Desde muy
pequeño, Julián había sido un enamorado de la naturaleza. Las plantas, los
pequeños insectos que pudiese encontrar en su jardín, los que podía estudiar a
través de sus libros y a través de documentales, llenaban una parte importante
de su mundo.
Aquella
noche cenó temprano y se acostó pronto. Estaba cansado. El tratamiento era
intenso y le dejaba agotado. Ya llevaba seis meses sometido a multitud de
pruebas de todo tipo y en los últimos tres meses había tomado más medicamentos
que en el resto de su corta vida. Con sólo siete años, era un experto en
hospitales y ambulatorios.
Tenía una rara enfermedad
que no conseguian diagnosticar. El médico intentó explicar a sus padres que si
bien no era un cáncer, digamos que el proceso era bastante similar. El pequeño
se lo había tomado todo muy bien, con
mucha calma, pero si es cierto que necesitaba despejar su mente y su forma de
hacerlo era a través de los libros.
Julián era feliz cuando
llegaba la hora de dormir. Solía tener un sueño maravilloso que se repetía una
y otra vez, constante, repetitivo, y sobre todo, tranquilizador. Se veía en un
escenario diferente al que estaba acostumbrado. Todo era verde, muy verde. Gran
infinidad de plantas se podían observar por doquier. Pero las plantas de su
sueño no eran como las de casa, eran más bien como las que veía en las selvas
de los documentales. Siempre veía en su sueño una loma totalmente cubierta de
ellas. Cerca de allí había un riachuelo. Escuchaba el sonido del agua y casi podía
notar su frescor en el ambiente.
El pequeño se recreaba
durante su sueño en la hierba fresca, en el roce y las cosquillas que le hacía
en sus pies descalzos. Casi siempre, repetía la misma operación. Giraba y
giraba hasta caer carcajada tras carcajada en la hierba y contemplar desde esa
inusual postura el brillante cielo azul.
En el interior de aquél
bosque que destilaba frescor había un inmenso claro donde el tiempo parecía
detenerse. Los rayos del sol lo habían elegido como su lugar favorito y volcaban
en él su calor. Julián se tumbaba en él y agradecía ese calorcito que tanto le
gustaba.
Sus sentidos, al igual que
él, comenzaban a alertagarse y ése era el momento en que empezaba a escuchar
las pequeñas vocecitas alegres y cantarinas…
-Hola Julián, ¿cómo estás hoy?
-Ahora, muy bien.
Risitas alegres se
escuchaban por doquier. El niño, deseoso de jugar y compartir el momento con
sus amigas, se incorporaba hasta sentarse en el suelo a admirar su baile
rítmico. Unas haditas con alas de color azul revoloteaban cada noche en su
sueño y le transmitían alegría de espíritu y fuerza para continuar el día
siguiente.
-¿Me curaré algún día?
-Pues claro, tú sólo tienes que buscarnos. Encuéntranos y te curarás.
Y continuaban su baile al
son de la canción que ellas mismas entonaban moviendo sus pequeñas alitas
azules sin parar y cubriendo al pequeño de polvo de hada.
Ese sueño se había
convertido para Julián en una tabla de salvación y así se lo hizo saber a sus
padres. Se obsesionó tanto con el tema que comenzó a buscar en todos sus libros
para ver si encontraba el lugar de sus sueños. Pero ese milagro no ocurría y el
niño se encontraba cada día más débil y con menos fuerza para buscar.
Sin
embargo, a veces, el destino nos ayuda y mucho. Cuando se desea algo con mucha
fuerza, tal vez, llegue a cumplirse. Aquella tarde, Julián y sus padres
acababan de llegar de la última visita al médico. Venían cansados y abatidos
pues no había esperanzas de una mejoría. Para intentar animar al pequeño, Lola,
su madre, decidió poner un DVD mientras su marido y ella preparaban la cena. Lo
acababa de comprar en el quiosco situado en las puertas del hospital, le llamó
la atención al verlo, y ni siquiera podía explicar el porqué.
Las
imágenes del DVD llenaron pronto la diminuta salita de la familia. Brasil.
Imágenes hermosas de selvas tropicales empezaron a bullir de la televisión, y
el pequeño gritó de pronto extasiado.
-¡Es ahí! ¡Mamá, papá, es ahí!
-¿Qué ocurre Julián? ¿Qué es ahí?- le preguntó su padre desde la cocina.
Ambos progenitores corrieron
donde estaba su hijo y vieron en la pantalla imágenes de una selva o bosque
espectacular. El niño seguía insistiendo.
-¡Tengo que ir ahí y me curaré! ¡Por favor! ¡Tengo que ir ahí!
-Julián, cariño- le dijo su madre acariciándole el rostro- sólo es un
bonito sueño. Brasil está muy lejos de casa y cuesta mucho dinero ir.
El chico comenzó a llorar
desconsolado.
-He de ir mamá. Si no voy me moriré. He de ir.
No volvieron a hablar más
del tema. Es más. La madre de Julián, enfadada con la situación y el mundo en
general, volcó todas sus frustraciones del día en el DVD y lo quitó de
inmediato.
Aquella noche Julián no tuvo
su hermoso sueño y a la mañana siguiente amaneció con fiebre.
Tal vez era una gran
tontería, pero Lola sentía que su hijo debía visitar aquel lugar. No tenían
dinero. Llevaban mucho gastado en médicos y tratamientos, pero aquello haría
feliz a su pequeño, y él lo merecía y lo necesitaba. Sabía que eso no iba a
curarlo, pero al menos, le haría sonreír y le daría una satisfacción.
Tras una visita a una
agencia de viajes en la que le permitieron financiar el viaje, regresó a casa
con una sonrisa sincera por primera vez en mucho tiempo y le enseñó a su hijo
los folletos.
-Cariño – le dijo a Julián- ¡nos vamos a Brasil!
A las pocas horas, la fiebre
del niño desaparecía como por ensalmo, y sus padres, preparaban las maletas
para el viaje. Julián tenía mejor aspecto del que había tenido en mucho tiempo
y se encontraba con ánimo y mucha ilusión.
Lola había conseguido
alojamiento en un hotel que era modesto, barato, pero limpio y cercano a un
gran bosque maravilloso que le garantizaron era el mismo de las imágenes del
DVD.
El niño casi no podía
esperar para visitarlo. Se le veía cansado y abatido, pero sus padres no fueron
capaces de negarle la visita al bosque. Al fin y al cabo, iban a estar sólo un
fin de semana y no podían perder mucho el tiempo.
Al comenzar a adentrarse en
el bosque, los tres quedaron prendados de la maravilla del paisaje. Julián se
acercó a una hoja y les señaló a sus padres unas pequeñas gotas de rocío de
color verde pálido.
-Mirad, son larvas de mariposas.
-Veo que alguien ha estado atendiendo en clase- le dijo risueña su
madre.
En otra hoja cercana había
una especie de tiritas de color café rojizo y con manchas verde lima brillante
y amarillas en la parte dorsal. Gustavo, el padre de Julián, acercó su mano a
ellas, pero el niño lo detuvo de inmediato.
-¡No papá! ¡No las toques!
Gustavo retiró la mano de
inmediato.
-¿Qué son?
-Larvas de mariposas Morphos. Si tocas sus pelos te pueden irritar la
piel, es su modo de defensa. Además, te van a manchar de un líquido asqueroso
que huele mal. Y esto – añadió el niño señalando una crisálida- puede hacerte
daño en el oído si la tocas. Tienen que defenderse.
-¡Qué barbaridad! ¡Cuánto sabes hijo!- le dijo Lola orgullosa.
Ambos padres se quedaron
durante un momento absortos observando otra serie de plantas que había
alrededor. Se escuchaba el sonido del agua y no veían de dónde procedía. Ninguno se dio cuenta de que Julián se
adentraba en un claro que había más adelante. Cuando notaron su ausencia ambos
se asustaron e iban a empezar a gritar su nombre cuando vieron un auténtico
espectáculo que les dejó sin palabras.
Ante sus ojos apareció un
hermoso claro. El agua caía desde una pequeña cascada a un pequeño riachuelo
situado en un lado del mismo. Pero lo
que les dejó atónitos, fue su propio hijo. Sonriente, tumbado con las manos
alzadas al aire. A su alrededor, mariposas azules hermosísimas y muy grandes
revoleteaban. Algunas incluso se posaban durante unos instante en el niño. Como
si le conocieran.
Decidieron
no molestarle. Se sentaron en el suelo y decidieron esperar. El baile de las
mariposas duró aún un rato más y ellos se limitaban a fotografiar al niño y sus
amigas sin acercarse, no fuera que las asustaran.
Poco a
poco, las mariposas empezaron a internarse de nuevo en el bosque y Julián se
levantó del suelo, sonriente, feliz.
-¡Adiós amigas!
Durante los dos días
siguientes, Julián repitió la misma operación. No visitaron nada más, pasaron
todo el tiempo en el claro, con las mariposas. Tras el último día, directamente
embarcaron en el avión de regreso. Al día siguiente había visita al hospital.
Tenían que hacer una resonancia al chico y querían descansar algo.
-¡Realmente increíble!- repitió por sexta vez el Dr. Gutiérrez.
¡Menudo revuelo se había
formado! El doctor no daba crédito a sus ojos. Habían repetido las pruebas una
y otra vez por tercera vez en la semana. ¡Julián estaba curado!
No tenían una explicación,
no sabían cómo había podido suceder, pero el pequeño estaba curado. Ni que
decir tiene que los padres estaban alucinados. El niño, por el contrario, sólo
repetía una y otra vez “Os lo dije”.
A muchos kilómetros de allí,
en una pequeña aldea brasileña, un anciano cuenta una bonita historia a un
grupo de niños.
-En el universo hay mundos paralelos. Pero las personas no siempre
estamos alineados con el universo y sus criaturas. Si la gente supiese que las
hadas vuelan cerca de nosotros y pueden concedernos deseos buenos, intentarían
apresarlas. Por eso, toman una forma diferente que las personas puedan
entender. Como las mariposas azules, que en realidad son hadas mágicas con una
forma algo distinta. La gente cree que mueren a las pocas semanas de salir de
su crisálida, pero en realidad, se marchan a casa. De vez en cuando, cuando
ellas lo ven conveniente, se ponen en contacto con un humano, y les cuentan la
verdad.
Violeta