La noche
cerrada caía a peso sobre ellos. La tormenta arreciaba por momentos. El viento
hacía que las ramas de los árboles se meciesen y golpeasen las ventanas. Sin
lugar a dudas, no podían haberlo planificado mejor.
Noche del
31 de octubre, fiesta de Halloween. La joven pandilla habia alquilado una
mansión que se hallaba en las afueras del pueblo. La idea base era celebrar una
fiesta donde todos los ingredientes posibles, entre ellos la mansión
fantasmagórica, cobrasen vida.
Por ello, los
cuatro amigos, Julian, Tobías, Elena y Agustín, habían planificado hasta el
último detalle. Alquilaron la mansión y colocaron sorpresas en su interior. El
aspecto que la casa ofrecía recortada sobre el horizonte ponía los pelos de
punta. Se las habían ingeniado para decorar el acceso a la misma con una serie
de portavelas con forma de calabaza, pero el fuerte viento hizo imposible
encenderlas. Sin embargo, decoraron la fachada del edificio de tal forma que
parecía realmente una mansión embrujada.
En el
interior, colgaron por doquier telas de araña falsas, murciélagos, velas,
calabazas… todo preparado para el comienzo de la celebración.
Los
asistentes empezaron a llegar poco a poco. Conforme la noche avanzaba y
empeoraba la climatología, la atmósfera en el lugar se volvía más real. Los
disfraces eran variopintos, dentro de lo tradicional, brujas, magos, vampiros,
hombres lobos… todos ellos reían, bebían y bailaban al son de una música
estridente que varios chavales se encargaron de poner.
La desagradable
noche solo ayudaba más a crear el ambiente esperado. Eso sí, a más de uno le
estropeó el disfraz. Algunos de los muchachos llegaban con la pintura de la
cara corrida, o el disfraz empapado. ¡Menuda noche!
Agustín se
fijó en una muchacha que hablaba y se reía con Tobías y Elena. Su belleza era
extraordinaria. De larga cabellera negra y pálida piel, parecía una especie de
visión. Se acercó a ella y ésta le sonrió de inmediato.
-
Tú debes ser Agustín. – le dijo ella alegre.
-
Hola. No nos conocemos ¿verdad?
-
No personalmente. Te he visto por ahí.Tus amigos están siendo muy
amables.
-
Por una chica guapa, lo que sea- exclamó Tobías.
En ese momento llegó Julián.
-
Hola, ¿quién es esta maravilla?
-
Me llamo Lola.
-
Encantado.
Los chavales fueron
presentándose y hablando entre ellos. Julián había quedado impresionado con
Lola y así se lo comentó a sus amigos.
-
Es muy simpática y bellísima. No tiene mucha idea de disfraces, eso sí.
¿Os habéis fijado en que casi no lleva maquillaje?
-
No seas criticón Julián- le respondió Elena- Se ha puesto crema para
que se la vea más pálida. En contraste con su cabello tan negro, y con ese
vestido grisáceo, la verdad es que da incluso yuyu.
-
Mi hermana recién levantada da más miedo que ella. Es muy agradable.
Pero tú ya la conocías ¿no Agustín?
-
Pues no.
-
Pues ella sabe muchas cosas de ti. Y también sabe cosas de nosotros,
porque le ha estado comentado a Elena que puede ayudarnos con el trabajo de
ciencias que tenemos que entregar y demás. ¿Alguno de vosotros le ha comentado
algo de eso?
-
Habrá sido Laura. Es una bocazas. Le dije que no ampliase más el grupo,
pero ya la conoceis.
La noche continuó con su
ritmo. Los jóvenes no dejaban de llegar. En torno a la media noche, el salón de
la mansión estaba a rebosar, asi como la cocina, las escaleras…
De pronto las luces
empezaron a tintinear. La tormenta se volvió aún más fuerte y se temía que en
breve hubiese un corte de electricidad. Al fin y al cabo, aquella era una
mansión muy antigua.
-
Yo sé donde está el generador- nos dijo Lola.
-
¿Lo sabes?- a todos les extrañó.
-
Sí. Mi padre trabajó aquí durante muchos años. Era jardinero, pero
también ayudaba con la electricidad, fontanería, ya sabéis un poco de todo. Le
vi conectar el generador en un par de ocasiones. Sé cómo activarlo.También sé
donde podemos encontrar linternas.
-
Vamos entonces- le comentó Agustin.
Juntos se adentraron por una
especie de corredor que había tras la cocina. Desde allí bajaron al sótano,
donde Lola accionó la palanca correspondiente. Pero el generador parecía llevar
años sin usarse, y no funcionó. En cuestión de minutos estaban sin luz. La
música cesó, y la gente empezó a chillar.
-
Menuda ironía. ¿La gente viene a pasar miedo y gritan si se va la luz?-
preguntó Elena.
-
Para que veas- sonreía Lola.
-
Hace frío. Subamos. Son casi las tres de la mañana, sin electricidad la
gente empezará a marcharse.
Empezaron el ascenso de
nuevo, alumbrados esta vez tan sólo por la luz de las linternas que
prudentemente habían cogido antes de bajar. Pero al llegar arriba comprobaron
nerviosos que la puerta no se abría.
-
Se abrá atascado- comentó Julián.
-
Yo conozco otra salida- les animó Lola.
Qué suerte que la muchacha
conociese la casa. La siguieron a través del sótano y llegaron a lo que parecía
ser una especie de claraboya que daba al exterior. Quitaron el pestillo y
empujaron con todas sus fuerzas. Por fin, el gélido viento y la lluvia les
azotaron el rostro. Estaban fuera.
Todos corrieron hasta el
invernadero que poseía la mansión en su parte trasera. La lluvia era tan fuerte
que no les dejaba ver la entrada a la mansión, y decidieron resguardarse de
aquél tiempo infernal.
Al entrar en el invernadero,
Elena empezó a reír a carcajadas mirando los rostros de todos sus amigos.
-
Téneis muy mala pinta.
Las capas de maquillaje que
cada cual se había colocado se había caido con el agua. Más que monstruos,
parecían payasos.Agustín se había colocado una especie de apósitos que
simularan ser heridas abiertas, y ahora colgaban de forma ridícula por su
rostro.
-
¿Tú te has visto listilla?- le preguntó Julián.
-
¡Pues no! Pero imagino que ahora sí que debo parecer una bruja.
Un nuevo trueno sonó en el
cielo e iluminó la estancia como si la electricidad hubiese vuelto.
-
¡Por Dios Lola! ¡Tú si que das miedo!
El agua había hecho que el
maquillaje de la joven se desplazara y ahora presentaba un aspecto grisáceo.
Realmente parecía que su piel tenía ese tono y era escalofriante.
-
Pues he utilizado un maquillaje resistente al agua, pero por lo que se
vé, no ha servido de nada. Ahora es cuando tendríamos que volver a la fiesta.
¡Ahora sí que damos el pego!
Todos rieron de la
ocurrencia de la chica. Llevaba toda la razón.
Un nuevo trueno sonó. Esta
vez más fuerte, más cercano. Los chicos siguieron a Lola, todos salvo Agustín.
A él le pareció escuchar un ruido en el exterior y se quedó algo rezagado de
los demás. Se asomó a uno de los ventanales y se extraño de lo que sus ojos
veían. No podía ser. Desde donde él estaba,al mirar al exterior, se veía el
suelo seco. A lo lejos, se escuchaba algo de música y se veía el resplandor de
las velas. ¿Cómo podían estar encendidas las velas del exterior con esta
tormenta? Y… ¿cómo podía escucharse música sin electricidad?
-
¡Chicos! Esperadme ¡chicos!
Casi no los alcanza. Tuvo
que darse mucha prisa para ello, tropezando por el camino con una rama. Juraría
que hace un momento cuando entraron en el invernadero estaba en perfectas
condiciones. Pero ahora, veía trozos de tiesto de las macetas, tierra por el
suelo, flores secas… ¿Qué estaba pasando allí?
Continuó acelerando el paso.
Sólo se había detenido un momento, ¿por qué no podía alcanzarlos?
Empezó a ponerse algo
nervioso. De pronto llegó a una especie de bifurcación. No estaba seguro de por
donde habrían tomado sus amigos. La linterna empezó a parpadear. ¡No podía ser!
¡Menuda aventura! Ya se imaginaba a sí mismo al día siguiente cuando fuese
rescatado a plena luz del día del interior de aquél lugar horrible. La cara de
risa de sus amigos, y la de burlas que tendría que escuchar durante una buena
temporada.
-
Agustín, por aquí- escucho una voz a lo lejos.
-
¿Lola?
El muchacho percibió una luz
y sintió un inmenso alivio. Por fin los había encontrado. Aceleró el paso
siguiendo esa luz tenue, y por fin la alcanzó. Pero estaba sola ¿Dónde estaban
los demás? Y ¿dónde estaban ellos? Aquél techo ya no era de cristal y acero,
sino de madera.
-
¿Dónde estan todos?
La muchacha se giró
sonriente y sorprendido Agustín comprobó que no era Lola.
-
¿Quién eres tú?.
-
No tengas miedo. Soy la hermana de Lola. Ven, te llevaré con ella.
-
No nos dijo que hubiese venido acompañada.
-
Vino sola. Yo la seguí. No quería perderme la fiesta.
Conforme Agustín la seguía,
el frío se acentuaba cada vez más. Comenzó a tiritar.
-
¿Están muy lejos? Aquí hace mucho frío.
-
Es normal. En mi mundo todo es frío.
-
¿Tú… tú mundo?
-
Bajo tierra.
El aspecto de la muchacha
cambió de pronto. Sus rasgos se acentuaron, las venas de su rostro se marcaron
profundamente. Sus ojos se volvieron más blanquecinos y su mirada vidriosa.
Aterrorizado, Agustin notaba
como ese frío que iba sintiendo poco a poco comenzó a extenderse por todo él.
La muchacha reía y agitaba su mano. A cada movimiento, a él le costaba más y
más trabajo respirar.
-
¡Basta! ¡Déjale en paz!
-
¡No! ¡Es mío!
-
¡Te he dicho que le dejes! ¿Todos los años igual?
-
También lo quiero a él…
Agustín no daba crédito a lo
que veía. Ahora sí que podía distinguir a Lola. Se enfrentaba a aquella
muchacha diabólica. Las veía juntas y notó una fuerte punzada en el pecho. Eran
idénticas.
-
¡Esta vez no podrás impedirlo!
-
¡Oh, sí! ¡Ya lo creo que lo haré!
-
¿Por qué? ¿Qué más te da? Todos los años me los arrebatas. Déjame
disfrutar un poco…
Lola se acercó a ella y le
acarició el pelo. La expresión de aquella muchacha fiera se suavizó poco a
poco.
-
Sabes que no puede ser.
-
¡Pero no es justo!
-
Lo sé. Pero él no tiene la culpa.
Agustín empezó a respirar
algo mejor. Aturdido como se encontraba, sólo escuchaba palabras sueltas en la
conversación. Vio como aquella mujer diabólica desparecía. Lola se acercó a él
y le tomó la mano.Sentía el tacto frío de ella, pero él mismo estaba congelado.
-
Sigue este pasillo, y al final, están tus amigos.
-
¿Qué ha pasado? ¿Quién eres? ¿Quién era ella?
-
Ya te lo dije antes. Mi padre trabajó mucho tiempo aquí, y yo quería
divertirme, al igual que mi hermana. Pero ella lleva la broma muy lejos. Ve con
tus amigos.
-
¿Volveremos a vernos?
Le pareció ver una expresión
triste en el rostro de Lola. Su rostro había vuelto a ser una máscara pálida y
blanquecina.
-
Espero que tardemos mucho tiempo en vernos Agustin.
-
¡Oh! Creí que te caía bien.
-
Y así es… - le dijo ella con una sonrisa.
A lo lejos se escucharon las
campanadas del reloj de la torre. Eran las cinco. Pronto amanecería.
-
Te llevo a casa.
-
Ya estoy en casa.
Y dicho esto, se giró y
volvió a internarse por el pasadizo.
Agustín se reunió con sus
amigos que le esperaban fuera. Se habían perdido toda la fiesta de Halloween.
Cansados y meditando sobre
la extraña noche que habían vivido y que comenzaba a difuminarse ligeramente en
su mente, se toparon de pronto con un pequeño cementerio escondido.
-
Lo que nos faltaba. – exclamó Elena.
-
Chicos… ¡Chicos!- llamó la atención Agustin.
-
¿Qué?
-
Mirad.
Ante ellos había un pequeño
panteón. En la puerta del mismo, aparecía una fotografía antigua y bajo ellas
una inscripción.
Atónitos, los chicos
observaron la fotografía. En la misma se apreciaba a Lola, y a otra muchacha
idéntica a ella. Debían ser gémelas. Vestían trajes de época y sonreían
despreocupadas al fotografo.
-
Deben ser parientes- susurró Julián.
-
Eso debe ser- contestó Agustín.
Los amigos no volvieron
jamás a aquella mansión. Los más ancianos del pueblo cuentan historias sobre
ella. Algunos dicen que en ella habitan los espíritus de dos hermanas que solo
se muestran a los humanos en la noche de Halloween. Otros cuentan que las
bellas muchachas intentan llevarse a los jóvenes que se encuentran fuera de
casa a altas horas de la noche, para así dejar de estar solas.Hay quien dice
que sólo pretenden mostrar los peligros que encierra la noche.
Ya se sabe, sólo son
leyendas. ¿Verdad?
Violeta
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