El Arte de Amar


    A lo largo de la historia hemos ido cambiando nuestros hábitos y costumbres. Cierto es que en la mayoría de las cosas seguimos siendo totalmente básicos y comportándonos tal vez como en la Prehistoria. En otras cosas hemos ido avanzando. La tecnología, la ciencia, la educación… Bueno, al menos lo intentamos, sinceramente en los últimos tiempos no estoy tan segura de que hayamos avanzado tanto, si seguimos así el siguiente recorte va a ser cerebral, no vaya a ser que nos sublevemos, pero bueno, ésa es otra historia.

   El arte de amar ha existido siempre desde tiempos inmemorables. Realmente todos hemos escuchado como en la Prehistoria un señor que amaba a una señora lo tenía más o menos fácil en un sentido, es decir, con arrastrarla por los pelos hasta su caverna tenía prácticamente todo el cortejo hecho. Es más, lo mismo no tenía ni que amarla, simplemente estaba ahí el instinto básico. Bueno, ésa es la parte fácil, pero sinceramente hay que reconocer que este mismo señor que arrastraba a nuestra dama en cuestión por los pelos también tenía que ganar el sustento con una lucha encarnizada cuerpo a cuerpo con la bestia correspondiente. Por supuesto también existía la pesca, no vamos a ponernos ahora melodramáticos. En general no debía irles tan mal porque la especie humana no se ha extinguido (todavía). Pienso que en la Prehistoria el arte de amar era directo y básico si bien os confieso que no me gustaría que nadie me cortejase de esa manera.

     Evidentemente el hombre en su inmensa sabiduría comenzó a ser más civilizado. Por supuesto empezó a inventar, descubrir, analizar… empezó a complicarlo todo aunque bien cierto es que sin esos inventos, descubrimientos y análisis no habríamos podido llegar hasta nuestros días e indudablemente no disfrutaríamos de todas las comodidades actuales que poseemos una parte de la humanidad. Sí, he dicho una parte. Hay otra parte que lo está pasando francamente mal, quizás incluso peor que en la Prehistoria, y como sigamos así posiblemente de aquí a nada todos estemos peor que entonces.

     Pero bueno, a lo que nos referíamos, la cosa se fue más o menos complicando y a la vez adornando. Tras la prehistoria vinieron épocas más sofisticadas. Negadme si podéis el romanticismo por ejemplo del Arca de Noé. La humanidad comete una barbaridad tras otra. En un momento dado nuestro creador decide que necesitamos una pequeña lección y decide abrir el grifo celestial.  Para ello mete en un arca a multitud de especies animales, por supuesto emparejadas para su posterior procreación. Éste tema me deja algo más tranquila que el principio de los tiempos pues en éste caso la familia de Noé lo tiene más o menos sencillo. Es decir, os imagináis… “Querida, ¿Dónde quieres que cenemos esta noche, en la proa, o tal vez en la popa? Casi segura estoy  que la dama en cuestión tendría que plantearse tan difícil situación. Pero bueno, ésa es otra historia. Y bueno, qué decir tiene el entretenimiento tras la cena romántica, sin televisión ni Internet, ni siquiera algún librillo con el que distraerse… pues en algo tenían que entretenerse las criaturas, digo yo.

     Quiero deciros que básicamente el arte de amar se basa en algo tan sencillo y simple como que dos personas se quieran. ¿No es así? Tal vez no. Tal vez la cosa se complique un pelín con otros adornos de la vida como los celos, envidias, coqueteos, el aburrimiento… en fin, vete tú a saber. A la especie humana nos encanta complicar las cosas porque es como añadir un poquitín de sal a la vida, un poquitín que a veces pesa cuarenta kilos y nos puede causar daños físicos, pero qué más da, ¡vivan las complicaciones!

     La Edad Media. Por favor, tiempo de Renacimiento, de conquistas, de romances que trovadores cantaban sin cesar. Hermosos caballeros de bucles rubios que eran capaces de enzarzarse en guerras sin igual y luchar hasta morir eran a la vez provocadores de los suspiros de damas que aguardaban ansiosas su regreso en las almenas de los castillos. Cosiendo, suspirando, volviendo a coser, volviendo a suspirar… ¡Qué época aquella! Sus torneos, sus flirteos… claro que aquí hablamos de las damas. No hablamos de las pobres muchachas pobres que no tenían donde caerse muertas, nunca mejor dicho y tenían el privilegio de ser monas. El señor feudal correspondiente decidió hacer un mandato muy justo y conveniente para él, algo así como el “Derecho de Pernada”. Joven que se casaba, joven que pasaba su noche de bodas no junto a la persona con la que había decidido compartir su vida, por cierto, no por decisión propia, sino por decisión de sus progenitores o de la cantidad de cerdos que poseyese…, sino con el señor feudal correspondiente. Aquí te pillo, aquí te mato. Viva el romanticismo en todo su esplendor. Ahora que lo pienso con las modernidades de la época tenía que haber cantidad de chavales y chavalas en el pueblo que se pareciesen al señor feudal. En fin, ésa es otra historia.

     Y luego… bueno, comienzan los tiempos a cambiar y comienza a resurgir nuevas formas de amar. La mujer empieza a hacerse notar. Cuántas historias hemos escuchado referente a romances en los que los caballeros más que hombres eran alguna especie de arácnido o de superhéroe  que trepaban por las paredes, almenas, o por dónde hiciese falta y entraban por los balcones de las damas que suspiraban ansiosas su llegada. Curioso es. Hoy en día si un hombre tiene que subir por una fachada necesita al menos un arnés y un sindicato que lo respalde si se rompe la espalda. En aquella época claro está no subían a arreglar una teja rota o una farola, subían a arreglar otros menesteres, más bien a sofocar determinadas necesidades y calores de algunas damas y evidentemente de los propios caballeros. Era todo muy romántico, sobre todo si el marido de más de una no los pillaba. Quién no ha oído hablar de nuestro D. Juan Tenorio, o del Sr. Casanova italiano.

     En fin, con la de ropa que utilizaban en aquellas épocas. ¿Os imagináis lo complicado que todo se ponía? Pero el amor puede con todo, o con casi todo, que más de uno creo que la palmó intentando encontrar qué había tras todas aquellas capas de ropa para luego encontrarse con que el último baño se lo habían dado hacía ya… digamos tiempo.

     Pero bueno, centrémonos hace bastantes menos años. En tiempo de nuestros abuelos el cortejar a una dama era también algo complicado. Cuántas veces hemos oído lo de que sólo podían verse los enamorados a través de una reja. Y sin embargo, embarazos había, con lo cual me queda una duda importante. ¿Eran rejas abatibles? ¿Eran los amantes contorsionistas? ¿Tal vez se buscaban la forma de verse sin reja entre ellos? Me inclino por la última opción, sinceramente, es la más práctica aunque no desde luego la más divertida.

     ¡Que complicado todo! Los abuelotes se casaban y comenzaba el jolgorio. Niños, niños, niños, niños… y entre parto y parto por supuesto todo lo demás. Sin colegios, sin apenas sanidad… y bueno, las mujeres se casaban y pasaban al estado “decente”. La mayoría ya tenía a su hombre sujeto y empezaban algunos cambios físicos que no se daban en todos los casos pero sí en una buena parte. Ella engordaba un poquitín, el echaba al romanticismo de su vida, ya no hacía falta usar carmín que era caro y él decidía que el bar era un lugar genial donde reunirse con los amigos y quitarse el estrés. Ella se quitaba el estrés  la mayoría de las veces puliendo el suelo. En fin amigos, tal vez sea un poco exagerado y además suena algo machista y estoy segura de que no era del todo así. Él también podía sentarse tranquilamente un rato al final del día y a ella el día no se le terminaba, y encima, la mayoría de ellas estaba casi siempre despeinada. Hay que ver qué poca consideración. Sin embargo, siempre quedaba tiempo para hacer otro hijo, que todas las manos eran buenas.

     Curiosamente, los matrimonios duraban para toda la vida o para casi toda ella. Cierto es que cada uno se acoplaba a su parte de aquel contrato que habían firmado. No digo que no hubiese matrimonios que se amasen con locura, por favor, una cosa no quita la otra. Pero sí que normalmente el ritmo de vida era algo intenso en cuanto a quehaceres diarios y al número de hijos que se tenían. No existían las comodidades actuales y  el trabajo tanto en la casa como fuera de ella era más complicado que ahora. Y los matrimonios duraban, no sabemos si debido a que el amor era de otra manera o porque no tenían tiempo ni para discutir. Vete tú a saber.

     Y luego nos queda nuestra época actual. ¿Verdad que ahora todo es maravilloso? La cosmética, el deporte, los llamados hobbies, todo eso nos ayuda a sentirnos bien y realizados, seamos hombre o mujer. Hoy en día el cortejo es algo diferente. Está quien puede conocerte y enamorarse de ti, o está quien te conoce vía Internet o a través de una agencia de contactos.

     Los seres humanos nos hemos vuelto personitas muy ocupadas. Tenemos una agenda repleta, compromisos por doquier. Incluso nuestros hijos pequeños tienen una serie de actividades extraescolares increíbles antes, ni tan siquiera, de empezar en el colegio. Todo está más o menos medido y en el tema amoroso ahora todo es más complicado. Hay que destacar que hoy por hoy la mayoría de los cortejos necesita una cuenta corriente que lo apoye porque los almuerzos, cenas, regalitos de aniversarios, vacaciones… todo ello no cae del cielo, y al paso que vamos con tanta crisis, nos cortarán la luz y tendremos que volver a la época sin televisión. Uy, uy, lo mismo aumenta la natalidad de nuevo. Eso sería otro problemilla, porque hoy en día un niño de ocho  años debe tener al menos conocimiento de un idioma y medio, practicar deporte, tener soltura en el colegio, ajustarse a la rutina y horarios de sus padres… todo pequeño que se precie debe tener al menos actividades extraescolares durante cuatro días a la semana aparte de sus catequesis y otras tareas varias. Pero, ésa es otra historia.

     Volvamos al tema que nos ocupa. Hoy por hoy no basta con que un hombre trepe por un balcón. Es más, si lo hace llamamos inmediatamente a la policía local o a la Guardia Civil, que hay mucho loco suelto.

     En el caso de las mujeres es importante sentirnos total y absolutamente amadas. Nuestro hombre ha de ser un poco heroico, parecerse un poco a nuestro actor favorito, estar cachas o tener una parla impresionante. Tampoco debe saber tanto de la vida, con que tenga una buena cultura, sea un buen fontanero, electricista, mecánico, albañil y sobre todo, cocinero es suficiente. Si además maneja el arte del plumero y es capaz de sentarse a hacer los deberes con sus hijos, es realmente un hombre maravilloso. Si sabe poner lavadoras y hacer la compra es simplemente perfecto. También ha de entendernos en lo más básico, es decir, no sólo ha de ser buen amante, sino que también ha de ser mejor compañero, detectar nuestros cambios de humor y comprenderlos, acompañarnos a los lugares en los que queremos compañía y dejarnos solas cuando queremos nuestro espacio vital… No sé, ciertamente es fácil hacernos felices a las mujeres. Si además añadimos una pizca de gimnasio, un mucho de detalles y una sonrisa de infarto, tenemos al hombre pasable.

     En el caso de los hombres es importante que las mujeres seamos inteligentes pero a la vez que no vayamos a ser demasiado eruditas que eso le da dolor de cabeza a cualquiera. Por supuesto en una mujer es importantísimo el gimnasio y la peluquería, porque la ley de la gravedad no es igual en hombres que en mujeres. Un ejemplo. Un hombre tiene barriga cervecera o engorda tras el matrimonio, y es normal. Es la barriguita de la felicidad, símbolo inequívoco de que es feliz la criatura. Una mujer tiene barriga cervecera o engorda tras el matrimonio y es una dejada que además tiene un vicio horrible de tomar más cervezas de las que su cuerpo admite. Pero bueno, éstas son otras historias.

     Lo cierto es que hoy por hoy los matrimonios ya no duran como antes. Muchas parejas se casan a los 30 o a los 40, o a los 50… en lugar de a los 20 de antes y sin embargo se agotan antes. Hay estudios de compatibilidad, se habla mucho más que antes, los noviazgos son eternos… y sin embargo, hay parejas que duran y parejas que no. ¿Por qué? Pues ni pajolera idea. Lo cierto es que cada vez hay más rupturas, aunque eso no significa que no existan las parejas para toda la vida.

     Luego están las segundas oportunidades, o las terceras… en fin, oportunidades a doquier. Se puede conocer gente por todas partes si eres un poco despierto y también están las relaciones en las que puedes “intimar” aunque luego si te he visto no me acuerdo. Vamos, que los tiempos han cambiado un poquitín.

     Tengo que tirar sin embargo una lanza por los tiempos actuales. Es cierto que todo se ha complicado un poco pero hoy por hoy existe lo que se llama “comunicación” a igual nivel en la mayoría de los casos. Tal vez por eso ahora se rompen más matrimonios, porque antes, te iba mal y te aguantabas. Ahora las personas buscan la felicidad y para ello si no les va bien lo intentan de nuevo.

     Realmente, el amar a alguien es un arte que hay que desarrollar poco a poco, mimar y recrear, pero sobre todo, hay que valorar mucho a la otra persona y a la vez, hacerse valer. Parece complicado, pero quizás sea lo más fácil de todo. Al fin y al cabo con la persona a la que amas sólo tienes que ser tú mismo. Funcionará. Si no lo hace, es que no es tu mitad o como quieras llamarlo. Os animo a que los que no tenéis la suerte de vivirlo lo intentéis, que al fin y al cabo, con complicaciones o sin ellas, vida no hay más que una.  ¡Suerte!


Violeta

0 comentarios:

Publicar un comentario