Manuel


     Poco a poco Antonio comenzó a abrir los ojos. Estaba cansado, aún tenía sueño, si es que podía denominarse así, pues prácticamente no dormía. Carmen, su esposa, ya empezaba también a moverse dentro del jubón. A los pies de ambos se encontraba el motivo del insomnio, el escaso bulto que ocupaba su hijo, Manuel.

     El pequeño tan solo tenía cinco años, sin embargo, cada día acompañaba a su padre a los pastos a pesar de la temprana hora que éste comenzaba su jornada. Como tantos otros días, Antonio se levantó y zamarreó suavemente al pequeño para despertarle. Su intención era dejarle dormir, pues el día anterior lo había notado congestionado y no le vendría mal descansar. A pesar de ello, también sabía que el pequeño enfurecería si no le llamaba.

     Lentamente el chico comenzó a moverse. Antonio notó que estaba algo más templado de lo normal. Tal vez podía tener fiebre. Una mano invisible le estrujaba la garganta. Su hijo lo era todo para él, quería que lo tuviese todo, pero la situación era complicada. Tenían lo justo para subsistir, y no se quejaba de ello. Era muy consciente de que a la vez lo tenía todo. Amaba a su esposa y Manuel supuso para ellos una alegría inmensa, tal vez no en el momento apropiado, o tal vez sí, ¿quién sabe?

-   Buenos días hijo, ¿cómo estás hoy? – le preguntó al pequeño.

Manuel le respondió con una gran sonrisa. Típico de él. Tenía las mejillas enrojecidas y los ojos vidriosos, esos hermosos y enormes ojos verdosos en esa graciosa carita llena de pecas.

-   Estoy bien papi.
-   Mamá tiene hoy mucho trabajo que hacer aquí, ¿por qué no te quedas con ella? Me siento mal dejándola sola todo el día.

Por un instante, pareció ver la duda en los ojos de Manuel, pero aún así no estaba la batalla ganada.

-   Mañana me quedo con mami. Hoy tengo que ir contigo papi. Es muy importante.
-   ¿Y eso?
-   He tenido un sueño muy bonito. Una señora muy guapa nos visitaba, tenía el pelo dorado y me sonreía. Sus manos eran frescas y estaba muy contenta. Ella me dijo que te acompañase hoy.

Evidentemente no iba a conseguir disuadirlo, así que se rindió a lo evidente y le ayudó a vestirse.

Por su parte, Carmen ya tenía preparado el zurrón con las viandas de ese día. Algo de agua y un poco de pan hecho por ella con la poca harina de la que disponía. Ellos no lo sabían, pero muchos días ella no comía. Gracias que vivían cerca del bosque y en él había frutos comestibles. La situación era muy precaria.

De esta forma y abrigados dentro de sus posibilidades, Antonio y Manuel dieron un beso a Carmen y se marcharon al monte. Aquel día pasarían por las afueras del pueblo antes de ascender. Antonio recordó que su amigo Tomás tenía un burro. Era un animal viejo, pero podía servir a sus propósitos. No le gustaba pedir favores, pero Manuel tenía mal aspecto y si su amigo le ayudaba, al menos no caminaría tanto.

Pronto llegaron a casa de Tomás. Ya había movimiento, en aquella aldea de Belén todos madrugaban mucho, su subsistencia dependía de ello.

-   ¡Buenos días Tomás! – le saludó Antonio.
-   ¡Ah! Buenos días Antonio! ¡Hola Manuel!

Antonio se acercó a Tomás rogándole a Manuel que se quedase pendiente del rebaño.

-   Tomás, he de pedirte un favor.
-   Tú dirás amigo.
-   Manuel no se encuentra hoy bien, ¿podrías dejarme el burro?
-   Vaya Antonio. Que pena me da decirte esto. No lo vas a creer pero acabo de dejárselo a una pareja que ha llegado hace unos momentos. Me han dado mucha pena, ella está embarazada y casi no podía caminar. Han venido a pagar sus impuestos. Pobrecita, tendrías que haberla visto, no se de dónde saca fuerzas.
-   Qué se le va a hacer. No te preocupes. Pesa poco, lo convenceré para llevarlo yo en alto.

Al darse la vuelta ninguno de los dos hombres vieron a Manuel. Antonio se preocupó, su hijo nunca le desobedecía. Angustiado, empezó a mirar en derredor suyo y así fue como los vio. Casi al lado del rebaño estaba Manuel con una pareja que parecía joven. Debían ser la pareja de la que le había hablado Tomás, pues ella estaba en avanzado estado de gestación.

Al acercarse a ellos no pudo evitar fijarse en la señora. Era la dama más hermosa que había visto jamás. Su cara irradiaba una belleza singular. Eran pobres, podía apreciarse a simple vista debido a la humildad de sus ropas. Llevaba el cabello cubierto con un manto, pero ello no ocultaba su brillo dorado. Con cariño se masajeaba el vientre. A pesar de la dificultad de la situación se la veía tranquila, irradiaba serenidad.

En esos momentos, ella acariciaba con suavidad la mejilla enrojecida por la fiebre de Manuel que la miraba extasiado.

-   He venido señora, tal y como me pidió en mi sueño.
-   ¿En tu sueño? – preguntó ella.

Al hacerlo, Antonio quedó sobrecogido por la paz que su voz transmitía en sí. Miró a Tomás que también observaba la escena.

-   Gracias de nuevo por dejarnos el burro – comentó José,  el marido que hasta ahora no había hablado.
-   No hay de qué José.- contestó Tomás.
-   Debemos continuar el camino José – le comentó su esposa.-  Se acerca el momento.
-   Continuemos pues – le contestó amorosamente José.

Al retirar la mano de la mejilla de Manuel, ésta ya no estaba enrojecida. Manuel se encontraba mucho mejor. Estaba tranquilo y sentía felicidad. Pero había algo que le atormentaba.

-   Señora – preguntó el pequeño - ¿Podría saber cuál es vuestro nombre?
-   María – le contestó ella con una sonrisa.
-   María… - repitió Manuel – Mi mamá se llama Carmen y también es muy guapa y muy buena.
-   Me alegro mucho de eso pequeño. Ve ahora con tu padre, José y yo hemos de continuar nuestro camino. Regresa hoy pronto con tu madre y bésala cuando llegues.
-   Siempre lo hago señora.

En esto que el pequeño puso su mano sobre el vientre de María y le susurró al bebé que había en su interior.

-   Tienes suerte bebé. Tu mamá también es muy buena.

Había llegado el momento de continuar, si bien antes de la marcha, José preguntó a Tomás y Antonio si conocían algún lugar donde podían pasar la noche en caso de que no les diese tiempo a volver. El parto estaba cerca.

Le indicaron que había una especie de posada algo más adelante. Por su parte, Antonio y Manuel continuaron su camino. Antonio iba en silencio, pensativo. Manuel iba a su lado, contento, eufórico. Su rostro ahora estaba enrojecido por el frío, no por la fiebre. De pronto se encontraba bien, era increíble el poder de recuperación de los niños.

Por su parte, Manuel sabía que aquella señora era especial. La había visto en sueños la noche anterior y cuando posó la mano sobre su vientre, notó como su malestar se iba. Tenía muchas ganas de que el día acabase, deseaba volver a su cabaña, junto a su madre. Estaba deseando llegar y que ella viese que ya estaba bien.

Para Antonio y Manuel el día fue transcurriendo con normalidad. Para José y María, el día se fue complicando. La noche se acercaba, María sabía que el momento llegaba y no tenían donde pasar la noche. Cuando llegaron a la posada que les habían indicado Tomás y Antonio, el lugar estaba lleno debido a las gentes que habían ido como ellos a pagar sus impuestos.

El señor de la posada se apiadó del estado de María y les dijo que podían dormir si querían en el establo, junto a los animales. Al menos, ellos le darían algo de calor.

Y así fue como el hijo de Dios nació en un establo, en un pesebre. Con el amor de sus padres y el calor de un buey y una mula.

En el cielo una gran estrella brillaba con fuerza. Antonio y Manuel la vieron desde el monte. Ya pensaban regresar cuando un maravilloso ser les salió al encuentro.

-   El hijo de Dios ha nacido – les dijo – Podéis ir a adorarlo. Se encuentra en Belén, en la posada que le indicasteis esta mañana.

Dicho esto, desapareció.

Padre e hijo comenzaron rápidamente el descenso. Por el camino fueron encontrando otros pastores que bajaban del monte. El ángel los había visitado y todos sabían que había nacido el hijo de Dios. Allí mismo, en Belén.

-   Lo sabía padre. Sabía que era un niño especial- le dijo emocionado Manuel a Antonio.
-   Debemos ir a verle Manuel. Pasaremos a por tu madre e iremos todos juntos en familia. No tenemos mucho, pero le llevaremos la harina que tengamos y una oveja del rebaño. Comprenderán que no podamos llevarle más.
-   Te equivocas padre, le vamos a llevar mucho más. Le llevaremos nuestro amor.

Al llegar a la cabaña se quedaron sin habla. Carmen estaba sentada en la mesa esperándoles. A ella ya había llegado la noticia del nacimiento de Jesús. Alrededor de ella había sacos de harina, agua, aceite y vino.

     Manuel la besó, tal y como le prometió a María. Antonio la interrogó con la mirada.

-   Me fui al bosque Antonio. No tenía que comer y fui a por algún fruto. Se me hizo tarde, no encontraba nada. Al regresar un ser hermoso me dijo que había nacido el niño de Dios y que en casa encontraría un regalo para Manuel y su familia. Y fíjate – dijo señalando a su alrededor – aquí hay sustento para meses.

Manuel veía a su madre llorar, pero sabía que no lloraba de pena, sino de alegría. Se dirigió a su jubón, en medio de aquella tela raída estaba su bien más preciado. Nunca lo llevaba al monte porque tenía miedo a perderlo. Era un pequeñito pez de madera que su padre le talló. Lo cogió y miró a su padre pidiéndose su aprobación con la mirada. Su padre lo entendió a la primera y asintió sonriendo.

     Cuando el día comenzó, pensó Antonio, su hijo enfermaba cada vez más, no tenían alimentos, estaba abatido y destrozado y sin ilusión por nada. Al finalizar el día, su hijo estaba sano, su familia tenía sustento para meses, volvía a tener esperanza en el futuro y en ese niño que tal vez los salvaría a todos.

     Claro que no le importaba que su hijo le regalase al pequeño el pez de madera. Iba a llevarle a aquél niño su bien más preciado, su único juguete. Pero a su vez, aquel niño iba a darles a ellos fe y esperanza.

     Los tres partieron a adorar a Jesús. Por el camino iban encontrándose con aldeanos por doquier. La estrella brillaba con intensidad sobre la posada. Se respiraba paz. Había nacido el niño de Dios en un portal.

* * *

Felices fiestas para todos, feliz Noche Buena y feliz Navidad. Tanto si podéis pasar las fiestas junto a vuestras familias, como si habéis perdido a alguien y notáis ese hueco en vuestro corazón, os deseo que paséis estos días con amor y tranquilidad. Que el verdadero espíritu navideño os guíe y os recompense.

Os deseo mucha felicidad para todos y ojala el nuevo año sea más benévolo y nos dé un respiro a todos. ¡Felices fiestas!


Violeta

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