Almudena
se había levantado temprano. Hoy tenía mucho que hacer, tenía visitas guiadas
desde temprano. Bueno, le encantaba su trabajo, así que tampoco había mucho
problema.
Se
vistió deprisa y cogió su pequeño coche azul. Sonreía pensando que adoraba que
fuese pequeño porque así podía aparcarlo donde quisiera. Carlos, su novio,
siempre le decía que parecía una especie de huevo, pero a ella le daba igual.
Le encantaba su pequeño Smart Cabrio.
Llegó
a tiempo a la puerta de la
Mezquita. Por más veces que la había visitado ya y que la
había enseñado, seguía disfrutando de cada una de las visitas que hacía.
Adoraba aquel lugar y además, y sin saber muy bien por qué, le transmitía paz.
Hoy
había en el grupo alguien que llamó su atención. Era un hombre de piel morena y
ojos grandes y oscuros. La miraba imperturbable, como si la conociese. Su
mirada fija no se despegó de ella durante todo el recorrido.
Ciertamente estaba comenzando a sentirse un
poco incómoda. Aún así continuó con las explicaciones y volvió a repetir la
cantinela relativa a la construcción de la Mezquita al lado del alcázar o palacio del califa
y dentro de la medina o ciudad islámica.
De
nuevo señaló su “qibla” o muro orientado hacia la Meca. Se reza en esa
dirección. En medio de ese muro se sitúa el “mihrab” que es una pequeña capilla
o nicho muy decorado porque es el lugar más sagrado, donde se coloca el “imam”
que dirige la oración y recuerda el lugar de la casa de Mahoma desde el que el
profeta dirigía la plegaria. Al lado del “mihrab” se coloca una especie de
púlpito llamado “minbar”. La rica decoración del mihrab se prolonga en el
espacio que hay delante y se aísla del resto de la sala de oración para
reservarlo al califa y las grandes autoridades. Este espacio se llama
“maqsura”.
Como cada
día Almudena siguió explicando a los allí presente las maravillas de la Mezquita y sus
características. Las caras que cada día veía eran de admiración y sorpresa.
Hoy, sin embargo, estaba algo desconcentrada, pues este señor no dejaba de
mirarla.
Cuando
terminó su turno aquel día se disponía a marcharse a casa. Entonces lo vio.
Había un objeto al lado de una de las columnas que no debía estar allí. Tenía
forma de tetera o algo así, por favor, se río para sí misma, ni que fuera la
lámpara de Aladino.
Señor,
qué cosas. Se dirigió hacia ella y observo a su alrededor. Nadie la miraba. De
pronto tuvo la necesidad imperiosa de tocarla, de pasar suavemente las manos
por su exterior liso, cromado… Cuando se quiso dar cuenta la tenía en sus
manos, y lo que es peor, ¡la estaba frotando!
Una
especie de humo azulado salió de aquella especie de tetera y Almudena creía que
iba a sufrir un infarto porque notaba su corazón a mil por hora.
-Hola querida Ama. -Soltó de
pronto una especie de señor que se formó de aquel humo azul.
-¡Señor! ¡Qué broma es ésta!
-¿Broma? No, el concepto que yo
tengo registrado de broma es diferente al concepto que en estos instantes se
establece entre nosotros, ama.
-¿Eres un genio? Por favor, dime
que no, dime que he tomado algo o que he trabajado muchas horas y que necesito
descansar.
-Bueno, no soy exactamente un
genio, pero se me puede denominar algo parecido. ¿No me reconoces?
-No… Espera un momento, ¡yo te
he visto antes! ¡Hoy! ¡Has estado todo el día tras de mi en la visita guiada!
-Pues… sí, así es. Veo que
después de todo te fijaste en mí, querida ama.
-¿Ama? ¡Me has dicho que no eres
un genio!
-Y no lo soy, o al menos, no soy
un genio de los de Aladino que concede tres deseos. Yo soy diferente. Mi misión
es enseñarte algo importante que debes saber.
-No entiendo.
-Soy un antepasado tuyo que me
he acercado a ti de una forma un poco original. Pero no te preocupes, cuando te
muestre lo que quiero enseñarte desapareceré y pensaras que has tenido un
extraño sueño, nada más.
-¿Cómo? No entiendo nada.
-Lo sé, Almudena. Lo sé.
Dicho
esto se acercó a ella y le tomó la mano. De pronto Almudena se sintió ligera
como una pluma, como si ella también fuese de humo. Sintió cómo su cuerpo
dejaba de pesarle y poco a poco se iba transformando en humo rosado y se mezclaba
con aquel humo azul entrando juntos en aquella especie de tetera.
Pensó,
“me he vuelto loca”, “totalmente loca” “Carlos no va a creer esto”…
-No pienses más Ama.
De
pronto sintió de nuevo que tenía cuerpo, pero aún así, se sentía flotar.
Esperaba estar dentro de alguna estancia bellamente decorada con cojines de
colores y bellos elementos, pero en lugar de eso se encontró volando por un
desierto y… de pronto volvió a ver su Córdoba querida, pero desde el aire.
Y
entonces ocurrió. Sintió su cuerpo caer ¡de golpe! Y entonces notó que estaba
vestida con ropajes antiguos árabes. Su cara estaba cubierta por un velo. No
era un velo pesado, no llevaba puesto un burka o algo así, llevaba ropa ligera
pero con el velo. Y allí estaba el hombre misterioso vestido con ropa también
de antaño y sonriéndome.
-Este es tu pasado Almudena. ¿Me
recuerdas ya?
De
pronto todo encajó en su sitio. Almudena empezó a ver imágenes en su cerebro.
Imágenes de ella viviendo con aquel hombre, riendo juntos, pero con respeto,
imágenes de ella en un mundo que le era muy conocido a través de los textos
pero que jamás había visitado. Se encontraba en el Islam, estaba segura. No,
estaba en Córdoba, pero en época islámica. La ropa, la gente, todo a su
alrededor. La Mezquita
no era la misma. Era más pequeña. El muro de la qibla estaba orientado hacia el
sur, y había once naves en la sala de oración con doce tramos.
¡Un momento! ¡Claro!
-¡Estamos en la época del califa
Abd-al-Rahman I!
-Efectivamente Almudena. Yo soy
descendiente del califa y mi misión era traerte a su época. Tu época. Tú
viviste aquí. Ahora, al cabo de los años, de los siglos, mi misión era
localizarte en el tiempo y hacerte revivir. Hacerte recordar. Por eso pones
tanto interés en tu trabajo. Por eso amas tanto todo lo relacionado con lo
musulmán.
-Pero… yo nací en Granada ¡hace
treinta años!
-Sí. Lo sé. Pero también viviste
aquí, y eres de aquí. De Córdoba. Pero de la Córdoba musulmana.
Almudena
notó una especie de vértigo y de nuevo volvió a ver imágenes de tiempo atrás y
entonces no dudó. Tuvo claro que efectivamente había vivido allí hacía siglos.
Notó
cómo la Mezquita
crecía con Abd-Al-Rahman II que derribó el muro de la qibla y amplió las naves
en ocho tramos.
Al-Hakem
II hizo la ampliación más bella con un nuevo muro de oración y un nuevo mihrab.
Con cuatro cúpulas, una en la nave central, en el eje del mihrab y situada en
el lugar en que se comenzó la tercera ampliación y otras tres en la maqsura.
Almanzor añadió ocho nuevas
naves hacia el este…
-¡Ya recuerdo!
-¿De veras ama?
-Ya recuerdo Abdul. Siempre me
serviste bien. Siempre fuiste fiel a mí.
Abdul
se arrodilló ante ella y ella notó como su ropa cambiaba y se volvía casi
traslúcida y bella. Su pelo crecía hasta la cintura y sus ojos… brillaban
emocionados.
-Me fuiste fiel en cada
ampliación, en cada cambio. Cuando era la Basílica Cristiana
de San Vicente, cuando me volví yo misma…
Lo recordó todo.
-Gracias Abdul por traerme de
nuevo. Acabo de sentir quién soy. Acabo de darme cuenta. Soy LA MEZQUITA CORDOBESA.
-Sí señora. El espíritu de la Mezquita
antigua en el cuerpo de una mujer. Una bella mujer de grandes ojos negros.
-¿No recordaré nada de esto?
-Me temo que no todo, señora.
Sólo recordará su amor a Córdoba.
-Sea así, pues, querido Abdul.
¿Te volveré a ver?
-Sí señora. Dentro de unos
siglos más volveré y volveré a recordarle quien es. Siempre mantendré vivo y
despierto su espíritu.
***
Aquel
día Almudena no regresó a casa y su novio Carlos se preocupó. Se puso a
buscarla y a llamarla pero al no contestarle decidió pasar por la Mezquita. Ésta
permanecía cerrada, pero convenció a un guardia para que le dejase entrar pues
sospechaba que su novia podía estar dentro. Tal vez le había pasado algo.
Nada
más entrar vieron a Almudena tendida en el suelo. En su bello rostro había una
hermosa sonrisa. Su pulso era débil. Parecía que había sufrido algún tipo de
conmoción.
-¡Dios mío! ¿Almudena? ¿Estás
bien?
-Sí. Un poco mareada. No sé qué
me ha pasado. No recuerdo mucho. Creo que he tenido un extraño sueño. ¿Trabajo
mucho Carlos?
-Sí, eso creo. Vamos. No te
dejaré volver a la Mezquita
en mucho tiempo.
-¡No! ¡No! Adoro este lugar. No
sé por qué. Pero adoro este lugar. ¿Verdad que es bella, Carlos?
-No tanto como tú, mi vida.
-Bueno Carlos… yo diría que
somos “igual de bellas”.
Almudena
siguió guiando a todos en sus visitas a la Mezquita. Pero sus
visitas se hicieron famosas en el mundo entero. Todos querían que fuese ella
quien se la mostrase porque lo hacía con alma. Como si ella hubiese vivido
junto a ella el paso del tiempo.
Como si Almudena y la Mezquita , fuesen una
sola.
Violeta
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