Tres Baúles


      Antonio llegó pronto. De todos los que había invitado ése fin de semana ya habían llegado casi todos. La verdad es que Luisa estaba feliz de cómo habían ido desarrollándose los hechos. Todavía no podía creer que sus abuelos la hubiesen invitado a ella y a sus amigos a pasar dos días con ellos en aquella gran casa campestre que más bien parecía una mansión embrujada, pero que al fin y al cabo no era más que el antiguo hogar de sus padres.

      Luisa no había tenido un buen curso. Sus notas habían caído en picado últimamente, probablemente por el fracaso matrimonial de sus padres.  La situación se había vuelto crítica, realmente ya llevaban mucho tiempo en que las cosas no funcionaban bien. Siendo justos tal vez tendrían que haberse divorciado hacía años.

      Sus abuelos maternos eran José y Juana. Dos abueletes la mar de “salaos” que llevaban siglos viviendo en esa casona que se caía a pedazos. Multitud de veces habían intentado convencerlos para que abandonasen esa inmensa mole de paredes viejas y maderas carcomidas, pero ellos insistían en que aquella mole era su hogar y guardaba además secretos importantes que debían custodiar.

      ¡Cuánta imaginación! A pesar de todo tenía que reconocer que aquella casa siempre le había gustado para esconderse del mundo. Sus abuelos eran fantásticos. Siempre contentos, siempre haciendo que ella se sintiese como no se sentía en su propio hogar.

      Por todo esto había decidido por fin aceptar su oferta. Y allí estaban ella y sus amigos, Antonio, Jorge y Julia. Sus abuelos habían medio habilitado dos habitaciones para ellos, en una habían acomodado a los chicos y en otra a las chicas, por supuesto y como era de mandar. Ya había sufrido interrogatorios por parte de ambos para saber si alguno de los chicos era su novio. En realidad estaban anticuados, ella no definiría como novio a Jorge. Simplemente era un amigo especial con el que compartía aficiones y estudios desde casi el parvulario y que en estos momentos difíciles la había ayudado mucho. Pero… ¿novio? No lo catalogaría así, sinceramente.

      Su vivaracha amiga Julia acababa de llegar con aproximadamente las maletas equivalentes a todo un equipo de fútbol. ¡Para estar en el campo! Madre mía. Y Jorge… bueno, allí estaba con su porte y su sonrisa por bandera. La verdad, el fin de semana prometía.

-¿Luisa? Cariño, ¿dónde estás? Tus amigos ya están aquí -la llamó su abuela.
-Aquí estoy -Luisa abrazó a su abuela con cariño. Esa señora le quitaba el sentido.
-Gracias de nuevo abuela. Necesitaba un finde tranquilo.
-¿Cómo de tranquilo? No os hemos invitado por gusto, vamos a aprovecharnos de vosotros y a utilizaros como mano de obra barata a cambio de una buena comida casera. Ya sabes cariño, hay que ser prácticos en esta vida.

Señor, adoraba a esa anciana. Incluso si era cierta su afirmación le daba igual. Disfrutaría ese fin de semana a tope.

-¡Venga chicos! -esta vez era su abuelo quien los llamaba- ¡Vamos adentro! Os enseñaré vuestras habitaciones y podréis soltar vuestras cosas. Luego os espero aquí abajo para explicaros ciertas normas-A pesar de su seriedad todos rieron con su ocurrencia. ¿Normas? ¿A ellos? Este abuelete no sabía con quién hablaba.

Pronto subieron todos. La parte de arriba era igual de caótica que la de abajo con la salvedad de que la madera parecía aún en peor estado.

La habitación de los chicos se veía limpia y ordenada. Era muy sencilla, un par de camas, una mesa de escritorio, un gran ropero empotrado en la pared… y un baúl. Enorme. De color negro, grande y macizo.

      Las chicas por su parte encontraron en su dormitorio una sorpresita con un jarrón de flores silvestres sobre una mesita redonda que tenían junto al ventanal. También había dos camas, también tenían un gran ropero empotrado en la pared… y también tenían un baúl. Éste era más pequeño que el de los chicos, de color blanco, muy bonito, decorado con flores y viejas fotografías.

      A las 8 de la tarde bajaron todos a cenar aquel viernes. Juana había preparado un gazpacho andaluz, un hojaldre relleno de atún, tomate, aceitunas, queso… y una fuente inmensa de ensalada. Todo tenía un aspecto delicioso por no hablar de la inmensa fuente que en el centro de la mesa lo presidía todo con su gran variedad de fruta.  Se lo había currado la abuela.

      Todos comieron con avidez y gusto. Todo estaba delicioso y la conversación fluyó sola. Al terminar de cenar recogieron entre todos y decidieron sentarse un rato en el porche exterior que tenía la casa y que daba a un gran campo de naranjos.

-En fin chicos -comenzó Juan-. Me gustaría que me hablaseis sobre vuestro futuro. Tengo entendido que este año el curso escolar -y miró directamente a su nieta- no ha sido precisamente el mejor para todos vosotros.
-Bueno abuelo, sabes que no ha sido un año fácil.
-Eso son excusas cariño. Tu abuela y yo sí que lo pasamos mal en nuestros años jóvenes. Nos conocimos en extrañas circunstancias y siempre fue todo complicado. Pero salimos adelante.
-Ya, ya -esta vez fue Antonio quien habló- ahora van a contarnos que pasaron hambre y miseria durante la guerra y la posguerra… que la vida era difícil y todo eso.
-Hijo no bromees con esas cosas. No son cosa de broma. Ahora habláis de crisis económica, habláis de que estáis ¿agobiados? Los estudios, el paro… todo eso es cierto, pero…os propongo algo.
-Uy, uy, verás tú -Julia temía que en realidad quisieran ponerlos a trabajar. Sinceramente era la única que había tenido sus remilgos a ir ese fin de semana al campo. Personalmente quería pasar todo el verano tumbada en una hamaca, pero la buena de su amiga Luisa la había convencido.
-Verás pequeña -la interpeló el abuelo- ¿has visto un baúl en tu habitación?
-Sí claro. Me llamó la atención por sus fotografías. Son preciosas y muy antiguas ¿verdad?
-Asi es -esta vez fue la abuela la que continuó-. Verás querida… esas fotos son de nuestra juventud. También hay algunas de nuestros hijos… en fin, un poco de todo. Ese baúl está cerrado con llave. Esa llave tendréis que ganarla. Si conseguís ganaros la llave podréis abrir el baúl y ver su contenido. Os aseguro que no os va a defraudar.
-Chicos, en vuestro dormitorio ocurre igual -continuó el abuelo-. También hay un baúl, mucho más grande. Su contenido es evidentemente secreto. También tenéis que ganaros la llave. Si conseguís abrir ambos baúles os daremos la clave para que encontréis el tercer baúl. Es el más importante de todos. Pero ése está escondido en esta casona. En este caso la búsqueda será doble.
-¡Qué interesante! Siempre me gustaron vuestros juegos. ¡Chicos! ¿Aceptamos? -les preguntó Luisa.
-¿Por qué no? -contestó Jorge-  No tenemos nada mejor que hacer, me tienen intrigados tus abuelos.
-De acuerdo –dijeron casi al unísono los demás.
-¿Cómo podemos ganarnos la llave?
-Bien -ahora habló Juana-. Chicos, en vuestra habitación hay un secreto oculto e interesante. Tendréis que descubrir de qué se trata y eso os llevará a la llave. En vuestra habitación encontrareis un sobre con unas indicaciones. Tenéis hasta mañana por la noche para encontrar la llave. En cuanto a vosotras, también tenéis un sobre con indicaciones en vuestra habitación. En vuestro caso también hay un secreto… que tendréis que descubrir y descifrar. Sólo puedo deciros eso.
-¡Ah! -dijo el abuelo- si llegado el domingo por la tarde a la hora de iros no habéis encontrado el tercer baúl ya no podréis encontrarlo. Así que espabilaros. Buenas noches chicos.

Los chicos subieron las escaleras impacientes. Todos querían ver sus sobres. ¡Qué emoción! Luisa estaba como loca. Realmente sus abuelos eran geniales. Antonio entró el primero en su habitación seguido de Jorge. Efectivamente había un gran sobre sobre la cama. Dentro una especie de enigma.

A veces hay un camino donde no lo ves. No es el más sencillo pero te llevará a lugar seguro. Aprecia el valor de lo feo y hallarás lo bello”

En el de las chicas Julia leía su sobre.

“Siempre hay una salida aunque no sea la tradicional. Todo hay que trabajarlo y lo más importante a trabajar es la amistad”

-No entiendo nada Luisa.
-Ni yo. Registremos la habitación a ver si encontramos la llave.

Por su parte los chicos habían empezado a hacer lo  mismo. Estuvieron hasta las tantas de la noche, pero ninguno de los cuatro obtuvo resultados. Acabaron exhaustos y rendidos. Se despertaron temprano con la ilusión de encontrar algo. Sobre las 9 se rindieron y bajaron a desayunar. La abuela les había preparado un delicioso bizcocho.

-Buenos días chicos. ¿Qué tal la búsqueda?
-Ruinosa -declaró Antonio.
-Bueno… tal vez no habéis interpretado bien el enigma. O tal vez deberíais concentraros más. ¡Suerte chicos!

Al terminar subieron de nuevo. Jorge empezó a hacer la cama. Al menos dejarían todo recogido antes de abandonar ese estúpido juego que no les llevaba a nada. Deshizo las maletas ya que la noche anterior no se entretuvieron a ello. Pero al colocar la ropa en sus perchas tropezó con una especie de madera sobresaliente del borde del armario. ¡Clac! Un crujido extraño sonó. Antonio lo miró sorprendido y ambos volvieron a sacar la ropa del armario y observaron incrédulos como en el fondo del mismo había una ¿puerta? ¡Había una abertura y una especie de pasadizo! Emocionados decidieron llamar a las chicas y buscar una linterna.

-¡Chicas! Tenéis que ver esto, ¡corred!

      Ambas entraron atropelladamente y quedaron maravilladas. Con cautela los cuatro entraron en el pasadizo terminando en una especie de habitáculo pequeño lleno de juguetes antiguos. Olía a moho y no había mucha luz. Sin embargo al enfocar la luz de la linterna comprobaron con placer que había una llave colgada del dintel de la entrada.

      Prácticamente temblando entraron en el dormitorio y abrieron el baúl. Sorprendidos vieron que estaba lleno de uniformes antiguos. Había ropa de uniforme, de soldados. Doblada y colocada cuidadosamente con bolitas de alcanfor para mantener lejos a las polillas. También había algo más, un uniforme de enfermera o lo que quedaba de él. Y una especie de pergamino.

“Enhorabuena chicos. Habéis encontrado nuestra antigua forma de vida. Seguid buscando y descubriréis un tesoro”

-Eh chicos -llamó Luisa que había vuelto a entrar en el armario- aquí hay algo más. Hay otra puerta… ayudadme a empujar, está atascada.

Juntos y emocionados empujaron y sorprendidos se toparon con lo que parecía ropa. Ropa femenina. Concretamente el bonito vestido de flores de Luisa. Sorprendidos avanzaron y descubrieron que esa segunda abertura daba ¡al ropero de las chicas! Una tras otro entraron en el dormitorio de ellas. Inspeccionaron el pasadizo pero no consiguieron encontrar más puertas ocultas. Sin embargo de pronto Luisa tuvo una inspiración.

-¿Recordáis la nota? Siempre hay una salida aunque no sea la tradicional… -mientras hablaba con sus amigos se fue acercando a la ventana para abrirla de par en par-. ¡Chicos! ¡Venid!

      Nerviosos observaron cómo oculta entre las enredaderas de la pared había una escalera.

-Ayudadme, yo peso menos -comentó Julia. Entre todos la ayudaron para que pudiese deslizarse por la escalera.  En uno de esos travesaños había un clavo con la otra llave. Inmediatamente subieron a abrir el otro baúl.

En éste baúl más pequeño había muchas fotos de niños. Luisa tomó una de ellas en sus manos y no pudo evitar derramar unas lágrimas. En esas fotos se veían pequeños sucios, con las ropas rotas, mal alimentados… y sin embargo, sonreían. Se les veían felices. ¿Qué significaba todo aquello?

      Los cuatro bajaron inmediatamente a buscar a los abuelos. Allí estaban sentados tranquilamente en unas viejas mecedoras en el porche. Entre ellos una mesita con refrescos. No hacían nada en particular, como si ya lo tuviesen todo hecho. Simplemente disfrutaban de la compañía uno del otro y de aquel maravilloso día. Al ver a los chicos acalorados y exhaustos sonrieron. Ambos comprendieron que habían encontrado las dos primeras llaves.

-Bien, bien. Creo que estos chavales han podido abrir los baúles Juana.
-Asi es amor. Se les ve en la cara. ¿Y bien chicos?
-No entendemos mucho abuela. ¿De quién son esos uniformes? ¿Y ese pasadizo?
-¿Y lo del ropero? -preguntó a su vez Julia- ¿Y la escalera?
-¿Y esos niños? -preguntó Antonio.
-Tranquilos chicos. Habéis mirado el interior de los baúles, pero no los habéis visto o conoceríais esas respuestas. Volved arriba y pensad en que sólo juntos podréis encontrar el tercer baúl. Quizás el más importante de todos.

Rápidamente subieron y volvieron a mirar el contenido de los baúles.

-Chicos, creo que el secreto está en las fotografías –comentó Jorge.
-Tal vez, pero… no sé que buscamos.
-¡Dios mío! -exclamó Luisa- su mano temblaba con la fotografía de una pequeña en la mano. El estado de la niña era al igual que los demás de desesperación. Pero había algo familiar en su rostro. Aquella chiquilla era prácticamente igual a ella. ¡Señor! ¡Era su madre de pequeña! ¡Estaba prácticamente segura!- ¡Es mi madre! Siguió mirando fotos y comprobó que algunas estaban hechas en aquel pequeño habitáculo, así que subieron a inspeccionar.

La abuela les subió aquel mediodía bocadillos porque estaban tan absortos que no querían bajar a comer. Miraron y remiraron los uniformes y las fotografías. Cansados decidieron parar a tomar una ducha y bajar a cenar algo. Al sentarse en la cocina a cenar Luisa vio algo que le llamó la atención. Sobre la repisa de la chimenea había una pequeña caja. Más bien, un pequeño baúl.

      Se levantó y se acercó al mismo.

-¡Chicos! Creo que acabo de encontrar el tercer baúl.
-Y creo que yo sé cuál es la llave -dijo Jorge mirando a la abuela que tenía en su cuello una cadena con la medalla de la Virgen y una pequeña llave.

      La abuela sonrió ante la expectación de los jóvenes.

-Estoy orgullosa de vosotros. Efectivamente habéis llegado hasta el final -la abuela descolgó de su cuello la llave y se la entregó a Luisa-. Querida, creo que tú vas a entender mejor que nadie el contenido de este baúl. Perdóname por utilizar a tus amigos. Necesitabas ayuda. Espero que hayas comprobado en este proceso que tienes amigos dispuestos a ayudarte. Dentro de este baúl está el legado de tu abuelo y mío. Te regalamos tu historia.

Nerviosa Luisa giró la llave con precaución y alzó la tapa con cuidado. Sus ojos se humedecieron de inmediato al ver una foto de ella misma cuando era pequeña. Empezó a sacar el contenido y sacó varios documentos. Una especie de contrato, varias fotografías, una medalla que parecía del ejército, una flor seca…

Todos se sentaron en torno a la mesa y sus abuelos alternándose comenzaron a contarles a todos su historia. La historia de dos seres desesperados que en plena guerra civil se vieron inmersos dentro de tanta locura en un poco de paz. La casa que habitaban era de un señor terrateniente para quien Juana trabajaba de joven. Cuando la guerra estalló esta casa se vio convertida en una especie de hospital, de ahí aquel uniforme de enfermera. José llegó herido en una de las incursiones. Se enamoró de Juana prácticamente al instante. Ambos tenían un problema común. Junto a la casa había una pequeña aldea donde infinidad de niños pasaban hambre y necesidad. Todos aquellos que tenían edad para ello podían ser reclutados. Casi de forma accidental comenzaron a construir en la casa una especie de pasadizo. El hijo del dueño de la casa tenía dieciséis años y la urgencia se hizo mayor. Empezaron a cuidar a los niños de la aldea y terminaron cuidando a todos los chiquillos que se encontraban solos y abandonados. Pasaron necesidades y vicisitudes, pero le salvaron la vida a muchos de ellos. La medalla que se encontraba en el baúl había sido mandada a hacer por uno de esos niños al hacerse mayor en reconocimiento a la labor que ambos habían realizado. Este niño era en realidad niña. La madre de Luisa, una de las tantas niñas que habían recogido y ayudado durante el proceso.
     
      Al finalizar la guerra las cosas no fueron fáciles. Algunos de estos niños fueron recogidos por familiares, otros no tuvieron la misma suerte. El propietario de la casa era ya muy mayor, pero José y Juana se querían y habían decidido casarse y formar un hogar. Así que… donde menos lo esperas hay una salida aunque no sea la tradicional. Se casaron y se quedaron en la casa a cuidar del anciano y de los chicos que no tenían a nadie. Entre ellos la madre de Luisa.

      A los ojos del mundo eran sus hijos. El valor de la amistad y la solidaridad fue necesario y los unió aún más. Juntos formaron la familia más hermosa del mundo. La de unos supervivientes sin igual forjados por el destino.

   Luisa fue consciente de que sus abuelos no eran tales genéticamente, pero le dio igual. Aceptó el regalo tal y como se lo habían dado, con gratitud. Acababan de darle una lección importante, la de lo bien que vivía a pesar de los problemas que se encontraba en el día a día, de la suerte que había tenido por nacer en el seno de esa familia, en esa época y ese lugar. Era una persona afortunada. Miró a sus amigos con otros ojos, ellos le habían ayudado y ciertamente siempre estaban ahí. De pronto, se dio cuenta de la importancia de ese tercer baúl, le había dado una base y un futuro, se sentía feliz. 








Violeta

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