Por fin Felipe metió en su nueva vivienda la
última caja de cartón que quedaba. Estaba exhausto. Tenía treinta y dos años y
al fin había conseguido encontrar un trabajo que podía ser estable, o al menos,
prometía serlo. Llevaba años presentando curriculums. Había trabajado en varias
empresas como informático. Realmente él era ingeniero informático pero lo
contrataban como programador o para solucionar los problemas que pudiesen
acontecer, percibiendo por ello un sueldo que no era ni mucho menos una gran
cosa, no desde luego el sueldo que debía percibir un ingeniero.
En
la última empresa en la que trabajó cayó el sistema sin saber por qué y Felipe
solucionó el problema de forma rápida y eficaz dejando impresionado no sólo al
propietario de la pequeña empresa familiar, sino a su mayor cliente, que tenía
una gran empresa en una ciudad vecina, a unos cincuenta kilómetros de allí.
Efectivamente,
Tomás, el propietario de “Odisea”, una empresa dedicada al diseño y
construcción de edificios, le propuso trabajar para él de prueba unos meses.
Tras el primer mes de trabajo, Tomás contrató a Felipe de forma definitiva con
un contrato durante un periodo anual prorrogable. Había quedado impresionado
con su trabajo.
Todo
esto estaba muy bien, pero Felipe era una persona que se empleaba a fondo en su
trabajo. A veces si así se requería, se llevaba el trabajo a casa. Le
entusiasmaba su trabajo. Quizás por eso aún no tenía pareja, tenía amigos, pero
ciertamente era una persona más bien solitaria y sobre todo, anclado a lo
práctico. Nada más práctico que buscar una vivienda en la ciudad donde trabajar
evitando los desplazamientos diarios, las entradas a hora punta…
Estuvo
buscando durante varias semanas hasta que por fin, una tarde se sentó en un
café. Curiosamente ese pequeño café le llamó la atención de inmediato. Volvía
de su trabajo, como de costumbre, más bien tarde y sintió la repentina
necesidad de sentarse y frenar un poco. Hasta ahora no se había fijado en aquel
café tan peculiar. Era pequeño, pero encantador, con sus velas y ramilletes de
flores frescas en las mesas. Tal vez para otra persona no dejaría de ser un
café normal y corriente, incluso más bien algo cutre, pero para Felipe que
adoraba los detalles, parecía un negocio familiar tratado con cariño.
- Buenas tardes señor. ¿Qué desea tomar?
- Ah, hola. Pues… un café con leche, cortito
de café, por favor.
- ¿No quiere probar nuestras tartas caseras?
¡Están deliciosas!- acto seguido el camarero se inclina suavemente sobre Felipe
y le susurra algo más bajo- las ha hecho mi esposa, es una cocinera excelente.
- La verdad es que soy bastante goloso… ¿Cuál
me recomienda?
- Todas. Pero puede probar con la de queso,
es deliciosa.
- De acuerdo.
No
sabía exactamente por qué, pero realmente estaba a gusto en aquel café. Sacó su
maletín y se dispuso como cada día a buscar en el periódico los anuncios de
alquiler. Una ráfaga de viento sopló en aquel momento y voló el periódico.
Felipe salió tras él, ¡qué barbaridad! ¡Vaya viento se había levantado! Por fin
lo atrapó. Al recogerlo del suelo y levantarse se topó prácticamente en la cara
con un cartel de “Se alquila”. El edificio no tenía mala pinta para nada. Se
veía antiguo pero bien cuidado. Estaba justo enfrente del café y prácticamente
en la calle paralela al trabajo. ¡Menuda suerte! Anotaría el número de teléfono
y preguntaría el costo.
Al
acercarse de nuevo al café vio a Tomás que le esperaba sonriente.
-Pensé que había cambiado de opinión y se iba
sin probar nuestra tarta de queso.
- Por nada del mundo se me ocurriría hacer
eso. No, perdí el periódico. Busco una vivienda para alquilar por aquí cerca y
he visto un anuncio en el edificio de enfrente, voy a telefonear, lo mismo
vamos a ser vecinos.
- ¿Un cartel azul y blanco?
- Sí, así es. ¿Conoce el edificio?
- Algo así.- le contestó Tomás riendo- Es
nuestro.
- ¡No me lo puedo creer! ¡Menuda casualidad!
Y… ¿cuánto querrían de alquiler?
- Todavía no lo ha visto. Si quiere, le
acompaño cuando termine su porción de tarta y lo vemos. Ahora no hay muchos clientes.
Pase y le presentaré a mi esposa. Luego si quiere podemos ir a verlo.
Felipe
no podía creer en su buena suerte. Pasó un rato muy agradable junto a aquella
familia. Conoció a Aurora, la esposa de Tomás. Una mujer encantadora aunque se
la veía muy triste. Tomás le explicó de camino al piso que Aurora no estaba del
todo convencida en alquilar el piso. Al parecer le tenía un cariño personal.
Perdieron una hija hacía dos años y a ella le encantaba aquel lugar. Siempre
bromeaba diciéndoles a sus padres que algún día se independizaría y se iría a
vivir a aquél piso. Evidentemente, aquello no iba a ocurrir jamás. La necesidad
obliga, el café les permitía seguir adelante, pero necesitaban el alquiler.
Felipe iba a ser el afortunado, ya que el precio le pareció bastante justo y el
piso en verdad era maravilloso. Grandes ventanales, mucha luz, estaba incluso
amueblado, color blanco en las paredes, muebles de color miel, alegres cuadros
en las paredes, bonitas cortinas de flores… casi apreciaba la mano de Aurora en
aquello.
Y
ya era una realidad. Acababa de meter en la casa su última caja. ¡Comenzaba su
independencia! Comenzaría por buscar en aquél caos algo de ropa para el día
siguiente. Entró en el dormitorio y observó el vaivén de la cortina con el
viento. Cerró la ventana y comenzó a buscar sus pantalones marrones en la
maleta cuando notó una ligera brisa en su cuello. Se giró como sobresaltado y
vio que no había cerrado la ventana. Vaya, pues sí que estaba cansado, pues
juraría que acababa de cerrarla hacía un momento. En fin, la volvería a cerrar
y después se acostaría. Había sido un día largo y agotador.
Aquella
noche no durmió bien. En sus sueños veía a una chica bellísima de largo cabello
negro. La chica le sonreía, luego de pronto lloraba… extendía su brazo hasta él
y le suplicaba ayuda… ahí se despertó sobresaltado y cubierto de sudor,
respirando agitadamente, como si lo que hubiese visto fuese real.
Al
día siguiente al volver de trabajar se tomó una nueva porción de tarta y un
café en el local de sus nuevos amigos. Adoraba las tartas de Aurora. ¡Estaban
exquisitas! Pero le partía el alma la mirada triste de aquella señora, su
sonrisa era eterna, pero no llegaba a sus ojos.
Iba
pensando en ello cuando llegó al piso. Estaba tan absorto que no se dio cuenta
de que había flores en varios jarrones. Evidentemente la señora que había
contratado para hacer la limpieza se lo había tomado en serio. Todo estaba
reluciente y las flores le daban un toque “hogareño”.
Notó
algo de frío y decidió cerrar un poco las ventanas. La de su dormitorio se
atascaba un poco. Parecía que no quería cerrarse. Ya había comprobado que a
veces aunque parecía estar cerrada, luego se la encontraba abierta. Todo el
piso olía… a jazmín. Mmm, era un olor suave, pero ahí estaba. ¡Qué agradable!
Decidió tomar un baño y descansar. Vería algo en la tele. Tomó una buena ducha
y al salir se dispuso a descongelar su pizza de esa noche. Abrió una botella de
vino y se sirvió una copa, dispuesto a tomar algo rápido y descansar. Al entrar
en la cocina se quedó helado, literalmente. La pizza estaba fuera del
congelador, no recordaba haberla sacado antes de ir al baño. Sobre la mesa
estaba el vino y dos copas. Ya no sólo no recordaba lo que hacía, sino que
encima lo hacía doble.
Se
tomó la copa de vino sin cenar y se acostó. Necesitaba dormir. Aquél día había
sido completo. Sin embargo la noche también lo fue. Volvió a tener el mismo
sueño. Aquella joven, sus ojos… se parecían mucho a alguien pero no podía
determinar con claridad a quién… esta noche el sueño fue a más. La joven le
suplicaba… ¡Ayúdanos!, por favor, ¡Ayúdanos! ¡no nos dejes ir…! Volvió a
despertarse nervioso, alterado y sudoroso. En mitad de la noche, tras la
pesadilla sus ojos le jugaron una mala pasada, porque sentada en el alféizar de
la ventana estaba la joven de sus sueños… bella, mirando al vacío… vestida con
un hermoso vestido de gasa blanco… ¡señor, seguía soñando! En ello la joven se
giró hacia él y pudo comprobar que una lágrima rodaba por su mejilla al mismo
tiempo que extendía su mano hacia él y repetía su cantinela… ¡ayúdanos!
Felipe
se sentó de golpe en la cama. Su cuerpo entero estaba bañado de sudor, pero de
un sudor frío. Tenía el pelo erizado. En la ventana no había nada. Sólo de
nuevo la cortina meciéndose al viento y una pequeña luz, muy suave, muy tenue…
¿Qué le estaba pasando? ¡Se estaba volviendo loco! ¿Quién era aquella chica?
¿Era real? Él no creía en fantasmas ni fantasías. Necesitaba respuestas y creía
saber dónde buscarlas.
Al
día siguiente al hacer su entrada habitual en el café le preguntó directamente
a Tomás.
- Por favor Tomás, necesito saber si hubo una
inquilina en el piso que yo ocupo, es importante.
- No. Es la primera vez que lo alquilamos
después de…
A Felipe no le pasó
desapercibido el cambio en la actitud de Tomás.
- ¿Después de qué? Por favor, es importante.
No había muchos clientes, así
que Tomás se sentó junto a Felipe.
- Después de que muriese nuestra pequeña
Adelina. Nuestra hija.
- ¡Dios mío! ¡Cuánto lo siento! No pretendía…
¿Cuándo fue eso?
- Hace un año, once meses y dieciséis días,
si quieres saberlo con exactitud.
- Lo siento de veras.
- A Adelina le encantaba ese piso. Decía que
cuando se independizase se marcharía allí a vivir. Lo mantenía en perfecto
estado, le gustaba irse allí con sus amigos. Siempre con flores frescas en las
mesas, su perfume a jazmín se olía por toda la casa…
Felipe notó cómo se le erizaban
los vellos del cuerpo, pero tenía que saber más.
-¿Qué ocurrió?
- Adelina adoraba sentarse en el alféizar de
la ventana del dormitorio. Le gustaba mirar desde allí porque decía que todo se
veía distinto y que olía las tartas que hacía Aurora aquí en el café. Debía ser
cierto porque siempre acertaba cuál era la especialidad de ese día. Lo que no
sabíamos era que estaba enferma. Tenía una especie de anemia muy rara. A veces
se mareaba o incluso se desmayaba. Le prohibimos sentarse en el alféizar de la
ventana, pero ella como siempre nos ignoró. Al parecer según la autopsia se
desmayó y cayó por la ventana. Supuestamente no sufrió, no sintió nada pues
estaba totalmente inconsciente cuando cayó. Pero lo cierto y verdad es que
ocurrió y no conseguimos avanzar. Quien peor lo lleva es Ana, su hermana.
Estaba allí con ella cuando ocurrió. No se lo perdona. No sale de casa más que
para ir a trabajar y está bajo tratamiento médico, temo que hemos perdido dos
hijas en lugar de una.
Felipe
no daba crédito a lo que oía. Ahora entendía la tristeza de Aurora y sin
embargo, aquella fortaleza. Intentaban continuar con el día a día, incluso
habían alquilado aquel apartamento. Ahora entendía también el porque le era
familiar la joven. Era idéntica a Aurora, sólo que más joven, aunque le parecía
que había algo más. Se sentía conectado a ella pero no sabía el por qué.
Aquella
noche volvió a soñar con Adelina. Al incorporarse en la cama volvió a verla
sentada en el alféizar y supo que seguía dormido... Esta noche ella no le
habló, solo le sonrió y le susurró de nuevo… ¡ayúdanos!
- ¡A quién! -gritó Felipe-, ¡eres una! ¿A
quién tengo que ayudar?
Adelina se desvaneció. Felipe no
consiguió volver a dormir. Hacía calor, la ventana estaba abierta, olía a
jazmín. Empezaba a pensar que había perdido la razón. Concretamente esa noche
antes de acostarse la señora López, su asistenta, lo había llamado para
disculparse por no haber podido acudir esa primera semana, había contraído
gripe y estaba en cama. Pero la casa estaba inmaculada, con flores naturales en
los jarrones, ese dulce olor a jazmín y esa suave luz tenue en la ventana… Sí,
definitivamente, se estaba volviendo loco.
¡Por
fin sábado! Felipe sólo quería terminar ese día su jornada laboral y marcharse
a visitar a sus padres. Tal vez ese fin de semana consiguiese dormir.
Necesitaba alejarse de todo e indudablemente se cambiaría de piso. No podía
seguir así. Comenzó a trabajar y de pronto su pulso dejó de latir. Sentada en
una de las mesas estaba Adelina. ¡Era ella! ¡Sus ojos! ¡Su pelo! ¡Su palidez!
Creyó que iba a desmayarse, ahora también lo iba a acosar en el trabajo y todos
se darían cuenta de que se estaba volviendo loco…
- Hola -Adelina le sonrió-. Tú debes ser
Felipe, encantada de conocerte. Hasta ahora no he podido saludarte, me encontré
contigo en tu primer día en el ascensor pero no he vuelto a verte. Creo que tú
vas a ser quien nos modernice los programas ¿verdad? Soy la secretaria del Sr.
Olivier. Me llamo Ana.
Felipe pensó desmayarse allí
mismo. ¡Ana! ¡Y era real! La gente la veía, estaba claro. Por eso le sonaba la
cara de Adelina, ¡Dios mío! ¡Ana debía ser la gemela de Adelina! ¡No podía ser!
En su mente repiqueteaba la voz de sus sueños… “ayúdanos”, en plural.
De
pronto sintió mucho frío y ese olor a jazmines… “acompáñala hoy”… escuchó en su
cabeza. ¿Era la voz de Adelina? No lo sabía, pero necesitaba respuestas.
- ¿Te encuentras bien? Me miras raro y estás
pálido.
- Eh… no, disculpa por favor. Esto… te va a
sonar raro, pero cuando salgo de aquí voy todos los días a tomar tarta casera y
café a un lugar muy bonito de la calle Segura, ¿quieres venir y hablamos de lo
que tenemos que preparar la próxima semana? Eso me ayudaría a enfocar el
trabajo durante el fin de semana. Te prometo que no soy ningún loco ni nada de
eso.- ¡Madre mía! ¿En qué estaba pensando? ¡Pues claro que sonaba como un loco!
- Sí, claro. No te lo vas a creer pero… ese
café es de mis padres. Llevo al menos dos semanas sin visitarles, estaría bien
ir a verles. ¿Nos vamos?
Felipe no podía creer que aquello fuese real.
Ana caminaba a su lado como si tal cosa por la calle. Y de pronto todo ocurrió
en un abrir y cerrar de ojos. Un vehículo perdió el control y se dirigió
directamente hacia donde ellos caminaban. Ana estaba absorta mirando hacia el
frente, hacia el café que ya se veía, y su vista se alejaba inconscientemente
hacia el piso y aquella ventana… pero Felipe estaba alerta porque dentro de él
una hermosa voz le gritó… ¡empújala! Y no lo pensó dos veces. Se tiró sobre Ana
y la empujó contra el suelo justo a tiempo para evitar que el vehículo les
atropellase a ambos.
Ana
estaba confusa en el suelo, se había golpeado la cabeza al caer y eso debía ser
lo que le provocase aquella visión… Felipe estaba a su lado preguntando si
estaba bien… pero ella no veía a Felipe. Ella miraba directamente a Adelina que
la miraba con preocupación y le sonreía. Se había sentado junto a ella y le
tomaba la mano…
- No pueden perdernos a las dos
- ¿De veras eres tú?
- Sí hermanita. Tú no tuviste la culpa de lo
que pasó. Fui una inconsciente, nunca mejor dicho, ya que perdí la consciencia
y ello me mató. Nuestros padres te necesitan, y yo necesito saber que estás
bien para irme tranquila y descansar al fin.
- ¿Sabías lo de hoy?
- Sí. Sabía que ibas a caminar por aquí,
sabía que con todo lo que estás tomando no estás alerta, sabía que ibas a mirar
a la ventana y no ibas a ver nada más, y sabía que ése coche venía para ti. Al
principio me quedé por papá y mamá, y desde luego por ti. Luego cuando supe lo
que iba a pasar decidí que tenía que intentar salvarte. Te quiero hermana, pero
no tengo prisa por reunirme otra vez contigo. Cuídate y cuídalos.
- Te quiero Adelina, te echo de menos.
Ambas hermanas se abrazaron
llorando, nadie entendía qué le pasaba a aquella chica salvo Felipe que lo vio
todo. Poco a poco Adelina comenzó a desvanecerse. Se la veía feliz, sonriéndole
envió un beso a ambos y susurró un “gracias” a Felipe. El olor del jazmín se
desvaneció en el aire. Felipe no sabía que pensar, Ana sin lugar a dudas tenía
ganas de vivir por primera vez en dos años mientras veía volar suavemente hacia
el cielo aquella pequeña luz tenue.
Violeta
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