Queridos lectores, este relato era para la noche de San Juan, ¡¡¡pero con los exámenes se me pasó!!! Pido disculpas y os dejo con este maravilloso relato de nuestra querida Violeta:
El viejo
José intentaba subir aquella cuesta vertiginosa, pero la cuesta crecía y
crecía, se empinaba más y más conforme el calor aumentaba. A sus ochenta y
cinco años era según sus propias palabras el hombre más feliz del pueblo. Bueno,
tal vez ésa fuese una afirmación algo presuntuosa, pero lo que sí era cierto,
era que cuando nuestro querido amigo llegaba con sus cántaros de agua a lo alto
de la cima de aquella cuesta, su sonrisa era infinita.
A pesar
del calor asfixiante y de la edad de nuestro querido amigo, cada día él seguía
llevando los cántaros de agua al molino como si en ello le fuese la vida. Más
de una vez y de dos, algún que otro vecino había intentado convencerle para que
instalase de una vez un sistema de riego apropiado, pero él siempre contestaba
que cuando su cuerpo no estuviese por allí, que hicieran lo que tuviesen que
hacer.
Cada
noche, después de cenar, el viejo José, como él
mismo se denominaba, acudía a la plaza del pequeño pueblecito donde
residía y se sentaba en un banco rodeado de todos aquellos niños que querían
escuchar sus historias. Noche tras noche les regalaba trocitos de vida y
experiencias vividas que aquellos chicos absorbían como esponjas.
“Bendito
verano” pensaba el viejo José. Cuando el invierno llegaba le dolían todos los
huesos sin excepción. Ahora en verano, había uno o dos que se quedaban como
dormiditos con el calor y le permitían un descanso. Aquellos chicos no tenían
colegio y podían acompañarle mientras él les relataba sus historias, la mayoría
reales, algunas tal vez adornadas para crear expectación.
Aquella
noche era especial. Era la Noche de San Juan. En el ambiente ya se podía
comprobar la euforia de la noche. Se preparaban las típicas fogatas que darían
fuerza al sol durante el largo verano purificando a la vez a aquellos que las
observaran.
El viejo
José sonreía con cierto carisma misterioso mientras dejaba descansar su agotado
cuerpo en el banco que ocupaba cada noche de verano en la plaza. Los chiquillos
del lugar que iban correteando de aquí para allá, al verle, se acercaron sin
dudar. ¡Cuántas historias les había contado ya el anciano!
El pequeño
Arsenio, nieto de José, era uno de sus espectadores favoritos. Presumía ante
todos de ser el nieto del “viejo José”. Adoraba ver como sus amigos se
acercaban a escuchar a su abuelo y luego incluso comentaban algunas de sus
anécdotas y sucesos.
Aquella
noche, mientras los adultos empezaban a preparar el tema de las fogatas, los
niños se acercaron a nuestro amigo.
-
Abuelo- comenzó Arsenio- ¿por qué sonríes hoy así de raro?
-
Buena pregunta zagal. Ven, acércate. Esta historia es muy especial para
ti, porque gracias a ella, hoy estás aquí.- le respondió el abuelo.
-
Vaya…
El niño se sentó junto a su
abuelo y él empezó a relatar su historia.
-
Hoy es Noche de San Juan. Es una noche mágica, creedme. Hace muchísimo
tiempo, cuando yo era un niño como vosotros, mi padre me contaba que en la
Noche de San Juan la magia flotaba en el aire. Me hablaba de historias de
adoración al sol, de pureza de almas, y sobre todo, mi favorita, sobre la
leyenda de la Dama Encantada.
-
¿La Dama Encantada abuelo?- preguntó un interesado Arsenio.
-
Así es pequeño. Se relataba la historia de una bella joven que en las
noches de San Juan salía a peinar sus largos cabellos junto al arroyuelo que
pasa entre las grutas. La leyenda decía que era una joven de una belleza
inusual. Al parecer, su melena rubia retaba al propio sol. Hay quien decía que
era una joven princesa, otros que era un aldeana… todos coincidian en que había
vivido dolores de amor.
-
Seguro que todos estábais enamorados de ella – suspiró Claudia, otra
chica del grupo.
-
Bueno, ninguno la habíamos visto en verdad. Sólo escuchamos hablar de
ella. Aunque os aseguro que había amigos mios que intentaron verla, pero que yo
sepa, ninguno lo consiguió… hasta aquella noche mágica…
El anciano se detuvo un
momento para tomar aire y beber un poquito de agua. Sonrió al ver la cara de
expectación de los chicos y se asombró un poco cuando se dio cuenta de que
había dos o tres adultos que se habían unido al grupo y escuchaban igual de
atentos que los pequeños. Decidió continuar con su historia, sabía que tenía
poco tiempo, así que abreviaría un poco.
-
Bien, como os iba contando, era la noche de San Juan del año 1948. Yo tenía
en aquella mágica noche veinte añitos en mi cuerpo y quizás algunos menos en mi
cabeza -Sonrió recordando el momento-. Como otras noches de San Juan, mis
amigos y yo hicimos una fogata enorme y nos divertimos durante toda la noche
hasta que llegó la hora de recogernos, como solíamos decir. Pero mi padre era
el encargado del Molino que hay sobre la cuesta. Había que subir agua porque la
rueca del molino se había atrancado y el agua no giraba en la piedra. Así que
después de dejar a mis amigos, cogí los cántaros y me dispuse a subir el agua
para que a la mañana siguiente mi padre no me despertase a las cuatro de la
madrugada.
-
¿A las cuatro?- se extrañó otro chiquillo.
-
Para que os quejéis cuando os llamamos a las 8 para ir al colegio- le
amonestó un padre.
De nuevo el viejo José
comprobó que la audiencia iba aumentando y ahora había más personas adultas en
el grupo. Él decidió continuar con sus recuerdos.
-
Cuando llegué con el agua al molino eran ya casi las dos de la mañana.
La noche era calurosa y de pronto sentí una necesidad inmensa de ir al
arroyuelo de las grutas. Mi idea era darme un baño y refrescarme un poco… pero
entonces la vi. Sentada en una gran piedra a la entrada de la gruta estaba la
mujer más hermosa que había visto jamás. Su cabello era largo, pero del color
de la noche. Su piel sin embargo, competía con la claridad de la luna. Sentí
algo dentro de mí que me empujaba a ella a pesar de que en aquella época yo era
muy tímido. Al principio temí que se tratase de un espejismo. Luego recordé la
leyenda de la dama encantada, pero en la leyenda se hablaba de una joven que
peinaba sus rubios cabellos, y ella se trenzaba su pelo negro. Jamás he visto
un espectáculo igual.
El anciano detuvo su relato
y observó divertido como todos esperaban impacientes que lo continuase.
Torpemente me acerqué a ella
y le dije un tímido “hola”. Ella no me contestó, me miró con sus grandes ojos e
hizo un gesto de retirarse de la piedra.
-
“No por favor, no te vayas.
¿Quién eres? ¿Eres la dama encantada?
Su risa era igual de hermosa que ella.
-
Vengo desde lejos. Voy a un
molino que hay por aquí cerca y me ha sorprendido la noche y el calor. No tengo
dinero para hospedarme y me he quedado en estas grutas. Pero no vengo sola, mi
padre duerme en el interior de la gruta.
-
¿Vienes al molino?
-
Sí. Allí se fabrica la mejor
harina de todo el condado y mi madre es panadera. Tuvimos un percance y nos ha
cogido la noche. Mi padre quiere llevar mañana la harina a mi madre temprano.
Nos han dicho que el molinero empieza a moler al alba.
-
Así es. Soy hijo del
molinero.
-
De veras…
De nuevo, José volvió al
momento, a la realidad, y a su público.
-
Tal vez no fuese lo más correcto, pero estuvimos un buen rato hablando.
Hablamos de tantas cosas que no puedo repetirlas todas, pero en mi mente solo
había una obsesión. Ese ser tan maravilloso sólo podía ser un espejismo o la
auténtica dama encantada. Eso significaba que desaparecía con el alba y no
volvería a verla jamás. Así que intenté que me regalase un beso. El único beso
de amor que jamás recibiría pues mi corazón había quedado prendado en ella.
Pero ella se negó. ¿Cómo osaba pedirle sus labios si acabábamos de conocernos?
El anciano volvió a sonreír
con nostalgia.
-
Creí que mi vida se apagaba allí, presa de aquel amor que no podría continuar
al día siguiente. Intenté acercarme a ella para convencerla, pero ella al verme
se levantó del lugar donde estaba sentada. Con el agua del arroyuelo sus ropas
se habían mojado y al levantarse, su vestido marcaba más de lo que esperaba.
Con tal sorpresa y comportándome como un bobo, la miré a ella y no por donde
pisaba. Me caí. Perdí el equilibrio en una piedra y me caí con tan mala fortuna
que me golpeé en la frente y perdí el conocimiento.
El viejo José detuvo su
relato durante un momento y todos contuvieron la respiración.
-
La mañana del 25 de junio amanecí tumbado en el molino. Nada más abrir
los ojos tuve claro que todo había sido un sueño. Lo siguiente que noté fue una
gran angustia porque me había dormido y mi padre se iba a cabrear mucho conmigo.
Me senté en el catre y noté que me dolía la cabeza. Al llevarme la mano a la
frente noté una especie de trapo. Justo en ese momento entró mi padre.
-
Hijo, por Dios, no te
levantes. Anoche te diste un buen golpe en la frente. Has salvado la vida de milagro.
-
¿Anoche? Oh, padre, anoche
tuve el sueño más hermoso de toda mi vida. Soñé con la dama encantada.
-
¡Pues sí que te diste fuerte
zagal! Menos mal que mi amigo Carlos estaba cerca. Viene de vez en cuando con
su esposa a recoger harina para su panadería.
(Oh, no. ¡Su
esposa! ¡No había sido un sueño, pero ella mencionó a su padre, no a su marido!
¡Estaba casada! Me sentí morir.)
-
Mira- continuó mi padre –
éste es mi amigo Carlos. Esta vez no ha podido acompañarlo su esposa y viene
con su hija.
Todo el mundo contuvo el aliento.
-
Aún recuerdo ese momento. El aire volvió a entrar en mis pulmones
cuando la vi entrar. Tan hermosa como la noche anterior, ¡no! ¡más hermosa aún!
Sus grandes ojos que resultaron ser verdes a la luz del sol eran… cálidos e
incitadores a la vez. Estaba enamorado. No había duda. Me había enamorado de
una joven que yo pensé que era la dama encantada, pero el encantado era yo.
De nuevo el anciano hizo una
pausa. Su nieto le miraba expectante.
-
¡Sigue abuelo! ¿Qué pasó después?
-
Que me casé con él, por supuesto. Jamás había visto a un chico tan
guapo y tan torpe- contestó su abuela que había ido a buscar a su marido.
Todos rieron de aquella
ocurrencia. La anciana se acercó y besó al viejo José en los labios. Después,
como si todos esperasen una explicación, se giró y terminó ella la historia.
-
Me cortejó y nos casamos. Curioso, ya llevamos sesenta y cinco años
juntos. Todos sabéis que hemos tenido cuatro hermosos hijos y diecisiete nietos
– añadió acariciando la cabellera de Arsenio.
-
Ahora – continuó él- como cada noche de San Juan, nos iremos un rato al
arroyuelo, justo por detrás del molino. Molino al que por cierto sigo llevando
los cántaros de agua. Gracias a ello la conocí.
-
Así es, viejo cabeza dura- añadió la abuela.
-
Y por siempre, mi querida Clara encantada.
Violeta
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