Stand de Mundo de Cristal

0 comentarios

Hoy, por ser el día de Andalucía, se ha celebrado en mi ciudad unos stand en los que se han dado a conocer características de cada una de las provincias y donde se ha brindado la oportunidad de recaudar dinero a varias asociaciones y pequeñas empresas. Pues bien, ahí estábamos nosotros, dando a conocer el maravilloso y extraordinario libro de MUNDO DE CRISTAL de nuestra querida Violeta.

Aquí estamos los tres bloggeros.

Las fotos están un poco movidas porque hemos pasado ¡¡mucho frío!!

¿Habéis visto que flamencas estamos? Jee

También hemos llevado algunas muestras de lo que se hace en el centro.

Ha sido una gran experiencia, aunque nos esperábamos que la gente estuviera más concienciada con la solidaridad hacia los discapacitados y las personas dependientes, ya que cuando se enteraban de que era para el centro parecía que les daba alergia o algo así. Aunque también han aparecido personas solidarias que han colaborado de corazón. Muchas gracias a todos por ello.

¿Recordáis la primera vez que Neil Armstrong puso un pie en la luna? Un pequeño paso para el hombre fue un gran paso para la humanidad. Pues, ahora, un pequeño paso para ti, es una GRAN AYUDA para ellos. Así que, los que no hayáis participado todavía, que sepáis que nunca es tarde para ayudar a las personas que lo necesitan. Así que ¡¡¡ánimo y adelante!!!

La Orquídea Asesina

0 comentarios


     En pocos momentos de  mi vida he sentido tanta frustración como en aquél en el que me hallaba totalmente inmersa.

     Me llamo Rosa. Menuda ironía. Tengo nombre de flor y voy a morir a manos de una orquídea de inmensas dimensiones que tiene como hobby cargarse a la gente.

     Pero es probable que en este instante penséis que he perdido la razón. Por ello, voy a empezar desde el principio y para eso es necesario retroceder en el tiempo un par de semanas aproximadamente.

     Trabajo en un laboratorio. Soy una adulta de treinta y cinco años, casada, y madre de una hermosa niña de nueve años llamada Azucena.

     Desde hace ya muchas generaciones, ni siquiera estoy segura de cuántas puedan ser, en mi familia se sigue una tradición. A la primera hija que nace se le pone nombre de flor. ¿Por qué? Pues no tengo ni idea. Lo cierto y verdad es que mi madre se llama Violeta, mi abuela, Margarita, mi bisabuela Narcisa… y así podría seguir, pero estoy segura de que os aburriría enormemente.

     Es evidente que yo he seguido la tradición. Mi pequeña Azucena así lo certifica. Pues bien. Mi hija a su corta edad ya muestra señales de ser una enamorada de la naturaleza y de la jardinería.

     Como ya mencioné con anterioridad, trabajo en un laboratorio donde preparamos entre otros productos abono orgánico para plantas. Trabajamos en un sistema de abono bueno para el ecosistema y excelente para las plantas. Está cientificamente probada su eficacia y hasta ahora no nos había dado motivos para pensar que no pudiese salir pronto al mercado.

     Hasta el otro día. Resulta que tenemos varias plantas en el laboratorio con las que llevamos a cabo los distintos experimentos. Entre ellas, pensamientos, crisantemos y algunas variedades de orquídeas.

     Pues bien. El crecimiento es tan vertiginoso que hemos tenido que ir ajustando las dosis cada vez más. En el caso de los pensamientos y crisantemos, han alcanzado un tamaño considerable. Digamos que si la longitud media de la altura de la planta puede oscilar entre diez y veinte centímetros, han llegado a alcanzar el medio metro.

     El díametro de la flor ha pasado también de aproxidamente tres o cuatro centímetros en el caso del pensamiento y seis o siete en el del crisantemo, a unos quince centímetros en el primero y casi veinte en el segundo.

     Pero la orquídea ha sido otra cosa. En el caso de la orquídea la planta comenzó a empequeñecer. Es cierto que existen multitud de variedades de orquídeas procedentes de distintos paises. Algunas necesitan calor, otras más bien fresco. Ésta era una variedad que necesita entre 5 y 7º C para encontrarse en óptimas condiciones. Lo mismo, en ella, el abono no da el mismo resultado, pero lo cierto es que menudo susto nos dio. Empezó a disminuir su tamaño, de una forma casi imperceptible en los dos primeros días y de una manera algo más visible durante el tercer y cuarto día.

     La sorpresa nos la llevamos al quinto día. Le aumentamos tanto la dosis que de pronto paralizó su encogimiento y poco a poco fue adquiriendo su tamaño normal. Ello nos produjo una gran alegría por una parte, por otra, estaba claro que había que seguir el experimento pues el abono no afectaba por igual a todas las clases de plantas.

     Esta orquídea era una especie un poco rara, hubo quien en el laboratorio llegó a insinuar que tenía como prima hermana a una especie de planta carnívora. Este tipo de plantas no la abonamos, pues su comportamiento es diferente. Pero nuestra indefensa e inofensiva orquídea blanca sí fue sujeto de pruebas.

     Curiosamente, a la semana de haberle modificado la dosis del abono, su color comenzó a volverse algo más oscuro, una especie de marfil que se tornó en beige al cabo de dos días y su tamaño también aumentó. Bastante. La orquídea llegó a tener la altura de un pequeño arbusto y el diámetro de su flor podía tener unos cincuenta centímetros.

     Dejamos de abonarla. Pero aún así, la pequeñita e indefensa planta de unos días antes parecía haber cobrado vida propia y haber guardado en sus reservas preveiendo un posible corte en el suministro. Sí, ríanse, pero les aseguro que de sus hojas colgaban una especie de saquitos y al abrir uno de ellos comprobamos estupefactos que estaba repleto de abono.

     A los nueve días su color se había vuelto marrón oscuro y hubo que sacarla del laboratorio. Alcalzó un tamaño nada despreciable de aproximadamente dos metros de altura y un diámetro en la flor de un metro de longitud.

     Del centro de la planta salieron una especie de brazos que pensamos que podían ser pistilos, pero no, nada más lejos de la realidad. Eran lo que parecían, brazos. No humanos, evidentemente, pero sí eran unas especies de cuerdas que colgaban inertes.

     Metimos la planta en una sala independiente y la custodiamos. La aislamos e intentamos abrir un nuevo saco con el consabido peligro que ello conllevó. El valiente que hizo el intento fue impregnado de una sustancia viscosa que lo aturdió e hizo que perdiese el conocimiento. Al analizar esa sustancia comprobamos horrorizados que era una variedad diferente de nuestro abono. Ahora no era bueno para el ecosistema, ahora era realmente tóxico para el ser humano.

     La orquídea se volvió grisácea y su altura y diámetro se duplicó. En estos momentos angustiosos tuvimos que recurrir a las altas esferas. A nuestro laboratorio llegaron un montón de gente importante que nos miraba como si fuésemos estúpidos, ignorantes o vete tú a saber. Nos miraban por encima del hombro y yo ciertamente temí que alguno se diese de bruces con algo, o peor, en una muestra de superioridad se acercasen demasiado a la orquídea y sirviesen de aperitivo.

     Pero la cosa no quedó ahí. Nos alejaron de ella, nos ignoraron por completo.A nuestros oidos llegó la noticia de que la hermosa orquídea era ahora de un color grisáceo oscuro intenso con motas rojas en su interior. Sus brazos se habían vuelto fuertes, y el personal tenía miedo a acercarse a ella.

     No sé de qué forma lo hicieron, pero consiguieron cortar un trozo de uno de ellos y probaron a analizarlo. Al no poder diseccionarlo, decidieron quemarlo para asegurarse qué producto sería mejor si tenían que recurrir a él, pues la planta seguía creciendo y existía el rumor de que faltaba personal. Digamos que tal vez habían desaparecido por engullición.

     Pero el brazo de la orquídea no se podía quemar. Al contrario, al intentar quemarlo ésta empezaba a despedir una especie de gas tóxico que hizo que el aire se consumiese, el fuego se extinguiese y tres operarios cayesen redondos al suelo.

     ¡Menuda se había liado!

     La preocupación era máxima e inevitablemente yo hice el correspondiente comentario en casa. Mi marido es un hombre muy racional y tiende a aconsejar de forma sencilla y sobre todo, efectiva. En este caso, no tenía ni idea de qué hacer.

     Pero claro, la providencia provee, pensaran algunos. Mira por dónde, mi pequeña Azucena estaba escuchando la conversación y decidió intervenir.

-Pues no regadla mami. Todas las plantas necesitan agua- me dice tan tranquila.
-Cariño, hemos dejado de regarla. Pero tiene reservas, o eso pensamos.
-Y ¿dónde está plantado semejante monstruo?
-Directamente en el suelo del laboratorio. Ha roto el pavimento y se ha “plantado” en la tierra. Del tirón- le explico.
-Pues lo tenéis difícil. ¿Y no se quema?
-Emite gases si la quemamos.
-Pues congeladla.
-¿Congelarla? – la verdad, me hizo pensar.
-Claro, si normalmente necesita fresquito para vivir, debería odiar el calor, pero por lo visto le gusta. Pues darle más fresquito del que quiere, a ver qué hace.

¡Dios mío! ¡Mi enana es una listilla maravillosa!

     Al día siguiente solicité tener una entrevista con el jefe del departamento para darle mi opinión. No veáis que trabajito que me recibiera. Pero al final, lo conseguí.

     El jefe de departamento era un hombre bajito, con pelo blanco, gafas, bigote y algo metidito en carnes. Solía hablar y mirarte a la vez por encima de las gafas.

-¡Está usted loca! ¡Congelarla! ¡Queremos estudiarla, no matarla!
-Pero señor, su tamaño se ha vuelto… preocupante. En cuanto al peligro que ello conlleva.
-Tonterías. Habladurías. Hay gente que se ha asustado, se ha largado sin más, y se ha corrido el rumor conveniente de que la planta se los tragó.
-Puede ser señor. Usted verá.

No volví a verle, pero al día siguiente de nuestra conversación aparecieron unas gafas y unos pelos blancos sospechosamente familiares al lado de la orquídea, que ya había vuelto a cambiar de color. Ahora volvía a ser blanca, pero ya empujaba el techo.

Bueno, soy madre. Y no voy a permitir que una plantita abonada se coma a nadie más. Así que ni corta ni perezosa trazamos un plan entre algunos compañeros y yo para entrar a escondidas y congelar la planta. Lo mismo nos llevábamos un chasco, pero lo mismo resultaba.

Como no podíamos llegar a ella por tierra, lo intentamos por aire. Uno de mis compañeros tenía un cuñado que se dedicaba a arreglar antenas y estaba muy acostumbrado a subir a los tejados. Se subió al tejado y con una especie de taladradora cónica hizo un orificio lo suficientemente pequeño para introducir un tubo por el que comenzamos a echar nitrógeno líquido.

¡Guau! ¡Menudo espectáculo! Pensé que volábamos el laboratorio por los aires. La planta empezó a emitir un sonido, una especie de pitido desagradable que se introducía en el oído y te causaba mareos. Pero nosotros seguimos. Uno fue a buscar tapones y se trajo los tapones y unas orejeras. Si alguien se mareaba, otro le sustituía.

Hasta que cesó el pitido. Dejamos el nitrógeno líquido puesto y nos fuimos a dormir. Al día siguiente muy temprano, uno de ellos fue y retiró el artefacto. En el interior del habitáculo no se podía observar nada.

¡Menudo revuelo se montó! Todos corrieron cuando al día siguiente se abrieron las puertas del laboratorio y la planta no estaba. ¿Qué había ocurrido? En el laboratorio estaba el jefe del departamento y cuatro compañeros más, semiinconscientes, aturdidos, semicongelados y en posición fetal en el suelo. Entre ellos, una pequeña plantita, diminuta, de unos diez centímetros de altura. Mi hija tenía razón, era tan rara que la dañó precisamente lo que habría de gustarle. El frío.

Por supuesto, nadie contó lo sucedido, pero el abono se eliminó por completo. No podíamos confiar en que no lo aplicasen a alguna especie de orquídea exótica, o lo que es peor, directamente sobre alguna planta carnívora. Menuda masacre.

Todo volvió a la normalidad y se hizo la vista gorda de lo que había pasado. A mis compañeros y a mí, nos subieron el sueldo, creo que el jefe de departamento habló muy bien de nosotros.

Hoy por hoy estamos tranquilos y felices. Menos mal. Además, tengo tráfico de influencias y me he guardado unas botellitas de abono en casa, porque no tenemos orquídeas en ella. Menos mal.


(A unos tres kilómetros de allí:

-Mira papá, una compañera de clase me ha regalado una botellita de este abono. Dice que es muy bueno, que lo prepara su madre en un laboratorio y que es genial para nuestras margaritas raras.
-No son margaritas hijo, son unas orquídeas exóticas muy especiales. Hay quien dice que son primas de unas plantas carnívoras.
-¡Qué guay! ¿cuánto le echamos?
-Échale bastante, todo el que puedas. Están muy pequeñitas, a ver si conseguimos que crezcan un poquitín.  )

Moraleja: Nunca dejes los productos químicos y/o peligrosos al alcance de los niños.


Violeta

Adivinanza

0 comentarios

Ayer estuve en una clase de la facultad en la que nos hicieron una adivinanza que me hizo reflexionar muchísimo sobre los pensamientos que tenemos grabados inconscientemente. Ahí va la adivinanza:

Rodríguez tiene un hermano llamado Julio al que quiere mucho. Un día, Julio muere, dejando a Rodríguez en un estado desconsolable. En el funeral algunas personas  cerca de Rodríguez comentan: "Qué pena que Julio no tuviera ningún hermano". Nadie miente.

Dentro de una semana publicaré la respuesta a esta adivinanza y el tema de la clase, pero me gustaría que fuerais escribiendo en los comentarios cual creéis que es la solución. Yo no conseguí adivinarlo. 

Novedades

2 comentarios

Como habéis podido observar esta semana ha habido cambios en la apariencia del blog. Y no sólo eso, sino que además ahora hay cuenta de facebook, twitter, youtube, google+, gmail... vamos de todo!! Y todo gracias al creador del blog kmarqdesign.blogspot.com.es, que es un genio con la informática. 

Bueno, ahora que lo sabéis ¡¡podéis seguirme en todas esas redes sociales!! Ja, ja. 

El Amor

0 comentarios

     Algunos creen que para vivir bellas historias de amor han de viajar a lugares exóticos o extraordinarios. Visitar París, La Toscana, Grecia o la India, pero por suerte, todos sabemos que el amor está o puede estar en cualquier parte, incluso, muy, muy, muy cerquita de ti.

     Esta es la historia de Inés, una mujer joven de treinta y dos años que vivía en una granja en las afueras de un pequeño pueblo agrícola. Inés vivía en esta granja con sus padres, Germán y Ana, con su hermana Nuria y con Alfonso, el capataz de la finca.

     Soñaba con visitar bellos lugares, tenía fantasías con viajar y enamorarse de un hombre apuesto y galante que le hiciese perder la cabeza. Pero Inés estaba sola. A veces tenía la tentación de mirarse al espejo y preguntar a su imagen qué era lo que le faltaba, pero en este caso, sería una tontería, pues qué más daba lo guapa o fea que pudiese verse si el problema radicaba en que no recordaba quién era.

     Un par de años antes, había sufrido un accidente de coche. Por suerte, no había sufrido daños demasiados graves, rasguños, un par de costillas rotas y poco más. Sin embargo, sí hubo una consecuencia grave del incidente y es que Inés se llevó un fuerte golpe y quedó inconsciente en el interior del vehículo.

     Consiguieron sacarla de éste antes de que se prendiese en llamas, con lo cual Inés estaba muy agradecida de estar viva, pero su amnesia la obsesionaba. Por más que intentaba recordar no conseguía ver más que simples fragmentos diminutos de su existencia, y en casi todos era aún una niña.

     Sus padres no querían darle muchas explicaciones pues los médicos que la habían atendido le habían recomendado que intentase recordar poco a poco, sin prisa. A veces, se sentaba durante horas con los álbumes de fotos que había en la casa e intentaba recordar y asimilar aquellas imágenes con la que había sido su vida.

     Como para pensar en enamorarse. A veces se imaginaba teniendo una conversación seria con un hombre que no fuese Alfonso, el capataz, que conocía el problema que sufría. Se imaginaba la típica conversación de “¿estudias o trabajas”, y la lógica respuesta: Pss, No me acuerdo.

     Alfonso a veces se sentaba con ella en el porche e intentaba animarla contándole historias graciosas y anécdotas que le habían ocurrido en el Instituto. Inés tenía ganas de gritarle y decirle que se guardase sus recuerdos para él, pero luego, lo pensaba mejor. Alfonso le había dicho que tenía treinta y ocho años. No era un hombre especialmente atractivo, pero sí tenía algo especial para ella.

     Inés se escondía por su falta de recuerdos, Alfonso se escondía porque tenía cicatrices muy feas en uno de sus brazos, en la espalda y en la mitad de su cara.

     A veces, Inés solía mirarle sin que él se diese cuenta. Alfonso era un hombre sensible, encantador, muy atento, y además, era guapo. Tal vez no como los cánones de belleza que se pueden tener habitualmente, tenía una cicatriz que le cruzaba casi la mitad de la cara. Pero… en sus ojos había tanta luz, y contaba unas historias tan bellas, que a veces Inés soñaba con ser la protagonista de aquellas historias que él contaba.

     Por su parte, Alfonso pasaba todo el tiempo que podía junto a Inés. Le gustaba, en general. Era una mujer muy dulce, simpática, alegre… bueno, fue alegre y simpática antes de aquél maldito accidente de coche. Inés contaba los mejores chistes que él había oído en su vida, y sus cuentos, sus historias, eran geniales. Ella siempre tenía historias nuevas que contar a los chicos de un orfanato que había cerca de la granja.

     Pero claro, todo antes del accidente. Después, la joven perdió sus recuerdos, sus historias, sus sueños, y su antigua forma de ser. Intentaba reír, intentaba soñar, pero estaba tan obsesionada con recordar, que se olvidaba de vivir.

     Así había transcurrido todo desde el accidente. Días, semanas, meses y casi dos años ya.

     Había días en que Inés se levantaba furiosa y se volvía muy antipática con todos, incluido Alfonso. Una mañana, se levantó especialmente irascible. Estaba de tan mal humor que se enfadó mucho y golpeó con el puño un espejo que había en su habitación. Se hizo cortes en las manos y en el antebrazo y Nuria y Alfonso la llevaron de inmediato al hospital.

-¿Por qué te haces esto Inés?- le preguntó Alfonso.
-¡Déjame en paz! ¡Tú no eres nadie para hablarme así!- le gritó furiosa.
-No debes hablar así a Alfonso. Es como de la familia y siempre te está ayudando- la recriminó Nuria.
-Estoy cansada. Cansada de no recordar nada, quiero recordar, sentir, quiero salir al mundo y enamorarme. ¡Estoy harta de vivir así! ¡Quiero sentir! –lloraba Inés.
-¿Y qué te impide hacerlo?- le preguntaba Nuria.
-¡Todo!
-Mírame a mí Inés. – le dijo Alfonso- mira mi rostro. Y ni siquiera has visto como está el resto de mi cuerpo, pero me levanto cada día y continúo viviendo. Tú sólo te dedicas a autocompadecerte.
-¡No tienes derecho a hablarme así!
-Tienes razón, no tengo derecho, pero lo hago, porque me considero tu amigo y me importa lo que te pase, a mí, a tu hermana, a tus padres, y tú sólo te preocupas de tu ombligo.
-¡Bájame aquí mismo! ¡No pienso seguir escuchándote!
-Será un placer.

Alfonso pegó un frenazo en seco y en ese instante Inés se quedó durante unos momentos en blanco. Como un flash revivió una imagen acontecida dos años antes, en el interior de un coche que también frenó de golpe.

Su cara mostró tal dolor que Alfonso se arrepintió de inmediato de haberle gritado.
-¿Inés?- le preguntó preocupado.
-¿Estás bien? – le preguntó Nuria.
-Sí. Estoy bien.

Inés no quiso contarles que había tenido un breve recuerdo de aquel día. Pero sí sintió vergüenza de cómo le había hablado a Alfonso y cómo pasaba los días metida en sí misma. Pensó en sus padres y en su hermana y se dio cuenta de que Alfonso tenía razón.

-Alfonso, lo siento, a veces soy un poco imbécil.
-No. Perdona tú, no debo meterme en tus cosas.

A pesar de las disculpas de ambos, Inés notó una inflexión en la voz de Alfonso que le dolió. No sabía bien por qué, imaginaba que porque al fin y al cabo, él le dedicaba muchísimos momentos de su vida. Es más, ahora que caía en la cuenta, se percató de que desde que tenía memoria, él siempre intentaba ayudarla, era amable, la hacía reír, y jamás se quejaba, ni siquiera cuando el tiempo cambiaba y hacía muecas de dolor en la espalda, jamás ella lo escuchó quejarse.

De pronto se sintió cansada, egoísta e inútil.

-Por favor Alfonso, ¿puedes llevarme a casa?
-Inés, de veras, no pasa nada por lo de antes, vamos al hospital y cuando te curen ese brazo volveremos a casa. ¿De acuerdo?

Algo en ése “volveremos a casa” hizo que ya no le importase ir al hospital. Así que le sonrió a Alfonso y asintió con la cabeza. Mientras Nuria miraba a uno y otro y una enorme emoción crecía en su interior.

     En el hospital le dieron unos puntos de sutura y le hicieron prometer que volvería a la semana. Después, Alfonso les ofreció a ambas hermanas tomar un helado, y por primera vez en dos años, Inés asintió de buena gana. El heladero era un joven muy guapo, alto, y con una sonrisa que parecía estar anunciando una pasta dentífrica. Casi automáticamente, al ver a Inés, empezó a coquetear con ella. Al principio, Inés se sintió gratamente sorprendida, gratificada. Pero luego, casi sin darse cuenta comenzó a compararlo con Alfonso, y… Alfonso ganaba. Es más, si se paraba a pensarlo, cuando más animada estaba era cuando estaba con él, cuando algo le dolía o la perturbaba, se lo contaba a él, cuando tenía ganas de reír o incluso de llorar, acudía a él. Siempre estaba ahí para ella.

     Cuando llegó a casa se refugió en su habitación y comenzó a pensar hasta que la cabeza comenzó a dolerle. Pero esta vez era distinto, no intentaba recordar lo ocurrido antes del accidente, sino lo ocurrido después. Empezó a visualizar mentalmente la cantidad de veces que se había mostrado malhumorada, enfadada, difícil, y como siempre Alfonso había estado ahí, junto a ella.

     Un nuevo sentimiento empezó a cobrar vida en su interior. ¿Sería posible que Alfonso pudiese ser para ella algo más que un amigo? La idea cada vez le agradaba más. Es cierto que tenía cicatrices por todos lados, pero ¿y qué? Lo importante es el interior, y el de él era maravilloso.

     Ya no le importaba tanto el pasado. Empezaba a soñar con un futuro.

     Al día siguiente se levantó decidida y de muy buen humor. Así que escribió una carta muy especial. Era trece de febrero, víspera del día de San Valentín. Tal vez era muy osado, pero escribió una carta de amor. Una carta en la que contaba a Alfonso lo mucho que él significaba para ella y donde le proponía intentar una relación juntos. Le hablaba de los sentimientos que él le despertaba, de que se había dado cuenta de que su ilusión máxima al levantarse era ir a escuchar sus historias y sus bromas. De cómo él la hacía ruborizarse con sus piropos.

     Le propuso conocerse, poco a poco. Darse una oportunidad, vivir un presente y un futuro. Y cuando hubo terminado de expresar todo lo que tenía dentro, la envolvió en un bonito paquete y le pidió a Nuria que fuese al pueblo por ella y enviase ese paquete urgentemente.  Por supuesto, Nuria quedó sorprendida al ver la dirección escrita, pero Inés le rogó que no hiciese preguntas y la dejase continuar con su locura.  Su mayor ilusión era que el paquete llegase a manos de Alfonso el día siguiente, San Valentín.

     Conforme los minutos iban transcurriendo, Inés estaba más y más nerviosa, hasta el punto de pensar que tal vez se había equivocado. ¿Y si Alfonso le decía que sí por pena? ¿Y sí él la aceptaba porque pensase que no tendría otra oportunidad con otras mujeres? ¿Y sí…?

     La mañana del día de San Valentín la consumían la duda y los nervios, necesitaba aislarse un poco de todo. Cogió su bicicleta y se dirigió sin rumbo fijo. Paseando se topó con un lugar hermoso que no había visto antes. Era una gran casa antigua y en ella se escuchaba ruido de niños. De pronto, una pelota se cruzó por delante de ella y de momento un chico fue tras la pelota.

-¡Inés! ¡Chicos, ha vuelto Inés!

¿La conocían? ¡Dios mío! ¿La conocían?

-¡Cuánto tiempo Inés! ¡Qué alegría!

Algo confusa se dejó abrazar por los chavales que la abrazaron, unos y otros, le dieron millones de besos y la hicieron sentir como en casa. Entonces se acercó a ella una mujer más o menos de su edad sonriéndole.

-Querida, ¡qué alegría verte!

Pero la mujer notó la confusión en el rostro de Inés, y como conocía la historia mandó a los chicos a jugar.

-¡Venga chicos! ¡Dadle tiempo! Ven Inés, toma algo conmigo. 

     Inés decidió acompañar a aquella mujer. Parecía conocerla bien y ella necesitaba respuestas. Al entrar en un pequeño saloncito que había cerca de la puerta de entrada vio que en éste había multitud de fotografías de muchos chicos, y entre los chicos observó alucinada que había fotografías de ella y… ¡de Alfonso! Pero era un Alfonso distinto, en su rostro no había cicatrices, se le veía sonriente, disfrutando y en complicidad con los chicos… y con ella.

-¿Sigues sin recordar nada?- le preguntó la mujer.
-Así es. Este hombre, Alfonso, trabaja en mi granja. Pero su cara tiene… cicatrices.  ¿Qué es este lugar?
-Un orfanato. Antes tú venías mucho por aquí. Eras voluntaria en este lugar, igual que Alfonso, pero no creo que sea conveniente que te cuente más. Nos advirtieron que tú debías recordar por ti misma.

Inés tomó un café, jugó con los niños, sonrió, se lo pasó bien, prometió volver al día siguiente y se marchó a casa, pensativa y confusa. Al girar con la bicicleta en un recodo, un camión se acercaba hacia donde ella estaba y tuvo que hacer un giro rápido, terminó golpeándose contra un árbol y cayó al suelo, aturdida.

  Pero entonces comenzó a tener otro flash, esta vez mucho más intenso que el anterior. Ya llevaba días en que los retazos que venían a su mente eran cada vez mayores. Y entonces lo recordó. Con nitidez. Ella y Alfonso en el coche de vuelta del orfanato. Risas, comentarios, felicidad. Un camión que se acerca, un giro rápido del volante. Conducía Inés. El coche se sale de la carretera, da unas vueltas de campana y se estrella contra un árbol. Antes de perder el conocimiento, Inés recuerda cómo empieza a oler a gasolina y nota cómo Alfonso la saca del coche. Para ello se hace numerosos cortes, sangra, Alfonso sangra mucho, pero sigue en su empeño de rescatarla y no cesa hasta que lo consigue aún a costa de su propio daño.

  Porque la quiere, porque se preocupa por ella, porque además, es su marido. Inés recuerda de pronto que Alfonso tiene tantas cicatrices por salvarla a ella en el accidente. Y para no presionarla y que ella pueda recuperar su memoria, ha guardado silencio durante estos dos años y ha vivido como un trabajador más en la granja.

  Una amplia sonrisa acompaña las lágrimas que corren libres por sus mejillas. De pronto lo recuerda todo y no cabe en sí de gozo, pues ella ya tiene un amor. Un amor maravilloso que fue y es en el presente, incondicional con ella.

  Deja la bicicleta tirada en el camino y corre hasta la granja. Llega acalorada, ahogada y eufórica para encontrar a un asombrado Alfonso sentado en el porche con un bonito paquete en la mano que ella misma preparó el día anterior. ¡Su carta! ¡Su declaración! Con todo el jaleo había olvidado que le había mandado una carta de amor al que resulta ser su marido.

  Se lanza en sus brazos y le da un beso apasionado en su asombrada boca. Luego se abraza a él con todas sus fuerzas y le acaricia la cicatriz de la cara. Alfonso no dice nada, llora con ella.

-Lo recuerdo todo Alfonso, mi amor, lo recuerdo todo.
-¿Antes o después de esta carta? – le pregunta él.
-Después. Te declaré mis sentimientos antes de recordar quién eras. Vamos, que estamos predestinados tú y yo ¿no crees?- añade con una sonrisa.
-Por suerte mi vida, por suerte. Te he echado de menos, muchísimo.
-Y yo a ti.


En esta vida se pueden hacer mucha clase de locuras y podemos encontrarnos en multitud de situaciones, pero las mejores locuras y las mejores situaciones, son las que se hacen por amor. Las más agradecidas, las del amor correspondido, las más dolorosas, los rechazos de amor.

Violeta


¡FELIZ SAN VALENTÍN!

Mariposas

2 comentarios

Desde hace un tiempo soy seguidora de un blog llamado "Jacaranda hecho a mano" (http://jacarandahechoamano.blogspot.com.es/). Es un blog alucinante, donde la bloguera hace maravillas con las manos. Un ejemplo es el siguiente conjunto de mariposas que le pedí hace tiempo.



Y lo mejor es que hace diseños personalizados. Me encanta y sé que voy a enseñaros más cosas sobre ese blog porque voy a pedirme muchísimas jajaja.

RADA Beauty

0 comentarios

Supongo que ya estaréis al tanto de esta página web en la que puedes encontrar de todo sobre un montón de marcas de maquillaje, pero yo soy "nueva" en esto de buscar páginas por internet para comprar productos y la vi hace poco: RADA Beauty. Simplemente increíble:

El Chiste de la Piruleta

0 comentarios

Nuestro querido blogero de 9 añitos nos ha dejado hoy un chiste para darle un toque de humor a nuestras vidas: 


Esto es un niño que le dice a su abuela,
-¡Abuela abuela!, cómprame una
piruleta. 
Y la abuela se la compra, ahora al niño se le cae la piruleta y la
quiere coger pero la abuela le dice,
-Que las cosas del suelo no se cogen. 
Ahora, la abuela se tropieza con la piruleta y le dice al niño,
-Cógeme. 
Pero,
el niño le dice,
-Abuela abuela, que las cosas del suelo no se cogen. 

 Francisco Pacheco Hans.

Fantasma

0 comentarios


     No es fácil ser fantasma, creedme, sé de lo que hablo. Llevo muchos años muerta, ya he perdido la cuenta. Y además, qué más da, el tiempo ya no tiene límites para mí.

     Reconozco que esto es divertido en el sentido de que puedo flotar, atravesar paredes, espiar a chicos, o incluso aprender mucho, porque no veas el tiempo libre que tengo, por no tener en cuenta que la experiencia es la mejor profesora.

     Echo mucho de menos el calor. Es lo único que me cuesta trabajo olvidar. Los seres queridos y el calor humano son difíciles de reemplazar. En la academia de fantasmas me hablaron de ello. La verdad, yo tenía en esos momentos tanto miedo por mi nueva situación, que no presté demasiada atención.
    
     Ahora, como fantasma veterana,me resigno ante muchas cosas, y saco mucho partido a otras, pero eso sí, siempre pasando inadvertida. Pero hoy, me he visto tentada a dirigirme a vosotros pues os quiero contar una historia.

     No sé si estaré haciendo algo ilegal, por lo del derecho a la intimidad y a la protección de datos, y todas esas historias que tenéis la gente de carne, como yo os defino desde hace ya algunos años, o tal vez debería decir siglos. Que más da, el tiempo es relativo.

     Pues bien, que me demanden si no es apropiado. Yo voy a contaros la historia de una fantasma amiga mía. Se trata de Claudia. Es una fantasma muy simpática y bastante mona, digo yo, no entiendo mucho sobre como es el canon de belleza de la época. A mi, me parece mona. Sólo le veo un pequeño defecto. Y es que mi amiga fantasma Claudia, es de carne y hueso.

     Sí, sí. Me he expresado bien. Claudia camina, come, duerme, y sobre todo, respira. Cada microsegundo de su corta vida es utilizado por multitud de células de su cuerpo para llevar a cabo sus distintas funciones, entre ellas, las cerebrales. Aún así, Claudia es visible a los ojos, pero invisible a los demás mortales.

     Ahora seguro que pensáis que he perdido la cabeza. Pues sí. Así fue, o algo relacionado creo recordar. En mi época era fácil perder algún miembro y creo que mi cabeza y yo fuimos unidas de nuevo en este mundo puente. No recuerdo haber estado casada con Enrique VIII. Sí recuerdo haberme enamorado hasta la médula y haber sido engañada. Creo recordar que fui tan imbécil, que di lo único que tenía, mi vida.

Ahora, se supone que voy a estar dando vueltecitas por este mundo tan extraño y singular hasta que consiga redimirme. Y ni siquiera sé exactamente ante quién he de hacer eso.

     Por ello, Claudia me pareció una opción maravillosa.

     Fui consciente de sus problemas desde que ella era casi un bebé. Sus padres, siempre tan ocupados, el ritmo de vida de esta época, tan frenético. La pobre Claudia pasaba más tiempo durmiendo que jugando.

     Para sus progenitores, Claudia era sólo una niña muy buena y callada. Para mí, estaba claro, esta chica quería ser como yo, invisible. Por eso, me hice su amiga, y me convertí sin saberlo, en eso, en su amiga invisible.

     Así permanecí junto a ella hasta que cumplió los siete años. A partir de ahí, dejé de aparecerme de repente, pues era su única amiga. Sólo jugaba conmigo y con su primo Roberto. Empezaron a burlarse de ella porque hablaba de mí y hasta pensaron en llevarla a no sé qué sitio raro, algo de Psicoterapia o no sé, porque la chica tenía trastornos serios.

     No se equivocaban. Tiene un serio trastorno denominado soledad.

     Ahora, Claudia tiene veinte años. Ya ha crecido. Creo que ella y yo tenemos ahora la misma edad. Es un decir, por supuesto. Mi misión, ayudarla en su día a día. Hacerle la vida más fácil, poner a su alcance objetos que desea sin que ella los vea levitar, rascarle la espalda o la nariz mientras duerme, en fin, cositas rutinarias.

     Pero me temo que la cosa se complica. Mi querida y dulce Claudia se ha enamorado. De nada más y nada menos que un despampanante y guapísimo chico de la Universidad. Inteligente, de buen carácter, alto, moreno,y muy, muy visible, ya que tiene tras de sí a todas las chicas humanas que conozco o a casi todas.

     Por esto, he decidido ayudar a mi amiga Claudia. Yo perdí la cabeza por un hombre, tal vez, si consigo que Claudia no pierda la suya por otro, me redima y me den un galardón o algo. Vete tú a saber.

     El único inconveniente que veo es que para ayudarla voy a tener que hacerme visible de nuevo ante ella, y lo mismo, me la cargo de un susto. Ni siquiera soy consciente del aspecto que tengo, si es que me queda de eso.

     En fin. El mundo de los humanos actuales está lleno de tecnología y aparatitos varios. Tal vez pueda contactar con ella sin mostrarme. Aunque, la verdad, internet no es lo mío. Prefiero la comunicación cuerpo a cuerpo, pero eso es algo difícil en este caso.

     Hoy Claudia se ha levantado como cada día. Ni siquiera se mira en el espejo. Me temo que está más muerta que yo. Es guapa, pero lo desconoce. Tiene unas notas geniales, pero lo considera como su obligación. Es simpática y tiene sentido del humor, con todos, menos con ella misma. Quizás ya sea hora de cambiar alguna de esas cosillas. Por cierto, que me demuestren que las hadas madrinas están vivas.

     Mi plan es sencillo. Voy a intentar que ella misma se admita y se vea. Para ello, voy a hacer que la vean los demás. Que la vean de verdad.

     Acabamos de llegar a la Universidad. Ella sola, caminando y hablando sola, como hace continuamente. Yo, a su lado, levitando y escuchando. Ventajas que tiene una. En esto que vemos que se acerca el chico que a ella le gusta, creo que se llama Fabián.

     Ya están uno al lado del otro, cada uno en una dirección, eso sí. Lo único que se me ocurre para acercarles es…

-Chasss-

     ¡Menudo empujón le he metido! Suerte que he tenido años para hacerme una profesional en el arte de mover objetos. Acabo de pegarle tremendo empujón a Fabián. Sí, a Fabián. Si empujaba a Claudia la iba a hacer parecer torpe, y hasta previsible. Pero si le empujo a él, ¡todo imprevisible!

-Lo siento- se disculpa Fabián.

Que mono, pienso para mí. Todo él tan lindo. Por cierto, juraría que se ha puesto colorado. Pero no juro, no vaya a perder la cabeza. Uy, ¡ya la perdí!

-No pasa nada- contesta tímidamente Claudia.
-No sé que me ha pasado. Se me ha ido el cuerpo. ¿Te he hecho daño?- pregunta solícito.
-No. En serio, estoy bien. – se repite, esta vez con una bonita sonrisa.

Guau. Creo que Fabián acaba de fijarse realmente en mi amiga. Se ha quedado mirándola fijamente.

-¿Estás en mi clase? – se percata él al ver la cubierta de los libros de Claudia.
-Sí. Desde el primer curso.
-Vaya. Tú eres…
-Claudia la empollona. – le ayuda ella.
-Oh, no quería decir eso. Pero, te imaginaba más…

En este momento él se pone como un tomate de nuevo. Creo que acaba de darse cuenta de la metedura de pata que está llevando a cabo. Pobre chico.

-Te acompaño lo que queda de camino, bueno, si tú quieres.- dice él.
-Claro.- responde ella.

-Gracias- dice Claudia muy flojito, como al aire, pero ¡repámpanos recrujientes! Yo diría que me mira directamente a mí.



Vaya dos. Van todo el camino hablando de tonterías, pero lo cierto es que al menos Claudia tiene hoy color en la cara. Lo mismo está sintiendo calor. Imagino que de todas formas, la liará parda y se despedirá de él de una forma tonta y poco original.

     Pero me equivoco. Llevan todo el día juntos. Incluso han comido juntos. Jamás he visto tanta química en mi vida, ni en mi muerte.

     Cuando llegamos a casa, directamente, Claudia mira hacia donde yo estoy. Yo me miro en ése momento en el espejo y sonrío. Ummm, mi nuevo tono de gris es bonito.

-Gracias amiga.

¡Señor! ¡Si no estuviese muerta, me habría muerto del susto!

-¿Me ves? – le pregunto.
-Todo el tiempo.- me sonríe.
-Pero ¿cómo? Me volví invisible cuando tenías siete años.
-No. Te volviste algo más transparente, pero yo te veo a diario. Fingí no verte por no herir tus sentimientos, al fin y al cabo, eres mi única amiga. No eres una amiga invisible ¿verdad?
-No. Soy un fantasma.
Guay!
-No te veo asustada. – le sonrío.
-No lo estoy. Llevas años ayudándome en todo. Como hoy, menudo empujón le metiste a Fabián. Creo que conectamos. ¿Por qué estás aquí?
-No lo sé. Creo que para ayudarte.
-O tal vez, yo tenga que ayudarte a ti.

Por primera vez en mi vida de muerta, me quedo anonadada. Bueno, por segunda vez, la primera fue cuando me di cuenta de que había dejado de respirar. En fin, no había pensado esa posibilidad. Llevo mucho tiempo con Claudia. Y antes, he ayudado a muchas otras chicas. Ahora que lo pienso, todas con problemas similares. Pobrecillas, parecen condenadas a repetir un patrón o algo así.

     Jolín, me siento rara. Esto de saber que Claudia me ha visto todo este tiempo, es algo intimidante. La de tonterias que he hecho pensando que no me veía.

     Vamos a la biblioteca. Allí Claudia empieza a teclear y buscar archivos. ¡Madre mía! ¡No puedo creerlo! No sé que busca, pero en ese chisme que maneja están apareciendo fotografías de muchas de las chicas a las que he ayudado.

-Claudia, las conozco a todas. ¿Quiénes son?
-Quienes yo pensaba. Mira, te presento por así decirlo. Mi abuela, mi tatarabuela, la abuela de ésta… Llevas generaciones cuidando de las mujeres de mi familia. Pero por algún motivo, no nos recuerdas a todas. Por ejemplo, no recuerdas a mi madre, supongo que porque es casi idéntica a ti cuanto tenía tu edad. Ésta eres tú.

Ante mis atónitos ojos veo mi imagen. Pero no es una fotografía, sino un cuadro. Uno muy antiguo, de hace siglos. Claudia me cuenta mi historia.

-Al parecer, fuiste una aldeana en el siglo XV que se enamoró perdidamente de un joven pintor. Él te hizo este maravilloso retrato. Estaba loco por ti, pero era tan tímido que jamás te lo dijo. Tú creías que él amaba a tu amiga y un día en que les viste muy juntos, malinterpretaste la situación y en un momento de dolor saliste corriendo sin mirar y te despeñaste por un puente. Te partiste el cuello.

Recuerdos e imágenes pasadas van acudiendo a mi mente con sus palabras.

-Tu amado casi se vuelve loco de dolor. Con el tiempo, volvió a conocer a alguien especial, alguien que precisamente se parecía mucho a ti. De hecho, no sé si lo recuerdas, tenías una hermana gemela. Por ahí, se habla mucho de los gemelos. Lo cierto y verdad es que él se casó con ella, pero seguía pensando en ti. Por eso, tu hermana se enfadó e hizo una especie de conjuro, pero no para él, sino para ti. Tú debías cuidar de sus descendientes, que a la vez serían los de tu amado, hasta que un día, alguno de ellos te mostrase la verdad.
-Pero, no entiendo. ¿Por qué hizo eso mi hermana? ¿No me quería?
-Al contrario. Te quería mucho y se sentía mal porque sabía que había ocupado tu sitio. Hizo el sacrificio más grande que hay. Si tú descubrías la verdad, podrías partir. Y ¿sabes quién te espera al otro lado?
-¡Él!
-Él. Te espera desde hace siglos. – me dice sonriendo.
-¿Cómo sabes tú todo eso?
-De vez en cuando desapareces. No serás consciente de ello, pero es así. Yo aprovecho esos momentos. Creían que yo estaba loca, así que me aseguré de que no lo estaba. Te encontré. Me ha costado años. No hablo sola. Hablo contigo. No eres tú quien me tiene que ayudar a mí. Soy yo la que tengo que ayudarte a ti. Ahora, ambas podemos continuar nuestro camino.

No puedo describir lo que siento. Sólo puedo deciros que me siento ligera, y no es broma, ya sé que soy ligera, pero me refiero a que de pronto lo recuerdo todo. Recuerdo como una especie de torbellino gigante me tomó dentro de él, recuerdo como la mayoría de mis recuerdos se quedaron ahí. Le recuerdo a él, a mi amor. Recuerdo a mi hermana. Nos queríamos, estábamos muy unidas. Recuerdo a mis niñas, o las suyas… Recuerdo, recuerdo… Claudia, Ángela, Verónica, Antonia, Julia, Ágata, Susana, Tomasa, Federica, y… Luisa y Lorena. Yo soy Lorena. Me recuerdo a mí misma.

     Me noto en paz. Me encuentro bien, en un hermoso lugar conocido. No sé si esto será el cielo. Después de todo, he descubierto que no me suicidé, sino que morí por accidente. Me da igual, porque me siento tan bien, que me da igual. Y entonces le veo. Delante de mí, sonriente, con sus brazos extendidos. Mi amor. Por primera vez en casi setecientos años, siento calor.

Violeta.