En un país muy lejano, hace ya muchos años, vivía un matrimonio de la realeza que no tenía
hijos a pesar de su edad. Sus majestades habían oído hablar de una hechicera
que podía ayudarles, pero el temor al pago solicitado, les hizo ser prudentes y
esperar a la sabia naturaleza, mas en este caso, no recibieron esa ayuda.
Al principio, la reina
mostró gran reticencia, también cierto es, que con el transcurso del tiempo se
sentía cada vez más lejana al cumplimiento de su añorado sueño. Por ello,
llegado el momento, su deseo de ser madre fue más fuerte que el miedo a las
consecuencias de aquella petición. Por su parte, su majestad el Rey quería un
heredero lo antes posible a fin de poder formarle para su labor como regente.
Tras mucha meditación, ambos contactaron con aquella extraña mujer que les
aseguró poder ayudarles.
De todos es conocido, que en
aquella época, las hechiceras tenían un importante poder, pero normalmente no
daban nada a cambio de nada. Por tanto, si daba un hijo a los reyes, ellos
tenían que entregar a cambio un importante favor.
-Tendréis dos hijos majestad- aseguró la hechicera a la reina tras tocar
su vientre.
-¿Dos? ¿Estáis segura?-
-Así es.
Mientras la hechicera les
hablaba no dejaba de moverse de un lado a otro de aquel pequeño cubículo que
llamaba morada. Una especie de cobertizo en mitad del bosque protegido por no sé
qué encantamiento que sólo dejaba que fuese visible cuando su propietaria así
lo requiriese.
-Y dime hechicera, ¿qué va
a costarnos este favor?
-Muy buena pregunta majestad. Quiero dos cosas a cambio, una por cada
hijo. Si en algún momento no satisfacéis mi petición, o solo me complacéis con
una de mis solicitudes, uno de vuestros hijos perecerá de inmediato.
-Veo que sois bastante drástica- contestó malhumorado el rey.
-Por supuesto majestad. La experiencia me ha enseñado que hay que ser
muy claro a la hora de hacer un trato, da igual que el peticionario sea plebeyo
o de la realeza.
-Me ofendéis hechicera. Pero no estoy en condiciones de rebatiros nada.
Por fortuna, lo único que ahora necesitamos su majestad la reina y yo es poder
ser padres. Así que por favor, insisto en mi pregunta, ¿qué solicitáis a
cambio?
-Como antes he desvelado, tendréis dos hijos. Hembra y varón. Cuando
ella cumpla dieciséis años será desposada con un hombre venido de lejos. No
será príncipe, más ella lo aceptará.
-¿Cómo podrá identificarlo?
-Tranquilo majestad. Llegado el momento sabréis de quién se trata. Al
desposarse, él se la llevará a unas tierras lejanas, de donde él proviene y de
estas tierras vuestra hija me hará llegar unas especias que necesito.
-¿Y el otro favor?
-Vuestro hijo también se desposará. Contraerá nupcias con una princesa
extranjera. En este caso, ella vendrá a vivir a palacio, pero es muy importante
que en la dote se fije y deje claro que ella debe aportar un objeto muy
importante. Una tinaja.
-¿Cómo? ¿Una tinaja?- preguntó incrédula la reina.
-Así es. Es una antigua reliquia de familia que años atrás se extravió
por una inadecuada acción del destino.
Ambos reyes se encontraban
dudosos y preocupados.
-¿Se da usted cuenta de que estamos hablando de cuando crezcan? ¿No
desea más pronta respuesta?
-No. La paciencia es una de mis virtudes. Todo está estudiado. Ha de ser
así.
A pesar de las dudas, los
reyes decidieron seguir adelante, pues en los años venideros podrían encontrar
una solución, una vía de escape a las peticiones realizadas. Con ese
autoconvencimiento decidieron continuar y nueve meses después llegaron los príncipes
Leonor y Andrés al mundo.
Pero el tiempo pasaba y los
reyes no habían encontrado una solución al dilema planteado.
Y el tiempo transcurría.
Pocos meses antes de que la princesa Leonor se acercase a su dieciséis
cumpleaños, un joven se acercó un día a palacio. Su tez era oscura y vestía
extraños ropajes. Su lengua no era extranjera, pero tenía un acento peculiar.
De inmediato, la princesa se sintió atraída por las historias que él contaba.
El joven era un cuentacuentos. Se ganaba la vida viajando de palacio en
palacio, contando historias por doquier y llevando la fantasía a pequeños y
mayores.
Leonor se sintió atraída por
él. Le gustaba su voz, su calidez, la forma en que relataba las historias y el
poder viajar por todos los confines del reino. Pronto cumpliría dieciséis, se
hacía mayor y aún no había contraído nupcias. Temía que al hablarlo con sus
padres, éstos se negaran pues el joven no tenía sangre real, pero cuál fue su
sorpresa cuando sus padres mostraron plena aceptación por el enlace. Sólo una
extraña condición. El joven matrimonio habría de volver a palacio en el
transcurso de un año y portar consigo una serie de especias.
Los esponsales se celebraron
entre vítores y celebraciones a las cuales acudió una anciana que en un momento
del festejo se acercó cautelosa a sus majestades.
-Casi habéis cumplido mi primera petición. Si dentro de un año vuestra
hija aporta las especias solicitadas, será libre de continuar viviendo su vida
conforme al libre albedrío.
Y así fue. Justo al año,
Leonor y su esposo acudieron a palacio con pequeños cofres que contenían
azafrán, canela y otro tipo de especias exóticas y desconocidas que de
inmediato los reyes llevaron a la hechicera. Junto a ellos, viajaba una pequeña
comitiva que se les había unido por el camino. Una princesa venida de lejos buscaba
asilo en palacio. Venía desde tierras muy remotas huyendo de un matrimonio no
deseado. Escapó en plena noche y sólo algunos siervos decidieron acompañarla.
Cuando el príncipe Andrés la
conoció quedó prendado de inmediato. No solo de su belleza, sino de su forma de
hablar, su gracia, sus movimientos, las historias que relataba. Para Andrés,
ella era una joven sin igual, valerosa y decidida. Así que pensó en una
solución al problema de la muchacha, se desposaría con ella.
En unos meses, Andrés y la
princesa Jade se casaron en palacio, renunciando por entonces el monarca a su
reinado y delegando en su hijo la corona.
Pero había otra cuestión
pendiente. El príncipe aconsejado por sus padres, había pedido como única dote,
un extraño objeto. Una antigua tinaja. Debido a las circunstancias especiales
del matrimonio, los jóvenes contrajeron nupcias y la dote aún no había llegado.
Al parecer, esta tinaja era de un gran valor para su padre, por lo que el príncipe
decidió que como viaje de novios viajarían al país de su amada y traerían
personalmente el tal ansiado objeto.
Pocos días después de la
ceremonia, Andrés y Jade pusieron rumbo hacia tierras lejanas. Jade no entendía
porque su padre se había mostrado totalmente reacio a enviarles la mencionada
tinaja. Ella había visto ese objeto multitud de veces, era una tinaja vieja,
incluso quería recordar que tenía algunas grietas. No entendía ni la petición
de su esposo ni la negación de su padre. Si bien era cierto que este último
estaba furioso con ella, también era cierto que al descubrir que el joven príncipe
ya era rey en su tierra y por tanto su hija era reina, esto suavizó bastante la
enredosa situación y lavó el honor de la familia.
Pero ante la insistencia de
sus suegros aludiendo a que era de importancia vital que la tinaja llegase a
estas tierras, decidieron partir. Sin otra vía posible, tuvieron que explicar
al joven matrimonio la historia de la hechicera y el temor a que si la tinaja
no estaba en manos de ella en poco tiempo, tal vez Andrés pudiese perecer.
Jade creía en este tipo de
historias pues en su lejana tierra se hablaba incluso de genios en el interior
de lámparas de aceite. Por ello, convenció a Andrés de que no había más remedio
que traer esa tinaja.
Pronto empezaron su caminar.
Jade temía el reencuentro con su padre a pesar de que sabía que éste la había
perdonado. Lo que no entendía era el porqué de aquella vieja tinaja. Ella
perdió muy joven a su madre y su padre había sido su única familia. Hasta el
momento de la boda concertada, su padre y ella nunca habían discrepado en nada.
Durante el camino, el joven
rey se sintió desfallecer. El camino se hacía interminable y el muchacho
presentaba raros síntomas. Ahora tenía frío, ahora calor, hasta que finalmente
su cuerpo presentó tal abatimiento que tuvo que realizar el resto del viaje
tumbado.
Por fin la silueta del
castillo se recortó en el horizonte. Jade sintió una especie de opresión en el
pecho que la avisaba de que algo no iba bien. Al llegar a las estancias de
palacio, una pequeña comitiva salió a recibirles. Sin embargo, su padre no
estaba entre ellos. Al entrar en palacio, Andrés hizo un esfuerzo y se puso en
pie. Pero su rostro se mostraba ceniciento y temblores recorrían su cuerpo.
El padre de Jade se mostró
igualmente pálido al ver el estado en que se encontraba su yerno, y palideció
más aún cuando Jade le relató la historia de la tinaja y la hechicera.
-Hija mía, la tinaja se rompió- le explicó el rey.
-¡No puede ser! ¡La vida de mi esposo depende de ello!
El rey bajó la cabeza triste
y afligido, mientras Jade rompía en sollozos inconsolables. Por fin había
encontrado al amor de su vida y lo iba a perder. Tal vez si conseguía llegar a
tiempo a la cabaña de la hechicera… tal vez el mago de palacio podría
ayudarles… Estaba desesperada. Tan desesperada que bajó a lo más profundo de
las mazmorras donde solía encerrarse de niña jugando a correr mil aventuras.
Cuál fue su sorpresa cuando al llegar se apoyó en un viejo catre con unas
mantas y notó algo duro. Al retirar las mantas observó anonadada la tinaja
envuelta en ellas.
-No debiste bajar aquí hija mía.- la increpó su padre.
-¿Padre? ¡Nos ha mentido! ¡La vida de mi esposo está en juego!
-Y la tuya también hija mía.
El rey se sentó al lado de
la joven y le relató una historia singular.
-Cuando yo era joven quería recorrer el mundo. Antes de contraer nupcias
quería vivir aventuras sin par. Mi mayor deseo era conocer nuevos mundos. Lo
que no esperaba era encontrar el amor. Conocí a una bella joven. Lo tenía todo
y perdí la cabeza por ella. Tu abuelo quería que yo casase con una princesa del
condado vecino, pero yo estaba enamorado de ella. Sin embargo, el tiempo iba
pasando, yo maduraba y envejecía, mas ella seguía joven. Hasta que una noche la
seguí a las mazmorras y me quedé helado. Vi como vertía agua en esa tinaja.
Después echaba en ella una serie de especias y pronunciaba un conjuro, tras el
cual vertía agua en un recipiente y la tomaba. De inmediato, su cutis
resplandecía, su cabello brillaba… Me asusté e intenté salir sin ser visto, mas
tropecé y ella me descubrió.
El rey hizo una pausa y con
mucho trabajo continuó su historia.
-Estaba haciendo brujería. Gracias a la tinaja, jamás envejecía. Me ofreció
compartir el secreto, más yo me negué pues siento pavor por todo lo no explicable.
Ella enfureció y me dijo que si algún día la tinaja abandonaba estas
dependencias, mi primogénito moriría. Y ésa mi querida niña, eres tú.
-Pero padre. Ella está muy mayor y reclama la tinaja. Lo que no entiendo
es como no ha venido ella a llevarla.
-No puede. Cuando mi padre descubrió lo que había pasado, la desterró e
hizo que un mago venido de lejos hechizara el palacio. Ella jamás podrá entrar
en este lugar. Necesita quien porte la tinaja hasta ella.
-O sea, si me la llevo, moriré. Si no la llevo, morirá Andrés.
-Así es.
La joven no sabía qué hacer.
No quería morir, pero tampoco soportaba la idea de perder a su querido esposo.
¿Qué hacer? Y
entonces tuvo una idea. Sabía que la bruja ya tenía las especias, sólo
necesitaba la tinaja para hacer el preparado. Procedió a contar a su padre la
idea que empezó a germinar en su mente.
Unos días después, la
comitiva abandonaba el palacio y se dirigía al palacio de Andrés y Jade. La
tinaja iba fuertemente sujeta en un compartimento, envuelta en lienzos para no
romperla. Jade no había comentado nada a Andrés, ya que él iba a portarla y no
quería ponerle nervioso y que ello los delatase.
Conforme se acercaban a la
cabaña de la hechicera, Andrés empezó a mejorar, a mostrar mejor aspecto. Jade
al contrario, estaba algo pálida.
Ya en la cabaña, el muchacho
cogió la tinaja con cuidado y la depositó ante la anciana, quien impaciente
comenzó a verter agua con especias en ella, sin tan siquiera retirar el lienzo.
Mas el líquido que vertía dentro de la misma se filtraba por las grietas y
formaba un gran charco en el suelo. Era imposible beber de ese filtro.
-¡Qué has hecho insensato!
El joven rey la miraba sin
comprender, pero su fortaleza volvía por segundos. De pronto, Jade dejó de
ocultarse tras la puerta y pasó al interior. Ya no estaba tan pálida.
-Hemos traído la tinaja, tal y como exigiste.
-¡Pero el agua se filtra y se sale! ¡Y tú! ¡Tú deberías estar muerta!
¡Deberías haber muerto en el camino!
-Mire bien la tinaja.- la retó Jade.
Entonces la hechicera quitó
los lienzos que protegían su base y observó incrédula como la tinaja no tenía
fondo.
-Fue harto difícil quitar la base para que nada se pudiese guardar en
ella. La base permanece junto a mi padre, en su palacio. Si no me equivoco, al
dividir la tinaja, hemos roto el encantamiento.
La hechicera los miró a
ambos y empezó a reír descontrolada.
-Eres tan inteligente como en su juventud lo fue tu padre- le dijo a
Jade- He esperado años y años, paciente. Tú debías traer la tinaja para salvar
a tu amor, y por consiguiente, morir en ello. Después, yo rejuvenecería y me
desposaría con él convirtiéndome en reina. Ahora, para rejuvenecer necesito la
base. ¡Y ya no tengo tiempo!
Y dicho esto, la anciana
cayó al suelo y poco a poco se fue reduciendo hasta desaparecer, quedando por
fin libres todos los que habían sido hechizados por ella.
Moraleja:
La base de la tinaja es el corazón y el resto la cabeza. No podemos
separarlos o dejarán de funcionar. A veces, tenemos que decidir entre lo que
nos dicta el corazón o lo que nos manda la cabeza, pero hemos de conseguir
llegar a un término medio y hacer que ambos coexistan o no funcionará. Salvo en
contadas ocasiones, en los que la magia permite que decida el corazón.
Violeta
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