Pocos placeres hay mayores que el pasear por
la orilla del mar, sobre todo a determinadas horas en que el mundo aún
descansa. Al amanecer el mar es mágico, es una especie de mundo independiente,
vivo y poderoso que nos atrae y asusta a la vez.
Esta
breve historia trata de una persona que adoraba el mar. Ángel era un hombre
maduro. Alrededor de sus ojos había arrugas y en su mente recuerdos de toda una
vida. Siempre fue un hombre tranquilo. Pescador de toda la vida. Persona
humilde, sencillo… vivía en una pequeña casita cerca del mar. A sus sesenta
años de vida había conseguido todo un patrimonio. Tenía un millón de amigos,
medio millón de historias que contar de sus largos recorridos en alta mar,
miles de anécdotas graciosas, cientos de sueños… incluso la gente del pueblo
rumoreaba que había tenido decenas de novias y puede que algún que otro retoño
por ahí camufladillo.
Ángel
se reía de todas estas historias. Como hombre sencillo que era disfrutaba de
todo lo que tenía. Ya no salía a navegar durante semanas como antes. No entraba
al mar si el tiempo era inestable. Pescaba por placer y diversión, paseaba por
la playa… Jamás se había casado. Sinceramente no había visto la necesidad a
pesar de que más de una moza había intentado cazarlo. Casi lo consigue Virtudes,
con la que vivió un gran amor. Pero ambos decidieron que había sido una época
loca en la que había disfrutado el uno del otro y habían compartido locuras y
amor, pero no el tipo de amor auténtico que te hace compartir tu vida para
siempre y para todo con otra persona.
¡Qué
tiempos aquellos! Ahora se dedicaba a dar largos paseos y a correr por la playa.
Su vecina, Dora, le decía muchas veces que le iba a dar un “jamacuco” de tanto
correr. Él siempre le decía lo mismo…
-Dora, Dora, si tuviese unos años menos te
ibas a enterar tú de lo que es darte un “jamacuco”.
-¡Qué poca vergüenza Ángel! ¡Tendrías que llamarte
de otra forma! ¡Eres un pícaro! ¡A tu edad!
-¿Qué edad Dora? Me estoy haciendo mayor,
¡pero sigo vivo!
Casi todos los días la misma
cantinela. Pero nunca llegaban a más.
Aquella
mañana la playa estaba especialmente tranquila. No había nadie paseando, cosa
extraña teniendo en cuenta el buen tiempo que hacía. Ya casi era verano, pero
aún hacía fresco al amanecer. Ángel llevaba su vieja cazadora marinera. Iba
caminando y mirando al mar. Pocas cosas
le tranquilizaban tanto como mirar al mar. Aquel día se sentía algo cansado.
Decidió sentarse en la arena a observar y a esperar que aquella playa tan
maravillosa se llenase de vida en cuestión de unas horas. No tenía nada de
prisa, al contrario, ya había corrido todo lo que tenía que correr en su vida.
Casi
se había posicionado en la arena cuando le pareció ver un reflejo a lo lejos en
el mar, algo brillante… Sí, efectivamente, se veía algo brillante pero no podía
apreciar bien lo que era. Probablemente fuese un pez, pero ciertamente debía
ser un pez grande por el reflejo que transmitía.
A
pesar de que posiblemente fuese inútil decidió dirigirse a su casa y coger unos
prismáticos para poder ver mejor, pero al volver ya no se veía nada.
Se
sentó a esperar en la arena, pero nada. Efectivamente la gente empezó a llegar
a la playa y Ángel decidió que era hora de volver. Le gustaba aquel lugar pero
con cierta intimidad. Así que decidió volver a casa y luego dirigirse al pueblo
para echar unas cartas con los amiguetes. Antes decidió recoger algunas conchas
porque le encantaba hacer trabajos con ellas. Construía todo tipo de objetos
que su vecina Dora ponía a la venta en una tiendecita de la que era propietaria. La gente a veces
compraba esos objetos. Construía barcos,
esculturas, cuadros… su imaginación no tenía límites a ese respecto. No vendía
mucho, pero sí lo suficiente para subsistir.
Cuando
llegó a casa decidió de pronto ponerse a seleccionar las conchas que había ido
recogiendo en lugar de dirigirse al pueblo. Sorprendido tomó entre sus manos una
concha oscura. No estaba seguro de por qué la había cogido. Normalmente las
cogía hermosas. Aquella concha estaba rota y raída. Era bastante fea. La
observo una y otra vez pero no la tiró. La colocó sobre la encimera de la
cocina y decidió que después de todo iría al pueblo.
Pero
hay días en que todo es raro. No conseguía concentrarse y tuvo que aguantar
bromas y burlas de sus compañeros de juego. Finalmente decidió volver a
casa. Al llegar recordó la fea concha y
se dirigió a la cocina. Allí estaba. Volvió a mirarla… lo más juicioso sería
tirarla. Pero la volvió a depositar en la encimera. Ya la tiraría más tarde.
Un
ruido le sobresaltó. Una especie de golpe seco. Se dirigió a la salida y casi
se cae al toparse de bruces con una joven.
-¡Lo siento!- se disculpó la muchacha.
-Tranquila, no ha sido nada. Me pareció oír
un ruido. ¿Estás bien?
-Pues no, la verdad. He tenido un accidente y
estoy un poco aturdida, buscaba alguien a quien pedir ayuda…
Ángel fue consciente entonces
del aspecto pálido de la muchacha. Era muy delgada, realmente hermosa. Sus ojos
tenían un tono entre azul y verde… como el mar. Efectivamente vio que tenía
manchado el vestido de algo que podía ser sangre.
-Por favor, pasa, déjame que te ayude. Me
llamo Ángel. Por favor, puedes tumbarte si quieres en este sofá
-Vaya, qué apropiado tu nombre -y ambos
rieron.
-¿Con qué te has dado? ¿Ha sido un accidente
de coche?
-No lo recuerdo bien. Creo que me golpeé y
sólo recuerdo vueltas, todo se oscurecía, miedo…
-Tranquila. Te llevaré al hospital más
cercano.
-¡No! Por favor, no hace falta. Estoy bien.
Sólo necesito asearme y descansar un poco. Luego estaré bien. No me gustan los
hospitales.
-Comprendo… pero tienen que ver tus heridas.
-Estoy bien, de veras, sólo necesito
descansar un poco –y dicho esto se quedó dormida en el sofá.
Ángel la cubrió con una manta y
fue a buscar a Dora. Se sentía un poco intimidado con la joven. Dora tendría
ropa apropiada y tal vez podría ayudarle a convencerla para ir a un hospital. Pero
Dora no estaba. Ya se habría marchado al pueblo. ¡Que fastidio! En fin, le
daría alguna ropa aunque fuese de él e intentaría convencerla cuando se
sintiese más descansada.
Al
llegar observó a la joven mientras ésta dormía. Ni siquiera le había preguntado
su nombre. Era realmente bella y se la veía tan indefensa. Sintió algo en su
interior. Una especie de necesidad de cuidar de ella. Qué locura. Dejó unos
pantalones de hacía unos años cuando era más joven y estaba más delgado y una camisa al lado del sofá. No tenía ropa
interior femenina. Tendría que arreglárselas como fuese hasta que pudieran ir
al pueblo y comprar algo de ropa apropiada.
Salió
fuera para comprobar si veía algún tipo de vehículo o algo extraño que le diese
una pista de dónde había tenido la joven el accidente o si había alguien más
herido. Al entrar comprobó que la joven se había levantado y se había vestido.
Había hecho una improvisación y ciertamente había acertado. Esa joven debía ser
modelo o algo así. Se había colocado la camisa como si fuese un vestido. Había
prescindido de los pantalones que al parecer eran enormes para ella. No quiso
preguntarle nada referente a la ropa interior, sólo de pensarlo se puso rojo
hasta la médula. Ella pareció leerle el pensamiento.
-Gracias Ángel. He tomado una ducha y he
utilizado algunas prendas que yo traía junto a tu camisa.
-Me alegro que te sirva. Dime… ¿Cómo te
llamas?
-Nadia.
-¿Eres de por aquí? ¿Recuerdas algo más del
accidente?
-Si… iba a casa y de pronto algo me empujó.
Sentí un tirón y todo se volvió negro. Me desperté en la playa. He andado mucho
hasta llegar aquí. Debí golpearme la pierna, pero ya me he encargado de ello.
Ángel observó que la muchacha se
había aplicado una especie de venda de algas.
-Me encanta tu casa. Adoras el mar ¿verdad?
-Sí. El mar es mi vida. Toda mi vida me ha
ayudado a vivir y sobrevivir, ambas cosas a la vez. Creo que nunca me casé
porque estoy enamorado del mar -dijo esto último riendo.
-Sí, se nota. Me encanta todo esto -señaló
los objetos que él hacía.
-Antes pescaba y vivía de ello. Ahora soy
mayor para eso, el mar puede ser peligroso. Hago estas cosillas y una amiga las
vende en su tienda. Voy comiendo de lo que saco con ellas y aún me queda algo.
No puedo quejarme. Ya ves, el mar me provee.
-Sí, ya veo.
Nadia empezó a caminar hacia
fuera de la casa. Su pierna estaba increíblemente mejor y andaba con gran
soltura. Miró fijamente al mar y sus ojos se volvieron tristes de pronto.
-¿Ocurre algo?
-No. Es sólo que debo regresar. Pero… ¿podría
quedarme unos días contigo?
-Yo… esto… no sé. Soy un viejo, tú casi una
niña. La gente puede decir tonterías.
-No me importa la gente. Necesito descansar y
tú eres bueno. Lo veo.
-Bueno. Lo pensaré.
Nadia sabía que había vencido
por el tono de voz de Ángel. Así que le dedicó la más bella sonrisa del mundo y
procedió a darle un abrazo afectuoso y un beso en la mejilla.
-Gracias, sólo serán unos días. Luego me
marcharé. Te lo prometo.
De esta forma Ángel se encontró
con invitados por primera vez en años. Vaya marrón. En fin. Decidió preparar
algo de comida y la joven no le dejó. Insistió en que ella le prepararía un
exquisito plato que le había enseñado a hacer su abuela y que mientras él podía
seguir trabajando y hacerle un “objeto” a ella.
-Nadia, ¿no te gusta alguno de los que hay
aquí? Te regalaré el que quieras.
-Me gustan todos. Son maravillosos, pero me
harías feliz si me hicieses uno a mí, en exclusiva. Eso sí, ¿podrías utilizar
esta concha?
-¿Te refieres a esa concha tan fea y
retorcida?
-No es fea. Es diferente. Me gusta. Si todos
fuesen bellos y perfectos sería muy monótono.
A Ángel le hizo gracia escuchar
aquellas palabras de una joven que bien podía ser modelo de pasarela. En fin,
ella tenía algo que hacía que no pudiese negarle nada.
De esta forma, ella empezó a
cocinar y él a pensar qué podría hacer. De pronto y sin tener muy claro el por
qué empezó a unir conchas sin ton ni son, ya saldría algo.
El
día pasó rápido. Realmente Nadia sabía cocinar. La comida estuvo exquisita y
por la tarde se dedicaron a pasear. Ángel le preguntó a Nadia si quería tomar
un baño en el mar, pero ésta alegó que no nadaba demasiado bien y ya había
tenido una semana bastante accidentada. Ambos rieron de la ocurrencia de ella.
Por
la noche Nadia se durmió muy pronto. Ángel pasó la noche en el sofá cama y sus
huesos no eran como antes. El sofá era viejo y no pudo dormir demasiado bien.
Aún así se sorprendió al comprobar que era más tarde de lo que había pensado.
Decidió dejar dormir a Nadia y darle una sorpresa. Iría al pueblo y le
compraría algo de ropa. Miró la escultura que le estaba preparando a la joven
para regalársela. La tenía cubierta con una tela y le había hecho prometer a
Nadia que no la miraría hasta que estuviese terminada. Como tenía algunas dudas
sobre ella, decidió esconderla antes de marcharse. Así, la ocultó en el
interior de un mueble y salió.
Al
llegar al pueblo iba a comprar antes que nada algún tipo de ropa interior, pero
de pronto se sintió cohibido. Por ello decidió pedir ayuda a su vecina. Ya debería
estar en la tienda. Al llegar algo le llamó su atención. En las estanterías
estaban casi todas sus esculturas. Que extraño. Se suponía que Dora las había
vendido casi todas. Pero estaban allí. Sólo faltaban algunas. Entonces… no
entendía nada. En ello Dora salió de la trastienda y al verlo se quedó
sorprendida.
-¿Ángel? ¿Cómo tú por aquí? Hoy no te he
visto en la playa, estaba algo preocupada
- Pues ya ves. Oye Dora. ¿Me has estado
mintiendo sobre la venta de mis esculturas?
- No ¿Por qué?
- Porque están casi todas aquí.
- Tú lo has dicho. Casi.
- Vamos Dora. Tú me has ido dando dinero por
la venta desde el principio, pero yo las veo aquí.
- Venga Ángel, no seas exagerado. Pues claro
que las vendo, perfectamente.
- Ya veo.
Ángel
lo vio de forma clara. Dora le había mentido. No vendía tan bien como le decía
las esculturas, sin embargo, le había ido dando dinero como si así fuese. ¿Por
qué? ¿Caridad? ¿Pena? De pronto se sintió mal.
-Dora, ya hablaré luego contigo. No voy a
traer más esculturas. Ya hablamos.
Y dicho esto salió de la tienda
sin dar lugar a Dora a explicarle nada más. Con todo se le olvidó comprar nada
para Nadia. Cuando llegó estaba nervioso y preocupado. Sentía rabia y dolor. Empezó a romper las esculturas que
encontraba a su paso. Nadia despertó sobresaltada.
-¡Qué ocurre! ¡Ángel! ¿estás bien? ¡Qué pasa!
Y él cayó al suelo de rodillas
llorando como un niño. Nadia se acercó y le rodeó con sus brazos. Curiosamente él
se dejó abrazar. No sabía qué le ocurría con aquella chiquilla que le
tranquilizaba con su presencia y su voz.
- Dora me ha mentido todos estos años. Me
dijo que vendía mis esculturas y no es así. Me las ha ido pagando ella, me ha
ido dando su caridad.
- No Ángel. No te ha dado su caridad, yo
diría que esa mujer confía más en ti que tú mismo. Debe quererte mucho para
haber hecho eso antes que dañar sus sentimientos.
- ¿Qué? No, no, Dora y yo somos amigos desde
hace años. Nada más.
- ¿Seguro?
Él
recordó cuando había estado enfermo y la preocupación de ella. Recordó cuando
tomó la decisión de abandonar el mar y ella se sintió ridículamente feliz y
eufórica durante días y días. Recordó incluso cuando eran más jóvenes y ella le
miraba con adoración y a veces con dolor cuando él iba acompañado de alguna
mujer. Dora era guapa. Ocurrente, inteligente, incluso tenía buen tipo ¿cómo no
se había casado nunca? De pronto lo sintió dentro de él. No podía ser. ¿Dora
estaba enamorada de él? Curiosamente sintió un regocijo tal que de pronto se
sintió lleno.
Nadia
le sonreía. Parecía que le había estado escuchando los pensamientos como si en
voz alta los hubiese manifestado.
-Todos estos años me he sentido tan solo y
ella estaba ahí… ¿por qué nunca me dijo nada?
-Ah, vete tú a saber. Ahora, ve a buscarla…
Ángel decidió que le debía al
menos una disculpa a Dora. Así que decidió ir a por ella. Se la encontró en el
camino. Paseaba por la playa cabizbaja, venía llorando. Sin pensarlo se acercó
a ella y la abrazó, sin más. Ella se dejó abrazar, por fin, después de tantos
años de amor en silencio.
-No quería herir tus sentimientos Ángel.
-Lo sé. Perdóname Dora, a veces puedo ser un
auténtico bruto. Menos mal que Nadia me ha hecho entrar en razón.
-¿Nadia?
-Si -Ángel le sonrío mientras le secaba las
lágrimas-. Es una larga historia, te la puedo contar durante el camino de
vuelta y así la conoces aunque te advierto que tal vez te asustes un poco
porque antes con la ofuscación lo tiré todo por el suelo y lo hice añicos.
Y pasearon, y hablaron, y se
sentaron a mirar el mar y olvidaron el tiempo. Al llegar a la casa de Ángel
éste no daba crédito a sus ojos. Todo estaba en orden. Tal y como lo había
estado antes de que él rompiese nada. Todas las piezas estaban en su sitio,
intactas. No había el menor rastro de Nadia. Rápidamente fue al mueble a por la
escultura y se encontró una nota.
“Querido
Ángel. El mar también te quiere. Tu escultura es lindísima. Me ha emocionado
verla. ¿Mitad mujer, mitad pez? ¿Y como corazón una concha raída? ¿En qué
pensabas? Me encanta. Por cierto, esa concha raída fue la que me permitió
visitarte. De ahora en adelante tus esculturas se van a vender solas, ya verás,
considéralo mi regalo hacia ti y hacia Dora. “
P.D. Si quieres
despedirte de mi estoy justo frente a tu casa si te das prisa.
Ambos
corrieron al exterior y efectivamente allí estaba, en el mar. Curiosamente el
mar estaba vacío, en la playa solos Ángel y Dora, y en el mar, Nadia que les
sonreía y les mostraba feliz la escultura en la mano. Les lanzó un beso y se
zambulló en el agua dejando ver un reflejo como el que Ángel había visto
aquella mañana que ahora parecía tan lejana. El reflejo era una enorme cola de
pez. La cola de Nadia.
Violeta