Sofía estaba cansada. Muy
cansada. Llevaba muchas horas de viaje y le parecía increíble estar
dirigiéndose a China. Se dirigía nada más y nada menos que al este del
Continente asiático, al cuarto país más grande del mundo.
Para
colmo, ni siquiera se dirigía a Pekín, sino a Shangai, su ciudad más poblada.
Le parecía increíble haber llegado hasta ahí. Tenía miedo, estaba asustada pero
a la vez decidida. Robert y ella habían intentado tener hijos propios desde
hacía años. Ya no era una jovencita. Tenía cuarenta años y un embarazo no era
precisamente lo más apropiado según los médicos le habían comentado.
Se
sentía muy mal, como si estuviese comerciando con una vida humana, pero no
podía evitar sentir a la vez ese estremecimiento en su interior. Esa felicidad
oculta que la impulsaba a continuar.
La
primera vez que pensó estar embarazada ya llevaba casi siete años de matrimonio
y aún recordaba la cara de Robert. Era la felicidad suprema sin ni siquiera
confirmación. Sofía era española pero se enamoró de un joven estadounidense que
hacía turismo en España.
Mantuvieron
el contacto a través de Internet, por correspondencia, por teléfono, de todas
las formas posibles y al alcance de
ambos jóvenes. Hasta que Robert terminó sus estudios de abogacía y terminó
encontrando trabajo en un importantísimo despacho de Nueva York.
No
lo pensó dos veces. Con sus primeros ahorros voló a España y buscó a Sofía pues
nada le hacía más ilusión. Tras unos días en España terminó convenciéndola para
que le acompañase a Nueva York. Sofía tenía arte en el tema de diseño. Se le
daba bien y Robert tenía unos amigos que podían ayudarla a abrirse camino en
ese mundo diseñando ropa que se basara en la cultura española.
Fue
un éxito. Robert y Sofía se casaron y se mudaron a una gran casa de estilo
victoriano. Enorme, con muchas habitaciones para poder albergar a sus futuros
retoños. Pero mucho me temo que éstos se hicieron de rogar.
Al
principio Sofía no quedaba embarazada. Después la cosa se complicó porque hubo
dos embarazos pero ninguno pasó del primer trimestre. Al parecer Sofía tenía
una especie de problema congénito que le dificultaba para la concepción. Pensaron
en métodos alternativos, pero realmente el cuerpo de Sofía se negaba a gestar
mientras su mente se empezaba a obsesionar cada vez más y todo ello hacía que
la relación entre ambos fuese más complicada por momentos.
Por
todo esto decidieron acudir a una madre de alquiler. Al principio Robert no era
muy partidario, pero amaba a Sofía y la veía sufrir cada vez más. Su angustia
era notable y notada por todos incluso en sus diseños, donde había comenzado a
elaborar cada vez más colecciones infantiles y premamá.
Aquel
año, Sofía y Robert habían decidido pasar las Navidades en España, concretamente
en Galicia, donde vivían los padres y abuelos de Sofía. El abuelo de Sofía,
Tomás, estaba delicado de salud. Evidentemente a sus 97 años el hombre
comenzaba a mostrar algún que otro achaque y su abuela, Lola, había pedido a su
nieta que los acompañasen esa Navidad. Quién sabía si sería la última que
pudieran pasar todos juntos.
Nada
más llegar a Monte de Gozo, lugar mágico por ser paso de peregrinos que se
dirigían hacia Santiago de Compostela a venerar a su Santo Patrón, los abuelos
vieron el semblante triste de Sofía.
-Oh querida. -Le dijo su abuelo-.
¿Dónde está la alegría de esos ojos que adoro?
-Pues aquí abuelo. Es increíble
las cosas que dices.
-Claro -intervino la abuela-,
seguro que comes muchas hamburguesas y coca cola y no te alimentas correctamente,
por eso aún no me has dado biznietos.
-Que tontería abuela. Como
divinamente. El pulpo a la gallega es venerado por todos mis amigos. Ya sabes,
plato típico conforme a tu receta. Luego les doy Tarta de Santiago de postre y
los tengo a todos contentos y en el bolsillo.
A pesar de las
bromas de su nieta, Lola era consciente de que Sofía tenía ojeras y estaba más
delgada de lo habitual. Evidentemente a su nieta le ocurría algo.
Aquella
noche, Sofía durmió mal e intranquila. Tuvo sueños extraños con una gran
muralla, con dragones que arrojaban fuego y la quemaban hasta que una pequeña y
dulce niña se acercaba a ella y le ofrecía una fresca bebida. Parecía té.
Helado.
En
su sueño, la pequeña se acercaba despacio a Sofía y le ofrecía un pequeño cuenco
con el té helado. Lo sujetaba con ambas manitas y lo ofrecía tal que así
mientras bajaba la mirada. Su carita estaba sucia y había llorado. Sofía fue a
coger el cuenco pero la pequeña le hizo un gesto negativo con la cara y le
indicó que debía coger el cuenco con ambas manos conforme a la tradición china.
En
agradecimiento, Sofía le dio una flor a la pequeña que tras dudar unos momentos
la aceptó aunque con bastante timidez. Sofía se sintió totalmente reconfortada
por primera vez en mucho tiempo… hasta que despertó de su sueño.
Al
día siguiente Robert y ella fueron a recoger a los padres de Sofía que habían
estado unos días fuera. A continuación y después de multitud de besos, abrazos
e inspecciones oculares se pusieron a preparar la cena de Nochebuena con la
televisión puesta de fondo, tal y como le gustaba al abuelo de Sofía.
De
pronto un cuenco de cristal enorme se estrelló contra el suelo. Sofía lo había
dejado caer y se encontraba en estado perplejo mirando a la televisión como si
estuviese viendo un fantasma. En la pantalla aparecía la niña de sus sueños.
Estaba sucia, la ropa rota. Tendría un par de años, si acaso. Salía en un
programa de televisión que hablaba sobre la situación y la ruina que
significaba para una familia china tener una niña.
Al
parecer, se habían limitado el número de hijos a uno por familia,
preferentemente varón. Si era niña, la dote que ésta supondría podía costar a
la familia la ruina económica, por lo tanto, la situación era compleja. El
programa hablaba del trato ruin y discriminatorio que se ofrecía a las
pequeñas. Muchas de ellas morían. Otras estaban en centros esperando ser
adoptadas por familias extranjeras tras el pago de una cantidad.
-Dios mío Sofía. ¿Qué ocurre? -preguntó
Robert claramente alarmado.
-Es ella Robert. Es la niña de
mis sueños.
-¿Cómo? Sofía, por favor, tu
familia está aquí. No los asustes.
-Es ella Robert, te lo prometo.
¡Es ella! -Lágrimas corrían descontroladas por el rostro de Sofía, parecía que
no iban a parar nunca, hasta que habló su abuela.
-Bueno, ya se sabe lo que se
dice de nosotras las gallegas, querida.
Lo de las meigas y eso. Haberlas hay las… dicen. Y tú eres de aquí. Tal vez tu
sueño fue un aviso, una premonición o una petición desde muchos kilómetros de
distancia. Al fin y al cabo, tenéis dinero ¿verdad?
Tanto Robert como
Sofía se miraron consternados. ¿Era aquella la solución? No podían creerlo.
Llevaban tanto tiempo queriendo ser padres que no se habían parado a pensar en
la adopción y una vez que casi de pasada lo pensaron y vieron las dificultades
que entrañaba, decidieron esperar algo más. Pero… aquellas pobres niñas estaban
en una situación realmente delicada. Es más, ¿cómo habría sobrevivido aquella
pequeña? No podían ni pensarlo.
Sin apenas creerlo comenzaron el trámite de
papeles necesario. Bastantes por cierto y prepararon todo lo que les dijeron.
Descubrieron, no sabían si con alivio o con horror, la cantidad de padres que
estaban en su misma situación. Algunos ya habían adoptado a una niña y volvían
a China a por una hermana. Era increíble. Todo un tráfico de niñas para su
opinión. Pero aquellos ojos perseguían a Sofía con una fuerza increíble.
Luego
estaba la otra cuestión. Es decir, al parecer les iban a mandar la foto de una
niña para que supieran cuál era la elegida y debían ir a conocerla a un
conocido hotel de la ciudad. Pero Sofía tenía claro que quería a la niña
concreta de sus sueños, a la que había visto en televisión. No lo pensó.
Consiguió que le imprimiesen una fotografía a partir del programa televisivo e
intentó llevar a cabo las gestiones.
Tardaron
en tener noticias. No veían posible que pudiese suceder y además ya le habían
mandado la fotografía de otra niña distinta. No podía ser. Pero así era. Se
encontraban desesperados y a la vez empezaban a esperanzarse. Por la mente de
Sofía comenzó a fraguarse una especie de plan. Tenían que intentarlo.
De esta forma se encontraban ya en China.
Habían leído algo sobre las costumbres del país. Iban acompañados por muchos
otros futuros padres y los nervios crecían por segundos. Al llegar al punto de
encuentro eran una bomba de relojería. Pero Sofía no dudó ni un instante. Al
conocer a la pequeña que se iban a llevar ella ofreció un regalo a la persona
de contacto. Sabía que los chinos no abren un regalo en presencia de quien se
los entrega, pero también sabía que si le entregaba una tarjeta la leerían al
instante porque así lo requería su protocolo.
En
la tarjeta escribió una cantidad de dinero que duplicaba el entregado a cambio
de llevarse dos niñas. La establecida y la de la fotografía. Tendría que ser la
de la fotografía. Los nervios iban en aumento mientras aquel funcionario chino
los miraba a ambos con ojos escrutadores. “No lo sé” Fueron sus palabras.
También sabían que los chinos no querían mostrar sus sentimientos y decir “no”
abiertamente. Decían “no lo sé”. Pero no se achicaron y siguieron al
funcionario en cuestión a otra habitación independiente.
Tras una larga espera les atendió otro señor
distinto que les preguntó en perfecto inglés por qué querían llevarse a ambas
niñas. Sofía le explicó que querían adoptar a la primera, pero no les importaba
adoptar también a la segunda. Le contó que la habían visto en televisión y que
ella que era una gran seguidora de tradiciones chinas había visto a la niña en
sueños ofreciéndole té en la muralla con un gran dragón alado al fondo.
Rápidamente la cara del señor cambió y les
dijo que esperasen. Casi dos horas más tarde, volvió a aparecer. Lo acompañaban
ambas niñas. Sofía y Robert no podían creerlo. Podían llevarlas a casa porque
así lo habían establecido los antepasados.
***
Al año siguiente por Navidad, Sofía, Robert,
Tomás, Lola y los padres de Sofía comieron el mejor pavo con té y sushi acompañados por las mejores nietas y biznietas
del mundo. Una de ellas, la mayor, tenía unos hermosos ojos rasgados y ofrecía
a su joven madre té en un pequeño cuenco, con ambas manos. Sofía lo recogía con
ambas manos y ambas tenían una gran sonrisa en su rostro.
Violeta
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