Blanco y en Botella

    La pequeña Laura se dirige hacia el colegio aquella fría mañana de invierno. Vive en un pequeño pueblo, más bien una aldea, en la que todo es muy sencillo. Con sólo doscientos habitantes los edificios más importantes eran la iglesia, el colegio y la casa del doctor.
     Ese día en particular, nuestra amiga Laura iba bastante preocupada porque en clase le habían pedido un trabajo y no lo llevaba hecho. A sus doce años de edad ya sabía perfectamente sobre la importancia de llevar todas las tareas solicitadas.

     En su mente resonaba con claridad la advertencia de Dª Luisa, su profesora.

-¡Debéis traer el mejor crisma navideño que podáis! Recordad que es importante que en él reflejéis el espíritu navideño. No me sirve que simplemente hagáis el dibujo típico de un árbol navideño y punto. Vamos a presentarlos a concurso y con un poco de suerte tenemos muy buenos dibujantes en clase y también ganaremos la edición de este año.
- ¿Señorita?- preguntó en su momento la pequeña Laura –. A los que no se nos da bien dibujar… ¿podemos hacer otra cosa?
- ¿Otra cosa? ¿Te refieres a un cuento o algo así?
- Por ejemplo- se animó Laura.
- Me temo que en esta ocasión no es posible Laura. Es un concurso de crismas navideños. Pon un bonito texto breve, si así lo deseas, pero bajo el dibujo pertinente.

   Luisa adoraba las historias que Laura escribía. No era una alumna sobresaliente pero tenía una gran imaginación y muchas veces había divertido a todos en clase con sus ideas e incluso improvisadas obras de teatro.

     Sin embargo para el dibujo era más bien negada. Lástima que el concurso versara sobre dibujos y no sobre historias escritas. Realmente les vendría genial el premio y en clase tenían varios dibujantes buenos, incluso había un chico, Germán, que era muy bueno con el dibujo. Es más, llevaba ya tres años consecutivos ganando el primer premio en el mencionado concurso.

     Cualquier otro chiquillo no habría intentado ganar en esas condiciones, pero Laura era competitiva en materia escolar. Era muy amiga de Germán y para ellos, el concurso era una especie de pique amistoso. El problema era que Germán llevaba ganando esa puja tres años seguidos.

     Por todo ello, Laura iba hoy a clase cabizbaja y afligida. Por más que había intentado hacer algo bonito no le había salido nada de importancia.

     Intentó dibujar un bello centro navideño, basado en velas, bolas de Navidad y el correspondiente acebo. Sin embargo aquello parecía más bien una botella de leche en un prado. Luego intentó dibujar un misterio, pero la proporción entre cabeza y cuerpo era bastante más complicada de lo que parecía.

     Todo lo que pasaba por su imaginación e intentaba plasmar en aquella tentadora cartulina de color blanco, resultaba quedar “raro”. Hasta intentó simular un bello campo nevado de bolitas de algodón, pero un pequeño problema con la cola dio al traste con el experimento. Además, ya tenía doce años y le parecía algo infantil. Su mente necesitaba hacer algo distinto.

     Sabía que iba a ganarse la reprimenda de la profesora. La señorita Luisa era muy amable, pero también era verdad que tenía mucho interés en este concurso. El premio era un lote de libros y  material escolar para el ganador y una cantidad simbólica para el centro. El colegio lo necesitaba. Durante los años anteriores habían hecho una buena inversión de él y este año la calefacción podía ser la beneficiaria de ello.

     Laura iba pensando en todo esto cuando se encontró con Tomás, el cartero. Llevaba su zurrón hasta los topes.

- Buenos días Tomás.
- ¡Ah, hola Laura! ¡Buenos días! ¡Qué cara llevas hoy! ¿Te pasa algo?
- Tenía que hacer un crismas y no he podido.
- Pues menos mal hija, porque mira como llevo el zurrón y la espalda me duele a rabiar. Así que si no has podido hacerlo, mejor, menos peso a mi espalda – le dijo Tomás con una sonrisa que parecía sincera.

      Un poco más adelante se encontró con Carmen, la chica que llevaba la prensa a los establecimientos que así lo tenían solicitado. Hay que tener en cuenta que era un pueblo muy pequeñito. Carmen viajaba cada día a la ciudad y repartía la prensa, algo así como unos doce periódicos y unas veinte revistas. Luego tenía un pequeño negocio, una papelería.

- ¡Buenos días Laura! ¿Hoy vas sola?
- Sí, mi hermano se ha vuelto a resfriar. Otra vez.
- ¿Por eso llevas ésa cara de pena?
- Más o menos. Tengo que hacer un trabajo para el colegio y no creo que me salga
bien. Quieren que dibuje. – contesta encogiéndose de hombres.
- ¡Hija! ¡Qué poca imaginación tienen los niños hoy! ¿Tiene que ser un dibujo o
te vale un collage?
- ¿Un qué?
- Un collage. Mira, como reparto periódicos y revistas estoy muy puesta al día en
el tema. En lugar de hacer un dibujo tú misma, puedes componer uno con trozos de
revistas y periódicos.
- Lo veo muy difícil.
- Anda ya, seguro que te ayudan en casa. Si quieres luego te llevo periódicos y
revistas viejas que tengo.
- Gracias Carmen.

   Vaya, es una suerte vivir en un sitio así, la gente es muy amable y cooperativa. Eso sí, si se descuidaba no llegaba en la vida a clase.

    Todavía iba dándole vueltas a lo que le había dicho Carmen, cuando llegó a casa de Germán. Él vivía camino del colegio y muchas mañanas cuando Laura y su hermano iban a clase se pasaban por su casa y continuaban el camino los tres juntos.

    Ese día no era diferente, por tanto, Laura subió la pequeña loma donde estaba situada la casa de Germán y llamó con fuerza. Tenían una vaqueriza por la parte trasera de la casa, muy cerca de ella. A veces con los mugidos de las vacas no la escuchaban. A esa hora ya habían terminado el ordeño. Los padres y hermanos mayores de Germán se dedicaban a esto desde hacía generaciones. Germán era diferente. Soñaba con irse del pueblo y dedicarse a la pintura.

    Adela, la madre de Germán, abrió la puerta apareciendo tras ella un Germán adormilado.

- ¡Buenos días Germán! ¡Buenos días Adela!
- Hola Laura. ¿Y tu hermano?
- Está enfermo. Otra vez. Se ha vuelto a resfriar.
- ¡Vaya por Dios! – le contesta Adela - ¿Ves hijo? ¡Abrígate!
- ¡Qué pesada mamá!
- Si, si. Cuando tengas hijos comerás huevos.
- ¡Qué! – exclamaron ambos niños a la vez.
- Oh, nada, ya os lo explicaré cuando os hagáis mayores. Por cierto Germán, el
crismas te lo has dejado sobre la mesa.
- Lo llevaré mañana mamá. Tengo que terminar algunos detalles.
- Seguro que no tienes nada que mejorarle Germán. – alegó Laura.
- Blanco  y en botella- contestó Adela.- No puede estar más claro, no tiene nada
que mejorar, es perfecto, parece una fotografía.
- ¡Jo, qué envidia! – exclamó Laura.
- Venga Laura, tú escribes muy bien- alegó Germán.
- ¿Y qué? Tiene que ser un dibujo y me salen fatal.
- Hasta luego chicos, cuidado con lo que queda de camino- los despidió Adela.
- Sí- bromeó Germán – no sea que tropecemos con alguna raíz o nos embista alguna
cabra.
- No seas malo Germán. Tu madre se preocupa por ti. – la defendió Laura.
- Sí, lo sé. ¿Cómo llevas el crismas?
- No lo llevo.

    Un poco más adelante casi en la puerta del colegio cruzaron su camino con Óscar que iba al mercado con frutas y verduras.

- ¡Hola chicos!
- ¡Hola! –saludaron ambos.
- ¡Me voy, tengo prisa, tengo tomates que descargar, y contento estoy, que por lo
menos tengo trabajo que hacer! ¡Mañana os veo!

    Oh sí, Laura sabía que el trabajo estaba regular. Su hermano mayor había terminado la carrera de arquitecto y ahora no encontraba trabajo. Su padre trabajaba días sí, días no. Sus primos no dejaban de quejarse porque su tío no trabajaba desde hacía un tiempo y no podían permitirse determinados caprichos.

    Laura no dejaba de escuchar a los mayores hablando sobre problemas de dinero, crisis, gente que perdía sus casas… De pronto se le ocurrió una idea. Tal vez no ganase el concurso de crismas, pero su cabeza bullía a mil por hora.

    El día se le hizo eterno. Prometió a su profesora llevar el crisma al día siguiente sin falta. Salió de clase corriendo, ni siquiera esperó a Germán, iba a toda velocidad para su casa e irrumpió en ella como un torbellino haciendo acopio de periódicos viejos, la revista de la semana de la abuela, los colores, la cola, un trozo de espumillón que tenía su madre colgado en el árbol, una caja de cerillas…

   Se encerró en su habitación y allí estuvo durante casi tres horas. Transcurrido ese tiempo salió de la habitación feliz, casi eufórica.

- A ver, hija, ¿has terminado  tus deberes?
- Si. – dijo con una enorme sonrisa.

     Al día siguiente, la pequeña Laura repitió su operación como cada mañana, incluido el pasar por casa de Germán. Ambos niños llevaban sendos sobres bajo el brazo, el de él, de color rojo vibrante, el de ella en papel de periódico.

    Así llegaron a clase y entregaron emocionados sus sobres a la profesora. Luisa al ver el sobre de Laura se extrañó un poco. La miró y abrió con cuidado el sobre quedando sorprendida con su interior.

    De él sacó una cartulina en color miel con recortes de periódicos. En una esquina tenía una noticia sobre la cifra del paro del último mes. Sobre ella, había un dibujo de una moneda de euro triste. A su lado, se veía una fotografía de unas verduras y a continuación, unos chicos hambrientos. Debajo una frase decía: “Hay quien no quiere verduras, hay quien no las tiene”.

   Una serie de fotografías con sus correspondientes comentarios iban completando el conjunto de la cartulina. Un cartero que repartía felicitaciones navideñas y avisos de trabajo con una carretilla debido al volumen del reparto. Una especie de tríptico compuesto por un pasto de vacas, una cadena de montaje en una fábrica y por último un supermercado en que había varios trabajadores…

    Por último, un trozo de espumillón haciendo las veces de un árbol cuyo tronco estaba representado por una cerilla. En este caso unas frases bajo él decían: “Muchas personas se transforman en Navidad, pero el año tiene 365 días. Luces, colores, regalos, todo ello es hermoso, pero la auténtica Navidad es otra cosa. Un amigo que sonríe y te pregunta cómo estás. Una amiga que comparte, alguien que te anima. Una familia unida a pesar de los problemas.”

   Una pequeña nota finalizaba el repertorio, recomendación de regalos para pedir a sus Majestades de Oriente. Un tambor hecho a mano con un barreño y un papel transparente de envolver, una muñeca hecha de tela en casa o unos “recortables”. O un cuento hecho en familia, cada uno ha de decir una frase.
Al final de la tarjeta, una foto de Germán y Laura juntos. Germán lleva una especie de bata de pintor y bigote coloreado encima, y un bonito “Felices Navidades de verdad”.

    Ese año, el primer premio del concurso fue para Laura. Cuando le preguntaron a Germán sobre lo que opinaba por haber perdido el titulo de ganador, éste comentó sonriente:

- Mi amiga Laura ha visto la Navidad de forma clara. ¿Qué puedo decir? Blanco y en botella.


Violeta.
¡¡Felices fiestas!!

1 comentarios:

  1. Ver la vida de colores gracias a Violeta.
    Blanco y en botella.

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