiga Laura iba bastante preocupada porque en clase le habían pedido un trabajo y no lo llevaba hecho. A sus doce años de edad ya sabía perfectamente sobre la importancia de llevar todas las tareas solicitadas.

     En su mente resonaba con claridad la advertencia de Dª Luisa, su profesora.

-¡Debéis traer el mejor crisma navideño que podáis! Recordad que es importante que en él reflejéis el espíritu navideño. No me sirve que simplemente hagáis el dibujo típico de un árbol navideño y punto. Vamos a presentarlos a concurso y con un poco de suerte tenemos muy buenos dibujantes en clase y también ganaremos la edición de este año.
- ¿Señorita?- preguntó en su momento la pequeña Laura –. A los que no se nos da bien dibujar… ¿podemos hacer otra cosa?
- ¿Otra cosa? ¿Te refieres a un cuento o algo así?
- Por ejemplo- se animó Laura.
- Me temo que en esta ocasión no es posible Laura. Es un concurso de crismas navideños. Pon un bonito texto breve, si así lo deseas, pero bajo el dibujo pertinente.

   Luisa adoraba las historias que Laura escribía. No era una alumna sobresaliente pero tenía una gran imaginación y muchas veces había divertido a todos en clase con sus ideas e incluso improvisadas obras de teatro.

     Sin embargo para el dibujo era más bien negada. Lástima que el concurso versara sobre dibujos y no sobre historias escritas. Realmente les vendría genial el premio y en clase tenían varios dibujantes buenos, incluso había un chico, Germán, que era muy bueno con el dibujo. Es más, llevaba ya tres años consecutivos ganando el primer premio en el mencionado concurso.

     Cualquier otro chiquillo no habría intentado ganar en esas condiciones, pero Laura era competitiva en materia escolar. Era muy amiga de Germán y para ellos, el concurso era una especie de pique amistoso. El problema era que Germán llevaba ganando esa puja tres años seguidos.

     Por todo ello, Laura iba hoy a clase cabizbaja y afligida. Por más que había intentado hacer algo bonito no le había salido nada de importancia.

     Intentó dibujar un bello centro navideño, basado en velas, bolas de Navidad y el correspondiente acebo. Sin embargo aquello parecía más bien una botella de leche en un prado. Luego intentó dibujar un misterio, pero la proporción entre cabeza y cuerpo era bastante más complicada de lo que parecía.

     Todo lo que pasaba por su imaginación e intentaba plasmar en aquella tentadora cartulina de color blanco, resultaba quedar “raro”. Hasta intentó simular un bello campo nevado de bolitas de algodón, pero un pequeño problema con la cola dio al traste con el experimento. Además, ya tenía doce años y le parecía algo infantil. Su mente necesitaba hacer algo distinto.

     Sabía que iba a ganarse la reprimenda de la profesora. La señorita Luisa era muy amable, pero también era verdad que tenía mucho interés en este concurso. El premio era un lote de libros y  material escolar para el ganador y una cantidad simbólica para el centro. El colegio lo necesitaba. Durante los años anteriores habían hecho una buena inversión de él y este año la calefacción podía ser la beneficiaria de ello.

     Laura iba pensando en todo esto cuando se encontró con Tomás, el cartero. Llevaba su zurrón hasta los topes.

- Buenos días Tomás.
- ¡Ah, hola Laura! ¡Buenos días! ¡Qué cara llevas hoy! ¿Te pasa algo?
- Tenía que hacer un crismas y no he podido.
- Pues menos mal hija, porque mira como llevo el zurrón y la espalda me duele a rabiar. Así que si no has podido hacerlo, mejor, menos peso a mi espalda – le dijo Tomás con una sonrisa que parecía sincera.

      Un poco más adelante se encontró con Carmen, la chica que llevaba la prensa a los establecimientos que así lo tenían solicitado. Hay que tener en cuenta que era un pueblo muy pequeñito. Carmen viajaba cada día a la ciudad y repartía la prensa, algo así como unos doce periódicos y unas veinte revistas. Luego tenía un pequeño negocio, una papelería.

- ¡Buenos días Laura! ¿Hoy vas sola?
- Sí, mi hermano se ha vuelto a resfriar. Otra vez.
- ¿Por eso llevas ésa cara de pena?
- Más o menos. Tengo que hacer un trabajo para el colegio y no creo que me salga
bien. Quieren que dibuje. – contesta encogiéndose de hombres.
- ¡Hija! ¡Qué poca imaginación tienen los niños hoy! ¿Tiene que ser un dibujo o
te vale un collage?
- ¿Un qué?
- Un collage. Mira, como reparto periódicos y revistas estoy muy puesta al día en
el tema. En lugar de hacer un dibujo tú misma, puedes componer uno con trozos de
revistas y periódicos.
- Lo veo muy difícil.
- Anda ya, seguro que te ayudan en casa. Si quieres luego te llevo periódicos y
revistas viejas que tengo.
- Gracias Carmen.

   Vaya, es una suerte vivir en un sitio así, la gente es muy amable y cooperativa. Eso sí, si se descuidaba no llegaba en la vida a clase.

    Todavía iba dándole vueltas a lo que le había dicho Carmen, cuando llegó a casa de Germán. Él vivía camino del colegio y muchas mañanas cuando Laura y su hermano iban a clase se pasaban por su casa y continuaban el camino los tres juntos.

    Ese día no era diferente, por tanto, Laura subió la pequeña loma donde estaba situada la casa de Germán y llamó con fuerza. Tenían una vaqueriza por la parte trasera de la casa, muy cerca de ella. A veces con los mugidos de las vacas no la escuchaban. A esa hora ya habían terminado el ordeño. Los padres y hermanos mayores de Germán se dedicaban a esto desde hacía generaciones. Germán era diferente. Soñaba con irse del pueblo y dedicarse a la pintura.

    Adela, la madre de Germán, abrió la puerta apareciendo tras ella un Germán adormilado.

- ¡Buenos días Germán! ¡Buenos días Adela!
- Hola Laura. ¿Y tu hermano?
- Está enfermo. Otra vez. Se ha vuelto a resfriar.
- ¡Vaya por Dios! – le contesta Adela - ¿Ves hijo? ¡Abrígate!
- ¡Qué pesada mamá!
- Si, si. Cuando tengas hijos comerás huevos.
- ¡Qué! – exclamaron ambos niños a la vez.
- Oh, nada, ya os lo explicaré cuando os hagáis mayores. Por cierto Germán, el
crismas te lo has dejado sobre la mesa.
- Lo llevaré mañana mamá. Tengo que terminar algunos detalles.
- Seguro que no tienes nada que mejorarle Germán. – alegó Laura.
- Blanco  y en botella- contestó Adela.- No puede estar más claro, no tiene nada
que mejorar, es perfecto, parece una fotografía.
- ¡Jo, qué envidia! – exclamó Laura.
- Venga Laura, tú escribes muy bien- alegó Germán.
- ¿Y qué? Tiene que ser un dibujo y me salen fatal.
- Hasta luego chicos, cuidado con lo que queda de camino- los despidió Adela.
- Sí- bromeó Germán – no sea que tropecemos con alguna raíz o nos embista alguna
cabra.
- No seas malo Germán. Tu madre se preocupa por ti. – la defendió Laura.
- Sí, lo sé. ¿Cómo llevas el crismas?
- No lo llevo.

    Un poco más adelante casi en la puerta del colegio cruzaron su camino con Óscar que iba al mercado con frutas y verduras.

- ¡Hola chicos!
- ¡Hola! –saludaron ambos.
- ¡Me voy, tengo prisa, tengo tomates que descargar, y contento estoy, que por lo
menos tengo trabajo que hacer! ¡Mañana os veo!

    Oh sí, Laura sabía que el trabajo estaba regular. Su hermano mayor había terminado la carrera de arquitecto y ahora no encontraba trabajo. Su padre trabajaba días sí, días no. Sus primos no dejaban de quejarse porque su tío no trabajaba desde hacía un tiempo y no podían permitirse determinados caprichos.

    Laura no dejaba de escuchar a los mayores hablando sobre problemas de dinero, crisis, gente que perdía sus casas… De pronto se le ocurrió una idea. Tal vez no ganase el concurso de crismas, pero su cabeza bullía a mil por hora.

    El día se le hizo eterno. Prometió a su profesora llevar el crisma al día siguiente sin falta. Salió de clase corriendo, ni siquiera esperó a Germán, iba a toda velocidad para su casa e irrumpió en ella como un torbellino haciendo acopio de periódicos viejos, la revista de la semana de la abuela, los colores, la cola, un trozo de espumillón que tenía su madre colgado en el árbol, una caja de cerillas…

   Se encerró en su habitación y allí estuvo durante casi tres horas. Transcurrido ese tiempo salió de la habitación feliz, casi eufórica.

- A ver, hija, ¿has terminado  tus deberes?
- Si. – dijo con una enorme sonrisa.

     Al día siguiente, la pequeña Laura repitió su operación como cada mañana, incluido el pasar por casa de Germán. Ambos niños llevaban sendos sobres bajo el brazo, el de él, de color rojo vibrante, el de ella en papel de periódico.

    Así llegaron a clase y entregaron emocionados sus sobres a la profesora. Luisa al ver el sobre de Laura se extrañó un poco. La miró y abrió con cuidado el sobre quedando sorprendida con su interior.

    De él sacó una cartulina en color miel con recortes de periódicos. En una esquina tenía una noticia sobre la cifra del paro del último mes. Sobre ella, había un dibujo de una moneda de euro triste. A su lado, se veía una fotografía de unas verduras y a continuación, unos chicos hambrientos. Debajo una frase decía: “Hay quien no quiere verduras, hay quien no las tiene”.

   Una serie de fotografías con sus correspondientes comentarios iban completando el conjunto de la cartulina. Un cartero que repartía felicitaciones navideñas y avisos de trabajo con una carretilla debido al volumen del reparto. Una especie de tríptico compuesto por un pasto de vacas, una cadena de montaje en una fábrica y por último un supermercado en que había varios trabajadores…

    Por último, un trozo de espumillón haciendo las veces de un árbol cuyo tronco estaba representado por una cerilla. En este caso unas frases bajo él decían: “Muchas personas se transforman en Navidad, pero el año tiene 365 días. Luces, colores, regalos, todo ello es hermoso, pero la auténtica Navidad es otra cosa. Un amigo que sonríe y te pregunta cómo estás. Una amiga que comparte, alguien que te anima. Una familia unida a pesar de los problemas.”

   Una pequeña nota finalizaba el repertorio, recomendación de regalos para pedir a sus Majestades de Oriente. Un tambor hecho a mano con un barreño y un papel transparente de envolver, una muñeca hecha de tela en casa o unos “recortables”. O un cuento hecho en familia, cada uno ha de decir una frase.
Al final de la tarjeta, una foto de Germán y Laura juntos. Germán lleva una especie de bata de pintor y bigote coloreado encima, y un bonito “Felices Navidades de verdad”.

    Ese año, el primer premio del concurso fue para Laura. Cuando le preguntaron a Germán sobre lo que opinaba por haber perdido el titulo de ganador, éste comentó sonriente:

- Mi amiga Laura ha visto la Navidad de forma clara. ¿Qué puedo decir? Blanco y en botella.


Violeta.
¡¡Felices fiestas!!

Blancanieves III

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      Ésta es una historia algo peculiar. Os hablo de la historia de Blancanieves III, cuya predecesora, Blancanieves I, había sido mundialmente conocida por todo el mundo gracias a su historia de aventuras y amor. Aventuras vividas junto a los siete enanitos, amor compartido con su querido y apuesto príncipe.


     De todos es conocido que la dulce, hermosa y gentil Blancanieves del cuento infantil, existió en realidad. Nadie lo pone en duda. Ni que decir tiene que desde aquella época se endulzan las manzanas, a fin de que su sabor sea aún más apetecible.

     Evidentemente, todo proceso requiere de un camino a recorrer. Partiendo de un punto A, no llegamos a un determinado punto C, sin pasar por el punto B.

     Con este lío de letras solo quiero que entendáis algo sencillo. En su momento, nuestra Blancanieves primigenia, y su querido y amado príncipe, aquel hombre encantador y maravilloso que vestía calzas de lana ajustadas y no tenía ni un ápice de tripa, tuvieron una descendencia sin par. Como ya había siete enanitos decidieron ser prácticos. Os recuerdo que en aquella época no había televisión, y a la larga, tanto ir al bosque, termina dando sus frutos.

     Por todo ello,  nuestra querida Blancanieves tuvo catorce hijos. De esta forma, cada enanito podía encargarse del cuidado de dos de ellos. Tarea fácil y a la que se dedicaban con alegría de espíritu. ¡Ah! ¡Qué tiempos aquellos!

     Nadie cuenta, pero yo os lo aviso, que la malvada madrastra murió de un golpe de ego. Tras su regreso de la frustrada búsqueda de la fuente de la juventud, descubrió que era abuelastra de catorce retoños. Fue tal la impresión, que cayó fulminada al instante. Pobre. Tan apañada como era ella con sus truquitos de cocina.

     Varias generaciones después, llegó nuestra Blancanieves II. Su destino era realmente incierto pues nació en una época muy diferente a su antecesora. Os hablo de una época de independencia y luchas. Concretamente, nuestra joven heroína era hippy. Amor libre, flores en la ropa y el pelo, libertad, y sobre todo, en lugar de siete enanitos como compañeros de fatiga, siete amantes libidinosos.

     En verdad, esta dulce joven era algo más lista que la primera, eso sí, a veces los excesos se pagan. En este caso, nuestra protagonista conoció a su príncipe azul en una clínica de desintoxicación. El susodicho era encantador, no llevaba calzas ajustadas de lana, entre otras cosas porque el calentamiento global ya había empezado a ser juguetón con las temperaturas, pero si es cierto que aquella ropa hippilonga le sentaba bien. Además, qué mejor compañero para compartir tu vida que aquél que todo lo soluciona poniendo los dedos en forma de “v” y diciéndote… “Paz hermano”.

     Sin más complicaciones. Realmente, en este caso, no iban a tener catorce hijos. Ya por ésta época se sabía que eso era una barbaridad, una caravana solo tenía capacidad para unos cinco hijos y el matrimonio. Por tanto, se reducía el nivel de natalidad.

     En cuanto a la madrastra, bueno, la madrastra que nos ocupa era mucho más moderna. En este caso no intentaba dar mamporrazos a diestro y siniestro con manzanas envenenadas. Era un despilfarro total de fruta y la cosa no estaba tampoco para eso. En este caso, ella soñaba con que Blancanieves muriese por algún tipo de enfermedad venérea o algo así, con tanto despiporre. Se le salió el tiro por la culata. Por ello, decidió ser práctica. Para fastidiar a su hijastra simplemente se mudó a otro lugar y de ésta forma no tenía que ayudarles con los niños. Era mucho más doloroso y malvado que el plan de la anterior, como bien habréis podido comprobar.

     Pero bueno, ya está bien de hablaros de las anteriores. Ahora, le toca el turno a nuestra protagonista real. A nuestra Blancanieves III.

     Para su descripción tengo un problema. Básicamente se ha echado tantos tintes que no sé cuál es su color real de cabello. Ahora, en estos momentos, su pelo es de un hermoso color rosado.

     En este caso, nuestra querida protagonista ha conocido a su príncipe azul por Internet. Antes, probó con varios elementos que estuvieron a su disposición, pero no llegó a “cuajar” con ninguno de ellos por motivos varios.

     Su primer novio quería casarse. Grave error. Su segundo novio no quería que hablara o tonteara con nadie aparte de él. Grave error. Su tercer novio la seguía a todas partes. Grave error. Su cuarto novio tuvo la osadía de sugerirle que planchase su ropa. Grave error. Su quinto novio no sabía cocinar. Grave error. Su sexto novio fue el peor de todos ellos. Le quitó las ganas de casi todo, porque para empezar, era un hombre con malos pensamientos, una especie de psicópata que le había sugerido que debían vivir juntos porque así ella podría encargarse de la colada. Gravísimo error. Lo dejó al instante.

     En vista de la situación complicada por sí misma, decidió acudir al gran e interesante mundo de las comunicaciones vía Internet. De esta forma conoció al séptimo candidato a formar parte de su vida. Comenzaba a desesperarse, a su edad, y sin un hombre que formase parte de su vida. Tal vez había exigido mucho.

     Genaro, que así se llama el susodicho elemento, se definió a sí mismo como un hombre culto, un hombre al que le encantaba pasear, bailar, ir al cine, leer, practicar deportes. Vamos, en sí, un candidato que se puede tener en cuenta. A través de la cámara de la Web se le veía incluso atractivo. Pero lo mejor de todo, una de sus aficiones, la cocina. Se definía a sí mismo como un hombre muy organizado que adoraba tener todo en orden y al que le encantaba cocinar para relajarse.

     ¡Guau! ¡Menudo chollo! Pero ahí no acaba todo. El no va más del novio perfecto. Su madre vivía en el extranjero y era dueña de un salón de belleza muy competitivo y especial donde incluso aplicaban botox. Por tanto, esta señora seguro que era una belleza sin igual, y evidentemente una póliza de seguros para nuestra protagonista.

     Ambos se pusieron en contacto para conocerse personalmente. Ello se debió a que él utilizó unas hermosas palabras de amor que a ella se le quedaron en el alma, no sabía muy bien por qué, pero siempre, en su familia, de generación en generación, habían tenido una consigna. “Cuidado con las manzanas”. Por ello, cuando accidentalmente, su querido Genaro le explicó que era “alérgico” a las manzanas, Blancanieves lo tuvo muy claro. Él era su príncipe ideal.

     Llegó el gran momento de verse cara a cara. Blancanieves estaba realmente hermosa. Su pelo rosado se veía aún más bello con un ligero escaldado que se había hecho en el flequillo. Su sombra de ojos a color con su tono de pelo era… digamos, ¡impactante! Llevaba un vestido para la ocasión que ella considera de los mejores que tenía. De color negro, para que fuese más elegante, con un hermoso escote en la espalda, y con una faldita muy mona que acentuaba sus maravillosas curvas.  Estaba muy guapa y totalmente ilusionada con conocer a Genaro.

     Y… ¡ahí está! ¡Genaro! ¡Vaya! ¡Qué guapo! ¡Qué fuerte! Uy, un momentito, espera, le falta algo… Oh, le falta al menos medio metro en relación a la altura que dijo que tenía por Internet. Así a simple vista Blancanieves calculó que mediría un metro sesenta y cinco más o menos. En Internet le dijo que medía un metro ochenta. No es que importe mucho, seguro que no lo hizo con mala intención, al fin y al cabo, eso no tiene tanta importancia y todo lo demás, es genial.

     Por ello, ni corta ni perezosa le sonríe, le saluda y comienzan a conocerse.

     Estupendo, ¡es encantador!

-Por cierto Genaro, no es que importe mucho, pero… en Internet me dijiste que medías un metro ochenta.
-¿De veras? Pues, lo siento, estaría pensando en otra cosa. Pero, no es ningún obstáculo ¿verdad?
-Verdad – le sonríe ella.

Y comenzaron a quedar. No en el cine, porque casualmente en ésa época no había ninguna película que fuese lo suficientemente intelectual para el gusto de Genaro, tampoco quedaron para hacer deporte, porque en ésa época hacía mucho frío y no era bueno. Eso sí, iban a la biblioteca. Mucho. Genaro se llevaba montones y montones de libros. Le encantaba leer. Es más, se pasaba horas leyendo.

Cuando ya llevaban un tiempo de esta guisa, Genaro le propuso a Blancanieves vivir juntos. ¡Vaya! ¡Menuda decisión! Pero… era perfecta, porque no le había pedido matrimonio, sólo vivir juntos una temporada, a ver qué tal. A los dos le gustaba ver televisión, a los dos les gustaba pasear. Bueno, Genaro solía estar muy ocupado con su trabajo, pero cuando podía iba con ella. La había acompañado por lo menos un par de veces en los últimos meses. Pobre. ¡Demasiado se esforzaba!

Por otro lado estaba el tema de la cocina. Genaro ya le había preparado un par de platos deliciosos. Espaguetis y huevos a la flamenca. Cierto que los espaguetis no llevaban mucho condimento, pero es que hay que ser sano y no abusar de las especias. Aún recuerda el primer día que los probó.

-Mmmm, están muy buenos cariño. De veras.
-¿Te gustan?
-Claro Genaro. Una cosita, no llevan… nada aparte del tomate ¿cierto?
-Sí. Es que tanto condimento no es bueno. Pero no es ningún obstáculo ¿verdad?
-No, claro que no.

¡Qué suerte que Genaro fuese tan culto y práctico! Y luego estaba el tema de la limpieza de la casa. Genaro tenía la casa impoluta. ¡Qué orden! ¡Qué limpio todo! ¡Qué planchadas las camisas y los pantalones! ¡Qué maravilla!

Se fueron a vivir juntos. El amor es un sentimiento maravilloso y Blancanieves estaba loca por este hombre y todo lo que significaba. Es cierto que no tenían demasiadas aficiones comunes, pero tenían otras cosas en común. Es verdad que ya Genaro no cocinaba, pero es que llegaba muy tarde del trabajo y ella estaba allí más tiempo que él. Es cierto que no practicaba deporte, pero es que con tanto trabajo, llegaba demasiado cansado. Además, él siempre decía con toda la razón que todo ello eran pequeños detallitos. En realidad, todo aquello no suponía ningún obstáculo ¿verdad?

Una mañana, Blancanieves se levantó muy temprano. Quería ir al parque a hacer footing. Antes de salir a correr se fijó en su alrededor. La casa estaba desastrosa. No entendía muy bien que había podido pasar. Genaro era muy ordenado. Curiosamente, él, que se despertó en ese mismo momento, debió ver lo mismo que ella porque le comentó con mucho amor.

-Cariño, en lugar de ir a correr, deberías adecentar un poco todo esto ¿no crees? Yo es que tengo una cita muy importante.
-¿Genaro? ¿Por qué ahora no eres tan ordenado?
-Es que como tú estabas aquí decidí despedir a la asistenta. Pero no es ningún obstáculo ¿verdad?

     En ese instante, Blancanieves III se fijó bien en el amor maravilloso que tenía ante sí. Obviamente, en los últimos meses Genaro había puesto en su cintura los centímetros que le habían faltado en altura. Se detuvo un segundo a pensar y llegó a la conclusión de que realmente de todo lo que Genaro le había prometido y con lo que la había seducido, prácticamente no existía nada. Sin embargo, ella había comenzado a hacer deporte, había aprendido a cocinar, era mucho más sociable… ¡Guay!

-Verás amor – le dijo Blancanieves con una hermosa sonrisa - ¿ves lo que hay aquí? – le pregunta a Genaro, señalando para ello su cuerpo.
-Sí amor, claro- le responde él – una tía increíblemente guapa y por supuesto apañada.
-Sí. Soy guapa y apañada, y además soy una persona que acaba de darse cuenta de que le están tomando el pelo. Me has mentido, y no me refiero a la altura, eso me da igual. Me estás utilizando, eres egoísta, vago, mentiroso, e incluso ahora que me fijo, no eres tan guapo. Independientemente del porte físico, quiero un hombre que me aporte en la vida. Por ello te dejo. Espero que me recuerdes con cariño, aunque tendrás que volver a contratar a la asistenta, tendrás que volver a hacer deporte si quieres volver a estar “presentable” en Internet y esas cosillas, pero… eso no será ningún obstáculo en nuestra amistad ¿verdad?

Y dicho esto, salió con una amplia sonrisa de alegría y un inmenso alivio en su interior. Curioso. Siempre había buscado al hombre perfecto sin darse cuenta que lo que realmente necesitaba era aceptarse y quererse a sí misma. El amor, vendría después, con alguien que la complementara, no que la anulara.

Desde allí se fue derechita al mercado a comprar manzanas. Nunca las había probado, por lo de la herencia familiar. Mmmmm ¡Deliciosas! Las manzanas estaban deliciosas. Lo que no es bueno para una persona, puede ser bueno para otra y al contrario.

Finalmente, decidió poner una pastelería donde la especialidad era la tarta de manzana. Allí conoció a Javier. ¿Guapo? Depende con quien se compare. Para ella, el mejor. ¿Alto? Depende con quien se compare. Para ella, perfecto. ¿Su media manzana? Parecía ser que sí.

Violeta.
(Dedicado a amigas algo perdidas y a amigos con sentido del humor. Ellos me entienden.)