Fantasma


     No es fácil ser fantasma, creedme, sé de lo que hablo. Llevo muchos años muerta, ya he perdido la cuenta. Y además, qué más da, el tiempo ya no tiene límites para mí.

     Reconozco que esto es divertido en el sentido de que puedo flotar, atravesar paredes, espiar a chicos, o incluso aprender mucho, porque no veas el tiempo libre que tengo, por no tener en cuenta que la experiencia es la mejor profesora.

     Echo mucho de menos el calor. Es lo único que me cuesta trabajo olvidar. Los seres queridos y el calor humano son difíciles de reemplazar. En la academia de fantasmas me hablaron de ello. La verdad, yo tenía en esos momentos tanto miedo por mi nueva situación, que no presté demasiada atención.
    
     Ahora, como fantasma veterana,me resigno ante muchas cosas, y saco mucho partido a otras, pero eso sí, siempre pasando inadvertida. Pero hoy, me he visto tentada a dirigirme a vosotros pues os quiero contar una historia.

     No sé si estaré haciendo algo ilegal, por lo del derecho a la intimidad y a la protección de datos, y todas esas historias que tenéis la gente de carne, como yo os defino desde hace ya algunos años, o tal vez debería decir siglos. Que más da, el tiempo es relativo.

     Pues bien, que me demanden si no es apropiado. Yo voy a contaros la historia de una fantasma amiga mía. Se trata de Claudia. Es una fantasma muy simpática y bastante mona, digo yo, no entiendo mucho sobre como es el canon de belleza de la época. A mi, me parece mona. Sólo le veo un pequeño defecto. Y es que mi amiga fantasma Claudia, es de carne y hueso.

     Sí, sí. Me he expresado bien. Claudia camina, come, duerme, y sobre todo, respira. Cada microsegundo de su corta vida es utilizado por multitud de células de su cuerpo para llevar a cabo sus distintas funciones, entre ellas, las cerebrales. Aún así, Claudia es visible a los ojos, pero invisible a los demás mortales.

     Ahora seguro que pensáis que he perdido la cabeza. Pues sí. Así fue, o algo relacionado creo recordar. En mi época era fácil perder algún miembro y creo que mi cabeza y yo fuimos unidas de nuevo en este mundo puente. No recuerdo haber estado casada con Enrique VIII. Sí recuerdo haberme enamorado hasta la médula y haber sido engañada. Creo recordar que fui tan imbécil, que di lo único que tenía, mi vida.

Ahora, se supone que voy a estar dando vueltecitas por este mundo tan extraño y singular hasta que consiga redimirme. Y ni siquiera sé exactamente ante quién he de hacer eso.

     Por ello, Claudia me pareció una opción maravillosa.

     Fui consciente de sus problemas desde que ella era casi un bebé. Sus padres, siempre tan ocupados, el ritmo de vida de esta época, tan frenético. La pobre Claudia pasaba más tiempo durmiendo que jugando.

     Para sus progenitores, Claudia era sólo una niña muy buena y callada. Para mí, estaba claro, esta chica quería ser como yo, invisible. Por eso, me hice su amiga, y me convertí sin saberlo, en eso, en su amiga invisible.

     Así permanecí junto a ella hasta que cumplió los siete años. A partir de ahí, dejé de aparecerme de repente, pues era su única amiga. Sólo jugaba conmigo y con su primo Roberto. Empezaron a burlarse de ella porque hablaba de mí y hasta pensaron en llevarla a no sé qué sitio raro, algo de Psicoterapia o no sé, porque la chica tenía trastornos serios.

     No se equivocaban. Tiene un serio trastorno denominado soledad.

     Ahora, Claudia tiene veinte años. Ya ha crecido. Creo que ella y yo tenemos ahora la misma edad. Es un decir, por supuesto. Mi misión, ayudarla en su día a día. Hacerle la vida más fácil, poner a su alcance objetos que desea sin que ella los vea levitar, rascarle la espalda o la nariz mientras duerme, en fin, cositas rutinarias.

     Pero me temo que la cosa se complica. Mi querida y dulce Claudia se ha enamorado. De nada más y nada menos que un despampanante y guapísimo chico de la Universidad. Inteligente, de buen carácter, alto, moreno,y muy, muy visible, ya que tiene tras de sí a todas las chicas humanas que conozco o a casi todas.

     Por esto, he decidido ayudar a mi amiga Claudia. Yo perdí la cabeza por un hombre, tal vez, si consigo que Claudia no pierda la suya por otro, me redima y me den un galardón o algo. Vete tú a saber.

     El único inconveniente que veo es que para ayudarla voy a tener que hacerme visible de nuevo ante ella, y lo mismo, me la cargo de un susto. Ni siquiera soy consciente del aspecto que tengo, si es que me queda de eso.

     En fin. El mundo de los humanos actuales está lleno de tecnología y aparatitos varios. Tal vez pueda contactar con ella sin mostrarme. Aunque, la verdad, internet no es lo mío. Prefiero la comunicación cuerpo a cuerpo, pero eso es algo difícil en este caso.

     Hoy Claudia se ha levantado como cada día. Ni siquiera se mira en el espejo. Me temo que está más muerta que yo. Es guapa, pero lo desconoce. Tiene unas notas geniales, pero lo considera como su obligación. Es simpática y tiene sentido del humor, con todos, menos con ella misma. Quizás ya sea hora de cambiar alguna de esas cosillas. Por cierto, que me demuestren que las hadas madrinas están vivas.

     Mi plan es sencillo. Voy a intentar que ella misma se admita y se vea. Para ello, voy a hacer que la vean los demás. Que la vean de verdad.

     Acabamos de llegar a la Universidad. Ella sola, caminando y hablando sola, como hace continuamente. Yo, a su lado, levitando y escuchando. Ventajas que tiene una. En esto que vemos que se acerca el chico que a ella le gusta, creo que se llama Fabián.

     Ya están uno al lado del otro, cada uno en una dirección, eso sí. Lo único que se me ocurre para acercarles es…

-Chasss-

     ¡Menudo empujón le he metido! Suerte que he tenido años para hacerme una profesional en el arte de mover objetos. Acabo de pegarle tremendo empujón a Fabián. Sí, a Fabián. Si empujaba a Claudia la iba a hacer parecer torpe, y hasta previsible. Pero si le empujo a él, ¡todo imprevisible!

-Lo siento- se disculpa Fabián.

Que mono, pienso para mí. Todo él tan lindo. Por cierto, juraría que se ha puesto colorado. Pero no juro, no vaya a perder la cabeza. Uy, ¡ya la perdí!

-No pasa nada- contesta tímidamente Claudia.
-No sé que me ha pasado. Se me ha ido el cuerpo. ¿Te he hecho daño?- pregunta solícito.
-No. En serio, estoy bien. – se repite, esta vez con una bonita sonrisa.

Guau. Creo que Fabián acaba de fijarse realmente en mi amiga. Se ha quedado mirándola fijamente.

-¿Estás en mi clase? – se percata él al ver la cubierta de los libros de Claudia.
-Sí. Desde el primer curso.
-Vaya. Tú eres…
-Claudia la empollona. – le ayuda ella.
-Oh, no quería decir eso. Pero, te imaginaba más…

En este momento él se pone como un tomate de nuevo. Creo que acaba de darse cuenta de la metedura de pata que está llevando a cabo. Pobre chico.

-Te acompaño lo que queda de camino, bueno, si tú quieres.- dice él.
-Claro.- responde ella.

-Gracias- dice Claudia muy flojito, como al aire, pero ¡repámpanos recrujientes! Yo diría que me mira directamente a mí.



Vaya dos. Van todo el camino hablando de tonterías, pero lo cierto es que al menos Claudia tiene hoy color en la cara. Lo mismo está sintiendo calor. Imagino que de todas formas, la liará parda y se despedirá de él de una forma tonta y poco original.

     Pero me equivoco. Llevan todo el día juntos. Incluso han comido juntos. Jamás he visto tanta química en mi vida, ni en mi muerte.

     Cuando llegamos a casa, directamente, Claudia mira hacia donde yo estoy. Yo me miro en ése momento en el espejo y sonrío. Ummm, mi nuevo tono de gris es bonito.

-Gracias amiga.

¡Señor! ¡Si no estuviese muerta, me habría muerto del susto!

-¿Me ves? – le pregunto.
-Todo el tiempo.- me sonríe.
-Pero ¿cómo? Me volví invisible cuando tenías siete años.
-No. Te volviste algo más transparente, pero yo te veo a diario. Fingí no verte por no herir tus sentimientos, al fin y al cabo, eres mi única amiga. No eres una amiga invisible ¿verdad?
-No. Soy un fantasma.
Guay!
-No te veo asustada. – le sonrío.
-No lo estoy. Llevas años ayudándome en todo. Como hoy, menudo empujón le metiste a Fabián. Creo que conectamos. ¿Por qué estás aquí?
-No lo sé. Creo que para ayudarte.
-O tal vez, yo tenga que ayudarte a ti.

Por primera vez en mi vida de muerta, me quedo anonadada. Bueno, por segunda vez, la primera fue cuando me di cuenta de que había dejado de respirar. En fin, no había pensado esa posibilidad. Llevo mucho tiempo con Claudia. Y antes, he ayudado a muchas otras chicas. Ahora que lo pienso, todas con problemas similares. Pobrecillas, parecen condenadas a repetir un patrón o algo así.

     Jolín, me siento rara. Esto de saber que Claudia me ha visto todo este tiempo, es algo intimidante. La de tonterias que he hecho pensando que no me veía.

     Vamos a la biblioteca. Allí Claudia empieza a teclear y buscar archivos. ¡Madre mía! ¡No puedo creerlo! No sé que busca, pero en ese chisme que maneja están apareciendo fotografías de muchas de las chicas a las que he ayudado.

-Claudia, las conozco a todas. ¿Quiénes son?
-Quienes yo pensaba. Mira, te presento por así decirlo. Mi abuela, mi tatarabuela, la abuela de ésta… Llevas generaciones cuidando de las mujeres de mi familia. Pero por algún motivo, no nos recuerdas a todas. Por ejemplo, no recuerdas a mi madre, supongo que porque es casi idéntica a ti cuanto tenía tu edad. Ésta eres tú.

Ante mis atónitos ojos veo mi imagen. Pero no es una fotografía, sino un cuadro. Uno muy antiguo, de hace siglos. Claudia me cuenta mi historia.

-Al parecer, fuiste una aldeana en el siglo XV que se enamoró perdidamente de un joven pintor. Él te hizo este maravilloso retrato. Estaba loco por ti, pero era tan tímido que jamás te lo dijo. Tú creías que él amaba a tu amiga y un día en que les viste muy juntos, malinterpretaste la situación y en un momento de dolor saliste corriendo sin mirar y te despeñaste por un puente. Te partiste el cuello.

Recuerdos e imágenes pasadas van acudiendo a mi mente con sus palabras.

-Tu amado casi se vuelve loco de dolor. Con el tiempo, volvió a conocer a alguien especial, alguien que precisamente se parecía mucho a ti. De hecho, no sé si lo recuerdas, tenías una hermana gemela. Por ahí, se habla mucho de los gemelos. Lo cierto y verdad es que él se casó con ella, pero seguía pensando en ti. Por eso, tu hermana se enfadó e hizo una especie de conjuro, pero no para él, sino para ti. Tú debías cuidar de sus descendientes, que a la vez serían los de tu amado, hasta que un día, alguno de ellos te mostrase la verdad.
-Pero, no entiendo. ¿Por qué hizo eso mi hermana? ¿No me quería?
-Al contrario. Te quería mucho y se sentía mal porque sabía que había ocupado tu sitio. Hizo el sacrificio más grande que hay. Si tú descubrías la verdad, podrías partir. Y ¿sabes quién te espera al otro lado?
-¡Él!
-Él. Te espera desde hace siglos. – me dice sonriendo.
-¿Cómo sabes tú todo eso?
-De vez en cuando desapareces. No serás consciente de ello, pero es así. Yo aprovecho esos momentos. Creían que yo estaba loca, así que me aseguré de que no lo estaba. Te encontré. Me ha costado años. No hablo sola. Hablo contigo. No eres tú quien me tiene que ayudar a mí. Soy yo la que tengo que ayudarte a ti. Ahora, ambas podemos continuar nuestro camino.

No puedo describir lo que siento. Sólo puedo deciros que me siento ligera, y no es broma, ya sé que soy ligera, pero me refiero a que de pronto lo recuerdo todo. Recuerdo como una especie de torbellino gigante me tomó dentro de él, recuerdo como la mayoría de mis recuerdos se quedaron ahí. Le recuerdo a él, a mi amor. Recuerdo a mi hermana. Nos queríamos, estábamos muy unidas. Recuerdo a mis niñas, o las suyas… Recuerdo, recuerdo… Claudia, Ángela, Verónica, Antonia, Julia, Ágata, Susana, Tomasa, Federica, y… Luisa y Lorena. Yo soy Lorena. Me recuerdo a mí misma.

     Me noto en paz. Me encuentro bien, en un hermoso lugar conocido. No sé si esto será el cielo. Después de todo, he descubierto que no me suicidé, sino que morí por accidente. Me da igual, porque me siento tan bien, que me da igual. Y entonces le veo. Delante de mí, sonriente, con sus brazos extendidos. Mi amor. Por primera vez en casi setecientos años, siento calor.

Violeta.

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