Desde los tiempos más remotos el hombre no
siempre ha creído en lo que no puede ver. Fantasía y realidad se han mezclado
en un rítmico baile sin fin, donde cada parte de la pareja se antepone o por el
contrario, se esconde, siempre a conveniencia del interlocutor.
Las historias que nos relatan de pequeños
en forma de cuentos, son catalogadas de fantasía por el mero hecho de ser eso,
cuentos. Pero lo que la raza humana sigue sin querer entender, es que a veces,
la realidad supera a la ficción.
La pequeña Iris caminaba
sigilosa por el bosque. No le hacía gracia alguna entrar en aquellos dominios a
tan altas horas de la noche. Su madre le había encomendado una tarea y ella,
como siempre, intentaría cumplirla.
Miró el
trocito de papel arrugado que llevaba en su mano. Volvió a desplegarlo una vez
más para leer los ingredientes que su madre le había anotado. Tomillo, romero,
jara…
Iris había
acompañado tantas veces a su madre en su tarea cotidiana de recolectar plantas,
que para ella era fácil. El olor, tacto, aspecto, de todas ellas, le era muy
bien conocido. En esta noche, sin embargo, había una excepción. Su madre
permanecía en cama, enferma de algún tipo de mal extraño, que ni tan siquiera,
ella misma, curandera del lugar, sabía identificar.
La bruja,
como todos la llamaban, vivía en el monte desde hacía una década. Las historias
del lugar contaban infinidad de versiones sobre el motivo que podía haber
llevado a aquella joven mujer a vivir apartada de todo y todos. Unos decían que
había sido violada por un desconocido, y que fruto de tal vil acto había dado
lugar a la pequeña Iris.
Otros, en
cambio, decían que Iris era hija de alguna extraña criatura que moraba en el
monte y que de ahí venía ese extraño color de ojos grisáceos y esa belleza atrayente,
que aún siendo todavía una niña, comenzaba a manifestar.
Iris era
muy inteligente para su edad. Tenía nueve años y era capaz de resolver
problemas matemáticos y comprender textos con la sabiduría que sólo te va
concediendo el tiempo. Lo que desconocían todos, era que desde que aprendió a
leer unos años antes, la niña no había dejado de hacerlo. Su habitación era una
pequeña biblioteca que la acompañaba en los momentos de tedio y que disfrutaba
al máximo.
Jamás
había enfermado. No asistió a clases hasta el año anterior, y no le gustó la
experiencia. Los niños se burlaban de ella. La llamaban “la brujita” y la
retaban a hacer sortilegios. Cuando la pequeña resolvía alguna cuestión, los
demás se burlaban diciendo que era fácil ser lista si se tenían “poderes”.
Un día, un
chico se cayó de bruces en el patio del colegio. Se hizo tal herida en la
rodilla, que la profesora se asustó mucho. Iris corrió presurosa al campo que
había tras el colegio, y preparó de forma rápida y eficaz un cataplasma que
colocó al chaval. El alivio fue inmediato a pesar del mal olor proveniente de
aquel ungüento, la mejoría se iba haciendo notar conforme los minutos pasaban,
hasta que llegaron los padres del chiquillo y horrorizados, arrancaron aquel
apósito improvisado de la rodilla de su hijo.
El
muchacho, sin embargo, agradeció a Iris su hermoso detalle, escondiendo cuando
su madre no le veía aquel mejunje en su bolsillo. Ello hizo reír a la niña, por
fin alguien aceptaba su ayuda sin reservas. Aún así, no volvió al colegio.
Por fin,
la chica había recogido suficiente cantidad de plantas y volvió a la cabaña
donde su madre la aguardaba. Pero al llegar, escuchó un extraño ruido, una
especie de jadeo, y se detuvo en la entrada de la puerta, antes de entrar. Con
sumo cuidado para no hacer ruido sobre la crujiente tarima de madera, se acercó
a la ventana y se asomó. Al hacerlo, quedó petrificada.
Una gran
figura imponente se alzaba sobre su madre, una especie de oso gigantesco según
ella creyó percibir. Un animal que iba a atacarla y de seguro, la mataría.
Aterrorizada,
se agazapó bajo la ventana intentando pensar qué hacer. Antes siquiera de ser
consciente de lo que pasaba, una gran e inmensa garra la levantó en el aire.
Gritó con todas sus fuerzas, con toda la furia que su pequeño corazón le
permitía. Hasta que notó que algo le taponaba la entrada de aire y no la dejaba
respirar.
La
angustia creció dentro de ella. Iba a morir. Tal vez su madre ya estuviese
muerta. Y entonces, de pronto, el aire comenzó a entrar de nuevo en su pecho.
Su madre la miraba tranquilizadora. Tenía bastante mejor aspecto que cuando la
dejó aquella mañana. Se la veía hermosa, fuerte…
-Chss, tranquila Iris. No te asustes. Tenemos visita.
-¿Madre? Aquí… aquí había… algo grande… ¡me asfixiaba!
-No pequeña. No es así. Te impedía hacer ruido. En ningún momento tu
vida ha estado en peligro. Seguías respirando, pero estabas tan asustada, que
no pensaste en hacerlo. El miedo paraliza, Iris.
Dicho esto, la joven madre
se apartó hacia un lado dejando ver la imponente figura de un hombre. Era muy
alto y fornido. La niña calculó que no podía haber entrado por la puerta. Era
imposible. Ese hombre era enorme. Iba resguardado del frío con una especie de
piel de oso. Por eso, a ella le pareció que era un animal del monte. Sus ojos…
eran dulces. No eran los ojos de un monstruo, al contrario, eran el espejo del
alma de alguien bueno, muy bueno.
-Tengo que presentarte a alguien importante Iris. Tenías que haberlo
conocido mucho antes, pero no podía decirte nada sin su consentimiento.
-Siento haberte asustado Iris- pronunció entonces la voz del hombre.
Era una voz grave y
profunda. Pero al contrario de lo que cabría esperar, no asustó a la pequeña,
sino más bien la reconfortó y le hizo sentir que estaba a salvo de cualquier
cosa.
-¿Quién eres?- preguntó ella.
-Tu padre- contestó él.
La niña miró desconcertada a
su madre que seguía sonriendo. No comprendía nada. ¿Su padre? Recordaba una vez
hace mucho que le preguntó a su madre por qué ella no tenía uno. Su madre le
aclaró que eso no era del todo cierto. Pero no había llegado el momento de
conocerle aún. Para ello, tendría que madurar un poco más, conocer los secretos
del monte, identificar los olores y texturas del bosque, respetar a todas las
criaturas que en ellos habitaban… por muy repulsivas que pudiesen resultarle.
-¿Has venido a curar a mi mamá o a llevarme a mí?- preguntó la niña.
-Te dije que era muy lista- comentó la madre al recién llegado.
-Me alegra saber eso Iris. De esa forma, te resultará más fácil poder
seguirme – le dijo él con una sonrisa.
-Entonces, ¿has venido por mí?- preguntó ella de nuevo.
-¿Tienes miedo?
-No. Pero no iré contigo. Mi mamá siempre me ha dicho que no puedo ir
con desconocidos, y tú lo eres.
-Soy tu padre.
-Me da igual. No te conozco de nada. No pienso ir contigo hasta que no
te lo ganes- dijo convencida.
La risa del hombre llenó la
estancia. En verdad, aquella niña era espléndida. Se sentía orgulloso de ella.
-Sea así entonces. ¿Por dónde empiezo?
-¿Por qué no vives con nosotras? ¿Dónde vives tú? ¿Qué haces? ¿Por qué
quieres que te acompañe? ¿Qué le has hecho a mamá para que se cure tan rápido?
¿Cómo te llamas?
-¡Iris!- la reprendió su madre.
-Déjala mi amor. Me gusta su sagacidad. Y tiene derecho a saber.
El hombre se acomodó en la
silla, que parecía que iba a romperse de un momento a otro bajo el peso de aquel
cuerpo tan enorme.
-Mi nombre es Andros. No vivo con vosotras porque tengo una misión
importante que cumplir y he de hacerlo desde mi morada. Tu madre no quiso
acompañarme hasta allí porque pensaba que tú debías elegir tu propio destino.
Al igual que tu madre, yo también llevo a cabo curaciones. Tu madre es muy
habilidosa con las plantas y sabe escuchar a los árboles. Yo soy el señor de
las bestias. Cuido de los animales que habitan en el monte.
-¿Eres un hombre lobo?
-¿Por qué piensas eso?
-Das miedo. Menos tus ojos. Lo demás da miedo.
Una nueva carcajada brotó de
Andros.
-Soy fuerte, no te lo discuto. Pero no soy un licántropo. Soy un
espíritu, que un día se enamoró de una maravillosa mujer, tu madre. Al
principio pensé que nuestro amor no podría funcionar, pero tu madre, a pesar de
ser humana, sabe escuchar la naturaleza,
sintoniza con su alrededor, es un alma digna.
-Eso no puede ser.
-¿Por qué?
-Porque si tú eres un espíritu, tendrías que ser de aire. Y no podrías
tener hijos.
-Los espíritus no somos de aire. Eso es lo que los humanos se han
inventado para describirnos. Tienen envidia de nuestro poder, de nuestra unión
con la naturaleza. Pero lo más gracioso de todo, es que ellos también podrían
ser como nosotros. Sólo que no creen en ello. Hay que creer muy firmemente en
algo para poder llevarlo a cabo. Nosotros podemos ser hombre o animal. Según el
momento y la ocasión. Pero en esencia, siempre formamos parte del mismo plan.
-¿Y por qué vienes por mí ahora? ¿Me he portado mal?- preguntó la niña
angustiada mirando a su madre.
-No, cariño- contestó ella- Es sólo que vas a cumplir diez años. Tienes
derecho a saber, a conocer tus orígenes. Yo decidí vivir aquí porque estoy más
cerca del bosque y puedo ayudar a la gente de la aldea. Tu padre, sin embargo,
eligió vivir en una cueva en el monte, porque así también podía ayudar mejor a
sus seres. Tú eres mitad humana, mitad espíritu, puedes vivir en ambos lugares.
No quise decidir por ti.
-Pero… si os queréis, ¿por qué no estáis juntos?
-Lo estamos, mi amor. Tanto como el bosque y el monte. Cada vez que
llueve, y ésa agua fresca humedece al tórrido suelo, tu padre y yo estamos
juntos. Cada vez que una brisa fresca acaricia las hojas de los árboles,
estamos juntos. Cada vez que los frutos empiezan a germinar y los animales
pueden alimentarse o cobijarse, estamos juntos. Tu padre ha estado muchas veces
con nosotras, pero jamás bajo su forma humana para no crear en ti desconcierto.
¿Recuerdas el halcón que sobrevolaba nuestra cabaña una y otra vez? ¿Y a Missi,
nuestro gato?
-Pero… entonces… si tú mamá, eres humana, y mi padre es un espíritu,
¿qué soy yo?
-Buena pregunta Iris. – contestó su padre- tú eres lo que decidas ser.
-¿Yo elijo? Soy pequeña para eso.
-Sí. Por ello debes conocer ambos mundos. Así entenderás lo mejor y lo
peor de cada uno. De esa forma, podrás decidir.
-¿Yo también puedo transformarme?- preguntó de repente.
-Es muy probable que sí. Aunque no lo sabremos aún. Para ello has de
alcanzar más madurez. Tienes que llegar a lo que los humanos llaman el
desarrollo. De todas formas, ahora lo importante es que conozcas ambos mundos.
-El mundo humano no me gusta. Son crueles- dijo de pronto la niña.
-No. No es así Iris. Has tenido una mala experiencia en el colegio,
porque a veces, rechazamos lo que no entendemos. Pero sólo has visto una
pequeña parte. Estoy segura de que no todos actuaban igual. ¿Cierto?- le
preguntó su madre.
La niña recordó la sonrisa
de aquél chico y la forma en que guardó el cataplasma en su bolsillo.
-Puede ser- admitió a desgana.
-Por ello, debes conocer ambos, hija – le explicó su madre.
Y de esta forma, la pequeña
viajó con su padre y conoció a las criaturas del monte, habló con los árboles y
el viento… comprendió que para ella era fácil aprender porque lo necesitaba.
Quería saber más y más. Se fue instruyendo y adquirió las habilidades de su
padre. Sus padres la hicieron volver al colegio, mantuvo contacto con ambos
mundos, y de esa forma creció. Decidió ser un espíritu, aunque se enamoró de un
humano.
Por ello, en los días de lluvia, cuando luce
fuerte el sol, en el cielo se ve un hermoso arco de colores, llamado por todos
Arco Iris. Ese arco permanece muchas veces en el cielo, pero no puede
apreciarse siempre a la vista humana. Es Iris transformada, que abraza tierra y
cielo, bosque y monte, humanos y espíritus.
Violeta
hola amiga he hecho un reto de las redes sociales
ResponderEliminary tu eres una de las nominadas en hacerlo ^_^
saludos
http://lissiyeceniaaa.blogspot.com/2014/10/reto-nombrar-3-redes-sociales.html
Muchas gracias!!
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