Ésta que les escribe no es en
realidad escritora como ya habrán supuesto los que de ustedes hayan leído mis
relatos. Desde niña me gustó escribir, inventar historias, y me temo que en el
propio colegio, desde niña me animaban a hacerlo. Recuerdo como cursando mi
octavo curso de primaria, lo que antes era octavo de EGB pasábamos la última
hora de clase de los viernes leyendo redacciones y al final de toda la clase,
yo leía un pequeño cuento o hacía una redacción sobre algo que compartía con
mis compañeros.
Admiro
a las personas que son capaces de mostrar con palabras un mundo completo y
pueden incluso hacernos sentir un olor, color o sentimiento.
Hace
unos días leí en este blog un artículo
que escribió su autora relacionado con el perdón hacia nosotros mismos. Esta
muchacha a pesar de ser joven tiene en su haber una experiencia y una sabiduría
muy importantes para su edad. Es una persona que ha pasado por muchos baches y
vicisitudes. Curiosamente ella se considera un ser débil, pero curiosamente a
la vez ha demostrado más de una y dos
veces ser mucho más fuerte de lo que ella misma cree.
En
este artículo que ha escrito manifiesta muy bien algo que no todos somos
capaces de hacer, perdonarnos a nosotros mismos, ya que es el primer paso para poder
a su vez perdonar a los demás. Sólo de esa forma se puede llegar a conseguir
liberar el alma. Por ello queridos amigos,
permitidme que le dedique esta historia a nuestra joven amiga.
***
En
el año 584 d.C…
El
joven aldeano se encontraba en un estado de semiinconsciencia, allí tumbado sobre lo que debía haber sido su
cena, más bien un pequeño y leve aperitivo. Llevaba tantas horas tumbado en
aquella asquerosa ciénaga que ya le
dolían todos sus jóvenes huesos, pero sinceramente no podía quejarse. Era el
final del S VI, unos años después del
fin de la época clásica. El Imperio Romano había caído en el año 476 d.C y comenzaba la etapa medieval.
Las
cosas no eran fáciles y Laureano sobrevivía día a día como podía cuidando los
caballos de los señores del castillo. Estamos en la “Hispania visigoda”, un
conflicto surgido entre el rey Leovigildo y su hijo Hermenegildo había
comenzado en el 581 y se prolongó hasta este año. Hermenegildo había perdido el
control sobre Sevilla y se trasladó a Córdoba, donde fue traicionado por sus
colaboradores y apresado por Leovigildo que dio fin a la rebelión. El ambiente
era tenso y Laureano se alegraba de ser un simple cuidador de caballos.
Cada
día madrugaba y comenzaba su trabajo con afán. Sabía que si no cumplía su vida
corría peligro pues podía ser azotado sin misericordia. Tanto él como su
familia. Aquel día en particular se
encontraba tan cansado que pensó que tal vez si dormitaba un poco nadie se iba
a enterar y desde luego los caballos no iban a delatarlo. De esta forma se
recostó y se dejó llevar por los brazos de Morfeo. Cuando ya prácticamente se
encontraba sumido en un sueño más profundo, un ruido extraño le sobresaltó. Era
como si todos los animales relincharan a la vez. Sobresaltado se incorporó y
observó a su alrededor asustado, tal vez había algún animal o alguna persona
que se encontrase escondida tras los hechos acontecidos con la rebelión que se
había dado en la zona.
Sin
embargo, no observó nada, no vio nada extraño, hasta que miró al cielo. No daba
crédito a lo que veía. Una gran luz cegadora iba cayendo poco a poco como si
alguien la hubiese lanzado con fuerza contra la tierra, amenazando con quemar y
destruir todo aquello que tocase.
Laureano
se tapó los ojos con las manos ya que le costaba trabajo ver con tanta
intensidad de luz y cayó al suelo sobrecogido y asustado por lo que estaba
ocurriendo. Los caballos asustados levantaban sus patas e intentaban soltarse
de sus amarres sin que el joven pudiese detenerlos.
De
pronto ocurrió. Allí, a unos metros de donde Laureano se encontraba cayó una
estrella. Sí, no me he equivocado ni os estoy contando una barbaridad, aquello
era sin lugar a dudas una estrella. Pero claro, todos sabemos que las estrellas
son inmensas, solo su lejanía nos hace verlas tan diminutas en el firmamento.
Sin
embargo, ante los pies de Laureano se encontraba una estrella estelar del
tamaño de una estrella de mar, brillante y hermosa, con su luz casi cegadora,
si bien poco a poco al contactar con la tierra iba perdiendo fogosidad.
Asustado
y curioso a la vez, Laureano esperó a que ese brillo intenso se apagase y
prácticamente acarició de tan suave que intentó tocar la misma, no fuese que se
pudiera quemar, observando agradecido y alentado a la vez que no ocurría nada,
que no se quemaba. Al tomarla en sus manos la pequeña y diminuta estrella
empezó de nuevo a brillar como si tuviese vida propia y de ella surgió una
especie de abertura que se abría poco a poco mostrando en su interior un
pequeño círculo, como una especie de guisante diminuto de color blanquecino que
brillaba con luz propia.
Laureano
lo tomó en sus manos y vio que desprendía un intenso fulgor y una suave
calidez. De pronto se sintió tan reconfortado que prácticamente olvidó dónde se
encontraba. La estrella que había servido de “vestido” de este pequeño guisante
se apagó al instante y cayó al suelo inerte. Sin embargo el guisante era
hermoso y grácil. Todo un tesoro.
El
joven pastor lo guardó en su zurrón y continuó con su tarea hasta por fin poder
por ese día descansar.
Al
llegar, observó como de nuevo su padre y
su madre discutían, una vez más. Los problemas, el hambre, la miseria… todo
ello ayudaba a crear un conflicto intenso en la pareja que no podía alimentar a
toda su prole. Curiosamente al entrar sus padres dejaron de discutir como por
arte de magia.
-¿Tomás? ¿Por qué discutimos?
-No lo sé Elvira. Yo te quiero, no sé por qué
nos gritamos.
-Oh, Tomás…
-Olvídalo Elvira.
Laureano
observó con gran incertidumbre como sus padres intentaban solucionar aquel
conflicto tal vez por primera vez desde que él tenía uso de razón. Tomó su
caldo aguado y se dirigió a su catre que se encontraba hecho con paja
tumbándose junto a sus hermanos. Esperó pacientemente hasta que todos durmieron
y no pudiendo resistirse por más tiempo sacó el pequeño círculo con tamaño de
guisante del zurrón. Cual fue su sorpresa al comprobar que había crecido. Ahora
tenía el tamaño de un garbanzo. ¡Que
extraño!
Volvió
a guardarlo y se durmió. Al día siguiente habría de madrugar y tenía que
descansar a pesar de que los acontecimientos de ese día le habían desvelado.
Durante
sus sueños se vio a sí mismo vestido como un caballero, con armadura y caballo.
¡Que ilusión! Por fin sus padres y hermanos tendrían todo aquello de lo que
escaseaban gracias a su nuevo trabajo. Tan entusiasmado estaba que por primera
vez en su vida se quedó dormido. Su madre le zarandeó violentamente al
comprobar que dormía.
-¡Laureano! ¡No puedo creerlo! ¡Hijo,
levanta!
-¿Qué? Oh, lo siento madre. No sé que me ha
pasado.
-Corre antes de que se den cuenta de tu
demora. Ya sabes como se las gastan en
el castillo. No quiero que te castiguen sin necesidad.
No
hubo de repetirlo dos veces, Laureano corrió como alma que lleva el diablo
hacia donde se encontraban los caballos. Con tanto alboroto olvidó el pequeño
círculo que se encontraba oculto en su zurrón. Cuando por fin llegó al lugar
observó de pronto que los animales estaban tranquilos y curiosamente nadie lo
amonestó. Cuando hubo alimentado a los animales recordó su descubrimiento del
día anterior y con mucho cuidado lo sacó de su zurrón observando que tenía el
tamaño de una aceituna.
Aquel
día no fue como los demás. Estaba acostumbrado a que lo golpeasen y lo
insultasen a diario. Por muy bien que intentara hacer su trabajo, cada día
algún soldado encontraba una excusa para mofarse de él y golpearlo.
Curiosamente, aquel día pasó sin incidentes
y Laureano llegó a la noche sin recibir ni un solo golpe. Al llegar tampoco escuchó los típicos gritos y lamentos
de cada día y quedó totalmente alucinado.
Al
acostarse volvió a contemplar su tesoro. Tenía el tamaño de un albaricoque.
¡Que extraño!
Aquella
noche tuvo un extraño y mágico sueño. Un anciano con capa y el rostro cubierto
y manchado de un polvo azulado le hablaba en sueños…
-¿Joven? ¡Despierta de tu mundo y ven al mío!
¡Te lo ordeno!
-¿Qué deseáis mi señor? -preguntó
humildemente el muchacho.
-Has sido elegido. La estrella ha caído ante
ti y debes protegerla.
-¿Qué es señor?
-Nuestro mundo ha pasado por muchas guerras y
conflictos. Tanto antes como después de nuestro Señor Jesús, los seres humanos
se comportan de una forma irracional y violenta. Ha habido guerras y
enfrentamientos desde el principio de los tiempos. Por ello, los principales
dones de la vida fueron puestos a salvo en las estrellas del firmamento.
-¿Qué tengo que ver yo con ello Señor?
-Tú eres valiente Laureano. Hasta ahora has
conseguido algo que no todos consiguen. Llevas tu día a día con valor y
serenidad. Eres capaz de poner buena cara cuando llegas cada noche a pesar de
que durante el día te han golpeado, no has comido prácticamente nada y sabes
que vas a dormir tus pocas horas conseguidas oyendo los gritos de tus padres.
Pero nunca pones mala cara. Por ello pensamos regalarte la estrella de la
“Perseverancia”. Sin embargo, curiosamente, se lanzó sobre ti la estrella del
“Perdón”. ¿Sabes por qué puede ser?
-No lo sé. Señor, solo soy un pobre chico sin
más. No entiendo nada. Cada día me levanto enfadado conmigo mismo por no tener
otro trabajo que me guste más. Me siento enfadado conmigo mismo por dejar que
me golpeen y me enfado aun más cuando llego por la noche y oigo voces sin saber
qué decir a mis padres. Siempre estoy enfadado conmigo y con todo lo que me
rodea. Me gustaría ser caballero pero he nacido hijo de siervos. ¡Tengo muy
mala suerte!
-Sí joven. Tienes tan mala suerte que a pesar
de tu mísera vida has sobrevivido a una guerra entre un padre y su hijo. Has
sobrevivido al hambre, la miseria y la peste que asoló y se llevó tantas vidas.
-Tiene razón señor. Tal vez no sea tan
desgraciado después de todo.
-Tienes una familia aunque tenga problemas.
Tienes algo que llevarte a la boca aunque sea escaso. Tienes juventud, salud y…
esperanza.
-Tiene razón. No tengo la culpa de todo lo
malo que ocurre a mi alrededor. Al contrario, puedo superarlo.
-Felicidades joven. Acabas de perdonarte a ti
mismo. Acabas de identificarte con tu estrella. Recuerda este sueño mientras
vivas querido Laureano, y recuerda que en la vida hay que perdonarse y
entenderse para apreciar lo que tenemos.
En ese momento Laureano se
despertó sobresaltado comprobando feliz como sus hermanos dormían amontonados a
su alrededor. Tenía ocho hermanos, ninguno de ellos había muerto por el hambre,
la peste o la guerra. Él mismo estaba vivo. Cogió su círculo tamaño
albaricoque, y comprobó que tenía el tamaño de una naranja.
De pronto se preocupó. Si seguía
creciendo así no podría ocultarlo por mucho tiempo. Desolado estuvo todo el día
pensando en qué forma podía guardar aquel tesoro que había devuelto la paz a su
alma y que parecía calmar los ánimos de todos los que le rodeaban.
Aquella
noche, el misterioso anciano volvió a visitarle…
-¿Qué hago señor? Me van a descubrir y me van
a quitar mi “perdón”.
-Por desgracia el hombre es envidioso. Quiere
lo que no tiene y a veces no valora ni quiere lo que ya tiene. En realidad es
peligroso llevar el perdón escondido en un zurrón. Pero no te preocupes zagal. Ya ha ocurrido
antes y volverá a ocurrir. Antes de la estrella del “Perdón” cayeron otras
estrellas. Las de la humildad, paciencia, sabiduría, comprensión y la mayor de
todas y más difícil de guardar, la del Amor.
Todas ellas fueron escondidas en el mismo lugar. En este mismo lugar
guardaremos la del Perdón.
-¿Dónde señor?
-En el interior de los seres humanos. Sólo
aquél que tenga valor buscará dentro de sí mismo y encontrará su recompensa.
Los demás, aquellos que sólo ven los defectos ajenos no podrán ver sus propios
fallos ni tampoco encontrar sus propios tesoros. De esta forma, cada hombre será libre de
encontrar su propio destino.
-Me parece maravilloso Señor, pero… ¿puedo
pedir algo? Me gustaría que la semilla del Perdón tuviera dos caras. La del
perdón a los demás, y la de perdonarnos a nosotros mismos y aceptarnos tal y
como somos.
-Que así sea joven.
-Sólo una pregunta Señor. ¿Por qué me eligió
a mí?
-Porque eres humilde, paciente, comprensivo y
te convertirás en un gran sabio. Tú ya has entendido a tu joven edad lo que
realmente cuenta en la vida.
Y así fue como “El perdón” fue
introducido en nuestros corazones al igual que tantas y tantas virtudes con sus
correspondientes defectos. Se nos entregaron con la opción de elegir aunque no
todos lo sepamos. Nos afanamos en buscar bienestar, felicidad… A veces la vida
se complica y nos la hace pagar caro, nos castiga sin motivo y nos golpea sin
piedad, pero tenemos que intentar recordar siempre que para muchos de nuestros
problemas la solución está dentro de nosotros mismos.
Violeta
(Dedicado con mucho amor
a una sabia joven de 22 años que aprende
a pasos agigantados de la vida. Sigue así cariño, lo tienes todo dentro de ti)
Simplemente genial Dña Violeta, no tengo palabras para describir lo que usted hace sentir. Usted siempre describe sentimientos se ve que afloran en su piel, lo cual es un hecho muy poco común. (Por cierto, además de escribir muy bien, sabe de historia, es culta, es usted una joyita)
ResponderEliminarGracias por existir.