Eres Más Guapa de lo que Crees

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Esta mañana estaba viendo las novedades de mis amigos de facebook cuando me encontré con este vídeo tan impactante. Estamos acostumbrados a que las mujeres se vean siempre más feas de lo que son y que siempre se busquen ese defecto que las hace inaceptables físicamente cuando en realidad no existe. 

Pues bien, creo que este vídeo lo dice todo por sí mismo.


No pierdas el tiempo imaginando cosas que no existen. Eres BELLA simplemente por ser como eres. No lo olvides.

La Mariposa de Alas Azules

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     Desde muy pequeño, Julián había sido un enamorado de la naturaleza. Las plantas, los pequeños insectos que pudiese encontrar en su jardín, los que podía estudiar a través de sus libros y a través de documentales, llenaban una parte importante de su mundo.

     Aquella noche cenó temprano y se acostó pronto. Estaba cansado. El tratamiento era intenso y le dejaba agotado. Ya llevaba seis meses sometido a multitud de pruebas de todo tipo y en los últimos tres meses había tomado más medicamentos que en el resto de su corta vida. Con sólo siete años, era un experto en hospitales y ambulatorios.

Tenía una rara enfermedad que no conseguian diagnosticar. El médico intentó explicar a sus padres que si bien no era un cáncer, digamos que el proceso era bastante similar. El pequeño se lo  había tomado todo muy bien, con mucha calma, pero si es cierto que necesitaba despejar su mente y su forma de hacerlo era a través de los libros.

Julián era feliz cuando llegaba la hora de dormir. Solía tener un sueño maravilloso que se repetía una y otra vez, constante, repetitivo, y sobre todo, tranquilizador. Se veía en un escenario diferente al que estaba acostumbrado. Todo era verde, muy verde. Gran infinidad de plantas se podían observar por doquier. Pero las plantas de su sueño no eran como las de casa, eran más bien como las que veía en las selvas de los documentales. Siempre veía en su sueño una loma totalmente cubierta de ellas. Cerca de allí había un riachuelo. Escuchaba el sonido del agua y casi podía notar su frescor en el ambiente.

El pequeño se recreaba durante su sueño en la hierba fresca, en el roce y las cosquillas que le hacía en sus pies descalzos. Casi siempre, repetía la misma operación. Giraba y giraba hasta caer carcajada tras carcajada en la hierba y contemplar desde esa inusual postura el brillante cielo azul.

En el interior de aquél bosque que destilaba frescor había un inmenso claro donde el tiempo parecía detenerse. Los rayos del sol lo habían elegido como su lugar favorito y volcaban en él su calor. Julián se tumbaba en él y agradecía ese calorcito que tanto le gustaba.

Sus sentidos, al igual que él, comenzaban a alertagarse y ése era el momento en que empezaba a escuchar las pequeñas vocecitas alegres y cantarinas…

-Hola Julián, ¿cómo estás hoy?
-Ahora, muy bien.

Risitas alegres se escuchaban por doquier. El niño, deseoso de jugar y compartir el momento con sus amigas, se incorporaba hasta sentarse en el suelo a admirar su baile rítmico. Unas haditas con alas de color azul revoloteaban cada noche en su sueño y le transmitían alegría de espíritu y fuerza para continuar el día siguiente.

-¿Me curaré algún día?
-Pues claro, tú sólo tienes que buscarnos. Encuéntranos y te curarás.

Y continuaban su baile al son de la canción que ellas mismas entonaban moviendo sus pequeñas alitas azules sin parar y cubriendo al pequeño de polvo de hada.

Ese sueño se había convertido para Julián en una tabla de salvación y así se lo hizo saber a sus padres. Se obsesionó tanto con el tema que comenzó a buscar en todos sus libros para ver si encontraba el lugar de sus sueños. Pero ese milagro no ocurría y el niño se encontraba cada día más débil y con menos fuerza para buscar.

      Sin embargo, a veces, el destino nos ayuda y mucho. Cuando se desea algo con mucha fuerza, tal vez, llegue a cumplirse. Aquella tarde, Julián y sus padres acababan de llegar de la última visita al médico. Venían cansados y abatidos pues no había esperanzas de una mejoría. Para intentar animar al pequeño, Lola, su madre, decidió poner un DVD mientras su marido y ella preparaban la cena. Lo acababa de comprar en el quiosco situado en las puertas del hospital, le llamó la atención al verlo, y ni siquiera podía explicar el porqué.

     Las imágenes del DVD llenaron pronto la diminuta salita de la familia. Brasil. Imágenes hermosas de selvas tropicales empezaron a bullir de la televisión, y el pequeño gritó de pronto extasiado.

Es ahí! ¡Mamá, papá, es ahí!
-¿Qué ocurre Julián? ¿Qué es ahí?- le preguntó su padre desde la cocina.

Ambos progenitores corrieron donde estaba su hijo y vieron en la pantalla imágenes de una selva o bosque espectacular. El niño seguía insistiendo.

-¡Tengo que ir ahí y me curaré! ¡Por favor! ¡Tengo que ir ahí!
-Julián, cariño- le dijo su madre acariciándole el rostro- sólo es un bonito sueño. Brasil está muy lejos de casa y cuesta mucho dinero ir.

El chico comenzó a llorar desconsolado.

-He de ir mamá. Si no voy me moriré. He de ir.

No volvieron a hablar más del tema. Es más. La madre de Julián, enfadada con la situación y el mundo en general, volcó todas sus frustraciones del día en el DVD y lo quitó de inmediato.

Aquella noche Julián no tuvo su hermoso sueño y a la mañana siguiente amaneció con fiebre.

Tal vez era una gran tontería, pero Lola sentía que su hijo debía visitar aquel lugar. No tenían dinero. Llevaban mucho gastado en médicos y tratamientos, pero aquello haría feliz a su pequeño, y él lo merecía y lo necesitaba. Sabía que eso no iba a curarlo, pero al menos, le haría sonreír y le daría una satisfacción.

Tras una visita a una agencia de viajes en la que le permitieron financiar el viaje, regresó a casa con una sonrisa sincera por primera vez en mucho tiempo y le enseñó a su hijo los folletos.

-Cariño – le dijo a Julián- ¡nos vamos a Brasil!

A las pocas horas, la fiebre del niño desaparecía como por ensalmo, y sus padres, preparaban las maletas para el viaje. Julián tenía mejor aspecto del que había tenido en mucho tiempo y se encontraba con ánimo y mucha ilusión.

Lola había conseguido alojamiento en un hotel que era modesto, barato, pero limpio y cercano a un gran bosque maravilloso que le garantizaron era el mismo de las imágenes del DVD.

El niño casi no podía esperar para visitarlo. Se le veía cansado y abatido, pero sus padres no fueron capaces de negarle la visita al bosque. Al fin y al cabo, iban a estar sólo un fin de semana y no podían perder mucho el tiempo.

Al comenzar a adentrarse en el bosque, los tres quedaron prendados de la maravilla del paisaje. Julián se acercó a una hoja y les señaló a sus padres unas pequeñas gotas de rocío de color verde pálido.

-Mirad, son larvas de mariposas.
-Veo que alguien ha estado atendiendo en clase- le dijo risueña su madre.

En otra hoja cercana había una especie de tiritas de color café rojizo y con manchas verde lima brillante y amarillas en la parte dorsal. Gustavo, el padre de Julián, acercó su mano a ellas, pero el niño lo detuvo de inmediato.

-¡No papá! ¡No las toques!

Gustavo retiró la mano de inmediato.

-¿Qué son?
-Larvas de mariposas Morphos. Si tocas sus pelos te pueden irritar la piel, es su modo de defensa. Además, te van a manchar de un líquido asqueroso que huele mal. Y esto – añadió el niño señalando una crisálida- puede hacerte daño en el oído si la tocas. Tienen que defenderse.
Qué barbaridad! ¡Cuánto sabes hijo!- le dijo Lola orgullosa.

Ambos padres se quedaron durante un momento absortos observando otra serie de plantas que había alrededor. Se escuchaba el sonido del agua y no veían de dónde procedía.  Ninguno se dio cuenta de que Julián se adentraba en un claro que había más adelante. Cuando notaron su ausencia ambos se asustaron e iban a empezar a gritar su nombre cuando vieron un auténtico espectáculo que les dejó sin palabras.

Ante sus ojos apareció un hermoso claro. El agua caía desde una pequeña cascada a un pequeño riachuelo situado en un lado del  mismo. Pero lo que les dejó atónitos, fue su propio hijo. Sonriente, tumbado con las manos alzadas al aire. A su alrededor, mariposas azules hermosísimas y muy grandes revoleteaban. Algunas incluso se posaban durante unos instante en el niño. Como si le conocieran.

     Decidieron no molestarle. Se sentaron en el suelo y decidieron esperar. El baile de las mariposas duró aún un rato más y ellos se limitaban a fotografiar al niño y sus amigas sin acercarse, no fuera que las asustaran.

     Poco a poco, las mariposas empezaron a internarse de nuevo en el bosque y Julián se levantó del suelo, sonriente, feliz.

-¡Adiós amigas!

Durante los dos días siguientes, Julián repitió la misma operación. No visitaron nada más, pasaron todo el tiempo en el claro, con las mariposas. Tras el último día, directamente embarcaron en el avión de regreso. Al día siguiente había visita al hospital. Tenían que hacer una resonancia al chico y querían descansar algo.


-¡Realmente increíble!- repitió por sexta vez el Dr. Gutiérrez.

¡Menudo revuelo se había formado! El doctor no daba crédito a sus ojos. Habían repetido las pruebas una y otra vez por tercera vez en la semana. ¡Julián estaba curado!

No tenían una explicación, no sabían cómo había podido suceder, pero el pequeño estaba curado. Ni que decir tiene que los padres estaban alucinados. El niño, por el contrario, sólo repetía una y otra vez “Os lo dije”.



A muchos kilómetros de allí, en una pequeña aldea brasileña, un anciano cuenta una bonita historia a un grupo de niños.

-En el universo hay mundos paralelos. Pero las personas no siempre estamos alineados con el universo y sus criaturas. Si la gente supiese que las hadas vuelan cerca de nosotros y pueden concedernos deseos buenos, intentarían apresarlas. Por eso, toman una forma diferente que las personas puedan entender. Como las mariposas azules, que en realidad son hadas mágicas con una forma algo distinta. La gente cree que mueren a las pocas semanas de salir de su crisálida, pero en realidad, se marchan a casa. De vez en cuando, cuando ellas lo ven conveniente, se ponen en contacto con un humano, y les cuentan la verdad.


Violeta

El Cetro

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     Cuentan que los antiguos egipcios conocían que el cielo estaba sostenido por pilares de papiro, ya que esta planta surgió del pantano donde nació el propio dios Ra. Para que quedase constancia clara de ello, adornaban las columnas de sus grandes templos inspirándose en esta planta, de ahí, las columnas papiriformes que sostienen el templo como si del universo se tratase…


     Iris quería demostrar a toda costa a su hermano que no le mentía. Por ello ya llevaba la mitad del jardín escarbado. Casi había hundido de nuevo la azada en la tierra a fin de conseguir su propósito cuando vio cómo un escarabajo emergía e intentaba huir de allí.

     Colocó la azada delante de tal forma que el pequeño insecto pudiese subir. Se negaba, pero ella insistió. Observó a su alrededor y cogió una hoja caída. Su tacto era seguro menos frío  que el metal de la azada. Lo colocó ante el pequeño escarabajo verde y consiguió que se subiese a ella. Luego, lo depositó a salvo entre el resto de hojas entre las plantas de colores.
    
     Aquél verano estaba siendo prolífero en este tipo de coleópteros. Ya llevaba varios días en que encontraba multitud de escarabajos e intentaba ponerlos todos a salvo. Una vez que lo hubo conseguido se quedó un momento parada en el tiempo, pensativa. Una imagen extraña vino a su mente. Se vio a sí misma de niña junto a una anciana que le sonreía y le decía:

-El escarabajo verde es el disfraz que adopta el Dios Ra, mi pequeña. Al igual que ese bichito pequeño, el Dios Ra también hace girar y girar el sol de un lado al otro del firmamento para que a todos nos llegue su calorcito.

¿De dónde había venido eso? Uy, uy. No podía irse de marcha con los amigos. La bebida de la noche anterior le estaba causando estragos, aunque la verdad, no había bebido tanto. No le apetecía tomar nada. Al menos, nada con alcohol y terminó tomando zumos.

Qué curioso. De pronto la azada tocó algo duro. Ajá. Sabía que Ernesto estaba pasándose de la raya, metiéndose con ella porque ella ya era mayor y no tenía buena memoria. Sí claro, a sus veintinueve años era mayor. Pues vaya. En pocas horas iba a cumplir treinta. Otra década.

Empezó a escarbar de nuevo alrededor de aquel objeto duro que había tocado con la punta de la azada. Ernesto seguía diciendo que jamás enterraron nada de pequeños en el jardín. Ella recordaba claramente como un día enterraron juntos su caja de secretos. Eran mellizos. Jugaban juntos y les gustaban muchas cosas en común, al menos de pequeños. Ahora, conforme el tiempo iba avanzando se habían ido distanciando un poco.

-Aquí estás.

Feliz sacó una pequeña caja enterrada. ¡Qué bonita era! No la recordaba tan bonita. Era una caja triangular de madera con muchos cuadraditos tallados y cubiertos de colores. Rojo, amarillo, azul y verde la decoraban. En el centro había un dibujo. Parecía una planta. La caja con su forma triangular no era regular. Sus lados tenían unos quince x veinte x veinticinco centímetros. No recordaba esa forma tan rara.

De nuevo, un supuesto recuerdo vino a ella.

-Guarda aquí tus tesoros pequeña- repetía aquella anciana voz femenina- tiene la dimensión 3,4,5. El triángulo sagrado.

¿Qué? ¿El triángulo sagrado? Felipe tuvo que cargar bien anoche el único cubata que se había tomado.

     Conteniendo la respiración, tomó la tapa y la abrió. En su interior había canicas, cromos, un trozo de tela de una camisa de Ernesto, su hermano, y… ¡qué bonito! ¿Cómo no recordaba aquél objeto? Lo cogió y lo sacó a la luz para observarlo mejor. Era espléndido. Una especie de mango, como la empuñadura de un puñal estaba en sus manos. Era de un color verde hierba muy bonito. En el lugar donde terminaba el mango y supuestamente tendría que estar una hoja de metal o algo así, el objeto terminaba en  una especie de triangulo aplanado con unas hojas talladas.

     Nuevos recuerdos vinieron a su mente y empezó a vislumbrar columnas con aquella forma y mucha agua. Olía a hierba, a humedad, a juncos…

-¡Iris! ¡Iris, despierta!
-¿Eh? ¿Qué ocurre?
-No lo sé. Venía a burlarme de ti y tus agujeros en el jardín y te he visto aquí en el suelo tumbada. Te has desmayado. ¿Te encuentras bien?
-Creo que sí. He tenido un sueño muy raro.

Ernesto la observó.
-Es curioso. No se te ve pálida. Al contrario, estás deslumbrante. Tienes un brillo en la piel increible.
-Gracias querido. Me sienta bien cumplir años- bromeó Iris.
-¡La has encontrado! Pero… ¡un momento! ¡Es espectacular!

Ernesto cogió el objeto de manos de Iris y lo observó boquiabierto. Luego miró la caja que lo contenía y miró a Iris alucinado.
-No recuerdo estos objetos.
-Yo recuerdo la caja- le respondió ella- pero este mango sin hoja no lo recuerdo.
-¿Mango sin hoja? No hermanita. Es un “menhit” Un cetro de papiro. Yo diría que es muy antiguo.

Ernesto era un enamorado del antiguo Egipto. Siempre adoró todo lo relacionado con él y se dedicaba a su estudio. Trabajaba en un museo como conservador y era feliz con su trabajo. Lo adoraba. Su esposa, Carmen, siempre le bromeaba diciéndole que le era infiel con las momias que allí había, porque pasaba más tiempo en el museo que en casa. 

-¿Iris? ¿Tú lo recuerdas?
-No. La verdad. Sólo quería darte una lección. No soy tan vieja para no recordar que enterramos esto aquí. Aunque ahora que lo pienso, tú tienes la misma edad que yo. ¿Un cetro de papiro?
-Sí. Se utilizaba como amuleto. Muestra el tallo y el brote del papiro como símbolo natural de la vida.
-Vaya.
-Y la caja. Tiene la dimensión 3,4,5. Fíjate. Medirá aproximadamente quince x veinte x veinticinco centímetros. Si divides estas medidas por cinco, dan una equivalencia 3,4,5. Igual que las pirámides egipcias y el triángulo sagrado.
-Tú y tu Egipto.

La joven Iris lo miró sonriendo. Pero Ernesto la miraba absorto. La piel de Iris resplandecía como nunca. Estaba hermosa y serena. Ella que siempre era un manojo de nervios desaliñado. 

-Voy a tapar estos agujeros. Dame mi cetro hermano, creo que es mío. Luego me voy a dormir, estoy cansada.

Iris entró en la casa y con cuidado lavó muy bien el cetro. Luego, terminó de lavarse las manos. Tuvo una especie de impulso y antes de tenderse a descansar en el sofá se dirigió a Ernesto y le dio un fuerte abrazo. Hacía mucho tiempo que no tenía un gesto así, tan espontáneo. Pero por algún motivo era una necesidad imperiosa.

-¡Uy, que me estrujas! ¡Ni que no fueses a verme más! ¡Qué barbaridad!- dijo un encantado Ernesto achuchando cariñosamente a su hermana.
-No te librarás tan fácilmente de mí. Voy a descansar un poco y luego taparé todos esos agujeros. Dentro de un par de horas más o menos seremos más mayores.
-Sí, pero yo envejezco mejor que tú.

Ernesto bromeaba pero a la vez estaba intrigado. Iris siempre había sido muy guapa, pero ahora, estaba deslumbrante por segundos.

Iris se durmió plácidamente en el sofá y Ernesto se dirigió a su biblioteca particular. Aunque tenía su propia casa donde tenía todos sus libros maravillosos, en casa de sus padres conservaba aún algunos. Entonces lo vio. El libro dedicado a las divinidades egipcias. Comenzó a buscar en él y vio una fotografía del cetro. Era idéntico al de Iris. El texto explicaba que este cetro aparece asociado en multitud de ocasiones a diosas como Hathor, Bastet, Sekhmet y Neith. ¿Cómo habría podido llegar un objeto tan importante y de tanto valor a manos de una niña? Él no lo recordaba y sin duda, lo recordaría. Su amor por Egipto venía desde pequeño.

Iris tuvo sueños inquietantes donde se veía a sí misma vestida con una especie de túnica en color lavanda. En el cuello tenía un “usej” o dicho de otra manera, un collar egipcio. Su cabello era largo y negro y estaba tejido con una especie de trencitas muy finas. Una hermosa diadema lo adornaba. Sus ojos maquillados con khol. Se encontraba tumbada en un diván y desde el mismo tenía una espléndida visión del Nilo. El olor a papiro impregnaba el ambiente.

-Iris, Iris, hija, ¿estás bien?
-¿Mamá?
-Te has dormido.
-He tenido un sueño muy hermoso.
-Con Egipto ¿verdad?
-¿Cómo lo sabes?
-Porque ha llegado el momento de que continúes con el destino para el que naciste, mi pequeña- respondió su madre con lágrimas en los ojos.
-No entiendo.
-Yo te lo explicaré hermana- intervino Ernesto-. Eres una descendiente directa de una gran sacerdotisa del antiguo Egipto. El cetro es un amuleto que simboliza justo lo que tú eres, alegría, juventud, florecimiento… deberías verte ahora mismo. Estás resplandeciente. Durante generaciones las sacerdotisas de generación en generación han ido cuidando del templo del papiro. Nacéis en cualquier lugar del mundo, a veces como en tu caso, podéis incluso tener un mellizo. En este caso yo. Supuestamente, yo habría sido hijo único, pero el destino quiso que nacieses en esta casa, en este lugar. Por eso imagino que adoro tanto Egipto. Cuando cumplís los treinta años, de nuevo el  número 3, vuestros recuerdos de vidas anteriores vuelven y vuestra misión se os manifiesta.
-Entonces, ¿tendré que irme de aquí?
-No hay otra alternativa si quieres continuar con tu destino. – alegó su madre-. Yo creí que era la elegida por una historia que me contó mi bisabuela, pero eres tú.
-Necesito hacerlo mamá. Lo necesito Ernesto. No puedo explicarlo, pero tengo una necesidad de volver a mis orígenes o lo que sean.
-Es normal. Es la llamada. Estoy orgullosa de ti, te echaré de menos, aunque te visitaré cuando me dejen. Soy hombre, no estoy seguro de que me dejen verte.
-Bueno, se supone que yo mando, así que te dejaré visitarme siempre que quieras y yo vendré siempre que pueda.

Y así fue como Iris pudo por fin entender el misterio de la caja, los escarabajos y sus extraños sueños que formaban parte de otra vida anterior. Hay quien dice que hoy en día ya no existen las antiguas sacerdotisas y que los templos no son más que restos de lo que hubo, pero lo que nadie sabe es que en algún lugar de Egipto, oculto a la vista de todos, se encuentra el Templo del Papiro, donde la sacerdotisa Iris vigila para que el mundo rejuvenezca y se prepare para renacer en el más allá.


Violeta

Un Nuevo Día

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No importa lo gris que haya sido el día: mañana siempre será mejor. 

Hay personas que se empeñan en ver toda una escala de grises pasando muy cerca del negro en su día a día, y todos hemos tenido una racha así, pero no debemos olvidar que "EL NEGRO NO ES UN COLOR, SINO LA SUMA DE TODOS LOS COLORES", según decía un profesor de dibujo que me dio clases en el instituto. Por esta razón debemos dejar de verlo todo negro y gris, ya que, si tenemos todos los colores en él, ¿por qué no elegir cualquier otro?

En la teoría de colores que dimos recuerdo que, en pigmentos, el negro era la suma de todos los colores, pero en luz, el blanco los reunía a todos y el negro era su ausencia. Debemos recordar que siempre hay día después de la noche y siempre vuelve a salir el sol, por lo que siempre hay que mirar al cielo, ya que, ni siquiera en las noches en que no hay luna, existe oscuridad completa, pues ya se encargan de ello las estrellas.

Todos tenemos estrellas alrededor, así que no te desanimes, simplemente abre los ojos y mira hacia ellas, ya que, de un momento a otro, saldrá un sol radiante que te cegará por completo con su maravillosa luz y claridad.


La Perfección

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Es curioso cómo pasa la vida sin darnos cuenta... de nada. Lo tenemos todo a nuestro alcance y nos empeñamos en ponernos las cosas difíciles, en establecer metas inalcanzables, en alcanzar la perfección... cuando la perfección no existe. Es una mera invención de la sociedad consumista en la que vivimos, porque además, ¿cómo puede ser la perfección tan cambiante? ¿Cómo puede la perfección depender de la época en la que vivimos si no es una mera ilusión de las personas y de las circunstancias del momento?

Si fuera posible bajar de esta veloz rueda giratoria en la que está sumida nuestra vida diariamente y poder observarlo todo desde fuera, seguro que nos escandalizaría nuestro ritmo de vida y nuestros objetivos, impuestos por nosotros mismos.

Si buscamos la palabra perfecto en el diccionario, esto es lo nos encontramos: que posee el grado máximo de una determinada cualidad o defecto. Y ahora yo pregunto: ¿cuál es el grado máximo? ¿Existe algún grado  que no sea superable por otro? ¿Y exactamente cúanto es un grado? 

Como veis, la perfección es inalcanzable, simplemente, porque ni siquiera se sabe lo que es de manera exacta. Por ello, no malgastéis vuestra vida intentando alcanzarla, pues es imposible. Después de todo, ¿cómo sabemos que algo es perfecto si no sabemos cuáles son sus defectos? ¿No son los defectos lo que hace que todo sea perfecto?