¡¡Hola a todos!! Hoy os traigo un nuevo relato de nuestra escritora Violeta para empezar con ilusión el puente. Os recuerdo que ya tiene blog propio, que es: Pergaminos de Sueños Escritos. Pasaros por allí para ver más relatos. Ahora a disfrutar de la lectura. ¡¡Besos!!
Hay quien
piensa que el instinto no es un sentido más que forma parte de nuestra
naturaleza, pero yo os aseguro que es uno de los más importantes. En ocasiones
tu vida puede depender de él, y eso, queridos amigos, no es como se suele decir
“moco de pavo”.
Me llamo
Rebeca y esta historia que os voy a contar puede que os resulte desconcertante,
increíble y en cualquier caso, tal vez sobrecogedora.
No hace
mucho tiempo mi vida se limitaba a mi trabajo y poco más. Llevo casada ya casi
ocho años, sin embargo no tengo hijos. Mi marido y yo hemos visitado médicos y
clínicas especializadas en el tema intentando saber por qué, ya que ambos
deseamos con entusiasmo ser padres. Hasta ahora todas las conclusiones son
iguales. Estamos sanos, ambos, pero por alguna razón no me quedo embarazada.
Mi marido,
Alejandro, no dejaba de sugerirme la adopción. Para mí es una solución que se
me antoja cada vez más, pero he de admitir que sigo teniendo el reloj biológico
totalmente despierto y activo y quiero agotar todas las posibilidades.
De
cualquier manera, mi vida continúa independientemente de mis deseos de ser
madre. Sigo con ella, disfruto de ella e intento no volverme una obsesa del
tema. Desde pequeña había escuchado varias veces una frase que me llamaba la
atención, algo así como “Ten cuidado con lo deseas porque puede cumplirse”.
¿Quién iba a decirme que yo viviría ese dicho en primera persona?
Aún
recuerdo con claridad nítida aquella noche. Hace tan sólo dos meses, a mediados
de febrero, llegué a casa algo más tarde de lo habitual. Mi marido me esperaba
con una botella de vino y una maravillosa cena en la mesa. Incluso había
colocado flores en ella. Estaba algo misterioso aquella noche. Se había vestido
para una ocasión especial, y había algo en él… diferente.
Lo primero
que pensé es que estaba intentando disculparse conmigo. Unas cuántas noches
antes se presentó en casa muy tarde y con un aspecto abominable. Menudas pintas
traía. Para colmo de los colmos empezó a inventar excusas tontas que no me cuadraban
para nada.
Tal vez os
parezca exagerado, pero yo diría que aquella noche era más magnético, irradiaba
algo casi animal en su mirada y a la vez me cautivaba hasta un punto increíble.
Nada más llegar a casa recuerdo haber notado una debilidad general en mi
cuerpo. Leonardo se acercó a mí y dijo pocas palabras, pero quedaron grabadas a
fuego en mí.
-Bienvenida Rebeca. Te estaba esperando.
Madre mía, incluso el tono
de su voz parecía distinto. Mi marido es un hombre muy atractivo y yo estoy tan
enamorada de él como el primer día, pero reconozco que aquella noche sentí una
atracción inmensa hacia él.
Su mirada durante la cena
llegó incluso a hacer que me sintiese tímida después de ocho años de
matrimonio. Ni siquiera sé como pudimos aguantar hasta terminar la cena cuando
ambos queríamos cenar algo diferente. Pero más increíbles aún fueron los
postres. Si al principio me sentía tímida, luego me volví una especie de fiera
desconocida.
Tan sólo unos días después
comencé a sentirme algo rara, mareada, el vientre abultado. Sentía nauseas
continuas y estaba claro que había cogido una buena gastroenteritis. Pero no
era así. Totalmente alucinada escuché la noticia. Estaba embarazada.
La primera reacción que tuvo
Alejandro al contárselo fue de incredulidad absoluta. Después, hizo algo
absolutamente impredecible. Quería que cogiera esas vacaciones que me debían
desde hacía ya tiempo y que nos marchásemos a una cabaña que tenían sus padres
en la montaña. Tal cual. No dejaba de insistir en lo importante que era para mi
salud el descanso, al menos los primeros meses del embarazo, insistía una y
otra vez.
-Pero Alejandro. Debo estar aquí y acudir a las primeras citas médicas.
Ya sabes.
-Bah. ¿De cuánto estás? ¿De dos semanas? Vamos a celebrarlo. Alejémonos
de todo y cuando pase tu primer trimestre volveremos y comenzarás con tus
revisiones.
-La verdad es que me apetece descansar. Me siento agotada durante todo
el día y mi vientre… está muy hinchado Parece que estoy de más tiempo, la
verdad.
-Vayámonos pues. Dame ese capricho Rebeca- me insistía.
Nunca fui capaz de negarle
nada a Alejandro cuando me miraba así. Por tanto, solicité mis vacaciones
aludiendo necesidades por motivos de salud y nos marchamos a ese idílico lugar
en la montaña al que muy poquitas veces me había llevado mi maridito.
Notaba a Alejandro
totalmente solícito conmigo. Siempre lo había sido, pero ahora estaba todo el
tiempo pendiente de cada uno de mis movimientos. Llegó a ser algo agobiante, la
verdad. No me dejaba sola prácticamente para
nada. No cesaba de preguntarme por mi estado de ánimo, por mi apetito,
vigilar mi sueño.
Ciertamente, hay padres que
llevan esa palabra a un extremo total. Aunque reconozco que tal vez ayudase mi
rápido crecimiento fetal.
-Alejandro, creo que debemos volver a casa. No es normal, fíjate en mi
barriga. Parece que estoy de seis meses y no de uno. No es normal.
-Bobadas. Habrás tenido tú muchos embarazos quizá para saberlo.
-¡No soy tonta! ¡Esto no es normal! ¡Ni mi apetito! ¡Ni mis sueños!
-Vale, vale, tranquila. Lo arreglaré todo y volveremos a casa, pero por
favor, sólo unos días más. Llamaré a la clínica y concertaré una cita lo más
urgente posible. ¿Más tranquila?
-Sí. Por supuesto. ¡Hazlo!
Mi intuición me decía que
algo raro me ocultaba Alejandro. Al igual que mi sentido común me avisaba que
no era normal aquel crecimiento, aquel movimiento en mi interior. Parecía que
tenía una lavadora dentro de mí. Tan solo estaba de poco más de un mes de
gestación y notaba movimientos en mi interior de forma continua. Y esos sueños.
Por las noches soñaba que corría frenética por el bosque y de vez en cuando me
paraba para tenderme feliz en la hierba y contemplar la luna.
A veces, mis sueños se
complicaban y sentía hambre, frío y angustia. Entonces miraba al cielo y veía
que la luna estaba llena. Comenzaba a sentir en mi interior una euforia
ilimitada y unos deseos salvajes de correr. Justo en ese momento, me despertaba
sobresaltada.
Los días pasaban. Yo casi no
podía moverme. Tuve que meterme en cama y Alejandro lo veía todo “normal”. Mi
intuición volvía a tocar la alarma. Debía salir de allí cuanto antes. Tenía que
trazar un plan.
Me hacía la dormida y
esperaba que Alejandro se durmiese para intentar acceder a su portátil. Desde
siempre mi marido había adorado las últimas tecnologías y yo sabía por el
tiempo que pasaba unido a ese aparato que estaba conectado con la realidad.
Pero él me escuchaba de una forma instantánea. Los móviles nunca tenían
cobertura y yo me sentía cada vez más angustiada.
La primavera hacía que los
campos estuviesen preciosos. Casualmente este año yo no notaba los síntomas de
la alergia, menos mal, algo me salía bien. Es más, daba largos paseos e
intentaba inspirar lo máximo posible porque notaba mucho más agudizados mis
sentidos del olfato e incluso de la vista y el oído. También me había vuelto
más selectiva en las comidas, pero ante todo, estaba siempre alerta.
A menudo me colocaba las
manos sobre mi abultadísimo vientre. Ya no podía dar esos paseos. Mi intuición
esta vez me avisaba de dos cosas. De forma clara, algo ocurría. Y por otro
lado, una especie de premonición. Mis pequeños estaban bien. Sí. Mis pequeños.
Tenían que ser dos, porque cómo si no engordaba de esa forma tan exagerada y
notaba esos movimientos tan bruscos.
-¡Alejandro! – le grité con las pocas fuerzas que tenía esta mañana.
-¿Qué ocurre Rebeca? ¿Estás bien?- acudió solícito.
-¡No! ¡No lo estoy y tú lo sabes! ¡Me tienes prisionera! ¡No veo a mis
padres desde hace mes y medio! ¡Esto no es normal!- le grité señalando mi
abultado vientre.
Él me miró y vi en su rostro
lo que parecía ser ¿culpabilidad? De pronto tuve una corazonada y no lo dudé.
-Mis padres no saben que estamos aquí ¿verdad?
-Así es Rebeca. No lo saben.
-¿Qué ocurre Alejandro?- le pregunté intentando aparentar la máxima tranquilidad
posible.
-Pronto lo sabrás cariño. Pero tranquila, todo va a salir bien. Tus
padres creen que hemos ido al extranjero, para adoptar a un niño. Cuando nazcan
nuestros pequeños volveremos y continuaremos nuestra vida. Bueno, al principio,
los visitaremos y volveremos a este lugar. Hemos de estar en un lugar seguro
hasta que todo esté controlado. Cuando no haya peligro, volveremos a nuestra
rutina, pero por supuesto, esta cabaña seguirá aquí. Como siempre. De
generación en generación nos ha ayudado a todos.
No podía creer lo que me
estaba contando. Pero en ese momento no quería interrumpirle, necesitaba que
siguiera explicándome.
-Tal vez debí contarte esto un poco antes Rebeca.
Su mirada era dulce. Sus
gestos cariñosos hasta un extremo que no puedo describir. Pero en mi interior
está creciendo una furia sin igual por momentos.
-¿Recuerdas aquella noche que te enfadaste tanto conmigo? Volví muy
tarde y con un aspecto espantoso. Venía de cazar.
-¿De cazar?
-Llevamos juntos casi diez años, ocho casados y siempre me las he
arreglado para calmar mis instintos de caza sin que notases nada.- me dijo en
un tono extraño.- Pero tú no dejabas de insistir en que querías familia. Yo te
decía lo de adoptar para seguirte la corriente, pero lo cierto y verdad, querida
esposa es que no puedo tener en casa niños humanos.
-¿Niños humanos? ¿Y éstos, qué son? – le dije señalando mi vientre.
-Lobos.
Antes de que continuase noté
un dolor desgarrador en mis entrañas y lo que pasó después lo desconozco. En
cuestión de segundos todo se volvió negro. Creo que perdí la consciencia o me
hicieron perderla.
Ahora, al abrir los ojos, estoy algo confusa,
esto ha tenido que ser una pesadilla. Seguro que abro los ojos del todo y me
incorporo como si nada en mi dormitorio, en casa, junto a mi querido marido
totalmente normal y anodino. Intento moverme y para mi desconsuelo, oh no, esto
ha sido real.
Alejandro
está a mi lado, sonriente. En sus brazos hay un pequeño encantador. En la
habitación también están mis suegros. Él tiene otro bebé en las manos y mi
suegra, dos.
-Querida, aquí tienes a tus cachorros- me dice ella socarrona.
-¡Felicidades!- me dice mi suegro- Por cierto Alejandro, ¿se lo has
dicho ya?
Alejandro me mira de nuevo
con cara amorosa y se acerca a la cama. Mi gesto de retirada es instintivo, de
nuevo el instinto. Pero en este momento me doy cuenta de que no le tengo miedo,
más bien me siento de nuevo atraída por él.
Él me sonríe. Me besa en los
labios y me hace una promesa pícara con los ojos. Mientras, coloca a uno de
nuestros bebés en mi regazo. Oh, señor, es un bebé adorable con su piel
sonrosada y toda esa cantidad de pelo. Empiezan a acercarme a los demás. Tres
niñas y un niño. Todos igual de guapos. ¡He tenido cuatro hijos tras dos meses
de gestación!
¿Por qué no estoy
aterrorizada?
Entonces me acercan un
espejo y yo veo en él reflejada mi imagen. Mi nueva imagen. Mi pelo se ve ahora
con más cuerpo, mi rostro está… ¡Estoy hermosa! Mis ojos, se ven enormes,
almendrados y de un tono pardo vivo. Me siento genial y divina. ¡Viva!
-Bienvenida a la manada amor- me susurra Alejandro.
Violeta