Las hojas
comenzaban a caer como cada año y el camino se iba cubriendo poco a poco con
ellas. A Nacho le gustaba esta parte del año en la que el tiempo comienza a
refrescar y los árboles anuncian la llegada del otoño.
Como cada
atardecer desde hace ya casi tres años, Nacho sale a correr por los alrededores
de su casa. Desde hace casi tres años lo hace solo. Antes lo acompañaba su
joven esposa, Irene. Pero ya no.
Hoy se
siente más cansado, tal vez los recuerdos le pesen demasiado. Lo cierto es que
nota una punzada en el costado y se detiene. Cansado, se para en mitad del
camino con el cuerpo doblado, la mano derecha presionando el costado y la
izquierda en la cadera. Las rodillas flexionadas, y el pecho a mil por hora.
Toma aire, intenta inspirar y expirar con tranquilidad y lentitud, a fin de que
su respiración se normalice.
Sonríe
inmerso en sus recuerdos. Cuando Irene le acompañaba no dejaba de instarle a
correr. Él solo quería pasear, pero ella insistía una y otra vez en que
necesitaba estar en forma, que los años no pasan en balde y todas esas cosas
que siempre le repetía. Por una sonrisa de ella, él hacía cualquier cosa. Jamás
había amado a nadie con tanta intensidad.
Decidió
caminar el resto del camino. Casi estaba en casa y no tenía prisa. Al
contrario, la casa estaba sola y se le venía encima cuando llegaba la noche.
Cual diferentes habían resultado ser las noches tan sólo unos años antes,
cuando el llegar a casa era un placer.
Lamentarse
no servía para nada y Nacho lo sabía, pero es difícil olvidar a quien se ama.
Cada vez que recorría el sendero, los recuerdos lo azotaban con intensidad. Al
principio era muy doloroso, pero poco a poco el dolor se había ido atenuando y
ahora se manifestaba con una punzada fija en el pecho y una extraña sensación
en el estómago.
Pero lo
que más le dolía era que aquél coche que sesgó la vida de Irene iba dirigido a
él. Aquél conductor que perdió el control del vehículo y arremetió contra ellos
aquella tarde, sin aviso ni control, iba directo a él. Nacho no se dio cuenta
de nada, pero Irene lo vio venir. Sin pensarlo un instante empujó a Nacho justo
a tiempo para que el coche la golpease a ella.
Dos días
después fallecía. Sin más. Dejando a Nacho no sólo hundido y destrozado, sino
también despechado y furioso con el mundo. A pesar del tiempo transcurrido, su
vida no había continuado. Respiraba cada día, comía, dormía, había vuelto al
trabajo, pero todo era mecánico. Pensó no volver a aquél camino jamás, pero
luego recordó lo mucho que Irene adoraba ese paseo y comprobó que por algún
motivo, en aquel lugar, la sentía junto
a él.
-
Hola, ¿puedes ayudarme? Esto es vergonzoso, creo que me he perdido.
Nacho se detuvo en seco.
Ante él había una joven de cabellos dorados, más bien, color miel. Dulce
sonrisa y ojos azules. Como Irene. Durante una fracción de segundo pensó que la
tenía delante, que su mente le estaba jugando una mala pasada.
-
Soy nueva en el lugar. Me llamo Paloma.- añadió la joven.
La muchacha no estaba segura
de cómo interpretar las distintas reacciones que pasaban por el rostro de aquél
hombre.
-
Disculpa, soy Nacho. Por un momento, pensé que eras otra persona y me
he quedado algo fuera de juego- habló él por fin.
-
No importa, aunque si me permites decirlo, pareces haber visto un fantasma.
Estás pálido.
Por fin Nacho reaccionó y
con normalidad se acercó a ella.
-
¿De dónde vienes? O mejor dicho, ¿qué lugar buscas?
-
Iba para el pueblo, pero me dejé llevar por la belleza del lugar y me
interné en el bosque. Cuando me he dado cuenta estaba en este sendero y no
tengo ni idea de cómo llegar a Villa Clara.
-
¿Bromeas? ¿Villa Clara? Pensé que estaba deshabitada. A mi mujer le
fascinaba esa casa… La gente del pueblo incluso habla de que esté encantada.
Imagina cuando sepan que no es así. Vas a desmontarles un montón de
supersticiones y habladurías populares- bromeó Nacho.
Paloma sonrió y Nacho quedó
fascinado una vez más por el gran parecido físico que tenía esta mujer con
Irene. Sólo que no era ella. Por su parte, Paloma observó cómo de nuevo él se
tensaba.
-
¿Has dicho que a tu mujer le fascinaba? ¿Ya no?
-
No. Ya no. Ella murió. Bueno, no te has perdido demasiado. Sólo te has
despistado. Sígueme por aquí.
Unos metros más
adelante, salía una bifurcación del
camino y al fondo se veía recortada la silueta de la villa mencionada.
-
¡Pero si estamos al lado! Pensarás que soy medio lela.
-
Sólo pienso que aún no te has acostumbrado al lugar. Eso es todo.
-
¿Vienes por aquí a diario?
-
Sí.
-
Tal vez nos veamos más veces.
-
Tal vez.
A Paloma le quedó claro que
él no tenía ninguna intención especial en volver a verla. Parecía más bien
molesto. Daba la sensación de querer estar solo. Lo que él no sabía era que su
encuentro no había sido fortuito. Había seguido las instrucciones al pie de la
letra. “Allí” se lo habían dejado muy
claro, incluso le habían detallado con pelos y señales donde podía localizarlo
y a qué hora del día.
Parecía un buen hombre. Por
un momento, cuando él le sonrió y le habló con dulzura pensó si estaba haciendo
lo correcto. Pero claro está, Paloma no decidía esas cosas. Ahora, lo único que
tenía que decidir era qué táctica iba a usar para llevarlo a la villa. Tenía
pocos días para ello y desde luego, él no se lo iba a poner fácil.
Tras meditarlo un poco, Paloma decidió no acudir al sendero
durante los dos días siguientes. Debía crear expectación en él o se daría
cuenta de que no era fortuito su encuentro. Pero al tercer día, justo en el
mismo punto de la primera vez, Paloma salió de entre los árboles al encuentro
de Nacho.
-
Hola de nuevo- le saludó alegre.
-
Hola.
Pero Nacho tras saludarla
continuó su camino sin detenerse. Ella corrió tras él, no pensaba darse por
vencida tan pronto.
-
Tengo la sensación de que quieres estar solo. ¿Me equivoco?
Durante un momento, pareció
que Nacho no sabía qué responder. Estaba claro que la chica lo había puesto en
un aprieto, pues realmente no quería tener compañía, y menos de aquella
muchacha. El parecido con Irene era enorme y las pesadillas habían vuelto a sus
pocas horas de sueño.
-
Lo siento. Soy un hombre solitario.
-
Ya veo.
Pero Paloma le mantenía el
paso. A pesar de que Nacho iba corriendo, ella no se quedaba atrás. Estaba en
forma.
-
Lo entiendo. Por lo que me han comentado, supongo que no traigo buenos
recuerdos a tu vida.
Nacho se detuvo en seco
haciendo que ella se detuviese a su vez.
-
¿Perdona?
-
Bueno, la gente del pueblo habla mucho. Yo vivo en Villa Clara, como te
conté. Y tú mismo me contaste los rumores de que es una casa encantada. Al
principio, cuando llegué, algunos me miraban con cara de miedo. Hasta que por
fin, alguien me explicó que me parezco mucho a la que fue tu mujer.
-
Se llamaba Irene. No os parecéis tanto.
-
Entonces no tendrás ningún problema en que te acompañe ¿no? No me gusta
pasear sola.
-
Y a mi no me gusta pasear acompañado. Ya no. Lo siento, quiero dejar
las cosas claras.
Nacho comenzó a correr de
nuevo dejando a Paloma en el sitio. Con aquella contestación no veía apropiado
seguirle. Tendría que intentarlo de otra forma. Tenía que conseguir que Nacho
la acompañase a la villa y le quedaba poco tiempo. Entonces escuchó un ruido y
vio que Nacho regresaba.
-
Perdona, he sido muy brusco.
-
No importa. (Uf, menudo alivio, pensó Paloma)
-
Es verdad que te pareces a ella. Mucho. Pasear por aquí contigo es
reabrir heridas muy dolorosas.
-
La amabas mucho.
Él asintió. Sin embargo, al
día siguiente volvieron a encontrarse. Al principio ella le saludaba al verle
pero continuaba su camino en otra dirección. A los cuántos días, Nacho vio
absurdo su comportamiento y le pidió que lo acompañara, si ella quería, por
supuesto. Y ella aceptó.
El día fijado se acercaba.
Paloma sabía que no podía perder tiempo, Nacho iba siendo algo más accesible,
pero no estaba preparado para conocer la verdad. ¿Cómo iba a decírselo? Iba a
pensar que ella estaba loca.
-
Mañana no vendré- informó Nacho de pronto.
-
Si vendrás. Traerás flores y las colocarás en aquél árbol como hiciste
el año pasado, y el anterior y el anterior. Lo que pasa es que no quieres que
yo venga. Y lo entiendo. Lo que me duele es que no seas sincero.
Nacho se quedó de piedra.
¿Cómo sabía ella eso? Tampoco le dio tiempo a preguntarlo. Paloma lo dejó ahí,
plantado, y se fue, sin más. ¿Por qué le había mentido? Ella había sido sincera
desde el principio. Había aguantado sus cambios de humor y no parecía querer
nada a cambio. Sólo su compañía. Tendría que haberle contado la verdad, pero
era algo que quería hacer solo y temía que ella quisiera acompañarlo. Ahora se
arrepentía de no haber sido sincero.
Paloma caminaba a la villa.
Al contrario de lo que Nacho pensaba, iba animada. Tal como “ella” le había
contado, él seguiría la tradición. Lo que él no sabía era que eso no iba a ser
del todo así.
Al día siguiente era el
aniversario de la muerte de Irene. Esa noche, Nacho volvió a soñar con el día
del accidente. Pero esta vez hubo una variación en el sueño. Todo ocurría
igual, pero en el último instante, Paloma ocupaba el lugar de Irene.
Nacho nunca había creído en
supersticiones ni sueños premonitorios, pero por alguna razón, se sentía inquieto.
Por ello, antes de acudir a su cita anual, decidió pasar por la villa para
disculparse con Paloma. No quería que lo acompañase, pero al menos, le debía
una explicación.
La villa era sin lugar a
dudas, impresionante. No le extrañaba que la gente murmurase sobre el lugar. No
se veía a nadie por los alrededores y la estructura de la casa en sí, y el
color de la piedra con la que estaba hecha, le confería un aire misterioso.
Irene siempre bromeaba diciendo que algún día verían salir de ella algún ser volador
con sombrero de pico y escoba.
Tocó el timbre varias veces
pero no había respuesta. Ya pensaba marcharse cuando Paloma abrió la puerta.
-
Venía a disculparme Paloma. Llevabas razón, y no quiero herir tus
sentimientos, pero hoy necesito estar solo.
-
Lo entiendo. Pero por favor, pasa, toma un café o una infusión conmigo.
No te entretendré, es sólo que has venido en el mejor momento. Necesito ayuda
para retirar un mueble, es demasiado pesado para mí y me urge moverlo.
De mala gana, Nacho entró en
la casa. Por dentro era alucinante. Parecía que en un momento se había
trasladado a otra época, siglos atrás. De momento y sin volver a preguntarle,
Paloma le trajo una infusión de manzana con canela, su favorita. ¿Cómo podía
saber eso Paloma?
No lo preguntó. Se sentó en
un sofá cercano a tomarla. Por alguna razón ya no tenía prisa. Empezó a
saborear la infusión y notó que sus músculos se relajaban. A Irene le hubiese
gustado estar allí y ver la villa por dentro. Su visión se enturbiaba. Tenía
mucho sueño y notaba que los ojos se le cerraban.
Cuando abrió los ojos
percibió que ya no entraba luz por las ventanas. Al principio no sabía dónde
estaba, hasta que recordó. ¡Paloma lo había drogado! Intentó levantarse, pero
le pesaba el cuerpo. Sentía la boca seca y tenía la visión algo borrosa.
Entonces escuchó la voz de Paloma. ¿Con quién hablaba? Parecía otra mujer, pero
no podía enfocar bien la vista.
Paloma había esparcido
alrededor de él flores en forma de círculo. Había colocado infinidad de velas y
se olía algo dulce en el ambiente. Agradable. De nuevo sus ojos se cerraban.
Fue entonces cuando notó una suave mano sobre su rostro y unos labios sobre los
suyos. Era un beso suave y familiar. Le gustó y se dejó besar. Pero en algún
lugar de su mente, la situación se abrió camino y volvió a sentirse lúcido.
Abrió los ojos extrañado y sintió junto a él el suave cuerpo de una mujer y
empezó a detectar el brillo dorado de su cabello.
-
¿Paloma?
-
Hola mi amor.
-
¿Irene? ¡Irene!
-
Chssss, he venido por ti.
-
Pero ¿cómo?
-
Paloma me ha traído de regreso por esta noche. La gente del pueblo
tenía razón, la casa está encantada. Hay personas que pueden establecer un
vínculo leve entre ambos mundos. Paloma es una de ellas. Le pedí ayuda. Le
conté nuestra historia. Se parece mucho a mí, eso le facilitaría las cosas con
alguien tan cabezota como tú. Por eso sabía donde encontrarte siempre, yo se lo
decía. Y tus gustos, tus hábitos… todo.
-
Pero entonces, ¿esto es real?
-
Sólo durante unas horas. Desde la hora en que fallecí hasta media noche.
Aprovechemos el tiempo. Tienes que prometerme que continuarás con tu vida, que
pensarás en mí con amor, pero no con obsesión. Tienes que volver a enamorarte,
tener hijos, vivir.
-
No puedo sin ti.
-
Claro que puedes. Por amor a ti, yo he vuelto desde el otro lado para
consolarte. Por amor a mí, tú continuarás viviendo.
Paloma se marchó sonriendo
de la habitación y los dejó a solas. Acababa de conseguir por fin unir aquellas
almas gemelas. El accidente no debió ocurrir y “allí” lo sabían. Sólo alguien que los amase de veras a ambos podía
volver el tiempo atrás y unirlos de nuevo. Borrar lo ocurrido. Darles una
segunda oportunidad.
Al día siguiente, Nacho no recordaría nada. Para él, todo sería un
sueño. Despertaría en su casa, con la sensación de haber tenido un extraño
sueño. Irene estaría a su lado, viva. Había dado su vida por él y había hecho
lo imposible por volver desde el otro lado para consolarle. Se lo habían
concedido.
Nadie recordaría nada de lo ocurrido, y por
supuesto, nadie recordaría a Paloma. Al fin y al cabo, no había nacido aún. Eso
ocurriría dentro de ocho meses, tres semanas y cuatro días. Entonces regresaría
a este mundo en forma de bebé y completaría el círculo mágico. Crecería y
tendría el don de ayudar a las almas gemelas a encontrarse. Viviría en una
villa fantástica que su padre compró tras un accidente que tuvo su madre. La
gente del pueblo decía que esa Villa era mágica porque en ella ocurrían muchas
cosas buenas. La denominarían Villa Clara. Allí crecería junto a sus padres,
Nacho e Irene.
Violeta
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