Ésta
es una historia algo peculiar. Os hablo de la historia de Blancanieves III,
cuya predecesora, Blancanieves I, había sido mundialmente conocida por todo el
mundo gracias a su historia de aventuras y amor. Aventuras vividas junto a los
siete enanitos, amor compartido con su querido y apuesto príncipe.
De todos es conocido que la dulce, hermosa
y gentil Blancanieves del cuento infantil, existió en realidad. Nadie lo pone
en duda. Ni que decir tiene que desde aquella época se endulzan las manzanas, a
fin de que su sabor sea aún más apetecible.
Evidentemente, todo proceso requiere de un
camino a recorrer. Partiendo de un punto A, no llegamos a un determinado punto
C, sin pasar por el punto B.
Con este lío de letras solo quiero que
entendáis algo sencillo. En su momento, nuestra Blancanieves primigenia, y su
querido y amado príncipe, aquel hombre encantador y maravilloso que vestía
calzas de lana ajustadas y no tenía ni un ápice de tripa, tuvieron una
descendencia sin par. Como ya había siete enanitos decidieron ser prácticos. Os
recuerdo que en aquella época no había televisión, y a la larga, tanto ir al
bosque, termina dando sus frutos.
Por todo ello, nuestra querida Blancanieves tuvo catorce
hijos. De esta forma, cada enanito podía encargarse del cuidado de dos de
ellos. Tarea fácil y a la que se dedicaban con alegría de espíritu. ¡Ah! ¡Qué
tiempos aquellos!
Nadie cuenta, pero yo os lo aviso, que la
malvada madrastra murió de un golpe de ego. Tras su regreso de la frustrada
búsqueda de la fuente de la juventud, descubrió que era abuelastra de catorce
retoños. Fue tal la impresión, que cayó fulminada al instante. Pobre. Tan
apañada como era ella con sus truquitos de cocina.
Varias generaciones después, llegó nuestra
Blancanieves II. Su destino era realmente incierto pues nació en una época muy
diferente a su antecesora. Os hablo de una época de independencia y luchas. Concretamente,
nuestra joven heroína era hippy. Amor libre, flores en la ropa y el pelo,
libertad, y sobre todo, en lugar de siete enanitos como compañeros de fatiga,
siete amantes libidinosos.
En verdad, esta dulce joven era algo más
lista que la primera, eso sí, a veces los excesos se pagan. En este caso,
nuestra protagonista conoció a su príncipe azul en una clínica de desintoxicación.
El susodicho era encantador, no llevaba calzas ajustadas de lana, entre otras
cosas porque el calentamiento global ya había empezado a ser juguetón con las
temperaturas, pero si es cierto que aquella ropa hippilonga le sentaba bien.
Además, qué mejor compañero para compartir tu vida que aquél que todo lo
soluciona poniendo los dedos en forma de “v” y diciéndote… “Paz hermano”.
Sin más complicaciones. Realmente, en este
caso, no iban a tener catorce hijos. Ya por ésta época se sabía que eso era una
barbaridad, una caravana solo tenía capacidad para unos cinco hijos y el
matrimonio. Por tanto, se reducía el nivel de natalidad.
En cuanto a la madrastra, bueno, la
madrastra que nos ocupa era mucho más moderna. En este caso no intentaba dar
mamporrazos a diestro y siniestro con manzanas envenenadas. Era un despilfarro
total de fruta y la cosa no estaba tampoco para eso. En este caso, ella soñaba
con que Blancanieves muriese por algún tipo de enfermedad venérea o algo así,
con tanto despiporre. Se le salió el tiro por la culata. Por ello, decidió ser
práctica. Para fastidiar a su hijastra simplemente se mudó a otro lugar y de
ésta forma no tenía que ayudarles con los niños. Era mucho más doloroso y
malvado que el plan de la anterior, como bien habréis podido comprobar.
Pero bueno, ya está bien de hablaros de las
anteriores. Ahora, le toca el turno a nuestra protagonista real. A nuestra
Blancanieves III.
Para su descripción tengo un problema.
Básicamente se ha echado tantos tintes que no sé cuál es su color real de
cabello. Ahora, en estos momentos, su pelo es de un hermoso color rosado.
En este caso, nuestra querida protagonista
ha conocido a su príncipe azul por Internet. Antes, probó con varios elementos
que estuvieron a su disposición, pero no llegó a “cuajar” con ninguno de ellos
por motivos varios.
Su primer novio quería casarse. Grave
error. Su segundo novio no quería que hablara o tonteara con nadie aparte de
él. Grave error. Su tercer novio la seguía a todas partes. Grave error. Su
cuarto novio tuvo la osadía de sugerirle que planchase su ropa. Grave error. Su
quinto novio no sabía cocinar. Grave error. Su sexto novio fue el peor de todos
ellos. Le quitó las ganas de casi todo, porque para empezar, era un hombre con
malos pensamientos, una especie de psicópata que le había sugerido que debían
vivir juntos porque así ella podría encargarse de la colada. Gravísimo error.
Lo dejó al instante.
En vista de la situación complicada por sí
misma, decidió acudir al gran e interesante mundo de las comunicaciones vía
Internet. De esta forma conoció al séptimo candidato a formar parte de su vida.
Comenzaba a desesperarse, a su edad, y sin un hombre que formase parte de su
vida. Tal vez había exigido mucho.
Genaro, que así se llama el susodicho
elemento, se definió a sí mismo como un hombre culto, un hombre al que le
encantaba pasear, bailar, ir al cine, leer, practicar deportes. Vamos, en sí,
un candidato que se puede tener en cuenta. A través de la cámara de la Web se le veía incluso
atractivo. Pero lo mejor de todo, una de sus aficiones, la cocina. Se definía a
sí mismo como un hombre muy organizado que adoraba tener todo en orden y al que
le encantaba cocinar para relajarse.
¡Guau! ¡Menudo chollo! Pero ahí no acaba
todo. El no va más del novio perfecto. Su madre vivía en el extranjero y era
dueña de un salón de belleza muy competitivo y especial donde incluso aplicaban
botox. Por tanto, esta señora seguro que era una belleza sin igual, y
evidentemente una póliza de seguros para nuestra protagonista.
Ambos se pusieron en contacto para
conocerse personalmente. Ello se debió a que él utilizó unas hermosas palabras
de amor que a ella se le quedaron en el alma, no sabía muy bien por qué, pero
siempre, en su familia, de generación en generación, habían tenido una
consigna. “Cuidado con las manzanas”. Por ello, cuando accidentalmente, su
querido Genaro le explicó que era “alérgico” a las manzanas, Blancanieves lo
tuvo muy claro. Él era su príncipe ideal.
Llegó el gran momento de verse cara a cara.
Blancanieves estaba realmente hermosa. Su pelo rosado se veía aún más bello con
un ligero escaldado que se había hecho en el flequillo. Su sombra de ojos a
color con su tono de pelo era… digamos, ¡impactante! Llevaba un vestido para la
ocasión que ella considera de los mejores que tenía. De color negro, para que
fuese más elegante, con un hermoso escote en la espalda, y con una faldita muy
mona que acentuaba sus maravillosas curvas.
Estaba muy guapa y totalmente ilusionada con conocer a Genaro.
Y… ¡ahí está! ¡Genaro! ¡Vaya! ¡Qué guapo!
¡Qué fuerte! Uy, un momentito, espera, le falta algo… Oh, le falta al menos
medio metro en relación a la altura que dijo que tenía por Internet. Así a
simple vista Blancanieves calculó que mediría un metro sesenta y cinco más o
menos. En Internet le dijo que medía un metro ochenta. No es que importe mucho,
seguro que no lo hizo con mala intención, al fin y al cabo, eso no tiene tanta
importancia y todo lo demás, es genial.
Por ello, ni corta ni perezosa le sonríe,
le saluda y comienzan a conocerse.
Estupendo, ¡es encantador!
-Por
cierto Genaro, no es que importe mucho, pero… en Internet me dijiste que medías
un metro ochenta.
-¿De
veras? Pues, lo siento, estaría pensando en otra cosa. Pero, no es ningún
obstáculo ¿verdad?
-Verdad
– le sonríe ella.
Y comenzaron a quedar. No en el cine, porque
casualmente en ésa época no había ninguna película que fuese lo suficientemente
intelectual para el gusto de Genaro, tampoco quedaron para hacer deporte,
porque en ésa época hacía mucho frío y no era bueno. Eso sí, iban a la
biblioteca. Mucho. Genaro se llevaba montones y montones de libros. Le
encantaba leer. Es más, se pasaba horas leyendo.
Cuando ya llevaban un tiempo de esta guisa, Genaro le
propuso a Blancanieves vivir juntos. ¡Vaya! ¡Menuda decisión! Pero… era
perfecta, porque no le había pedido matrimonio, sólo vivir juntos una
temporada, a ver qué tal. A los dos le gustaba ver televisión, a los dos les
gustaba pasear. Bueno, Genaro solía estar muy ocupado con su trabajo, pero
cuando podía iba con ella. La había acompañado por lo menos un par de veces en
los últimos meses. Pobre. ¡Demasiado se esforzaba!
Por otro lado estaba el tema de la cocina. Genaro ya
le había preparado un par de platos deliciosos. Espaguetis y huevos a la
flamenca. Cierto que los espaguetis no llevaban mucho condimento, pero es que
hay que ser sano y no abusar de las especias. Aún recuerda el primer día que los
probó.
-Mmmm,
están muy buenos cariño. De veras.
-¿Te
gustan?
-Claro
Genaro. Una cosita, no llevan… nada aparte del tomate ¿cierto?
-Sí.
Es que tanto condimento no es bueno. Pero no es ningún obstáculo ¿verdad?
-No,
claro que no.
¡Qué suerte que Genaro fuese tan culto y práctico! Y
luego estaba el tema de la limpieza de la casa. Genaro tenía la casa impoluta.
¡Qué orden! ¡Qué limpio todo! ¡Qué planchadas las camisas y los pantalones!
¡Qué maravilla!
Se fueron a vivir juntos. El amor es un sentimiento
maravilloso y Blancanieves estaba loca por este hombre y todo lo que
significaba. Es cierto que no tenían demasiadas aficiones comunes, pero tenían
otras cosas en común. Es verdad que ya Genaro no cocinaba, pero es que llegaba
muy tarde del trabajo y ella estaba allí más tiempo que él. Es cierto que no
practicaba deporte, pero es que con tanto trabajo, llegaba demasiado cansado.
Además, él siempre decía con toda la razón que todo ello eran pequeños
detallitos. En realidad, todo aquello no suponía ningún obstáculo ¿verdad?
Una mañana, Blancanieves se levantó muy temprano.
Quería ir al parque a hacer footing. Antes de salir a correr se fijó en su
alrededor. La casa estaba desastrosa. No entendía muy bien que había podido
pasar. Genaro era muy ordenado. Curiosamente, él, que se despertó en ese mismo
momento, debió ver lo mismo que ella porque le comentó con mucho amor.
-Cariño,
en lugar de ir a correr, deberías adecentar un poco todo esto ¿no crees? Yo es
que tengo una cita muy importante.
-¿Genaro?
¿Por qué ahora no eres tan ordenado?
-Es
que como tú estabas aquí decidí despedir a la asistenta. Pero no es ningún
obstáculo ¿verdad?
En ese instante, Blancanieves III se fijó
bien en el amor maravilloso que tenía ante sí. Obviamente, en los últimos meses
Genaro había puesto en su cintura los centímetros que le habían faltado en
altura. Se detuvo un segundo a pensar y llegó a la conclusión de que realmente
de todo lo que Genaro le había prometido y con lo que la había seducido,
prácticamente no existía nada. Sin embargo, ella había comenzado a hacer
deporte, había aprendido a cocinar, era mucho más sociable… ¡Guay!
-Verás
amor – le dijo Blancanieves con una hermosa sonrisa - ¿ves lo que hay aquí? –
le pregunta a Genaro, señalando para ello su cuerpo.
-Sí
amor, claro- le responde él – una tía increíblemente guapa y por supuesto
apañada.
-Sí.
Soy guapa y apañada, y además soy una persona que acaba de darse cuenta de que
le están tomando el pelo. Me has mentido, y no me refiero a la altura, eso me
da igual. Me estás utilizando, eres egoísta, vago, mentiroso, e incluso ahora
que me fijo, no eres tan guapo. Independientemente del porte físico, quiero un
hombre que me aporte en la vida. Por ello te dejo. Espero que me recuerdes con
cariño, aunque tendrás que volver a contratar a la asistenta, tendrás que
volver a hacer deporte si quieres volver a estar “presentable” en Internet y
esas cosillas, pero… eso no será ningún obstáculo en nuestra amistad ¿verdad?
Y dicho esto, salió con una amplia sonrisa de alegría
y un inmenso alivio en su interior. Curioso. Siempre había buscado al hombre
perfecto sin darse cuenta que lo que realmente necesitaba era aceptarse y
quererse a sí misma. El amor, vendría después, con alguien que la
complementara, no que la anulara.
Desde allí se fue derechita al mercado a comprar
manzanas. Nunca las había probado, por lo de la herencia familiar. Mmmmm
¡Deliciosas! Las manzanas estaban deliciosas. Lo que no es bueno para una
persona, puede ser bueno para otra y al contrario.
Finalmente, decidió poner una pastelería donde la
especialidad era la tarta de manzana. Allí conoció a Javier. ¿Guapo? Depende
con quien se compare. Para ella, el mejor. ¿Alto? Depende con quien se compare.
Para ella, perfecto. ¿Su media manzana? Parecía ser que sí.
Violeta.
(Dedicado a
amigas algo perdidas y a amigos con sentido del humor. Ellos me entienden.)
Dña. Violeta me sorprende su dedicatoria, ¿es algo machista?, ¿quiere decir que sus amigAs están perdidas pero en cambio sus amigOs tienen sentido del humor?, jo, presénteme a sus amigos porfa.
ResponderEliminarTal y como le he comunicado a la administradora de este blog vía sms (sí ya sé lo del whasapt pero qué le voy a hacer soy tradicional, soy un hombre "sin guasa") el comentario del pasado día 9 se me debe adjudicar a mí, a K-anibal; ya sabéis, las prisas, la regla, en fin, que una lo hace todo corriendo y se equivoca.
ResponderEliminarNada contra ese sr/sra pero a mi me gusta tener más "guasa" y no ser tan ñoño/a, dicho sea, por supuesto, con todos los respetos.
¡Ay Dios¡ con lo que una tiene que hacer y en los líos que se mete¡