Para
aquellas personas que hayan sufrido penas de amor, saben que es un dolor fijo y
constante que se te clava en lo más profundo de tu alma. No voy a entrar en
cuestión de religión ni creencias, pero sí es cierto que para muchos de nosotros
el cuerpo es mortal, el alma inmortal. Personalmente opino que por eso debe
doler tanto, porque te hieren el alma y ésa no debería sufrir daño alguno.
Con todos
mis respetos a todas aquellas personas que han sufrido este tipo de dolor que
parece que jamás va a curarse, os voy a contar la historia de Daniel, un
muchacho de veintisiete años que vivía entre penumbras tras la marcha de su
novia, Matilde.
Los
jóvenes llevaban ya tiempo juntos. Desde muy niños habían empezado una bonita y
tierna historia de amistad que terminó convirtiéndose como por arte de magia en
una hermosa historia de amor. Sus primeros flirteos, tímidos e inexpertos
continuaron con la dicha del saberse amado y correspondido y por supuesto la
felicidad plena de quien vive el momento junto a quien quiere.
Pero
también es cierto que las personas van cambiando, madurando. Daniel y Matilde
empezaron a ser muy amigos desde el preescolar, continuaron durante la primaria
y se hicieron novios en los comienzos de la secundaria. Si has tenido la suerte
de que esto te ocurra con tu media naranja, la relación se irá fortaleciendo,
cambiando de nivel, mejorando. También te puede pasar que con el paso del
tiempo o quizás la monotonía, la situación puede cambiar. No siempre queremos
las mismas cosas ni las necesitamos tampoco. Algo así ocurrió en el caso de
Matilde que comprendió un buen día que si bien quería mucho a Daniel, no era el
hombre con el que quería compartir el resto de su vida.
Unos meses
atrás Daniel había preparado la declaración de amor más hermosa de su vida
dispuesto a convencer a Matilde para que se fuese a vivir con él. Llevaban
tanto tiempo juntos que había llegado el momento de pasar a otro nivel. El
tiempo diría si había o no boda, ya que de sobra sabía que las bodas no eran
para Matilde. Ésa era su amiga Susana. Más de una vez Susana y Matilde habían
bromeado y hablado en serio también sobre ese tema.
Para Matilde el matrimonio
era una atadura que cambiaba a las personas. Para Susana era la consolidación
de una relación entre dos personas que se aman. Daniel dudó un poco porque
imaginó que tal vez se resistiese a dar otro paso más, pero jamás pensó que
cortaría de cuajo con la relación.
Ahora, con
el corazón roto y el alma desquebrajada, recordaba cómo Susana le advirtió
mientras le ayudaba a preparar aquella megafiesta de que Matilde iba a
asustarse. Siempre se había asustado del compromiso. Siempre.
-Pero Susana- le decía Daniel en su momento- Nos queremos. Llevamos
siglos juntos. ¡Es lo que sigue!
-No para ella Daniel. Ella es un espíritu libre y va a creer que quieres
tenerla sujeta. Casi siempre estáis acompañados, por mí, por tu primo Tomás,
por ambos, por el grupo entero de amigos…
Daniel sabía cuánta verdad
encerraban esas palabras, pero no quiso escucharla.
Y de esta forma organizó una
fiesta preciosa en la que invitó a un montón de amigos. Al finalizar la velada
donde una deslumbrante Matilde estaba eufórica, sonriente y con algún grado de
alcohol en su cuerpo, un Daniel esperanzado le entregaba a solas, en la terraza
del local donde estaban, una hermosa caja de terciopelo con una llave en su
interior.
La reacción de Matilde no
pudo ser peor. Al principio se quedó sin habla, luego empezó a poner todo tipo
de excusas, algunas podían tenerse en cuenta, otras eran sin lugar a dudas,
eso, excusas. Daniel no daba crédito a lo que escuchaba. Matilde no quería
ataduras y además estaba viendo claro que él buscaba otros compromisos y eso la
aterrorizó. Así que simplemente, se marchó. Sin más. Tenía familia fuera y decidió
irse durante el resto del verano con ellos y tal vez incluso, tantear la
posibilidad de continuar lo que le quedaba de sus estudios universitarios
fuera.
Como consecuencia de todo
ello, Daniel estaba destrozado. La llamaba por teléfono, pero ella no le
contestaba. Le enviaba emails, pero ella no los respondía. Incluso intentó
visitarla, pero al parecer ella se había marchado a un viaje por el extranjero
con su prima.
Se sumió en una depresión
tal que prácticamente dejó de comer, de salir, su piso de soltero estaba hecho
un asco, y su empresa de catering, totalmente abandonada por su parte. No tenía
intención de continuar con nada por ahora.
Aquella mañana abrió los
ojos lentamente. Olía raro. Claro, llevaba unos días sin limpiar en absoluto y
dejándolo todo por medio. El piso estaba hecho un auténtico asco. Le dio por
mirar el ordenador, tal vez hubiese un mensaje de ella. Nada. Sólo un millón de
fotografías en el escritorio sucediéndose una tras otra como una macabra
procesión de recuerdos.
Volvería a dormir. No tenía
pensado trabajar hoy tampoco.
Ése era el plan, pero estaba
claro que no iba a poder ser. De pronto le pareció escuchar la llave en la
cerradura y una voz que le llamaba. Por cierto, una voz cabreada.
-¡Por todos los… ! ¡Qué asco! ¿Te has muerto ya?- le preguntó Susana con
un enfado de narices.
-¿Qué haces aquí? ¿Cómo has entrado?
-Con la llave de Matilde. Se la dejó en el piso que compartíamos. Sí, la
he nombrado y el mundo no se ha desplomado. Matilde, Matilde, Matilde, ¿sigo?
-¡Déjame en paz!
-¡Cuando te levantes! ¿Durante cuánto tiempo crees que voy a poder
continuar yo sola con el negocio? ¡Necesito ayuda! ¡La tuya, que para algo eres
el jefe!
-Susana, por favor, ¡déjame!
Ella le ignoró por completo
y acercándose a él tiró fuerte de la manta bajo la que se encontraba en
calzoncillos.
-¡Eh!
-¿Qué? Te he visto millones de veces en bañador. ¡Levanta!
Con movimientos rápidos y
seguros empezó a descorrer cortinas permitiendo que la luz los inundase y les
mostrara la horrible realidad. Sin añadir una palabra más Susana comenzó a
recoger de una forma rápida y compulsiva. Conocía el piso. Había estado
millones de veces en él junto a Matilde. Sabía dónde estaban las bolsas de
basura y hasta las sábanas limpias.
Daniel la veía moviéndose de
aquí para allá con gestos rápidos y certeros. Parecía nerviosa, él sabía que
estaba furiosa, pero allí estaba ayudándolo. Como siempre. La eficiente Susana
siempre dispuesta a ayudarle. Era una buena amiga, eso estaba claro.
Incómodo
por la actividad de Susana, decidió al menos tomar una ducha y vestirse
adecuadamente. Para él no era lo mismo
estar en bañador que en calzoncillos. Así que sin decir una palabra se dirigió
al dormitorio, cogió ropa y se fue al baño. Para cuando salió se sentía mejor.
La ducha le había aclarado las ideas, el afeitado le había sentado genial y
desde luego, Susana había obrado un auténtico milagro en su piso.
-Guau chica. Sí que eres eficaz.
-Gracias. Intento hacer lo que hacen los adultos. Enfrentar los
problemas.
-¿Soy un problema?
-Tal vez. Venga, vamos al despacho, tienes que firmar una montaña de
papeles, citas con posibles clientes y todo lo demás. Tus empleados te echan de
menos.
-Seguro que sí.
-No seas irónico Daniel, no te pega nada. Tal vez Tomás y yo nos
encarguemos de muchos asuntos, pero ellos quieren verte a ti. Somos una empresa
muy pequeña, casi más una familia que otra cosa.
-Está bien. Lo siento.
Y así fue como Daniel
decidió volver al mundo de los vivos, al menos en apariencia e intentar retomar
la rutina de cada día. Alli estaban sus amigos, Tomás y Susana. Faltaba Matilde
dando su toque de humor y bromeando con unos y otros.
Durante
las siguientes semanas intentó parecer un ser normal y no un muerto viviente.
Se volcó en el trabajo de una forma total y pasó mucho tiempo con sus amigos.
Tomás era muy eficiente en su trabajo. Él y Daniel habían montado la empresa
unos años atrás, y Susana se agregó algo después. Tenía un don de gentes increíble,
era como una especie de contacto directo con los clientes, una relaciones
públicas excelente. Además tenía un gusto exquisito para los detalles y desde
que ella había llegado a la empresa los pedidos habían aumentado
considerablemente.
Para
animar un poco a Daniel, Tomás había decidido hacer una fiesta con todos los empleados
y amigos. Dando vueltas al asunto estaba cuando llegó aquella mañana Susana
saludando a todos y riendo con un chiste de Julio Salazar, un trabajador de
casi sesenta años que se pasaba media vida contando chistes malos. Ella siempre
se reía con ellos. Estaba radiante. Su sonrisa, siempre atenta a las
necesidades de los otros trabajadores… De pronto la mirada de Susana se cruzó
con la de Daniel y ella se sonrojó visiblemente y desvió la mirada.
-Hoy está muy guapa ¿verdad?- dijo Tomás a Daniel.
-Siempre lo está ¿no?- contestó Daniel.
-Pues deberías decírselo alguna vez.
Daniel puso cara de estupefacción y se quedó mirando
a Tomás incrédulo.
-No veo por dónde vas.
-Pues te ayudaré un poquito- continuó Tomás – Ella está loca por ti
desde siempre. Es la única que te apoya incondicionalmente, trabaja como una
mula, es una mujer muy guapa y siempre te salva el culo de las peores
situaciones. Cuántas y cuántas veces ha tenido que tragar el veros a Matilde y
a ti juntos. Pero nunca te ha puesto mala cara ni se ha marchado a otro lugar.
Hasta ahora.
-¿Cómo?
-Se va. Me lo dijo anoche tomando una cerveza. Ha decidido volar fuera
del nido y dejar de esperar lo que nunca va a llegar según sus propias
palabras. Y si le dices que te he dicho algo de esto, te mato.
Aquella revelación dejó
pensativo a Daniel y con un incómodo pellizco en su interior. Susana se iba. No
recordaba desde cuando estaban relacionados. La verdad, a él siempre le gustó
Matilde, pero Susana venía como en un paquete añadido. Es más, siempre estaba ahí.
Cuando el año anterior él se cayó y se partió la pierna, Susana le llevaba a
las citas médicas y le suplía en el trabajo. Siempre amable y contenta. Cuando
comenzó la aventura de la empresa, ella se mantuvo firme y no dudó en apoyarles
hasta que finalmente decidió unirse a ellos. Matilde, sin embargo, solo acudía
a los actos de presentación y era como la modelo guapa a la que todos
fotografían, mientras Susana hacía el trabajo.
¿Cuántas veces había estado
Susana pendiente de él? ¿Cuántas le había cantado las cuarenta sin miedo? Sin
embargo, él no sabía prácticamente nada de ella. Había estado tan absorto en
Matilde que ni siquiera conocía las vidas de sus trabajadores, mientras que
Susana preguntaba a Laura por sus pequeñas, o a Juan por su artritis, o se reía
con los pésimos chistes de Julio.
Susana era simplemente
magnifica. La había tenido tan cerca que jamás pensó que podía perderla. Y
ahora se iba.
Pensaba en la pérdida de
Matilde y notaba dolor, pero a la vez, en su interior ya llevaba tiempo
presintiendo que algo así podía ocurrir. Matilde no quería compromisos y él los
necesitaba para continuar. Como Susana. Ahora pensaba en que también podía
perder la sonrisa y vitalidad de su amiga y se sentía desfallecer.
-No me ha dicho nada- le dijo a Tomás.
-Te lo dirá esta noche en la fiesta.
Llegó la noche y con ella la
fiesta. Daniel no tenía ganas de juerga pero no podía faltar. Sabía que tras
ella había muchos preparativos y debía estar. Su subconsciente tenía miedo de
que Susana le dijera que se iba. Tal vez si no podía hablar con él y no se lo
decía, tampoco se iría. Menudas tonterías pensaba su subconsciente.
Fue entonces cuando la vio
entrar. El corazón casi deja de latirle. No podía ser. Matilde estaba en la
puerta del local, con su vestido de diseño, su maquillaje perfecto y su
inmaculado peinado. Buscaba a alguien con la mirada y la detuvo en él. Estaba
claro a quién buscaba. Su rostro se llenó con una gran sonrisa. Tras ella
acababa de entrar Susana. Increíble. Bella. Traía su cabello suelto en lugar
del consabido recogido que usaba para estar cómoda en el trabajo. Llevaba un
bonito vestido sencillo que le sentaba genial. Estaba impresionante. Su rostro
serio, resignado. También se fijó en Daniel. Le sonrió y le hizo una especie de
guiño señalándole a Matilde, pero su sonrisa no llegaba a sus ojos.
Daniel no podía quitar los
ojos de encima de Susana cuando notó que Matilde le echaba las manos al cuello
y buscaba sus labios.
-Oh Daniel querido. ¡Cuánto te he echado de menos! Aún no puedo creer
que me asustara tanto y te dijera todas esas sandeces. Menos mal que tú me amas
con locura y me habrás perdonado. Te veo bien y ahora que yo estoy aquí,
estarás mejor.
-Ah, hola Matilde. Por favor, disculpa. He de saludar a alguien muy
importante para mí.
Daniel dejó a una
boquiabierta Matilde que le miraba incrédula con ojos desencajados mientras él
se acercaba a Susana.
-Hola.
-Hola- contestó ella con una sonrisa.
-Estás guapísima.
-Muy original.
-Tomás me ha dicho que te vas.
-¿Has visto a Matilde?
-No seas gallina y me cambies de tema. Será una broma ¿verdad?
-No. No lo es, desde que te vi en calzoncillos tengo pesadillas.
Necesito poner distancia.
-Muy graciosa. Pero no puedes irte.
-No veo porqué no.
-Tengo un par de razones para que te quedes.
Y dicho esto la cogió en sus
brazos y le dio un beso apasionado ante toda la sala que comenzó a aplaudir con
entusiasmo.
-¿Esto es porque me voy este fin de semana con mis padres?
-¿Con tus padres? ¿No dejas la empresa?
-No era mi idea. Me cuesta mantenerme alejada de ti- le contestó con una
sonrisa.
Daniel comenzó a reir
primero tímidamente y luego con más fuerza y miró a Tomás que sonreía
pícaramente en un rincón. Luego se percató de que Matilde seguía ahí. Pero le
daba igual. Acababa de descubrir que Susana era todo lo que quería y siempre
había estado ahí, pero de verdad. Una nueva vida comenzaba para ambos. Su alma
había sanado las heridas. El sol volvía a relucir y el mañana era prometedor.
No lo pensó más y volvió a besarla. ¡Qué diantres! ¡Ya había perdido mucho
tiempo!
Violeta