Trozos de Cartón


     Para José no era fácil vivir la situación actual. Todo se había ido complicando últimamente hasta un punto angustioso. Había perdido su trabajo unos meses antes, si bien cobraba el desempleo, no era suficiente para mantener a su familia, por no mencionar que eso también terminaría.
     No dejaba de escuchar por todos lados los problemas existentes en cuanto a la crisis, desempleo, desahucios. Estaba aterrorizado, pagaba hipoteca, tenía tres hijos y su esposa metía algo de dinero en casa pero insuficiente.
     Andrea trabajaba limpiando casas por horas para poder tener un extra cuando su marido José trabajaba, pero ahora su mísero sueldo se había convertido en el sueldo familiar.
     Para colmo de males era Navidad. Ésa bella época del año llena de glamour, ilusión y sueños para una parte del mundo y llena de dolor para otra parte. La Navidad es una época hermosa si la vives junto a los niños y sobre todo si económicamente puedes permitirte determinados caprichos. Sin embargo, cuando eres padre y la situación te bombardea hasta el punto de no poder permitirte absolutamente ningún extra, todo se vuelve tremendamente complicado.
     Adela, Benito y Juan, los tres pequeños de 12, 9 y 5 años del matrimonio eran niños normales. Es decir, niños que ven televisión y no dejan de escuchar que si tal o cual juguete es una maravilla, que si este robot, o este videojuego, una play, un ordenador.
     José es consciente de todo ello, pero es imposible satisfacer necesidades, imaginad este tipo de juguetes. Por ello, esta cálida mañana de invierno, a pesar de estar a dos de enero, se levanta temprano y vuelve a patear calles, tiene pensado volver a la oficina de empleo, visitar conocidos que puedan indicarle algún posible empleo, lo que haga falta.
     Al pasar por las cercanías de su antigua empresa siente un pellizco en el estómago. Quedan pocos empleados en ella. El Sr Gutiérrez es buena persona, pero la situación llegó a un límite extremo y no tuvo más remedio que ir recortando personal.
     A pocos metros de la empresa, ve algo que le encoge el corazón. Un bulto humano descansa bajo una pila de cartones. No puede evitar pensar si tal vez su familia se vea en esta situación en un futuro no tan lejano.
     Nota como una especie de opresión en el pecho y se da cuenta de que está a punto de sufrir una nueva crisis de ansiedad. Un sudor frío comienza a cubrirle y nota algo diferente a la última vez, algo como una especie de ardor en el brazo que se le va extendiendo, con lo cual no puede dejar de pensar que tal vez la cosa se agrave más.
     En este momento, el bulto que descansaba bajo el montón de cartones empieza a moverse y sale de debajo de los mismos para mirar directamente a la cara de José, que en este mismo instante piensa que efectivamente le ha dado un ataque cardiaco y ve visiones. Ello se debe a que ante él se encuentra su viva imagen.
     Atónito observa como su “yo” se acerca a él y le coloca una mano sobre el hombro.
-   Hola amigo. – le dice como si tal cosa.
-   ¿Quién eres? ¿Estoy sufriendo una apoplejía o algo así?
-   No. Estás viviendo una experiencia que muy pocos han conseguido vivir. Estás viéndote reflejado en un vagabundo de la calle porque temes llegar a esa situación, y no es tan improbable que eso pase.
-   ¿Esto es real?
-   Como la vida misma. Quiero mostrarte algo.
José observa como el vagabundo se agacha y coge unos papeles. Al acercarse de nuevo a él observa que parecen cartas infantiles. ¡Son las cartas de sus hijos! Reconoce la letra y le mira alucinado. Le pidió a sus hijos que le entregasen las cartas pero ellos fueron implacables. Ni siquiera su esposa quiso enseñárselas.
     Su yo vagabundo extendió el brazo y le entregó las cartas. Con manos temblorosas las tomó y comenzó a leer. Con cada línea que leía se emocionaba más y sus ojos comenzaron a humedecerse. Sus hijos, desde la mayor hasta  el pequeño habían pedido lo mismo. Sin embargo, su hija mayor, Adela, había sido bastante explícita.
-   Señores Reyes Magos, por favor, este año no queremos juguetes. Hay muchos niños que no los tienen, los hemos visto en la tele, son niños desnutridos y algunos de ellos no tienen ni familia. Nosotros tenemos de todo eso. Ahora las galletas son normales en lugar de cubiertas con chocolate, y mamá prepara muchos macarrones. Pero estamos muy bien. Menos mi papá. Estamos preocupados porque ya no juega con nosotros, no nos cuenta chistes como antes y le oímos llorar por las noches. Por eso queridos Reyes Magos os pedimos que curéis a papá. Queremos que vuelva nuestro papá de siempre. Os pedimos que le busquéis un trabajo, el que sea, y que vuelva a sonreír de nuevo.
Ahora ya José lloraba abiertamente ante él mismo. Él preocupado por dar a sus hijos juguetes el día de Reyes y sus hijos sólo querían que él volviese a ser el mismo de siempre. No tenía ánimos para ello pero realmente era importante y sus hijos lo merecían. Sin pensarlo dos veces y sin preguntarse nada más agradeció esa revelación y abrazó a su mitad desaliñada.
-   ¿Eres mi yo del futuro?
-   No. Digamos que soy… un enviado.
-   Gracias. De corazón.
Aunque nada había cambiado José decidió no preguntarse nada y volver a casa. Ese día iba a dedicarlo a sus hijos. Y el siguiente y el siguiente. No podría comprar nada a sus hijos, pero sabía que los abuelos habrían comprado algo, cosa que muchos chicos no disfrutarían. Por su parte, jugaría con ellos e intentaría estar lo más natural posible. Cuando pasaran las vacaciones escolares y volvieran a clase, él volvería a retomar el tema de buscar trabajo.
     Y así lo hizo. Sus hijos estuvieron encantados con él todo el día y hasta su esposa pareció olvidar un poco ese día los problemas. Ella era imaginativa, incluso había preparado “cosas” para entregar a los niños el día de Reyes. Todo iba a salir bien después de todo.
Llegó el gran día. Como cada año, fueron juntos a ver la cabalgata y al regresar tuvieron una copiosa cena a base de tostadas con aceite y leche. Se pusieron como el quico y se fueron a dormir pronto.
     A la siguiente mañana, como tradicionalmente, los chicos fueron rápidamente al árbol de Navidad y allí había cinco paquetes. Para Adela, un vestido que su madre le había arreglado de su tía Ana. Precioso, la joven estaba encantada. Para Benito, un antiguo juego de ajedrez que perteneció a su abuelo Luis, que por cierto, le enseñó a jugar con ese mismo tablero. Estaba entusiasmado. Para Juan, un coche deportivo rojo que había pertenecido a su padre y que éste había guardado celosamente para que “los niños no lo tocaran”. Este año tocaba “regalarlo” a alguno de los niños. El pequeño no cabía en sí de gozo.
-   ¡Son los mejores regalos que podíamos tener!
Por su parte, Andrea abrió su regalo y encontró una hermosa fotografía de cuando ella y José comenzaron a salir. Miró a José encantada, ¡qué buena idea había tenido!
José abrió el suyo. También había una fotografía, era de él un año que decidió disfrazarse en el Instituto y terminó vestido de animadora. Todos rieron con ella, aunque Benito preguntó muy preocupado quién era aquella señora tan fea y con tanto pelo en las piernas.
Al día siguiente volvería la normalidad, y José volvería a intentar encontrar trabajo. Hoy era un día para ellos. Ni siquiera se había planteado el extraño suceso ocurrido cuatro días antes. Había pasado por allí y ya no estaban los cartones. Tal vez sufrió algún tipo de alucinación ocasionado por la angustia. Qué más daba ya. Cuando estás desesperado, ya todo te da igual.
     En ese momento sonó el teléfono.
-   ¿José? – preguntó la voz al otro lado de la línea.
-   ¿Sr Gutiérrez?
-   Hola José, felices fiestas aunque te lo diga con retraso. Quería decirte que hemos recibido un pedido importante y estamos muy contentos porque necesitamos que vuelvas al trabajo. Hemos podido volver a contratar a los tres trabajadores que tuvimos que despedir. No puedo garantizar durante cuánto tiempo será, pero si puedes venir mañana a trabajar, serás bien recibido.
-   ¿Está de broma? ¡Estaré ahí sin falta! ¡Gracias Sr Gutiérrez!
En ese instante tuvo una especie de deseo. Vio lágrimas de alegría en la cara de su esposa. Evidentemente lo había escuchado todo.
-   Andrea, he de ir a un lugar. Ahora mismo regreso, y por favor, apóyame en esto igual que has hecho con todo lo demás.
-   Claro. Aquí estaremos.
José voló en dirección al lugar donde días antes había vivido aquella experiencia singular. Al llegar, comprobó encantado que la montaña de trozos de cartón estaba allí. Se acercó y observó como el bulto humano comenzaba a moverse y apareció de pronto de debajo. Pero esta vez, no era él mismo. Era un total extraño que le miraba con cara sorprendida.
-   Por favor, no me denuncie. No tengo donde ir.
En ese momento lo vio claro. La situación era tan difícil para todos, que cualquiera podía estar en esa terrorífica situación.
-   ¿Denunciarle? No amigo, hace cuatro días era yo quien dormía bajo cartones, créame. Por favor, acompáñame a casa. No puedo ofrecerle mucho, pero podrá tomar un baño y degustar unos maravillosos macarrones. Tiene mi misma talla, le dejaré algo de ropa. Al menos, hoy también tendrá su regalo de Reyes.
Tal y como prometió, Andrea no hizo preguntas. Ese extraño señor que olía tan mal y que tenía cara de sorpresa total, tomó una ducha, se vistió con ropa de José, comió con ellos y luego se marchó. Les prometió venir al día siguiente y ayudarles de forma gratuita a arreglar algunos pequeños problemillas que la familia tenía con el fregadero y una cisterna. Por lo visto, era un manitas.
José regresó a su trabajo y descubrió que incluso había un puesto para su nuevo amigo. Era un trabajo parcial y no demasiado bien remunerado, pero era algo al fin y al cabo y le permitiría dejar de dormir bajo trozos de cartón.
Por primera vez en su vida, y tenía cuarenta y ocho años, creía seriamente en los milagros, en los Reyes Magos, y sobre todo, en valorar lo que se tiene por poco que sea.

Violeta

0 comentarios:

Publicar un comentario