Susana llegaba hoy temprano. Estupendo. Trabajaba
desde hacía ya tres años en una gran floristería situada a las afueras de
Carmona.
En poco
tiempo, todo había cambiado en su casa de una forma drástica. Su marido,
Gustavo, no ganaba lo suficiente para poder dar a sus tres hijas los estudios
que querían. Por ello, Susana había decidido que intentaría con todas sus
fuerzas encontrar un trabajo. Necesitaban un extra en casa.
Las tres hijas del matrimonio
estaban fuera. Adela, la mayor, estudiaba veterinaria en Córdoba. Este año se
suponía el último. Lucía, la mediana,
estaba en Inglaterra, con una beca de estudios. Paula, la pequeña, compartía
piso en Sevilla con varios compañeros. Estudiaba medicina, su primer año.
Realmente el
coste de tener a tres estudiantes de Universidad es innegable e insostenible.
Por su
parte, Susana, a sus cincuenta y cinco años no había formado parte antes del
mundo laboral. Siempre tuvo don de gentes. Era muy amiga de Dolores, vecina de
su bloque desde hacía ya muchos años, amiga muy querida, y muy mayor. Dolores
se jubiló hacía justo tres años convenciendo a su jefe de que contratase en su
lugar a Susana. Un jefe que era ya casi tan mayor como Dolores, pero bueno, un
jefe al fin y al cabo.
Dolores
conocía a la familia desde que se mudaron a aquel bloque de pisos. Por aquél
entonces, la pequeña Paula no había nacido aún, debían llevar por allí cerca de
veinticinco años. Susana siempre se había llevado bien con todo el bloque, pero
especialmente con Dolores, pues ésta le recordaba en cierta forma a su madre y
le era muy querida. Otros vecinos iban y venían del bloque, pero el caso de
Dolores era distinto. Ella siempre estaba allí.
Cuando
Dolores enviudó hacía unos cinco años, Susana fue un apoyo incondicional hacia
ella, pues el matrimonio no tenía hijos y Dolores ya apenas tenía familia. Por
tanto, la buena de Susana se convirtió en su familia oficial. Bueno, ella, su
marido, y sobre todo sus hijas, a las que Dolores adoraba y había intentado
convencer para que no se marchasen fuera, en especial a Lucía, que había
cruzado el inmenso charco.
La vida es
curiosa y a veces nos muestra caminos que no esperamos. Eso fue lo que pasó
cuando a Dolores le llegó la hora de jubilarse y Susana le sustituyó.
Susana
descubrió que en el trabajo de la floristería no ganaba lo que necesitaban en
casa, pero era una muy buena ayuda para que la olla silbase, como solía decir
su madre, todos los días.
Pero
descubrió algo más. Era como si entendiese el lenguaje de las flores. Oh, no,
por favor, no os riáis. No me refiero a que hablase con las flores o algo así,
pero sí es cierto, que hay lenguajes ocultos a nuestro alrededor que a veces
nos pasan inadvertidos.
Cuando un
joven llegaba y pedía rosas rojas, o en particular, una rosa roja, eso olía a
amor y pasión. Cuando el ramo era de margaritas blancas, bueno, podía ser
muchas cosas, pero normalmente acertaba si era un ramo de amistad.
Había muchos
tipos de clientes y muchos tipos de peticiones. Un día un señor mayor llegó a
la floristería y le hizo una petición muy especial. Le pidió un ramo de
crisantemos para regalar a su esposa. Susana supuso que iba a llevar el ramo al
cementerio, pues los crisantemos son flores que normalmente se suelen llevar a
los cementerios. Pues no, nada más lejos de la realidad. El adorable abuelete
le llevaba el ramo a su esposa, a ver si así se animaba y se moría pronto, que
vaya la lata que le estaba dando últimamente con todo.
Sorprendente.
Por el contrario, cuando había un nacimiento, era curioso como algunos padres
se afanaban por elegir un ramo donde hubiese mucha flor de color rosa, con su
correspondiente cesto o lazo a juego, por supuesto, cuando la recién nacida era
niña. Por el contrario, lazo o cesto
celeste, cuando era varón.
Tres años
trabajando al público en un lugar como éste le habían enseñado a identificar
incluso muchas emociones. Era un trabajo bonito. Le daba muchos alicientes y
eso le gustaba.
De esta
forma transcurría tranquila y sencilla la vida en ésta floristería, hasta que
un curioso día, a las 12 en punto de la mañana, una señora mayor entró en ella
e hizo el encargo más raro que podáis imaginar.
-Buenos días señora, ¿en qué puedo ayudarla?- pregunta
amablemente Susana al ver entrar a la anciana.
-¡Ah! ¿Son buenos? Supongo que son buenos porque no
llueve.- Extraña respuesta la de la señora mayor –. Bien. Me gustaría llevarme
un árbol frutal que dé flores.
Susana llevaba ya mucho
tiempo en el negocio y sabía que hay que tener paciencia, sobre todo, con
determinadas personas de edad, hay además que aprender a leer entre líneas.
-Bien. Supongo que entonces querrá un naranjo.
-¿Un naranjo?- vaya, parecía que a aquella dulce
anciana le había picado una avispa, o algo así.
-El naranjo – le explica pacientemente Susana – es un
árbol frutal, pero antes de regalarnos sus naranjas, nos regala su azahar.
-Ya sé lo que es un naranjo, joven. Como usted podrá
observar, ¡no nací ayer!
Susana estaba claramente
confusa.
-Entonces, dígame, ¿qué árbol exactamente deseaba
usted?
-Pues no lo sé. Pero no quiero un naranjo. Quiero un
árbol original, diferente, un manzano que dé rosas, o un limonero que dé
claveles. Algo así.
-Discúlpeme señora. Temo que no voy a poder atender su
petición…
-¿Ya se va a rendir? ¡Vaya! ¡Qué chasco! En la última
floristería me siguieron la corriente durante al menos cinco minutos completos.
-¿Perdone? – Susana cada vez estaba más asombrada y perpleja.
-Sí hija sí. Vosotros los jóvenes, lo tenéis todo. Yo
ya soy muy mayor, quiero presumir de algo que no tenga nadie antes de irme a
visitar a tía Clotilde, ya sabe, al otro barrio.
-Pero estará usted de acuerdo conmigo- insiste Susana
con voz tranquila- que no existe lo que me pide. Se pueden hacer injertos para
hacer dulce un naranjo o un mandarino, se pueden injertar distintas variedades,
pero… lo que me pide es totalmente imposible.
-Veo que no tienes la mente abierta. De acuerdo.
Volveré dentro de tres días. Si para entonces tienes para mí lo que te he
pedido, te daré un regalo especial. Si no es así, lo siento joven, pero me iré
a otra floristería. ¿De acuerdo?
Susana no daba crédito a sus
oídos. Bueno, le diría que sí para que la dejase trabajar. Al cabo de tres días
volvería y al no tener nada que ofrecerle, se marcharía y la dejaría tranquila.
-De acuerdo, pues.
Aquella tarde al llegar a
casa le refirió a Gustavo su extraña atención. Éste, práctico y prudente, como
siempre, le dijo que había actuado correctamente. Sin embargo, más tarde, subió
a dar una vuelta a su amiga Dolores y de nuevo le explicó lo sucedido. Dolores
opinó de forma distinta a Gustavo.
-Cuando ya se tiene una edad te vuelves un poco
“particular”. Tal vez, sólo tal vez, para esa señora realmente sea importante
obtener lo que te pidió. Independientemente de si te ofrece un regalo o no, tu
misión es intentar complacerla.
-Pero, Dolores, ¿has escuchado lo que pidió?
-Sí. Y, Susana, ¿no tienes imaginación? Se te ha ido
toda intentado ahorrar para que tus hijas terminen sus estudios. Se te va la
vida haciendo cada día las mismas cosas, incluso a las mismas horas. ¿Crees que
no me doy cuenta? Que conste, ¡que te lo digo porque te quiero!
-Bien. ¿Sabes? Voy a consultarlo con la almohada. Te
lo debo después de lo que me ayudaste con el trabajo. De todas formas… ¿tú qué
harías?
-No se trata de mí, sino de ti. De ti y de tu
intuición.
Susana se marchó a su casa
pensativa. ¡Menuda tontería! Habló por teléfono con sus hijas. Pronto llegaría
el fin de semana y al menos, la peque volvería a casa. Suspiró y se acostó,
dispuesta a no dar demasiadas vueltas a su cabeza.
A la mañana siguiente,
volvió a su trabajo como cada día. Seguía sin encontrar una posible solución,
pero sí era cierto, que cada vez tenía más ganas de agradar a aquella anciana.
El problema era que le resultaba imposible. Incluso había entrado en internet,
ella, enemiga de casi todas las tecnologías. No había encontrado nada.
Otro día más, y otro día
más. El tercer día. Aquella mañana se había levantado y sin querer había
derramado café sobre unos papeles de Gustavo. Él no se enfadó. Gustavo era una
persona de carácter bastante tranquilo. Pero sí le dijo algo, así, como si tal
cosa, que la dejó pensativa.
-¡Vaya! Le voy a decir a mi jefe que trabajemos en
inventar una máquina que quite manchas de café de los papeles. O mejor,
inventaremos papeles que no se manchen con café. Ya veo el eslogan
publicitario: “Invente y reinvente a su gusto, imagine, mezcle y tendrá éxito
seguro”.
Y eso fue lo que hizo
Susana. Sin saberlo, Gustavo le había dado la solución al problema. ¿Por qué no
complacer a aquella señora? Pensándolo bien, ¡era sumamente fácil!
Ese mismo día, a las doce en
punto, la señora mayor volvió a entrar.
-Buenos día joven. ¿Qué tal?
-¡Buenos días!- Susana estaba animada y era evidente.
-¿Tiene lo que le pedí?
-Por supuesto. Pase por aquí, se lo mostraré.
Susana llevó a la anciana a
la parte de atrás de la tienda, donde preparaban los centros de flores y tenían
plantas en remojo. En esa habitación había una gran mesa donde se preparaban
multitud de composiciones. Susana mostró a la anciana una especie de medio
barril donde había sembrado un naranjo pequeño. En la base del naranjo, había
sembrado unos geranios de color anaranjado y blancos.
-¿Le gusta éste?- le preguntó Susana sonriente y
confiada.- O por el contrario, ¿le gusta más éste o aquél?
En ello, Susana le señaló un
cuenco de barro enorme donde había un limonero con margaritas blancas y
amarillas en su base, y otra maceta grande, una especie de tinaja, con lo que
parecía un peral y en su base, pequeñas florecillas de colores.
La sonrisa
de la anciana fue deslumbrante.
-Veo que has abierto tu mente. Al fin.
-Sí. Y dígame, ¿cuál se llevará?
-Ninguna, por supuesto.
-¿Qué?- la sorpresa fue total en Susana. Ella que tan
confiada y entusiasmada estaba con su nueva idea.
-Te voy a dar el regalo mejor. Vas a colocar estas
composiciones en el escaparate. Donde todos puedan verlas. Y una nueva etapa
comenzará para ti. Es más. El dueño va a jubilarse y está deseando dejar
alguien al mando del negocio. Lo sé. Es mi hijo. – alegó la anciana con una
sonrisa de euforia e inocencia en su rostro, mientras la mandíbula de Susana
caía.
-¿Está segura?- preguntó de todas formas Susana.
-¡Pues claro! Yo fundé esta floristería. Los tiempos
han cambiado y hay mucha gente rara por el mundo que quiere cosas que a simple
vista, parecen imposibles. Sólo hay que pararse, pensar, y ver lo evidente.
¿Qué me dices?
Susana colocó las
composiciones en el escaparate. Fue un éxito total y rotundo. El propietario
tenía pensado vender la floristería, aunque Susana no sabía nada. Sin embargo,
después de lo acontecido, las ventas subieron inmediatamente y el propietario
decidió darle otra oportunidad al negocio. Por supuesto, puso al frente a la
eficaz florista. Y le aumentó el sueldo.
Hoy por hoy, Susana es la
dueña de la floristería. Le ha cambiado el nombre y la ha llamado “Sueños”.
Hace composiciones a gusto del consumidor, aunque no parezcan factibles. Es
conocida en toda la provincia y en algunas partes de la región. En sus tarjetas
ha escrito una frase que dice: “A veces para conseguir lo inalcanzable sólo
necesitas parar, para que te alcance”.
Violeta
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