Otra vez
más noche del día 31 de octubre. Elena prepara la cena para su familia. Su
marido, Óscar, aún no ha llegado y los peques Luis y Ana están arriba
preparando sus disfraces para empezar con el tradicional “truco o trato” de
cada año. Probablemente este año la Sra. Martínez sí haya comprado caramelos
porque los pequeños de la Sra. Robinson le regaron la fachada de huevo. Fue de
muy mal gusto, la verdad, pero a veces los chavales se emocionan de lo lindo.
Luis se ha
vestido de vampiro, disfraz fácil de hacer y además divertido por lo de la
pintura en la cara. Por supuesto Ana se ha vestido de bruja porque va más con
su coquetería. Evidentemente no se ha vestido de una bruja cualquiera con una
gran verruga en la nariz, sino de una bella brujita de culito respingón y dos
grandes coletas. Para algo a sus cinco añitos los mantiene a todos a raya en el
cole.
Este año,
incluso Óscar se ha entretenido adornando el porche con esqueletos, calabazas y
todo lo propio de la época en sí. Por su parte, Elena se ha limitado a ponerse
un vestido negro y recogerse el largo cabello en un moño pintándose una mecha
blanca en el pelo. Se ha puesto unas medias de rayas moradas y un sombrero que
al igual que los zapatos tiene una enorme hebilla. Sí, la familia está
preparada para celebrar la fiesta de Halloween.
Todos están
preparados cuando oyen sonar el timbre. Perfecto, ya comienza el habitual
desfile de niños. No pasa nada. Elena tiene todo un repertorio de caramelos y
bombones preparados para entregar a los pequeños conforme vayan llegando. Sin
embargo, al abrir la puerta se queda de piedra, pues en ella no hay niños
pequeños, sino su tía Dora, a la que lleva sin ver desde hace casi diez años.
Es más, Dora ni siquiera conoce a los niños.
-Hola Elena. ¿Qué tal? – suelta
como si tal cosa.
-¿Tía Dora? No puedo creerlo.
-Lo sé querida. Lo sé. Pasaba por
aquí y decidí visitaros. Al fin y al cabo aún no conozco a mis sobrinos.
El aspecto
de Dora era un poco siniestro. La mirada que lanzó a los pequeños hizo que éstos
se escondieran tras las faldas de su madre mientras Oscar ponía cara de pocos
amigos.
-Oh, querida. Parecen tiernos…
quiero decir, ¡encantadores!
-Tía Dora, no sé a qué se debe tu
visita, pero me parece muy inapropiada teniendo en cuenta el día que es hoy.
-¿Hoy? ¡Ah, Halloween! – y suelta
una carcajada tremendamente sonora y escalofriante-. ¿Y qué mejor día que hoy,
querida? Quiero recordar que tú y yo
teníamos un trato, ¿no es así? O… acaso no hace hoy siete años que nació el
pequeño Luis…
-Vamos tía, por favor, estás
asustando a los niños. Puedes pasar y quedarte a cenar pero luego tienes que
irte. Lo siento, los niños y yo tenemos cosas que hacer.
-¿Y tu maridito?- pregunta la tía
Dora mirando a Óscar como si fuese un plato de asado.
-Mi marido también viene con
nosotros. Esta noche no es segura para nadie.
-¡Tonterías!- Y dicho esto se cuela
en la casa y se dirige directamente al salón como si conociera la casa de toda
la vida. Ya en el interior los niños se percatan divertidos de que lleva unas
medias como las de su madre pero en color naranja, ¡qué divertido! Y
escalofriante…
Suena el
timbre e inmediatamente la tía Dora pone cara de fastidio.
-Por favor, ¡quién osa interrumpir
nuestra reunión familiar!- a continuación chasquea los dedos y cuando Elena
abre la puerta los niños observan horrorizados que en el porche sólo hay dos
calabazas enormes. Una de ellas con sombrero.
Ambos niños
se miran asombrados y a continuación miran a la tía Dora que les sonríe
mostrando sus feos dientes. Y ¡Oh, no! ¡Tiene una enorme verruga en la nariz!
Pero no estaba ahí antes, están seguros de ello.
Poco a poco
el aspecto de tía Dora va cambiando. Ven como se vuelve más desgarbada, su
nariz crece y su pelo se encrespa. Incluso parece tener chepa y su cara se
arruga como una pasa.
-Sabes que los necesito Elena-
susurra tía Dora con los ojos inyectados en sangre y mirando fijamente a los
niños que lo observan todo aterrorizados.
-Sólo son niños. Puedes tener a
otros, éstos son míos. Mis niños.
-Por eso los quiero. Me lo prometiste.
¿Recuerdas?
Óscar
que hasta ahora se ha mostrado más o menos alejado del tema piensa que ya es
hora de intervenir y se decide a pedir a la tía de Elena que se abstenga de
hacer bromas que puedan asustar a los niños, porque evidentemente, todo eso
debe ser un teatro que ha preparado la bromista de Elena, pero ciertamente se
están pasando, pues los niños están realmente aterrorizados. Cuando intenta
abrir la boca se da cuenta horrorizado que de ella no sale sonido alguno. Se
lleva ambas manos a la garganta y mira totalmente aterrorizado a Elena que a su
vez se lleva una mano al pecho, angustiada.
No
puede ser. Hace muchos años de aquello. Ella jamás creyó de verdad que su tía
Dora fuera una bruja como decía la gente del pueblo y cuando hizo aquella
promesa no la hizo pensando que tuviera que cumplirla.
-¿Tía Dora? ¿Podemos hablar en
privado, por favor?
-Claro querida, como no.
Los niños
se quedan en el salón junto a su asustado padre que se ha quedado totalmente
inmóvil frente al televisor que tampoco tiene sonido. No saben que pensar. Su
dulce madre se ha metido sola con esa tía-bruja en la cocina y tienen miedo.
-Tía, no puedo creer que de veras
vengas a por Luís.
-Claro que sí Elena. Así me lo
prometiste el día en que te ayudé a cortejar a tu maridito. Te di un filtro de
amor y te dije que tenía un precio. Luís ya tiene siete años, y dentro de dos
años vendré a por la pequeña Ana. Lo prometiste y has de cumplirlo o tendrás
que atenerte a las consecuencias.
-No puede ser. Esto tiene que ser
una pesadilla.
-¡No digas bobadas! ¡Tendréis más
hijos! Pero estos dos son míos, y lo sabes. Si te niegas, morirán los tres.
Elena notó
ese sudor frío característico. Jamás pensó que aquel momento llegase de veras.
Sabía perfectamente que tía Dora podía hacer lo que quisiera. Su poder era muy
fuerte. Además, esas dos calabazas enormes del porche eran niños. Lo sabía. Los
olía bajo la calabaza. Los olía. Igual que olía más cosas. Olía la salamandra
que estaba oculta tras el macetero del porche. Olía el minúsculo ratón que
intentaba alimentar a sus crías en el agujero del sótano. Olía y escuchaba el
ruido que hacían las patitas de la araña que tejía su tela en el sótano
aprovechando el polvo, la suciedad y la oscuridad. Lo olía, lo escuchaba, lo
sentía y hasta lo veía todo. Absolutamente todo.
-Bien, tía Dora. Me temo que tú lo
has querido así.
Demasiado
tarde Dora comprendió que estaba ante ella. ¡Su sobrina era ella! ¡Tenía el poder más fuerte que jamás había
apreciado en otra de su rango! Era la suma sacerdotisa…
Notó como
poco a poco su boca se secaba y el agua estaba cada vez más lejos. Notó como su
cuerpo se empequeñecía mientras veía a Elena refulgente y escuchaba aquél
cántico malvado que la envolvía y la ahogaba. El cuerpo de Elena se elevaba un
metro sobre el suelo y sus ojos se habían vuelto de un intenso color rojo
sangre.
Aterrorizada
intentó salir de aquella cocina infernal mientras sus piernas aún le
respondieran pero al salir al salón se encontró con tres monstruos enormes de
dientes afilados, grandes colmillos y sed de sangre en la mirada…
El mayor de
los monstruos emitió un fuerte gruñido antes de partirla en dos de un zarpazo.
Un trozo para cada pequeño monstruo sediento de sangre que le acompañaba.
Mientras, impasible y encantada, la suma sacerdotisa malvada los miraba con
admiración. Sus retoños engendrados de la más pura maldad. ¡Los adoraba!
Un poco más
tarde, una adorable familia compuesta por cuatro miembros paseaba
tranquilamente por las calles del pueblo. Elena sonreía con su angelical
sonrisa a todos los pequeños que se iba encontrando. Los miraba, les sonreía y
los olía… Óscar dirigía a sus pequeños a casa de la señora Martínez. Se había
vuelto a olvidar de comprar caramelos. Ésa señora no tenía respeto por las
tradiciones, tal vez la visitase más tarde. No había podido cenar
adecuadamente. Tenía hambre. Sus hijos sin embargo ya habían cenado. Se
encontraban a gusto y hartitos, aunque realmente estaban pensando tomar de
postre un par de enormes calabazas que habían dejado en el porche.
Sí,
definitivamente, era una bonita noche de “Halloween”. Adoraban esa celebración.
Por supuesto, la gente se lo toma a broma, pero nunca se sabe donde puede haber
una familia que se tome en serio las tradiciones y las practique. Siempre con
discreción. Pensarlo antes de llamar a las puertas de vuestros vecinos a pedir…
caramelos.
¡Feliz Halloween!
Violeta
In crescendo. Gut.
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