Molesto

Pocas veces he estado tan enfadado conmigo mismo. ¿Era posible caer en todos los tópicos? Noche de Halloween, y yo, aquí, con las ventanas, las contraventanas y las puertas, cerradas a cal y canto.
En la calle, ruido, niños correteando con sus famosos trucos o tratos, y peor aún, adultos que no son conscientes del inmenso ridículo que hacen al ponerse al mismo nivel y transigir. ¿Caramelos? ¡Bah! ¡Para caramelos estoy yo!

Mi novia me ha llamado hace un rato. No puede venir. O eso dice ella. Cree que soy tonto, que no me doy cuenta de que hace ya algún tiempo que no es la misma. Ha cambiado, para peor sin duda. Me molesta sobremanera.

Decidí llamar a Olga, una compañera de la oficina, pero después lo pensé mejor. Está divorciada e igual piensa que lo que quiero es un rollo con ella. Su actitud, me resulta cuanto menos, inquietante y desde luego, muy poco apropiada. Olga también me molesta.

Luego está Severino, el cartero. Con sus ridículas bromas mañaneras. Quiere hacernos creer que con su mísero sueldo y su feo rostro puede ser  un hombre feliz. No se lo cree nadie. El otro vi a su mujer y a sus dos hijos. Iban los tres a ver una película, al cine. Simulaban ser felices, fingían algo que estoy seguro no es real. Nadie puede ser feliz con ese sueldo, ese trabajo, esa esposa que no es precisamente agraciada. Odio la mentira y la hipocresía. Severino me molesta muchísimo.

Pero hoy al menos, estoy de celebración. Pues me siento relajado, tranquilo. Las voces de mi cabeza están en silencio, por fin. Me acerco a la estantería a fin de coger un libro y decido que es mejor encender la lámpara. Hay poca luz ya para la lectura, y al haber cerrado todo, no se puede leer. Aprieto el interruptor, no funciona.
Decido darle al interruptor principal de la habitación, aquél que enciende la lámpara del techo. No me importa que puedan ver luz desde fuera. No me importa nadie. Pero al intentar conectar, tampoco funciona.

Ya casi no se ve. Maldita sea. Yo tenía una linterna de petaca en algún sitio… quiero recordar, sí, ¡claro! ¡En el sótano! ¿Podré bajar sin luz? Qué absurdo. Primero intentaré llegar al cuadro eléctrico, tal vez se ha fundido algún plomillo.

Siento como una especie de roce en el brazo y noto como mi piel se eriza. Ha debido ser mi imaginación. Continúo hacia la parte trasera, justo antes de la bajada al sótano, donde está el cuadro de la luz. Estoy algo intranquilo, tengo la sensación de que hay alguien conmigo en la habitación. Es imposible. Lo cerré todo a cal y canto. Es imposible.

Siento que mi mano tiembla y decido que antes de llegar al cuadro de la luz, tal vez sea mejor idea dirigirme a la cocina. De esa forma cogeré las cerillas. Casi he llegado a la puerta de entrada, cuando la sensación de que estoy siendo vigilado aumenta considerablemente. Me detengo en la puerta y escucho el palpitar de mi corazón. Tengo la sensación de que alguien está situado tras de mí y en cualquier momento va a tocarme. ¡Qué absurdo! Aun así, no puedo evitarlo, ¡me giro con toda la rapidez que puedo!

- ¡Quién hay ahí!- grito a una habitación en suposición, vacía.

Nadie responde, pero siento en la nuca una especie de frío intenso y éste se extiende a todo mi cuerpo.

Como alma que lleva el diablo acelero el paso hacia las cerillas. Con manos temblorosas, a oscuras y algo nervioso, dejo caer varios de los utensilios que hay sobre la encimera. Mi corazón late cada vez más deprisa y mis oídos empiezan a zumbar. Con un intenso temblor, consigo sacar una cerilla y encenderla. Voy alumbrando con esa débil luz poco a poco la estancia, los ojos desorbitados, la boca desencajada.

Una especie de risa lejana se escucha. Debe ser en el exterior. ¡Malditos niños! ¡Malditos padres! ¡Malditos caramelos y maldita noche!

Me paro, respiro, esto es absurdo. Una pequeña vocecita en mi cabeza se despierta. “Estamos aquí”, “No has acabado con nosotros…”, “Te esperamos…”

Me cuesta trabajo respirar. Aun así, inspiro, expiro, inspiro, expiro. Me siento algo mejor. ¡Cielos! ¡Me he quemado con la cerilla! ¡Hay que ser estúpido! Enciendo una nueva cerilla, mis manos tiemblan algo menos. Pienso en el cartero y su poco agraciada mujer. Él sí que debe pasarlo mal cuando en su casa no haya luz. Me voy sintiendo algo mejor con ese pensamiento. Luego recuerdo a Olga. Es demasiado amable, estoy seguro de que su autoestima es inexistente. Y en cuanto a mi novia… exige siempre demasiado. Estoy mejor sin ella, eso seguro.

Faltan pocos metros para el cuadro eléctrico. Le daré al interruptor y después, aprovecharé y bajaré al sótano para buscar la linterna, por si acaso vuelve a fallar la dichosa luz, o quizás, el dichoso sistema.

La cerilla vuelve a consumirse, pero no importa, mis dedos ya tocan la clavija de encendido. Pero… está algo húmeda, viscosa. Aun así decido accionarla, pues noto que de nuevo me estoy poniendo nervioso. Vuelvo a sentir como una especie de dedo que pasea por mi brazo y doy un respingo, mi corazón se acelera aún más y por fin, acciono la palanca.

¡Sangre! Espantado retrocedo sobre mí mismo y tropiezo con algo, ¿con alguien? Grito, con todas mis fuerzas, ¡hay un cadáver! ¡Es mi novia! ¡Alguien ha matado a mi novia a cuchilladas!

Un intenso dolor me recorre el brazo y me llevo las manos al pecho, me tambaleo, veo una cortina que se mueve y algo que corre a contraluz. ¡El asesino está aquí! De repente, se me olvida la puerta del sótano, ¿la dejé abierta? Pierdo el equilibrio y no puedo controlar mi cuerpo, caigo y me golpeo el cuerpo con el borde de los escalones, quedando en un extraño ángulo sobre el suelo. Mi cabeza mira hacia una dirección, y mi cuerpo hacia otra. ¡Qué raro es todo esto!

Las voces de mi cabeza se han callado. Me levanto del suelo, con algo de trabajo, y comienzo a subir los escalones. Cuando ya casi estoy en la cocina escucho un fuerte llanto y veo a varias personas uniformadas junto a Elisa, mi novia. Ella llora desconsolada y a su lado, Olga, la abraza. Ella también ha llorado, tiene toda la cara llena de rímel. Es un espectáculo deplorable.

- Por favor, tranquilícese. Cuénteme otra vez qué paso, señorita.

- Ya se lo he dicho agente. Mi amiga y yo vinimos a gastar una broma a mi novio. Últimamente estaba siempre muy serio. Trabaja demasiado, ¿sabe? Nos escondimos esta tarde en la casa, yo tengo una copia de la llave. A él no le gusta Halloween, así que cuando cerró las ventanas y las puertas, yo corté la luz. Lo teníamos todo preparado. Olga se acercó y lo rozó, para asustarlo un poco. Él siempre dice que no tiene miedo a nada. Luego, yo me tumbé en el suelo. Por supuesto, antes me había llenado toda  de sangre de ésa que venden en las tiendas de artículos de broma. También había untado el interruptor. Pensamos que él se daría cuenta de la broma y nos reiríamos un rato, pero… se asustó tanto que perdió el equilibrio y cayó por las escaleras. ¡Y se ha roto el cuello!

Elisa siguió llorando desconsolada, mientras yo miro hacia abajo y veo horrorizado que mi cuerpo sigue allí, en ésa extraña postura. ¿Estoy muerto? ¡¡¡Estoy muerto!!!

Grito, nadie me oye. Entonces, miro a Olga. Ella me está mirando fijamente y sonríe. Un policía le dice algo, y ella le contesta.
- La verdad agente, lo siento por él, pero al fin y al cabo, igual no se cayó, lo mismo se tiró. Tiene que tener en cuenta que a él, “todo le molestaba”.
Fin


(Recuerda, compra muchos caramelos para cuando vengan a pedirte “truco o trato”, y pase lo que pase, no te escondas en casa…)



Violeta

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